A LOS QUE LLAMAN
Conducidme desde lo ilusorio a lo Real.
Conducidme de las tinieblas a la Luz.
Conducidme de la muerte a la Inmortalidad.
PRÓLOGO
Estas palabras no son mías: son del Maestro que me enseñó. Sin Él no hubiera podido
hacer nada, pero con Su ayuda he puesto los pies en el Sendero. Vosotros también
deseáis penetrar en este Sendero; y así, las mismas palabras que Él me dijo os
ayudarán si queréis obedecerlas. No basta decir que estas palabras son bellas y
verdaderas; quien desee lograr éxito debe hacer exactamente lo que ellas entrañan.
Mirar la comida y decir que es sabrosa no satisfaría a un hambriento: ha de comerla.
Así pues, no basta escuchar al Maestro: debéis practicar lo que Él aconseja,
atendiendo a cada palabra y fijándoos en cada insinuación. Si no advertís una
indicación, si no atendéis a una palabra, queda perdida para siempre, porque Él no las
repite.
En este Sendero se requieren cuatro cualidades:
DISCERNIMIENTO
CARENCIA DE DESEOS
BUENA CONDUCTA
AMOR
Trataré de explicaros lo que el Maestro me dijo acerca de cada una de ellas.
I
La primera cualidad es el DISCERNIMIENTO. Se denomina así, generalmente, a la
facultad de distinguir entre lo real y lo ilusorio, y la cual guía a los hombres para entrar
en el Sendero. Pero también es mucho más que esto, y debe practicarse no tan sólo en
los comienzos del Sendero, sino en cada una de sus etapas, diariamente, hasta el fin.
Vosotros entráis en el Sendero porque habéis aprendido que tan sólo en él pueden
encontrarse las cosas dignas de ser alcanzadas. Los que no saben esto trabajan para
adquirir riqueza y poder, pero esto dura a lo más una vida tan sólo y, por lo tanto, no es
real. Hay bienes mayores, reales y perdurables, cuando los hayáis alcanzado, ya no
desearéis jamás aquellos otros.
En el mundo hay dos clases de seres: los sabios y los ignorantes. Esta sabiduría es la
que nos interesa. La religión que un hombre profese, la raza a que pertenezca,
importan poco; lo realmente importante es que los hombres conozcan el plan Divino.
Porque el plan de Dios es la evolución. Una vez que el hombre realmente lo reconoce,
no puede sino identificarse con sus designios y trabajar de acuerdo con él, porque es
tan glorioso como bello. Así, conociéndolo, permanece al lado de Dios, firme para el
bien y resistente contra el mal, trabajando para la evolución y no por egoísmo.
Si está al lado de Dios, está unido a nosotros, y no importa lo mínimo que se llame
hindú o buddhista, cristiano o mahometano, ni que sea indio o inglés, chino o ruso. Los
que están al lado de Dios saben por qué están aquí y cuál es su misión, y procuran
cumplirla; los demás no saben todavía lo que han de hacer, y así obran a menudo
erróneamente e intentan trazarse vías que imaginan placenteras sin comprender que
todos somos uno y que, por lo tanto, tan sólo lo que el Uno quiere puede ser
verdaderamente agradable para todos. Ellos van en pos de lo irreal, en vez de lo real.
Hasta que aprendan a distinguir entre los dos, no se colocarán al lado de Dios, y, para
aprenderlo, discernimiento es el primer paso.
Pero, aun después de efectuada la elección, debéis recordar que hay muchas
variedades de lo real y lo irreal, y por lo tanto debemos discernir también entre lo justo
y lo injusto, lo esencial y lo accesorio, lo útil y lo inútil, lo verdadero y lo falso, lo egoísta
y lo altruista.
Aquellos que, deseosos de seguir al Maestro, han resuelto servir a lo justo a toda
costa, no hallan dificultad en la elección entre lo justo y lo injusto. Pero el cuerpo es
distinto del hombre, y la voluntad del hombre no siempre coincide con el deseo del
cuerpo. Cuando vuestro cuerpo desee algo, deteneos a pensar si vosotros realmente lo
deseáis. Porque vosotros sois Dios, y queréis únicamente lo que Dios quiere; así,
debéis buscar profundamente en vosotros mismos para hallar el Dios interno y
escuchar Su voz, que es vuestra voz. No confundáis con vosotros mismos ni vuestro
cuerpo físico, ni vuestro cuerpo astral, ni vuestro cuerpo mental, porque cada uno de
ellos pretenderá ser el Yo, a fin de obtener lo que desea. Debéis conocerlos todos y
reconoceros por su dueño.
Cuando se ha de hacer un trabajo, el cuerpo físico quiere descansar, pasear, comer y
beber; y el ignorante se dice a sí mismo: «Yo quiero hacer estas cosas y debo
hacerlas.» Pero el sabio dice: «Lo que en mí desea n soy yo, y puede esperar.»
A menudo, cuando se presenta alguna oportunidad para ayudar a alguien, el cuerpo
incita a pensar: «¡Qué molestia me causa esto! Dejemos que otro lo haga.» Pero el
hombre le replica a su cuerpo: «Tú no me estorbarás para practicar el bien.»
El cuerpo es nuestro animal, el caballo en que cabalgamos. Por lo tanto, debéis tratarlo
y cuidarlo bien; no debéis fatigarlo; debéis alimentarlo tan sólo con comidas y bebidas
puras, y llevarlo escrupulosamente limpio de la más leve mancha. Porque sin un cuerpo
perfectamente limpio y sano no podríais llevar a cabo el arduo trabajo de preparación,
ni podríais soportar el esfuerzo incesante. Pero vosotros debéis gobernar
constantemente al cuerpo, nunca el cuerpo a vosotros.
El cuerpo astral tiene sus deseos a docenas; él os inclina a la cólera, a la injuria, a la
envidia, a la avaricia, a codiciar los bienes ajenos, a sumiros en la depresión. El cuerpo
astral quiere todas estas cosas y muchas más, no porque desee perjudicaros, sino
porque le gustan las vibraciones intensas, así como el cambio constante de ellas. Mas
vosotros no necesitáis estas cosas, y por esto debéis saber distinguir entre vuestros
deseos y los de vuestro cuerpo.
Nuestro cuerpo mental desea pensar orgullosamente que es algo separ ado de lo
demás; pensar dándose mucho valor a sí mismo y poco a los otros. Aun cuando lo
hayáis apartado de las cosas mundanas, persiste en especular sobre sí mismo, en
incitaros a pensar en vuestros propios progresos, en vez de pensar en la labor de los
Maestros y en ayudar a los demás. Cuando meditéis, tratará de haceros pensar en las
diferentes cosas que él desea, en vez de pensar en lo que vosotros queréis. Vosotros
no sois esta mente, sino que ella está a vuestro servicio, y así también en este caso es
necesario el discernimiento. Debéis vigilar constantemente, so pena de fracaso.
El Ocultismo no tiene compromiso entre lo justo y lo injusto. Debéis hacer a toda costa
lo justo; debéis dejar de hacer lo injusto, sin importaros lo que el ignorante piense o
diga. Debéis estudiar profundamente las leyes ocultas de la Naturaleza, y cuando las
conozcáis, ordenad vuestra vida de acuerdo con ella, empleando siempre la razón y el
sentido común.
Debéis saber distinguir lo importante de lo secundario. Firmes como una roca cuando
de lo justo y de lo injusto se trate, dad siempre la razón a los demás en cosas de poca
importancia. Porque debéis ser siempre amables y cariñosos, razonables y
condescendientes; habéis de conceder siempre a los demás la misma libertad que
necesitáis para vosotros mismos.
Tratad de ver lo que es más meritorio que hagáis, y recordad que no debéis juzgar las
cosas por su aparente grandeza. Es mucho más meritorio hacer una cosa mínima pero
útil a la labor del Maestro, que otra de mayor apariencia de las que el mundo llama
buenas.
Debéis distinguir no tan sólo entre lo útil y lo inútil, sino entre lo más útil y lo menos útil.
Alimentar a un pobre es bueno, útil y noble; pero alimentar su alma es todavía más
noble y más útil que alimentar su cuerpo. Cualquier rico puede alimentar el cuerpo de
un necesitado, pero tan sólo los sabios pueden alimentar su alma. Si sois sabios,
vuestro deber es ayudar a otros en el logro de la sabiduría.
No obstante, por sabios que seáis, tenéis mucho que aprender en este Sendero, y por
esto también en él es preciso el discernimiento. Debéis pensar cuidadosamente lo que
es mejor que aprendáis. Todo conocimiento es útil, y llegará un día en que lo alcancéis;
pero mientras tan sólo poseáis una parte, cuidad de que ésa sea la más útil.
Dios es tanto Sabiduría como Amor, y cuanta más sabiduría alcancéis, mejor podréis
manifestar a Dios. Estudiad, pues; mas, en primer lugar, estudiad lo que os ayude a
ayudar a los otros. Estudiad pacientemente, no porque los hombres os llamen sabios,
ni aun por tener la dicha de serlo, sino porque tan sólo el sabio puede ayudar
sabiamente. Por mucho que deseéis ayudar, si sois ignorantes, podréis hacer más mal
que bien.
Debéis saber distinguir lo falso de lo verdadero; debéis aprender a ser verídicos en
todas las circunstancias, en pensamiento, en palabra y en obra.
Primero en pensamiento; y esto no es fácil, porque en el mundo hay muchos
pensamientos falsos, muchas supersticiones tontas, y nadie que esté esclavizado por
ellas puede progresar. así pues, no debéis sostener una idea precisamente porque
otros la sostienen, ni porque se haya creído en ella durante siglos, ni porque esté
escrita en algún libro que los hombres tengan por sagrado. Debéis pensar acerca de
aquel asunto por vosotros mismos, y juzgar si es razonable. Recordad que la opinión
de un millar de hombres acerca de algún asunto que desconozcan no tiene ningún
valor. Los que piensan hollar el Sendero deben aprender a pensar por sí mismos,
porque la superstición es uno de los mayores males del mundo, una de las ligaduras de
que totalmente debéis desembarazaros.
En lo tocante a los demás, vuestros pensamientos deben ser verídicos; no debéis
pensar acerca de nadie lo que no sepáis. No supongáis que los demás están siempre
pensando en vosotros.
Si un hombre hace algo que parezca perjudicaros, o dice algo que creáis que se refiere
a vosotros, no penséis entonces: «Quiere ofenderme.» Probablemente ni siquiera
piensa en vosotros, porque cada alma tiene sus propias tribulaciones y pensamientos,
que flotan principalmente alrededor de ella. Si un hombre os habla colérico, no penséis:
«Me odia, trata de herirme.» Quizá otra persona o alguna otra cosa lo han contrariado, y
porque tropieza eventualmente con vosotros, descarga su cólera en vosotros. Él obra
imprudentemente, porque toda clase de cólera es prueba de insensatez; pero vosotros
no os debéis formar de él un juicio equivocado.
Cuando seáis discípulos del Maestro, podréis poner siempre a tono la pureza de
vuestros pensamientos comparándolos con los Suyos. Porque el discípulo es uno con
su Maestro, y debe procurar fundir su pensamiento con el Suyo y ver si coinciden. Si no
están a tono, su pensamiento no es recto, y debe variarlo inmediatamente, porque los
pensamientos del Maestro son perfectos, puesto que Él lo sabe todo. Los que todavía
no han sido aceptados por Él, no pueden hacerlo del todo; pero pueden ayudarse
mucho deteniéndose a pensar a menudo: «¿Qué pensaría el Maestro en estas
circunstancias?» «¿Qué haría o qué diría el Maestro acerca de esto?» Porque no debéis
nunca hacer, decir o pensar lo que no podáis imaginar al Maestro haciéndolo,
diciéndolo o pensándolo.
Aun al relatar habéis de ser verídicos, exactos y sin exageración.
Nunca atribuyáis intenciones a otro; tan sólo su Maestro conoce sus pensamientos, y él
puede estar obrando por razones de que no tenéis idea. Si oís que dicen algo en contra
de alguna persona, no lo repitáis; podría no ser verdad, y aun cuando lo fuese, es
caritativo callar. Pensad bien antes de hablar, no sea que incurráis en inexactitudes.
Sed verídicos en la acción; jamás pretendáis ser otro del que sois, porque toda
pretensión sirve de impedimento a la pura luz de verdad que debe brillar a través de
vosotros como la luz del sol brilla a través de un diáfano cristal.
Debéis distinguir entre el egoísmo y el desinterés; porque el egoísmo se presenta bajo
muchas formas, y cuando creáis que al fin lo habéis destruido en algunos de sus
aspectos, surge en otro tan fuerte como siempre. Pero gradualmente os irá animando
tan por completo el pensamiento de ayudar a los demás, que no habrá lugar ni tiempo
para pensar en vosotros mismos.
También debéis distinguir en otro sentido. Aprended a reconocer a Dios en todos los
seres y en todas las cosas, prescindiendo del mal que puedan presentar en la
superficie. Podéis ayudar a vuestros hermanos por medio de lo que tenéis de común
con ellos, esto es, la Vida Divina. Aprended a despertarla y a vivificarla en ellos, así los
salvaréis de lo falso.
II
Hay muchos individuos para quienes la cualidad «CARENCIA DE DESEOS» es
verdaderamente difícil, porque sienten que sus deseos son ellos mismos, y que si
desechan sus deseos peculiares, sus gustos y disgustos, dejará de existir su yo. Pero
esto les sucede tan sólo a quienes no han visto al M
aestro. A la luz de su Santa
Presencia se extinguen todos los deseos, menos el de igualarse a Él. Sin embargo,
antes que gocéis, de la felicidad de encontraros frente a frente con Él, podréis alcanzar,
si queréis, la «Carencia de deseos».
El Discernimiento os ha mostrado ya que las cosas que los hombres más desean,
como la riqueza y el poder, no tienen valor alguno. Cuando esto no se dice tan sólo,
sino que se siente en verdad, cesa todo deseo de ellos.
Así pues, todo eso es sencillo; sólo se requiere que lo comprendáis. Pero hay algunos
que cesan de perseguir los bienes terrenales, con el fin de ganar el cielo o alcanzar la
liberación personal del renacimiento; no debéis caer en este error. Si habéis olvidado al
yo, no podéis pensar en la hora en que este yo sea libre o qué clase de cielo tendrá.
Recordad que todo deseo egoísta ata, por elevado que sea su objeto, y en tanto no os
hayáis librado de él no estaréis enteramente preparados para dedicaros a la labor del
Maestro.
Cuando desaparezcan todos los deseos que se refieren al yo, todavía puede existir el
deseo de ver los resultados de vuestra obra. Si ayudáis a alguien, querréis ver en
cuánto lo habéis ayudado; aun tal vez queréis que aquel a quien habéis ayudado,
también lo vea y os lo agradezca. Esto es t odavía deseo, y, además, falta de confianza.
Cuando hacéis todo el esfuerzo que podéis para ayudar, debe dar un resultado, tanto si
podéis verlo como si no; si reconocéis la manera de obrar de la Ley, sabéis que esto es
así. Por esto debéis obrar rectamente por amor a lo recto, no con esperanza de
recompensa; debéis trabajar por amor al trabajo, no por la esperanza de ver el
resultado; debéis entregaros al servicio del mundo, porque lo amáis y no podéis dejar
de entregaros a él.
No deseéis poderes psíquicos ; ya vendrán cuando el Maestro comprenda que debéis
tenerlos. Además, es esforzarse en adquirirlos trae consigo, muy a menudo, gran
perturbación; frecuentemente, a su poseedor le descarrían los falaces espíritus de la
naturaleza, o se envanece y cree que é no puede caer en error; y el tiempo y el
esfuerzo que emplea para alcanzar estos poderes podría emplearlos, de cualquier otro
modo, en trabajar para los demás. Los poderes vendrán en el curso del desarrollo;
deben venir; y si el Maestro ve que es útil que los tengáis antes, os enseñará a
desarrollarlos sin peligro. Hasta entonces, estaréis mejor sin ellos.
Además, debéis precaveros de ciertos pequeños deseos que son comunes en la vida
diaria. No deséis jamás brillar o parecer superior en ningún sentido; no habléis mucho.
Es mejor hablar poco; es mejor todavía callar, hasta que estéis seguros de que lo que
vais a decir es VERDADERO, BUENO y PUEDE AYUDAR A OTROS. Antes de hablar,
pensad cuidadosamente si lo que vais a decir posee estas tres cualidades; si no es así,
no lo digáis.
Lo mejor es acostumbrarse desde el primer momento a pensar cuidadosamente antes
de hablar, porque cuando alcancéis la Iniciación debéis fijaros en cada palabra, no sea
que digáis lo que no debe decirse. Mucha habladuría vulgar es insensata y vana;
cuando es chismosa, es maligna. Así, acostumbraos a escuchar, mejor que a hablar,
no expongáis opiniones, a menos que os las pidan directamente. En resumen; las
cualidades son: saber oír, querer y callar; y la última es la más ardua de todas .
Otro común deseo que debéis reprimir severamente es el de inmiscuiros en los asuntos
de los demás. Lo que otro haga o diga o crea, no es cosa vuestra, y debéis aprender a
dejarlo completamente solo. Él tiene perfecto derecho al pensamiento, palabra y acción
libres, mientras no se meta con otro. Así como vosotros reclamáis la libertad de hacer
lo más conveniente, debéis concederle la misma libertad, y cuando la usufructúa no
tenéis ningún derecho a ocuparos de él.
Si pensáis que obra equivocadamente, y podéis hallar oportunidad de decirle
privadamente y con la mayor delicadeza vuestra opinión, es posible que lo convenzáis;
pero hay muchos casos en que, aun de esta manera, la intervención sería impropia.
Nunca debéis hablar a una tercera persona acerca del asunto, porque ésta es una
acción muy baja.
Si veis un caso de crueldad contra un niño o un animal, vuestro deber es defenderlos.
Si estáis encargado de instruir a otra persona, es vuestro deber reprender
afectuosamente sus faltas. Excepto en semejantes cas os, ocupaos de vuestros propios
asuntos y ejercitad la virtud del silencio.
III
Las seis reglas de conducta que particularmente se requieren, las da el Maestro en
este orden:
1a Dominio de la mente.
2a Dominio de la acción.
3a Tolerancia.
4a Alegría.
5a Aspiración única.
6a Confianza.
Sé que algunas de estas cualidades se han denominado diferentemente, pero yo hago
uso de los nombres que el Maestro mismo les daba al explicármelas.
1a dominio de la mente . — La cualidad «Carencia de deseos» nos demuestra que
debemos dominar el cuerpo astral; esta otra significa lo mismo con relación al cuerpo
mental. Ello implica dominio del temperamento, de suerte que no podáis sentir cólera o
impaciencia; dominio de la mente, de modo que podáis sosegar y tranquilizar el
pensamiento y, por medio de la mente, dominio del sistema nervioso, a fin de que se
excite lo menos posible.
Esto último es difícil, porque cuando os preparáis para entrar en el Sendero, no podéis
evitar que vuestro cuerpo se haga más sensitivo, y así los nervios son perturbados por
cualquier choque o sonido, y sienten agudamente cualquier presión; mas debéis hacer
lo posible por evitarlo.
Mente tranquila significa también valor para arrastrar sin temor las pruebas y
dificultades del Sendero; significa además firmeza para considerar serenamente cuanto
os acontezca en la vida cotidiana, y evitar el incesante tedio e inquietud que dimanen
de ciertos pormenores de la vida, en los que muchos malgastan la mayor parte del
tiempo. El Maestro enseña que a un hombre no le debe importar lo más mínimo cuanto
provenga del exterior: tristezas, disgustos, enfermedades, pérdidas; todo esto nada
debe significar para él, ni ha de permitir que perturbe la calma de su mente. Estas
cosas son resultado de pasadas acciones, y cuando sobrevengan, debéis soportarlas
con calma, recordando que todo mal es transitorio, y que vuestro deber es permanecer
siempre contentos y serenos. Aquello pertenece a vuestras vidas anteriores, no a ésta;
no podéis alterarlo, y, así es inútil preocuparos por ello. Pensad, mejor, lo que hacéis
ahora, lo cual determinará los acontecimientos de vuestra próxima vida, pues esto
podéis modificarlo.
No cedáis jamás a la tristeza ni a la depresión.
La depresión es un mal, porque contamina a otros y torna sus vidas más penosas, a lo
cual no tenéis derecho alguno. Por esta razón, si alguna vez os acometen, desechadlas
para siempre.
Aun en otro sentido debéis dominar vuestro pensamiento; no le permitáis errar a la
ventura. Fijad la atención en lo que estéis haciendo, sea lo que fuere, para que lo
hagáis con toda la perfección posible; no acostumbréis vuestra mente a la vagancia;
antes bien conservad buenos pensamientos siempre en su fondo, dispuestos a surgir
en el momento en que ella esté libre.
Emplead todos los días el poder de vuestro pensamiento en buenos propósitos;
convertíos en un poder que trabaje de acuerdo con la evolución. Pensad cada día en
alguno de quien sepáis que está triste, que sufre o que necesita ayuda, y enviadle
pensamientos de amor.
Apartad vuestra mente del orgullo, porque el orgullo es hijo de la ignorancia. El
ignorante cree ser grande, cree que ha hecho esta o aquella gran cosa; el sabio sabe
que tan sólo Dios es grande y que sólo Él es el hacedor de todas las cosas buenas y
perfectas.
2a dominio de la acción. — Si vuestra mente es tal como debe ser, se perturbará muy
poco con vuestra acción. Recordad que para ayudar a la Humanidad, el pensamiento
debe convertirse en acción.
En esta labor no caben tibiezas, sino una constante actividad. Pero debéis cumplir
vuestro propio deber, no el de los demás, a no ser con su permiso y con el fin de
ayudarlos. Dejad que cada cual cumpla su propio deber, a su modo peculiar; estad
siempre dispuestos a ofrecer vuestro apoyo cuando sea necesario, pero nunca os
entrometáis. Porque, para algunas personas, la cosa más difícil del mundo es aprender
a cumplir sus propios deberes, y precisamente esto es lo que vosotros debéis hacer.
Aunque tratéis de realizar una labor más elevada, no por ello debéis olvidar vuestros
deberes ordinarios, pues hasta que éstos no queden satisfechos, no estaréis en
libertad para prestar otros servicios. No os comprometáis a nuevos deberes mundanos;
mas debéis cumplir perfectamente aquellos de que estéis encargados, esto es, todos
aquellos deberes que reconozcáis como evidentes y razonables, no deberes
imaginarios que otros traten de imponeros. Si queréis servirles a Ellos, debéis cumplir
vuestros deberes ordinarios mejor y no peor que los demás; porque haciendo esto
también Les servís.
3a tolerancia.—Debéis sentir perfecta tolerancia hacia todos y un sincero interés por
las creencias de los que profesan otras religiones, tanto como por la que profesáis.
Porque la religión de los otros es un sendero que conduce a lo más elevado, lo mismo
que la vuestra. Para ayudar a todos, debéis comprenderlos.
Mas, para alcanzar esta perfecta tolerancia, debéis libraros antes del fanatismo y de la
superstición. Debéis saber que no hay ceremonias necesarias; de otro modo es
consideraríais algo mejores que los que no las practican. Sin embargo, no debéis
vituperar a los que aun las necesitan. Dejadles hacer su voluntad; pero ellos no deben
meterse con vosotros, que sabéis la verdad, ni deben tratar de imponeros aquello que
habéis trascendido. Sed indulgentes y bondadosos en todo.
Ahora que vuestros ojos están abiertos, quizás os parezcan absurdas algunas de
vuestras antiguas creencias y ceremonias; tal vez lo sean en realidad. Pero, aunque ya
no toméis parte en ellas, respetadlas por consideración a aquellas buen as almas para
quienes todavía tienen importancia. Ellas tienen su lugar y su utilidad, como la falsilla le
sirve a un niño para escribir derecho, hasta que aprende a escribir mejor y con mayor
igualdad sin ella. Hubo un tiempo en que las necesitasteis, pero ya pasó aquel tiempo.
Un gran instructor dijo: «Cuando yo era niño, hablaba, comprendía y pensaba como
niño; pero ya hombre, di de lado las niñerías.»
Quien haya olvidado su infancia y perdido la simpatía por los niños no puede
enseñarles ni ayudarles. Así, sed bondadosos, amables, tolerantes con todos los
hombres sin distinción, sean buddhistas o indos, jainas o judíos, cristianos o
musulmanes.
4a alegría.—Debéis sobrellevar alegremente vuestro karma, cualquiera que sea,
aceptando como un honor que el sufrimiento caiga sobre vosotros, porque esto
demuestra que los Señores del Karma os consideran dignos de ayuda. Por muy
penoso que resulte, agradeced que no sea peor. Recordad que podréis servir muy
poco para la labor del Maestro, mientras vuestro mal karma no se extinga y quedéis
libres. Al ofreceros a Él, habéis pedido que se acelerase vuestro karma, y así, en una o
dos vidas haréis lo que de otro modo hubierais debido hacer en cientos. Pero a fin de
obtener el mejor resultado, debéis sobrellevarlo alegremente.
Todavía hay otro aspecto. Debéis desechar toda idea de posesión. El Karma puede
arrebataros las cosas que más queráis y hasta a las personas que más améis. Aun
entonces debéis permanecer alegres, dispuestos a separaros de todo. A menudo el
Maestro necesita verter Su fuerza sobre otros por medio de Su discípulo e
incondicional servidor; y si éste cayese en la depresión no podría Él realizarlo. Así, la
alegría debe ser vuestra norma.
5a aspiración única.—El objetivo que debéis tener a la vista es realizar la obra del
Maestro. No debéis jamás olvidarla, cualesquiera que sean las ocupaciones que os
salgan al paso, y ninguna otra labor puede interponerse en vuestro camino, porque
toda la que sea fecunda y desinteresada es labor del Maestro, y debéis ejecutarla por
amor a Él. Además, debéis poner toda vuestra atención en cada parte de la misma,
para que la hagáis lo más perfecta posible. El mismo Instructor dijo también: «Sea lo
que fuere que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.
Pensad cómo ejecutaríais una obra si supieseis que el Maestro ha de venir a verla; así
debéis realizar toda labor.» Los más conscientes sabrán mejor lo que este versículo
significa. Y hay otro semejante y mucho más antiguo: «Esfuérzate tanto como puedas
en cumplir cualquier cosa que se te presente.»
Aspiración única significa también que nada deberá jamás desviaros, ni siquiera por un
momento, del sendero en que habéis entrado. Ni tentaciones, ni placeres terrenales, ni
mundanos afectos deberán nunca apartaros de él. Porque vosotros mismos debéis
identificaros con el Sendero, el cual ha de formar parte de vuestra natulareza, de tal
modo que lo sigáis sin necesidad de pensar en él ni en la posibilidad de abandonarlo.
Vosotros, la Mónada, lo habéis decidido; desprenderos de él equivaldría a
desprenderos de vosotros mismos.
6a confianza.—Debéis confiar en vuestro Maestro; debéis confiar en vosotros mismos.
Si ya habéis visto al Maestro, confiaréis del todo en Él a través de vidas y muertes. Si
aún no Lo habéis visto, debéis tratar de imaginároslo y confiar en Él, porque si no lo
hiciéreis, no podrá Él ayudaros. Sin completa confianza no puede establecerse la
perfecta corriente de amor y de poder.
Debéis tener confianza en vosotros mismos. ¿Decís que os conocéis bien a vosotros
mismos? Si tal creéis, no os conocéis; tan sólo conocéis la débil corteza externa que
con frecuencia cae en el cieno. Vosotros, vuestro Yo real, es una chispa del propio
Fuego Divino; y como Dios, que es omnipotente, está en vosotros, nada hay que no
podáis hacer si queréis. Decíos: «Lo que hizo un hombre, otro hombre puede hacerlo.
Yo soy un ser humano, más aún, soy Dios en el hombre: puedo y quiero hacerlo.»
Porque vuestra voluntad debe ser cual acero templado, si queréis hallar el Sendero.
IV
El Amor es la cualidad más importante, porque cuando es bastante fuerte en un
hombre, lo estimula a revestirse de todas las demás, que sin ella nunca serían
suficientes. Suele definirse el amor como un intenso deseo de unión con Dios y de
liberación de la rueda de nacimientos y muertes. Pero este concepto del amor suena a
egoísta e implica sólo una parte de su significado. El amor es más que deseo; es
voluntad, resolución, determinación. Para producir este resultado, la resolución debe
llenar vuestra naturaleza entera, hasta el punto de no dejar lugar para ningún otro
sentimiento. Es, sin duda, la voluntad de ser uno con Dios, no para escapar del
sufrimiento y de la fatiga, sino a fin de que, en razón de vuestro amor profundo hacia
Él, podáis obrar con Él y como Él obra… Pues siendo Dios Amor, si queréis llegar a ser
uno con Él, debéis también estar poseídos de amor y perfecto altruismo.
En la vida diaria, esto significa dos cosas: primera, que procuréis cuidadosamente no
causar daño a ningún ser viviente; segunda, que siempre estéis alerta por si se
presenta la oportunidad de ayudar.
Primero, no dañar. Hay tres pecados que causan en el mundo mayores males que
todos los demás: maledicencia, crueldad y superstición, porque son pecados contra el
amor. Si el hombre quiere henchir su corazón de amor divino, ha de vigilarlos y
combatirlos constantemente.
Veamos los efectos de la maledicencia: Principia con el mal pensamiento, y esto en sí
mismo es ya un crimen. Porque en todas las personas y en todas las cosas existe el
bien y el mal. A cualquiera de éstos podemos prestarle fuerza, pensando en él, y por
este medio ayudar o estorbar la evolución; podemos hacer la voluntad del Logos o
trabajar en contra de ella.
Si pensáis mal de otro, cometéis tres iniquidades a un tiempo:
1a Llenáis el ambiente que os rodea de malos pensamientos en vez de buenos, y así
aumentáis las tristezas del mundo.
2a Si en el ser en quien pensáis existe el mal que le atribuís, lo vigorizáis y alimentáis; y
así, hacéis peor a vuestro hermano en vez de hacerlo mejor. Pero, si generalmente el
mal no existe en él y tan sólo lo habéis imaginado, entonces vuestro maligno
pensamiento tienta a vuestro hermano y lo induce a obrar mal, porque, si no es todavía
perfecto, podéis convertirlo en aquello que de él habéis pensado.
3a Nutrís vuestra propia mente de malos en vez de buenos pensamientos, y así
impedís vuestro propio desarrollo y os hacéis, a los ojos de quienes pueden ver, un
objeto feo y repulsivo, en vez de bello y amable.
No contento c on hacerse todo este daño y hacerlo a su víctima, el maldiciente procura
con todas sus fuerzas que los demás participen de su crimen. Les expone con
vehemencia su chisme, con la esperanza de que lo crean, y entonces los convencidos
cooperan con él, enviando malos pensamientos al pobre paciente. Y esto continúa día
tras día, y no lo hace sólo una persona, sino miles. ¿Veis ahora cuán bajo, cuán terrible
es este pecado? Procurad evitarlo en absoluto. No habléis jamás mal de nadie; negaos
a escuchar a quien os hable mal de otro, y decidle, afectuosamente: «Tal vez eso no
sea verdad, y, aunque lo fuese, es mejor no hablar de ello».
En cuanto a la crueldad, ésta es de dos clases: intencionada y sin intención.
La crueldad intencionada consiste en causar, de propósito, dolor a otros seres
vivientes, y éste es el pecado más grave de todos: obra de diablo más bien que de
hombre. Diréis que ningún hombre puede hacer una cosa semejante; pero
precisamente los hombres la han hecho muy a menudo y aún la están haciendo cada
día. Los inquisidores la practicaron, y también muchas gentes religiosas en nombre de
su religión; los vivisectores, así como habitualmente algunos maestros de escuela.
Todas estas personas tratan de excusar su brutalidad con la costumbre; pero un crimen
no deja de serlo porque muchos hombres lo cometan. Karma no tiene en cuenta las
costumbres; y el karma de la crueldad es el más terrible. En la India, al menos, no
puede haber excusa para tales costumbres, porque todos conocen el deber de no
acusar mal a n
adie. El destino de los crueles cae también sobre aquellos que se
dedican intencionadamente a matar a las criaturas de Dios, y llaman a esto deporte.
Ya sé que tales cosas no las efectuáis vosotros, y por amor de Dios hablaréis
claramente contra ellas cuando la oportunidad se os presente. Pero también hay
crueldad en las palabras como en los actos, y una persona que diga una palabra con
intención de herir a otra es culpable de este crimen. Esto tampoco lo haréis vosotros;
pero algunas veces una palabra dicha al descuido hace tanto daño como una
maliciosa. Así pues, debéis estar siempre en guardia contra la crueldad no
intencionada.
En general, ello procede de la irreflexión. Hay hombres tan poseídos de la ambición y
de la avaricia, que ni siquiera se dan cuenta del sufrimiento que causan a los demás
pagándoles poco, o haciendo pasar hambre a su mujer e hijos Otros, pensando tan
sólo en su codicia, se preocupan poco de los cuerpos y de las almas, a quienes
arruinan por satisfacerla. Para librarse de unos cuantos minutos de molestia, un
hombre deja de pagar a sus obreros el día que les corresponde, sin acordarse de las
dificultades que este hecho les reporta. ¡Tanto sufrimiento se causa por descuido, por
olvidar cómo una acción ha de afectar a los demás!… Pero Karma nunca olvida, y no
tiene en cuenta que los hombres olviden los hechos.
Si deseáis entrar en el Sendero, debéis pensar en las consecuencias de vuestros
actos, para que no seáis culpables de crueldad irreflexiva.
La superstición es otro mal tremendo, que ha causado grandes y terribles crueldades.
Las personas esclavas de ella menosprecian a las que saben más, y tratan de
obligarlas a hacer lo que ellas hacen.
Pensad en la horrorosa matanza debida a la superstición de sacrificar a los animales y
al todavía más terrible prejuicio de que el hombre necesita alimentarse de carnes.
Pensad en el trato a que la superstición ha dado motivo con respecto a las clases
oprimidas en nuestra amada India, y ved cómo esta mala tendencia puede engendrar
una despiadada inconsideración, aun entre los que conocen el deber de fraternidad.
Los hombres han cometido muchos crímenes en nombre del Dios de Amor, movidos
por la pesadilla de la superstición; cuidad mucho de que no quede en vosotros ni el
más leve vestigio de ella.
Debéis evitar estos tres grandes delitos, porque son fatales a todo progreso, por ser
pecados contra el amor. Pero no tan sólo estáis obligados a refrenaros de este modo
ante el mal, sino que habéis de ser activos para el bien. El intenso deseo de servir ha
de llegar al máximo, hasta el punto de estar siempre a la mira para aplicarlo alrededor
de vosotros no tan sólo a las personas, sino a los animales y a las plantas. Debéis
prestar vuestro servicio hasta en las pequeñas cosas de la vida diaria, de modo que,
acostumbrándoos a ello, no podáis substraeros, cuando se presente la oportunidad de
hacer cosas de mayor importancia. Pues si deseáis llegar a ser uno con Dios, que no
sea para vuestro propio beneficio, sino para convertiros en canal por donde fluya Su
amor para alcanzar a vuestros semejantes.
El que está en el Sendero no vive para sí mismo, sino para los demás; se olvida de él
para poder servirlos. Es a manera de pluma en manos de Dios, por la que fluye Su
pensamiento y tiene expresión aquí abajo, lo que no podría suceder sin ella. Es a
manera de un canal de fuego viviente que derrama sobre el mundo el Divino Amor que
llena su corazón.
La sabiduría que os capacita para ayudar, la voluntad que dirige la sabiduría, el amor
que inspira la voluntad, éstas son vuestras cualidades.
Voluntad, Sabiduría y Amor son los tres aspectos del Logos; y vosotros, que deseáis
alistaros para servirlo, debéis, hacer gala de ellos en el mundo.
Quien la palabra del Maestro anhele,
De Sus mandatos póngase en escucha
Entre el fragor de la terrena lucha,
Y la escondida Luz atento cele.
Sobre el inquieto y mundanal gentío,
Del Maestro atisbe la señal más leve,
Y oiga el susurro que Su voz eleve
Del mundo entre el rugiente griterío.