Divina Comedia

El Infierno: Canto I

En medio del camino de nuestra vida
me encontré en un obscuro bosque,
ya que la vía recta estaba perdida.

¡Ah que decir, cuán difícil era y es
este bosque salvaje, áspero y fuerte,
que en el pensamiento renueva el miedo

Tan amargo, que poco lo es más la muerte:
pero por tratar del bien que allí encontré,
diré de las otras cosas que allí he visto.

No sé bien repetir como allí entré;
tan somnoliento estaba en aquel punto,
que el verdadero camino abandoné.

Pero ya que llegué al pie de un monte,
allá donde aquel valle terminaba,
que de pavor me había acongojado el corazón,

miré en alto, y vi sus espaldas
vestidas ya de rayos del planeta,
que a todos lleva por toda senda recta.

Entonces se aquietó un poco el espanto,
que en el hueco de mi corazón había durado
la noche entera, que pasé con tanto afán.

Y como aquel que con angustiado resuello
salido fuera del piélago a la orilla
se vuelve al agua peligrosa y la mira;

así mi alma, que aún huía,
volvióse atrás a re mirar el cruce,
que jamás dejó a nadie con vida.

Una vez reposado el fatigado cuerpo,
retomé el camino por la desierta playa,
tal que el pie firme era siempre el más bajo;

y al comenzar la cuesta,
apareció una muy ágil y veloz pantera,
que de manchada piel se cubría.

Y no se apartaba de ante mi rostro;
y así tanto me impedía el paso,
que me volví muchas veces para volverme.

Era la hora del principiar de la mañana,
y el Sol allá arriba subía con aquellas estrellas
que junto a él estaban, cuando el amor divino

movió por vez primera aquellas cosas bellas;
bien que un buen presagio me auguraban
de aquella fiera la abigarrada piel,

la ocasión del momento, y la dulce estación:
pero no tanto, que de pavor no me llenara
la vista de un león que apareció.

Venir en contra mía parecía
erguida la cabeza y con rabiosa hambruna,
que hasta el aire como aterrado estaba:

y una loba que por su flacura
cargada estaba de todas las hambres,
y ya de mucha gente entristecido había la vida.

Tanta fue la congoja que me infundió
el espanto que de sus ojos salía,
que perdí la esperanza de la altura.

Y como aquel que goza en atesorar,
y llegado el tiempo en que perder le toca,
su pensamiento entero llora y se contrista;

así obró en mi la bestia sin paz,
que, viniéndome de frente, poco a poco,
me repelía a donde calla el Sol.

Mientras retrocedía yo a lugar bajo,
ante mis ojos se ofreció
quien por el largo silencio parecía mudo.

Cuando a éste vi en el gran desierto
Ten piedad de mí, le grité,
quienquiera seas, sombra u hombre cierto.

Respondióme: No hombre, hombre ya fui,
y lombardos fueron mis padres,
y ambos por patria Mantuanos.

Nací sub Julio, aunque algo tarde,
y viví en Roma bajo el buen Augusto,
en tiempos de los dioses falsos y embusteros.

Poeta fui, y canté a aquel justo
hijo de Anquises, que vino de Troya,
después del incendio de la soberbia Ilion.

Pero tú, ¿Porqué a tanta angustia te vuelves?
¿Porqué no trepas el deleitoso monte,
que es principio y razón de toda alegría?

¡Oh! ¿Eres tú aquel Virgilio, aquella fuente
que expande de elocuencia tan largo río?
le respondí, avergonzada la frente.

¡Oh! De los demás poetas honor y luz,
válgame el largo estudio y el gran amor,
que me han hecho ir en pos de tu libro.

Tú eres mi maestro y mi autor:
tú sólo eres aquel de quien tomé
el bello estilo, que me ha dado honor.

Mira la bestia por la que me he vuelto:
socórreme de ella, famoso sabio,
porque hace temblar las venas y los pulsos.

Otro es el camino que te conviene,
respondió al ver mis lágrimas,
si quieres huir de este lugar salvaje;

porque esta bestia, por la que gritas,
no deja a nadie pasar por el suyo,
sino que tanto impide, que mata:

su naturaleza es tan malvada y cruel,
que nunca satisface su hambrienta voluntad,
y tras comer tiene más hambre que antes.

Muchos son los animales con que se marida
y muchos más habrá todavía, hasta que venga
el Lebrel, que le dará dolorosa muerte.

No se alimentará de tierra ni de peltre,
mas de sabiduría, de amor y de virtud
y su patria estará entre fieltro y fieltro.

Será la salud de aquella humilde Italia,
por quien murió la virgen Camila,
Euriale, y Turno y Niso, de sus heridas:

De ciudad en ciudad perseguirá a la loba,
hasta que la vuelva a lo profundo del infierno,
de donde la envidia la hizo salir primero.

Ahora por tu bien pienso y entiendo,
que mejor me sigas, y yo seré tu conductor,
y te llevaré de aquí a un lugar eterno,

donde oirás desesperados aullidos,
verás a los antiguos espíritus dolientes,
cada uno clamando la segunda muerte;

después verás los otros, que en el fuego
están contentos, porque unirse esperan,
cuando sea, a las felices gentes;

a las cuales, después, si quisieras subir,
un alma habrá más digna que yo para tu ascenso;
te dejaré con ella, cuando de ti me parta:

que aquel emperador, que allá arriba reina,
porque rebelde fui a su ley,
no quiere que a su ciudad por mi se llegue.

Impera en todas partes, y allá reina,
allá está su ciudad y allá su alta sede:
¡Feliz aquel a quién para su reino escoge!

Y yo a él: Poeta, te intimo
por aquel Dios que no conociste,
de éste y de peor mal que yo me salve,

que allá me lleves donde tú dijiste,
así que vea la puerta de san Pedro,
y a aquellos tan tristes que tú dices.

Entonces se movió, y yo me pegué detrás.

El Infierno: Canto II

Sinopsis:

Dante siente miedo del viaje que le espera y pregunta a su maestro si es digno de tal empresa. Virgilio le contesta que Beatriz lo envió para rescatarlo, así que nada debe temer porque un alma bienaventurada lo protege.

Canto

Íbase el día, y el aire oscuro,
a los animales de la tierra,
libraba de las fatigas; y por mi parte solo yo

me preparaba a sostener la guerra
tan del camino y tan de la piedad,
que ha de referir la mente que no yerra.

¡Oh Musas! ¡Oh alto ingenio!, ayudadme ahora;
¡Oh mente que escribiste lo que vi!
Aquí se mostrará tu nobleza.

Comencé entonces: Poeta que me guías,
considera si es fuerte mi virtud,
antes que al alto paso me confíes.

Tu dices que el padre de Silvio,
aun corruptible, al inmortal siglo
pasó, y fue sensiblemente.

Pero si el adversario de todo mal
le fue gentil, pensando en el alto bien,
que salir de él debía, y qué gentes, y cuál imperio,

no parecerá indigno a un hombre de intelecto:
porque del alma Roma y de su imperio
fue elegido padre en el empíreo Cielo:

A decir verdad la una y el otro
fueron establecidos lugar santo
donde está la sede del sucesor del mayor Pedro.

En este viaje, por el que lo exaltas tanto,
oyó cosas que fueron la causa
de su victoria y del papal manto.

Viajó también el Vaso de elección,
para dar firmeza a aquella fe
que es principio en el camino de la salvación.

Pero yo ¿Porqué he de ir? o ¿Quién lo concede?
No soy Eneas, Pablo no soy:
que sea digno, ni yo ni nadie lo cree,

porque si a tal ir me abandono
temo que el viaje sea locura:
Sé sabio, y óyeme que yo ya no razono.

Y como aquel que desquiere lo que quería
y por nueva idea el propósito descambia,
y así de lo comenzado se aparta entero;

así me cambié yo en aquella cuesta obscura:
así, pensado, se consumió la empresa
cuyo comenzar fue con tanta fuerza.

Si he bien oído tus palabras,
repuso de aquel magnánimo la sombra,
tu alma está herida de bajeza:

la cual muchas veces estorba al hombre
tanto, que de empeñada empresa lo retorna,
como bestia espantada de una sombra.

A fin de que de este temor te libres
te diré, porqué yo vine y lo que oí
en aquel punto primero cuando me dolí de ti.

Estaba yo entre aquellos en suspenso
y una mujer me llamó, bendita y bella,
tanto de que me mandara yo la requerí.

Lucían sus ojos más que la estrella:
y comenzó a decirme suave y humilde,
con angélica voz, en su lenguaje:

¡Oh gentil alma Mantuana!
cuya en el mundo aún la fama dura
y durará cuanto el movimiento dure, lejana:

mi amigo, que no lo es de la ventura,
de la desierta playa está tan impedido
en el camino, que vuelto se ha de miedo:

y temo que no esté ya tan perdido
que tarde me haya levantado a socorrerlo,
de acuerdo a lo que de él en el Cielo he oído.

Ahora muévete, y con tu palabra ornada
y con lo necesario para que él sobreviva,
ayúdalo pues, para que yo quede consolada.

Yo soy Beatriz, la que te manda vayas.
Vengo del lugar de a donde volver deseo:
Amor me movió, el que me hace hablar.

Cuando esté ante mi Señor,
hablaré bien de ti con frecuencia.
Calló pues, y comencé yo entonces:

Oh mujer de virtud única por la que
la humana especie excede todo lo que hay en
aquel Cielo, cuyos menores son los círculos;

Tanto me agrada tu mandato,
que en obedecerlo, si ya lo hubiera, sería tardo;
nada ganarías con más ampliarme tu deseo.

Pero dime la razón que no te cuidas
de bajar aquí abajo a este centro
desde aquel amplio lugar, al que volver ardes.

Lo que saber tan profundamente deseas
te diré brevemente, me repuso,
porqué no temo venir aquí adentro.

Solo aquellas cosas se han de temer
que detentan poder de daño a otro;
de las otras no, que no son temibles.

Estoy hecha así por Dios, por su merced,
que vuestra miseria no me alcanza,
ni la llama de este incendio no me asalta.

Mujer hay gentil en el Cielo, que se apiada
por este entrabamiento al que te mando,
y tanto, que el duro juicio de allá quebranta.

Es ella la que llamó a Lucía en su demanda
y dijo: Tiene necesidad tu fiel
de ti, y yo a ti lo recomiendo.

Lucia, enemiga de todo cruel
movióse, y vino al lugar donde yo estaba,
sentada con la antigua Raquel.

Dijo: Beatriz, alabanza de Dios verdadera,
¿Que no socorres a aquel que te amó tanto
que por ti salió de la vulgar tropa?

¿La compasión no escuchas de su llanto,
no ves la muerte que combate
en tumultuoso río más que la mar violento?

No hubo en el mundo más veloz nadie
en pro de su bien y en contra de su daño,
que yo, después de recibidas las palabras;

aquí abajo vine desde mi bendito escalón,
confiando en tu parlar honesto,
que a ti te honra y a quienes lo han oído.

Después de haberme razonado de esa forma
volvióme los lucientes ojos lagrimando,
por más presto a venir forzarme:

y así que vine a ti, como ella quiso,
te levanté de ante de aquella fiera
que del bello monte el breve paso te cerraba.

¿Entonces qué? ¿Porqué te quedas todavía?
¿Porque en el corazón encierras tanta bajeza?
¿Porqué el ardor te falta y la grandeza?

¿Acaso no tienes tres mujeres benditas
que de ti curan en la corte del Cielo,
y mi palabra que tanto bien te promete?

Como la florcillas bajo el nocturno hielo
doblegadas y oclusas, así que el Sol las ilumina,
se yerguen abiertas en sus tallos;

tal fui yo, desde mi ánimo abatido
y a tan buen ardor el corazón me enardeció
que comencé a decir como persona decidida:

¡Oh piadosa aquella que ha venido en mi socorro,
y tú que veloz gentil obedeciste
a las veraces palabras a ti dirigidas!

Me has colmado el corazón con tal deseo
al viaje, con tus palabras,
que retornado he a mi primer propósito.

Ve adelante que ambos somos de un sólo querer,
tú Conductor, tú Señor y tú Maestro:
Así le dije; y puesto luego él en marcha,

entré por el camino duro y salvaje.

El Infierno: Canto III

«Por mi se va a la ciudad doliente,
por mi se ingresa en el dolor eterno,
por mi se va con la perdida gente.

La justicia movió a mi alto hacedor:
Hízome la divina potestad,
la suma sabiduría y el primer amor.

Antes de mí ninguna cosa fue creada
sólo las eternas, y yo eternamente duro:
¡Perded toda esperanza los que entráis!»

Estas palabras de oscuro tono
vi escritas en el dintel de una puerta:
Y dije: Maestro, me es duro el sentido.

Y él a mí, como persona atenta:
Es necesario aquí dejar todo recelo;
toda cobardía es necesario que aquí muera.

Hemos venido al lugar donde te dije
habías de ver la gente adolorida,
las que han perdido el bien del intelecto.

Después su mano en la mía puso
con rostro sonriente me reanimó,
y me introdujo adentro a las secretas cosas.

Allí suspiros, llantos y grandes males
resonaban en el aire sin estrellas,
que me hicieron llorar no bien entré.

Lenguas diversas, horribles lenguarajos,
palabras de dolor, acentos de ira,
altivas y roncas voces, con puñadas,

tumultuaban todas rondando
siempre en aquel astuto aire sin tiempo,
como la arena que el torbellino aspira.

Y yo con el horror ciñéndome la frente
dije: Maestro, ¿Qué es lo que oigo?
¿Y cuál es esta gente tan por el dolor vencida?

Y él a mí: Esta suerte miserable
es de las tristes almas de aquellos
que vivieron sin infamia y sin honor.

Mezcladas están con aquel malvado coro
de los Angeles que ni rebeldes fueron
a Dios, ni fieles, sino sólo para sí fueron.

Los echa el Cielo por no ser menos hermoso:
y el profundo infierno no los recibe
porque sus reos alguna gloria lograrían de ellos.

Y yo: Maestro, ¿Qué les es tan pesado
qué los hace lamentar tan fuertemente?
Repuso: Te lo diré brevemente:

Estos no esperan morir,
y es tan villana su ciega vida
que envidiosos están de cualquier otra suerte.

De ellos no queda fama en el mundo,
misericordia y justicia los desdeñan:
no tratemos ya de ellos, mas mira y pasa.

Y observando vi una insignia
que sin descanso rondaba velozmente
incapaz al parecer de detenerse:

y detrás la seguía una multitud
de gentes de la que nunca yo creyera
que tantas hubiera deshecho la muerte.

Después de haber reconocido a algunos
me fijé más y conocí la sombra de aquel
que miserable hizo la gran renuncia.

De pronto comprendí y certeza tuve
de que esta era la turba de los cautivos
que desagradan a Dios y a sus enemigos.

Los desgraciados, que nunca fueron vivos,
estaban desnudos y molestados mucho
por moscones y avispas que allí había.

Sangre les regaba el rostro
matizada de lágrimas, que a sus pies
fastidiosas lombrices recogían.

Y después que me di a mirar más lejos,
vi gente en la ribera de un gran río:
Por lo que dije: Concédeme ahora, Maestro,

que sepa quienes son, y porqué ley
están forzados a transbordar tan presto,
a lo que en la turbia luz puedo ver.

Y él a mí: Las cosas te serán contadas
al detener nuestros pasos
en la triste ribera del Aqueronte.

Entonces bajé avergonzados los ojos,
temiendo a mi charla por gravosa,
y hasta llegado al río hablar no quise.

Y entonces fue cuando a nosotros vi venir
en barco un blanco viejo por antiguo pelo
gritando: ¡Ay de vosotras, almas perversas!

¡No esperéis ya más de ver el Cielo!
Aquí vengo a llevaros a la otra orilla
a las tinieblas eternas, al calor y al hielo.

Y tú que estás allí, ánima viva,
aléjate de estos que están muertos.
Mas luego que vio que yo no me partía

dijo: Por otros puertos, por otra vía
llegarás a la playa para el paso, no por aquí:
Conviene que más leve leño te lleve.

Y el Conductor a él: Carón, no te atormentes,
quiérese así allá, donde se puede todo
lo que se quiere, y no preguntes más.

Entonces las velludas mejillas se aquietaron
del barquero del lívido pantano
de circundados ojos de círculos de fuego.

Mas aquellas infelices almas desnudas
cambiaron de color y rompieron a crujir los dientes
al punto de escuchar las palabras rudas.

Blasfemaban de Dios y de sus padres,
de la humana especie, del donde y el cuando y de la semilla
de su simiente y de su nacimiento.

Después todas cuantas eran se retiraron juntas
fuertemente llorando, hacia la malvada orilla
que aguarda a todo aquel que a Dios no teme.

Carón, demonio, con ojos de ascuas
a ellos señalando a todos recoge;
asestando con el remo a quien se atarda.

Como arrastra el otoño las hojas
una tras otra, hasta que la rama
devuelve a la tierra todos sus despojos,

de igual forma el simiente malo de Adán:
arrójanse de aquel borde una por una
a la señal, como acude el pájaro al reclamo.

Aléjanse entonces por las obscuras ondas
y antes que hayan descendido allá
ya se apretujan aquí nuevas legiones.

Hijo mío, dijo el gentil Maestro,
los que mueren en la ira de Dios
de todo país todos aquí vienen.

Y ansían cruzar el río
porque tanto los acucia la justicia divina
que se les torna el temor deseo.

Por aquí no pasa nunca un alma buena;
y por eso, si de ti Carón se queja,
bien comprenderás lo que su decir quiere.

En ese entonces, el oscuro campo
tembló tan fuertemente, que del espanto
el recuerdo de sudor me baña todavía.

La tierra lacrimosa lanzó un viento
que centelló en relámpagos bermejos,
derrotando todos mis sentidos,

y caí como aquel que cae dormido.

El Infierno: Canto IV

Quebró el hondo sueño en la cabeza
un feroz tono, tanto que abrí los ojos
como quien por fuerza está despierto.

Reposada la mirada entorno recorrí,
erguido, levantado, y atento mirando
por reconocer el lugar donde me hallaba.

Verdad es que al borde me encontré
del valle, abismo doloroso,
que acoge el tronar de llantos infinitos.

Oscuro, profundo y nebuloso,
tanto, que aun fijando la vista al fondo
no discernía cosa alguna.

Descendamos ahora al ciego mundo,
comenzó palidísimo el Poeta;
yo iré primero, y tú segundo.

Y yo que advertí el color de su rostro
le dije: ¿Cómo iré si tú te espantas,
que sueles ser tú quien mi dudar conforta?

Y él a mí: La angustia de la gente
de allá abajo, tiñe mi rostro
de piedad, que de temor tú piensas.

Vamos que nos apremia la larga vía:
allí empezó a moverse y me hizo entrar
en el primer círculo que al abismo ciñe.

Aquí, según lo que escuchar podía
no había llanto, mas suspiros tantos
que el aire eterno estremecer hacían;

provenía de un dolor sin tormento
que la multitud tenía, que era de muchos e inmensa,
de infantes, hembras y varones.

El buen Maestro a mi: ¿Y no preguntas
qué espíritus son los que estás viendo?
Quiero que sepas, antes que más andes,

que estos no pecaron, y que si mérito tuvieron
no bastó, pues les faltó el bautismo,
que es parte de la fe en la que crees;

y si antes del Cristianismo vivieron
no adoraron a Dios como debieron
y entre estos tales estoy yo mismo.

Por tal defecto y no por otro mal
perdidos somos, y heridos sólo en esto:
que vivamos sin esperanza y con deseo.

Gran dolor entró en mi corazón al oírlo
pues gente de mucho valor
he conocido, que flotaban en aquel limbo.

Dime Maestro mío, dime señor,
comencé yo, por querer estar cierto
de aquella fe que vence todo error:

¿De aquí alguno acaso ha salido, por su mérito
o por el de otro, que llegara a ser bendito?
Y él que entendió mi habla encubierta,

respondió: Era yo nuevo en este estado,
cuando vi venir un Poderoso
de signo de victoria coronado.

Sacó de aquí la sombra del primer padre,
de Abel su hijo, y aquella de Noé,
la de Moisés, legislador y obediente;

Abraham patriarca, y David rey,
Israel y el padre, y sus nacidos,
y con Raquel por quien tanto hizo,

y a otros muchos; y beatos los hizo:
y quiero que sepas que antes de ellos
no hubo espíritus humanos que salvados fueran.

No dejábamos de andar mientra hablaba
pero íbamos siempre por entre la selva,
la selva, digo, de apiñados espíritus.

No estaba lejos nuestra senda todavía
de aquí a la cima, cuando vi un fuego
que al hemisferio de tinieblas vencía.

Lejos estábamos todavía un poco,
pero no tanto, que en parte yo no viera
cuán honorable gente ocupaba aquel lugar.

¡Oh tú que honras ciencia y arte!
¿Quiénes son estos cuyo honor es tan grande
que así de las demás gentes se parte?

Y él a mí: la honrada nombradía,
que de ellos resuena allá en tu vida,
gracia logra en el Cielo que así los adelanta.

Entonces oí una voz que decía:
¡Honrad al altísimo poeta,
retorna su sombra, que partida era!

Luego que la voz callada se detuvo.
Viniendo vi a nosotros cuatro sombras,
el rostro tenían ni triste ni alegre.

El buen Maestro comenzó a decir:
mira aquel de espada en mano,
que precede a los otros tres, como señor.

Ese tal es Homero, poeta soberano,
el otro que viene es Horacio satírico,
Ovidio el tercero, y el último Lucano.

Como a cada uno conmigo corresponde
el nombre que exclamó la voz unísona,
con él me honran, y hacen bien.

Así vi reunirse la bella escuela
de aquel señor del altísimo canto
que como águila sobre los otros vuela.

Después de entretenerse un poco juntos,
volviéronse a mí con saludable ceño;
y mi Maestro sonrióse un tanto:

y aún más honor me confirieron
al incluirme con ellos en su escuadra,
y entonces fui el sexto en tan gran consejo.

Y así anduvimos hasta la luz,
hablando cosas que callar es bello,
como bello era el hablar allá donde yo estaba.

Llegamos al pie de un noble castillo,
siete veces cercado de altos muros,
defendido en torno por un bello riachuelo.

Lo atravesamos, como por firme tierra:
Por siete puertas entré con estos sabios;
y llegamos a un prado de verdura fresca.

Había allí gentes de mirada reposada y grave,
de grande autoridad en sus semblantes:
hablaban poco y con voz suave.

Nos retiramos entonces a un costado
a un lugar abierto luminoso y alto,
de donde a todos se podía ver.

Desde allí, sobre el verde prado,
me fueron mostrados los espíritus magnos
que verlos regocijó a mi alma.

Vi a Electra con muchos compañeros,
entre los cuales advertí a Héctor y a Eneas,
César en armas, de ojos rapaces.

Vi a Camila y a la Pentesilea
al otro lado, y vi al rey Latino,
junto a su hija Lavinia sentado.

Vi a aquel Bruto que arrojó fuera a Tarquino,
Lucrecia, Julia, Marcia y Cornelia,
y a parte solitario vi a Saladino.

Y alzando un poco más las cejas
vi al Maestro de aquellos que saben,
sentado en medio de la filosófica familia.

Todos lo admiran, todos le honran,
allí vi a Sócrates y a Platón,
que más cerca suyo que los otros están.

Demócrito que el mundo del acaso pone,
Diógenes, Anaxágoras y Tales,
Empédocles, Heráclito y Zenón,

Y vi al buen apreciador de cualidades
digo a Dioscórides: y vi a Orfeo,
Tulio y Lino y Séneca moral:

Euclides geómetra y Tolomeo,
Hipócrates, Avicena y Galeno,
Averroes, que el gran comentario hizo.

Mas aquí tratar de todos no puedo;
que a tanto me obliga el largo tema,
que a relatar los hechos no basten las palabras.

La compañía de seis se amengua,
el sabio Conductor por otra senda me lleva,
lejos del aura tranquila hacia la que tiembla;

y voy a una parte donde nada brilla.

El Infierno: Canto V

Así pues bajé del círculo primero
abajo al segundo, que menor espacio ciñe,
pero más dolor, más punzantes lamentos.

Horrible estaba Minos, rechinando dientes:
Examina las culpas en la entrada,
juzga y ordena, conforme se ciñe.

Digo que cuando el alma mal nacida
viene delante, toda se confiesa;
y aquel conocedor de pecados

ve cuál es su lugar en el Infierno:
Cíñese con la cola tantas veces,
cuantos grados abajo quiere sea puesta.

Siempre delante de él hay muchas almas
que van y vienen, cada cual al juicio,
dicen y oyen y después abajo son devueltas.

¡Oh tú que vienes al doloroso albergue
me dijo Minos al verme,
dejando su obrar de tan grande oficio,

guárdate de como entres y de quien te fíes:
¡Que no te engañe la amplitud de la puerta!
Y mi jefe a él: ¿Porqué gritas entonces?

No impidas su fatal camino:
Quiérese así allá donde se puede
lo que se quiere, y no más inquieras.

Ahora comienzan las dolientes notas
a dejárseme oír: he llegado ahora
a donde tantos lamentos me hieren.

Vine a un lugar de toda luz mudo,
que ruge como tempestad en la mar
cuando contrarios vientos la combaten.

La tromba infernal, que nunca calma,
arrastra en torbellino a los espíritus,
volviéndose, y golpeando los molesta.

Cuando llegan ante su propia ruina,
allí son los gritos, el llanto y los lamentos,
aquí blasfeman de la virtud divina.

Supe que a un tal tormento
sentenciados eran los pecadores carnales
que la razón al deseo sometieron.

Y como las alas llevan a los estorninos
en tiempo frío, en larga y compacta hilera,
así aquel soplo a los espíritus malignos

de aquí, de allá, de abajo a arriba, así los lleva;
nunca ninguna esperanza los conforta
de algún reposo, o de disminuida pena.

Y como van las grullas entonando sus lamentos
componiéndose en el aire en larga fila;
así vi venir, exhalando gemidos,

sombras llevadas por la dicha tromba:
Por lo que dije: Maestro, ¿quienes son aquellas
gentes, a quienes el negro aire así castiga?

La primera de aquellos de los que noticia
quieres, me dijo entonces,
fue emperatriz de muchas lenguas.

Al vicio de la lujuria estaba tan entregada,
que en su reino fue ley la lascivia
por no caer ella misma en el escarnio en el que estaba.

Es Semíramis, de la que se lee,
que sucedió a Nino y fue su esposa,
tuvo la tierra que Soldán tiene ahora.

La otra es aquella que se mató amorosa
y quebró la fe de las cenizas de Siqueo;
tras ella viene Cleopatra lujuriosa.

Vi a Helena por quien tiempo hubo
tan malvado, y vi al gran Aquiles,
que al final combatió con amor.

Vi a Paris, a Tristán; y a más de mil
sombras mostróme y señalóme con el dedo,
que de esta vida por amor partieron.

Luego que hube a mi Doctor oído
nombrar las mujeres antiguas y los caballeros,
la piedad me venció, y quedé como aturdido.

Y comencé: Poeta, a aquellos que juntos
tan gustosamente van, yo hablaría,
que parecen bajo el viento tan ligeros.

Y él a mí: Verás, cuando más cerca
estuvieren: y tú por el amor que así los lleva
los llamarás entonces; y ellos vendrán.

Tan pronto como el viento a nos los trajo
les di la voz: ¡Oh dolorosas almas
venid a hablarnos, si no hay otro que lo impida!

Como palomas por el deseo llamadas,
abiertas y firmes las alas, al dulce nido,
cruzan el aire por el querer llevadas:

Así salieron de la fila donde estaba Dido,
a nos vinieron por el maligno aire,
tan fuerte fue el afectuoso grito.

¡Oh animal gracioso y benigno,
que visitando vas por el aire negro enrojecido
a nosotros que de sangre al mundo teñimos:

Si fuese amigo el Rey del universo,
a El rogaríamos que la paz te diera,
por la piedad que tienes de nuestro mal perverso.

Di lo que oír y de lo que hablar te place
nosotros oiremos y hablaremos contigo,
mientras se calla el viento, como lo hace.

La tierra, en la que fui nacida, está
en la marina orilla a donde el Po desciende
para gozar de paz con sus afluentes.

Amor, que de un corazón gentil presto se adueña,
prendó a aquél por el hermoso cuerpo
que quitado me fue, y de forma que aún me ofende.

Amor, que no perdona amar a amado alguno,
me prendó del placer de este tan fuertemente
que, como ves, aún no me abandona.

Amor condújonos a una muerte:
el alma que nos mató caína tiene que la espera.
Así ella estas palabras dijo.

Al oir aquellas almas desgraciadas,
abatí el rostro, y tan abatido lo tuve,
que el Poeta me dijo: ¿Qué estás pensando?

Cuando respondí, comencé: ¡Ay infelices!
¡Cuán dulces ideas, cuántos deseos
no los trajo al doloroso paso!

Luego para hablarles me volví a ellos
diciendo: Francisca, tus martirios
me hacen llorar, triste y piadoso.

En tiempo de los dulces suspiros,
dime pues ¿Cómo amor os permitió
conocer deseos tan peligrosos?

Y ella a mi: No hay mayor dolor,
que, en la miseria recordar
el feliz tiempo, y eso tu Doctor lo sabe.

Pero si conocer la primera raíz
de nuestro amor deseas tanto,
haré como el que llora y habla.

Por entretenernos leíamos un día
de Lancelote, cómo el amor lo oprimiera;
estábamos solos, y sin sospecha alguna.

Muchas veces los ojos túvonos suspensos
la lectura, y descolorido el rostro:
mas sólo un punto nos dejó vencidos.

Cuando leímos que la deseada risa
besada fue por tal amante,
este que nunca de mí se había apartado

temblando entero me besó en la boca:
el libro fue y su autor, para nos Galeoto,
y desde entonces no más ya no leímos.

Mientras el espíritu estas cosas decía
el otro lloraba tanto que de piedad
yo vine a menos como si muriera;

y caí como un cuerpo muerto cae.

El Infierno: Canto VI

Cuando volví en mí, a la cerrada mente
por el dolor de ambos cuñados,
que de tristeza entero me dejó confuso,

nuevos tormentos y más atormentados
de todas partes me rodeaban, a donde me moviera
o hacia donde mirara o me volviera.

Estoy en el tercer anillo de la lluvia
eterna, maldita, fría y grave:
su ritmo y calidad no cambia nunca.

Granizo grueso, y agua negra, y nieve
que se vuelca por el aire de tinieblas:
pudre a la tierra que los recibe.

Cerbero, fiera cruel y aviesa,
con sus tres golas caninas ladra
sobre la gente aquí inmersa.

Ojos bermejos, unta y negra la barba,
amplio el vientre, y uñosa tiene la zarpa,
a los espíritus clava, destroza y desgarra.

Aullar como perros los hace la lluvia:
se cubren cambiando de uno a otro lado,
zarandeados con frecuencia los míseros profanos.

Cuando nos vio Cerbero, el gran gusano,
abrió la boca y desplegó los colmillos:
ninguno de sus miembros era calmo.

Mi Conductor entonces extendió los brazos;
cogió tierra y a manos llenas
arrojó puñadas dentro de las rugientes fauces.

Como el perro que a ladrar se agota
y se calma al morder la presa,
pues sólo a devorarla tiende y lucha por ella,

tal hicieron las mugrientas caras
del Cerbero demonio que tanto atruena
a las almas que ser sordas quisieran.

Pasábamos por encima de las sombras que doma
la pesada lluvia, y los pies plantábamos
sobre fantasmas que semejaban personas.

Yacían por tierra todas
salvo una que se alzó para sentarse,
luego que nos vio pasar delante.

Oh tú, por este infierno traído,
me dijo, reconóceme, si entiendes:
tú fuiste, antes que yo deshecho fuera, hecho.

Y yo a él: La angustia que te atormenta
quizá es lo que tan de mi memoria te aparta
como si nunca visto te hubiera.

Mas dime ¿Quién eres tú, en tan doliente
lugar metido, y condenado a tal pena
que si mayor hubiera no la hay tan cruel?

Y él a mí: Tu ciudad, que está tan llena
de envidia que ya revienta el saco,
consigo me tuvo en la serena vida.

Vosotros, ciudadanos, me llamasteis Ciacco:
Por la dañina culpa de la gula estoy,
como tú ves, bajo la lluvia abatido:

y yo, triste alma, no estoy sola
que todas estas en igual pena están
por símil culpa, y no diré ya más nada.

Yo le repuse: Ciacco, tus penurias
me pesan tanto, que a lagrimear me llaman:
pero dime, si lo sabes, ¿En qué han de parar

los ciudadanos de la ciudad dividida?
Si hay alguno allí que sea justo; y dime la razón
que de tan gran discordia esté invadida.

Y él a mí: Después de largos debates
vendrán a verter sangre, y la parte de la selva
expulsará a la otra con gran ofensa.

Luego conviene a seguir que esta caiga
a los tres soles, y que la otra suba
con la fuerza del que por ahora calla.

Alta tendrá largo tiempo la frente
teniendo a la otra bajo imperio grave,
por lo que esta llora y por lo que se afrenta.

Justos hay dos, mas no los escucha nadie:
Soberbia, envidia y avaricia son
tres centellas que guardan los corazones ardiendo.

Aquí puso final a su llorosa voz
y yo le dije: quiero que más me enseñes,
y que de hablar me hagas presente.

Farinata y el Tegghiaio, que tan dignos fueron,
Jacobo Rusticucci, Enrique y el Mosca,
y a otros que a bien hacer se ingeniaron,

dime dónde están, y haz que los vea;
que me oprime de saber un gran deseo
si el Cielo los endulza o si los pudre el Infierno.

Y me dijo: Están entre las almas más negras;
diversa culpa los arrastra al fondo:
si a tanto desciendes los podrás ver.

Mas cuando tú estés en el dulce mundo
te ruego que a la memoria de otros me devuelvas;
más no te digo, y más no te respondo.

Los rectos ojos miraron de reojo,
miróme un trecho, inclinó la testa,
y cayó de bruces entre los otros ciegos.

Y el Conductor me dijo: Ya no ha de levantarse
hasta el sonar de la angélica trompeta,
cuando venga el poder adverso.

Cada uno encontrará su triste tumba,
recobrará su carne y su figura,
oirá la voz que por la eternidad resuena.

Y así cruzamos por la mezcla impura
de sombra y lluvia, con pasos lentos,
tratando un algo de la vida futura;

por donde dije: Maestro, estos tormentos
¿Serán mayores después de la gran sentencia,
o se harán menores, y serán tan ardientes?

Y él a mí: Vuelve a tu ciencia,
que quiere que, cuando la cosa es más perfecta,
más sienta el bien, como también la dolencia.

Aunque todas estas malditas gentes
no llegarán nunca a la perfección verdadera,
de allá, más que de acá, estar esperan.

Giramos en torno de aquel camino,
hablando mucho más de lo que digo:
llegamos al punto donde se desciende.

Allí encontramos a Plutos, el gran enemigo.

El Infierno: Canto VII

«Pape Satan, pape Satan Aleppe»,
comenzó Plutos con la voz clueca,
y aquel Sabio gentil, que lo conoce todo,

dijo para animarme: Que no te inquiete
el temor, que, por poder que tenga,
no te impedirá que desciendas esta roca.

Luego volvióse a aquellos airados labios,
y dijo: Cállate, maldito lobo:
Consúmete adentro con tu rabia.

No sin razón venimos a lo profundo:
Quiérese en lo alto, allá donde Miguel
tomó venganza de la soberbia tropa.

Como por el viento las hinchadas velas
caen derribadas cuando el mástil se quiebra,
tal cayó a tierra la acerba fiera.

Así bajamos al espacio cuarto
acercándonos más a la doliente ribera
que el mal del universo todo encierra.

¡Ay justicia de Dios! ¿Nuevos trabajos
y penas tanto amontonas, cuantas yo vi?
¿Y porqué nuestra culpa nos destruye así?

Como la ola allá sobre Caribdis
se estrella contra aquella que le viene en contra,
así aquí, forzadas, locas danzan las almas.

Aquí más que en otra parte vi mucha gente,
que de una banda a la otra con aullidos grandes,
con el pecho se arrojaban enormes cargas:

Se golpeaban uno al otro, y de allí luego,
cada uno volviéndose, recomenzaba atrás,
gritando: ¿Porqué acaparas? ¿Porqué derrochas?

Así rondaban por el tétrico anillo
desde un opuesto al otro extremo,
siempre gritando el injurioso estribillo.

Después, alcanzado el medio giro,
volvía cada uno por nueva justa.
Y yo que el corazón compungido tenía

dije: Maestro mío, hazme saber
qué gente es esta, y si son clérigos
los tonsurados aquí a la izquierda.

Y él a mí: Todos estos fueron tan miopes
de la mente, que en la vida anterior
ningún gasto hicieron con mesura.

Así su voz a ellos clara los declara:
cuando llegan a los dos puntos del cerco
que de la culpa contraria los separa.

Estos fueron clérigos, los que tienen la coronilla
pelada en la cabeza, y Papas y Cardenales,
a quienes de la avaricia los doblegó la soberbia.

Y yo: Maestro, entre estos tales
debiera yo reconocer bien a algunos,
que fueron inmundos de estos males.

Y él a mí: Adunas pensamientos vanos:
La villana vida que los hizo deformes,
a reconocerlos hoy los hace oscuros;

eternamente se darán de cornadas;
resurgirán estos del sepulcro
con el puño cerrado y estos otros con la crin rapada.

Mal dar y mal guardar, del bello mundo
los ha privado, y metido los ha en esta guerra;
que ya no hace falta más decir cuál sea.

Ahora, hijito mío, mira cuán breve es la vida
de los bienes encomendados a la Fortuna,
por los que tanto la gente se engríe y se disputa,

que todo el oro que hay bajo la Luna
y que ya hubo, de estas almas fatigadas
no podría sosegar a ninguna.

Maestro, le dije, dime todavía:
Esta Fortuna de que me hablas,
¿Cómo es que los bienes del mundo tiene tan entre las garras?

Y él a mí: ¡Oh locas criaturas,
cuánta es la ignorancia que os ofende!
Quiero que mi sentencia engullas:

Aquel, cuyo saber todo trasciende,
hizo los Cielos, les dio quien los conduzca
de modo que por toda parte esplenden,

distribuyendo la luz igualitariamente:
en forma semejante, del esplendor mundano
ordenó una ministro y conductora general,

que permutara a su tiempo los bienes vanos,
de pueblo en pueblo, de una a otra sangre,
por sobre los intentos del criterio humano.

Por donde una nación impera y otra languidece,
conforme al juicio de ella,
que oculta está como el áspid en la hierba.

Vuestro saber no se compara al de ella:
Ella procura, juzga y continúa
su reino, como cada dios el suyo.

Sus permutaciones no tienen tregua;
necesidad la obliga a ser veloz,
y así es común que una a otra suceda.

Esta es aquella que es crucificada
por quienes ya debieran alabarla,
maldiciéndola sin razón y a malas voces.

Pero ella es feliz consigo y no las oye:
con las otras primas criaturas siempre alegre,
gira su esfera, y bienaventurada goza.

Ahora pues a mayor dolor descendamos:
que caen todas las estrellas que al empezar
surgían, y está prohibido el mucho demorarse.

Atravesamos del círculo a la otra ribera,
sobre una fuente hirviente, y que vierte
en un arroyo que de ella deriva.

El agua era muy oscura sin ser negra,
y nosotros, en compañía de las ondas brunas,
fuimos bajando por una inusitada vía.

En un pantano viértese, el llamado Éstige,
regato triste, cuando ha descendido
al pie de las malignas playas grises.

Y yo, con la mirada intensa,
fangosa gente vi en aquel pantano,
desnudas todas y con semblante airado.

Se castigaban no con palmadas
mas a cabezazos, pechadas y patadas,
mordiéndose a dentadas, pedazo a pedazo.

El buen Maestro dijo: Hijo ahora mira
las almas de aquellos a quienes venció la ira:
y quiero que por cierto creas,

que bajo el agua hay gente que suspira,
y borbotean esta agua que está arriba,
como el ojo te dice, a donde gire.

Inmersos en el limo dicen: Tristes fuimos,
bajo el aire dulce que del Sol se alegra,
llevando adentro un amargado humo:

Ahora nos apenamos en este negro cieno.
Este himno barbotaban en el garguero
porque hablar no pueden con palabra entera.

Así en derredor de la fétida poza
fuimos girando entre la seca orilla y el fango
mirando atentamente a los que engullen barro;

y llegamos finalmente al pie de una torre.

El Infierno: Canto VIII

Digo pues, continuando, que mucho antes
de llegar al pie del alta torre,
nuestros ojos se fueron arriba hacia la cima,

por dos llamitas que allí veíamos brillar
y una a otra de lejos mandar señas,
tanto que a penas podía la vista apartar.

Y, vuelto al mar de todo sabio aviso
le dije: ¿Qué dice este fuego y qué responde
aquel otro? ¿y quiénes lo hacen?

Y él a mí: Por sobre las sucias ondas,
ya puedes atisbar lo que se espera
si el humo del pantano no lo esconde.

Cuerda no despidió de sí jamás saeta
que corriera tan veloz en el aire suelta,
como vi yo a una nave pequeñita

venir hacia nosotros por el agua aquella,
gobernada por sólo un piloto
que gritaba: ¡Haz llegado al fin alma perversa!

¡Flegias, Flegias, mi señor le dijo,
esta vez gritas en vano!
Más no nos tendrás sino es pasando el lodo.

Como aquel que un gran engaño percibe
le ha sido hecho, y luego se lamenta,
tal hizo Flegias, conteniendo la ira.

Mi Conductor descendió en la barca
y luego me hizo entrar al lado suyo,
mas sólo, cuando yo entré, sufrió la carga.

Luego que el Conductor y yo en el leño fuimos
se fue la antigua proa cortando
el agua, más que cuando a otros lleva.

Mientras surcábamos la corriente muerta,
ante nosotros se alzó uno de fango lleno,
y dijo: ¿Quién eres tú que vienes antes de hora?

Y yo a él: Así vengo, no me detengo,
pero tú que estás tan sucio ¿quién eres?
Respondió: Mira que soy uno que llora.

Y yo a él: Con el llorar y con el luto
quédate, espíritu maldito,
que te conozco aunque estés todo enlodado.

Extendió entonces las manos al leño:
pero el Maestro lo rechazó advertido
diciendo: ¡Vete de aquí con los otros perros!

Después el cuello me ciñó su brazo,
besóme el rostro y dijo: Alma indignada
bendita aquella que de ti fue encinta.

En el mundo este fue persona orgullosa,
bondad no hay suya que alguien recuerde:
por eso está aquí tan furiosa su sombra.

¡Cuántos creen allá arriba ser grandes reyes,
que aquí estarán, como cerdos en el barro,
dejando tras de sí horribles infamias!

Y yo: Maestro, estoy muy deseoso
de verlo sofocado en esta sopa
antes que nos salgamos de este lago.

Y él a mí: Antes de que la orilla
se deje ver de ti, serás saciado:
es justo que de tal deseo goces.

Entonces pude ver cuál estropicio
de él hicieron las fangosas gentes,
que aún a Dios alabo y agradezco.

Todos gritaban: «¡Ea Felipe Argenti!»;
y el florentino espíritu irritable
él mismo se hincaba con los dientes.

Allí lo dejamos, que más no cuento:
pues al oído me llegó un lamento
que me forzó a mirar atentamente hacia adelante.

El buen Maestro dijo: Ahora hijito mío
se acerca la ciudad de nombre Dite,
de pesados ciudadanos, grandes escuadras.

Y yo: Maestro ya sus mezquitas
bien adentro de este valle veo,
bermejas, como si del fuego salidas

fueran. Y él me dijo: El fuego eterno
que les arde adentro, las muestra rojas,
como tu puedes ver en este bajo infierno.

Al fin llegamos adentro de las altas fosas,
que vallan esa desolada tierra:
pensé que de hierro fueran los muros.

No sin rondar un giro grande primero
venimos al lugar donde con fuerza el remero
¡Salid, nos gritó, esta es la entrada!

Vi a más de mil sobre las puertas
del cielo llovidos, que irritadamente
decían: ¿Quién es este que sin la muerte

va por el reino de la muerta gente?
El sabio Maestro mío, hizo ademán
de querer hablarlos en secreto.

Abatieron un poco su gran desprecio
y dijeron: Ven tú sólo, y que aquel se vaya,
que así de osado entró en este reino.

Que se vuelva solo por la demente vía:
Pruebe si sabe; tú haz de quedarte aquí,
que fuiste su escolta en comarca tan sombría.

Piensa, lector, cómo quedé desconsolado
las malditas palabras oyendo,
que ya descreía de poder regresar nunca.

¡Oh amado Conductor mío, que más de siete
veces me has devuelto a seguro, y de peligros
grandes me has librado en los que estuve!

No me dejes, dije, así deshecho:
que si el más andar se nos niega
volvamos raudos sobre nuestros pasos.

Y aquel Señor que allí me había llevado
me dijo: No temas, que nuestro paso
nadie impedirlo puede: del tal nos fue dado.

Mas aquí espérame, y el espíritu perdido
conforta y alimenta de esperanza buena,
que no te dejaré en el mundo bajo.

Y así se va, y allí mismo me abandona
el dulce Padre, y yo quedé en la incierta duda,
que el si y el no en la mente me combaten.

Oír no pude lo que a ellos dijo:
mas no estuvo con ellos mucho tiempo,
que adentro todos a seguro se metieron.

Cerraron nuestros adversarios las puertas
ante el pecho de mi Señor, que quedó afuera,
y volvió hacia mi con lentos pasos.

Bajos los ojos y las cejas sin osadía
llevaba, y entre suspiros decía:
¿Quién me ha negado a las dolientes casas?

Y a mí medijo: Tú, porque irritado me ves
no te inquietes, que venceré la prueba,
fuese quien fuese el que la prohibición opuso.

Esta insolencia no es nueva
que ya la usaron ante una secreta puerta
que aún sin cerradura se encuentra.

Sobre ella has visto ya la escritura muerta:
Pero más acá de ella descendiendo el camino,
viene por los círculos sin escolta,

uno por quien se nos abrirá la puerta.

El Infierno: Canto IX

Aquel color que el temor mostró en mi rostro
al ver atrás mi Conductor volverse,
restringió muy rápido él en el suyo.

Atento como hombre a la escucha se detuvo;
porque el ojo era incapaz de divisar muy lejos
por la espesa niebla y por el aire negro.

Mas a nosotros corresponderá la victoria,
comenzó él: si no… así nos fue prometido.
¡Oh cuánto tarda en llegar el otro!

Bien percibí yo como él cubriera
su comenzar con lo que después dijo,
que fueron palabras de lo anterior diversas.

Mas con todo su decir pavor me indujo,
porque pensaba que sus palabras truncas
de peor sentido eran del que él les diera.

¿A este fondo de este triste abismo
bajó nunca alguno del grado primero,
cuya sola pena es la esperanza ida?

Esta pregunta le hice yo a él:
Raro es que alguno, me repuso, vaya
por el camino por el que ahora voy.

Verdad es que hubo otra vez cuando aquí vine
por conjuro de la Erictón cruda,
que convocaba las sombras a sus cuerpos.

Poco hacía que de mí la carne fuera nuda
que me hizo ella traspasar tras este muro
para sacar a un espíritu del círculo de Judas.

Ese es el lugar más bajo y más oscuro
que más lejos está del Cielo que gira el todo.
Bien sé el camino: pero quédate seguro.

Este pantano que expira tal hedor
ciñe en derredor a la ciudad doliente,
al que entrar ya no podremos sin ira.

Y otras cosas dijo, que ya no tuve en mente,
porque el ojo habíame atraído todo entero
la alta torre de cumbrera ardiente.

Salieron súbito de allí rápidamente
tres furias infernales tintas de sangre
de miembros y de gestos femeninos;

verdísimas hidras las ceñían:
sierpes y cerastas eran sus crines
que las feroces sienes restringían.

Y aquel que bien conocía a las sirvientes
de la reina del eterno llanto:
Observa, me dijo, las feroces Erinias.

Esta es Megera la del siniestro lado;
aquella que a la derecha llora es Alecto
Tisífona está en el medio, y callóse un tanto.

Con las uñas lascerábanse ellas el pecho;
con las manos se golpeaban y tan alto gritaban
que de miedo me estreché al Poeta.

Venga Medusa: a que así lo hagamos piedra,
decían todas mirando abajo;
que mal del asalto de Teseo nos vengamos.

Vuélvete atrás, y cúbrete los ojos;
que si sale la Gorgona y tú la vieras
ya no podrías volver nunca arriba.

Así dijo el Maestro; y volvióme
él mismo, y no confiando en mis manos
me los cerró aún con las suyas.

¡Oh vosotros que tenéis el intelecto sano
mirad la doctrina que se esconde
bajo el velo de los versos extraños!

Y ya venía subiendo por las fangosas aguas
un alboroto de espantoso sonido
que hacía temblar a las orillas ambas;

a la manera de un viento
que, impetuoso por adversos ardores,
hiere a las selvas, y sin tregua alguna

las ramas rompe, abate y arroja afuera:
y adelante polvoriento va soberbio,
y las fieras ahuyenta y los pastores.

Liberóme pues los ojos y dijo: Alza arriba
el nervio de tu rostro tras aquella espuma antigua
allá por donde el humo es más acerbo.

Como las ranas ante la enemiga
culebra por el agua se disparan todas
hasta que en el cieno cada una se encierra;

vi yo más de mil almas destruidas
huir así ante el paso de uno
que el Éstige cruzaba a pie enjuto.

Apartábase del rostro aquel aire espeso
extendiendo a menudo adelante la siniestra;
se veía que de sólo aquel pesar cansado estaba.

Bien comprendí que era del Cielo mensajero
y volvíme al Maestro, que me hizo seña
de quedarme quieto, y de inclinarme ante él.

¡Ah cuán parecióme de desprecio lleno!
Vino ante la puerta y con una varilla
la abrió, sin encontrar resistencia.

¡Oh arrojados de Cielo, despreciable gente!
así comenzó sobre el horrible umbral,
¿Cómo esta vuestra arrogancia persevera?

¿Porqué recalcitráis contra aquella voluntad
que nunca de su intento pudo ser movida
y que muchas veces os aumentó la pena?

¿De qué sirve cocear contra el destino?
Vuestro Cerbero, si bien os recordaís,
por ello tiene aún pelados el mentón y el cuello.

Luego volvióse por la sucia calle
sin decirnos nada; mas mostró apariencia
de hombre que otro cuidado más ciñe y acucia,

que aquel que es de quien tiene delante.
Y nosotros movimos los pies hacia la tierra,
seguros tras las palabras santas.

Adentro entramos sin ninguna guerra:
y yo que de mirar tenía deseo
la condición que tal baluarte encierra,

no bien estuve adentro, el ojo en torno envio:
y veo a todos lados un gran campo
de dolor lleno y de cruel tormento.

Como en Arles, donde se estanca el Ródano,
como en Pola cerca del Quarnero,
que Italia cierra y sus confines baña,

los sepulcros dan al campo variado aspecto:
así era aquí por todos partes,
salvo en el modo que era más amargo;

porque entre las tumbas había llamas esparcidas,
por ellas tan por completo inflamadas
más que lo fuera nunca fierro en una fragua.

Todas sus losas en sus puntales se alzaban,
y de allí salían durísimos lamentos
que bien parecían de míseros y atormentados.

Y yo: Maestro, ¿quiénes son estas gentes
que sepultados en estas arcas
sus suspiros dejan oír dolientes?

Y él a mi: Son heresiarcas
con sus secuaces, de toda secta, y muchas
más son las tumbas que no creyeras pobladas.

Igual con igual aquí están sepultos
y unas tumbas son más calientes que otras.
Y después que a la derecha se volviera,

pasamos entre los martirios y los altos muros.

El Infierno: Canto X

Entonces se fue por una estrecha calle
entre el muro del lugar y los martirios,
mi Maestro, y yo tras sus espaldas.

¡Oh virtud suma, que por los impíos giros
me conduces, comencé, como te place,
háblame, y mis deseos satisface!

La gente que en los sepulcros yace
¿podráse ver? Ya están alzadas
todas las losas, y no hay quien guarde.

Y él me dijo a mí: Todas quedarán cerradas
cuando de Josafat a este lugar regresen
con el cuerpo que allá arriba dejaron.

Su cementerio en esta parte tienen,
con Epicuro, todos sus secuaces
que el alma con el cuerpo morir hacen.

Pero a la pregunta que me haces
aquí dentro satisfecho serás luego,
y aún del deseo que tú me callas.

Y yo: Buen Conductor, si no he abierto
a ti mi corazón es por hablar poco;
que a ello antes de ahora me has dispuesto.

¡Oh Toscano, que por la ciudad del fuego
transcurres vivo hablando honestamente,
plúgate detenerte aquí en este sitio.

Por tu parla es claro y manifiesto
que en aquella noble patria habéis nacido,
a la cual tal vez fui asaz molesto.

Esta voz surgió súbitamente
de una de las arcas: y yo me arrimé,
temiendo, un poco más al Conductor mío.

Y él me dijo:¡Vuélvete! ¿Qué haces?
Míralo a Farinata que allí erguido,
lo verás de la cintura arriba entero.

Había ya fijado mi vista en su mirada:
y él se erguía del pecho y de la frente
como teniendo al Infierno en gran desprecio:

Y las animosas manos de mi Conductor prestas
fueron a impulsarme hacia él entre las tumbas,
diciendo: Que tus palabras sean claras.

Cuando al pie de su tumba junto estuve,
miróme un poco, y luego como desdeñoso
me preguntó: ¿Quiénes tus mayores fueron?

Yo, que de obedecer era deseoso,
no le oculté, mas se lo dije todo:
por donde las cejas alzó un poco;

luego dijo: Ferozmente adversos fueron
a mi, a mis padres y a mi partido,
tanto que por dos veces los eché dispersos.

Si los echaste, de todas partes volvieron,
le respondí, una y otra ambas las veces;
arte que los vuestros nunca bien aprendieron.

Entonces surgió a la vista descubierta
una sombra junto a él, hasta la barba:
creo que de rodillas se alzaba.

Miraba en torno mío, como teniendo deseo
de saber si alguien era conmigo;
y después de extinguidas sus sospechas

llorando dijo: Si vas por esta ciega
prisión por gracia de alto ingenio,
mi hijo ¿Dónde está? ¿Y porqué no va contigo?

Y yo a él: Por mi solo no vengo;
aquel, que allá espera, llévame por aquí;
a quien tal vez tu Guido tuvo en desprecio.

Sus palabras y el modo de su castigo
me habían hecho sospechar su nombre:
por eso la respuesta fue tan clara.

De pronto irguiéndose gritó: ¿Cómo
dijiste? ¿Tuvo? ¿Es que no vive todavía?
¿No hieren sus ojos la dulce luz del día?

Cuando advirtió cierta demora
que postergaba la respuesta,
cayó de bruces y ya no apareció más fuera.

Mas aquel otro magnánimo, a cuyo lado
me había quedado, no mudó de aspecto,
no movió el cuello, no inclinó el cuerpo.

Y así, continuando lo primero,
Si aquel arte, dijo, mal aprendido, guardan,
eso más me atormenta que este lecho.

Mas no será cincuenta veces alumbrado
el rostro de la mujer que aquí reina
que tú sabrás cuánto aquel arte pesa.

Y si tal vez al dulce mundo vuelves,
dime ¿Porqué aquel pueblo es tan impío
en contra mía en cada una de sus leyes?

Por donde yo a él: El estrago y la matanza
que dejó al Arbia teñido de rojo,
tal sentencia provoca en nuestro templo.

Luego que suspirando sacudiera la cabeza:
No estuve solo, dijo, ni por cierto
no sin razón con los otros me mantuve:

Mas yo fui el único, cuando aprobaron
todos arrasar toda Florencia,
que a defenderla estuve a rostro manifiesto.

¡Ah, que repose alguna vez vuestra simiente!
le dije, mas resuélveme este nudo,
en el que está enredado mi sentido.

Pues parece que tu vieras, si bien oigo,
adelante a lo que el tiempo traerá consigo,
aunque ves el presente de otro modo.

Vemos nosotros como el que tiene poca luz,
las cosas, dijo, que están lejanas;
como tanto aún nos alumbra el sumo Jefe;

cuando se aproximan o son, es todo vano
nuestro intelecto; y si nadie nos ilustra
nada sabemos de vuestro estado humano.

Por donde podrás ver, que enteramente muerto
estará nuestro saber en aquel punto
cuando del futuro quede cerrada la puerta.

Entonces como de mi culpa compungido,
dije: Dirás entonces a ese que ha caído
que su progenie está aún junto a los vivos.

Y si yo estuve en la respuesta mudo
hazle saber que así lo hice, porque pensaba
en el error que tú me has resuelto.

Pero ya mi Maestro reclamaba
que rogara al espíritu más prestamente
a que dijera quienes con él estaban.

Díjome: Con más de mil aquí yazgo,
aquí adentro está el segundo Federico
y el Cardenal, de los demás me callo.

Se ocultó entonces, y yo al antiguo
Poeta volví los pasos, repensando
en ese hablar que parecía enemigo.

El se movió, y después así andando
me dijo: ¿Porqué estás tan confuso?
Y yo le satisfice su demanda.

Que tu mente conserve lo que ha oído
en contra tuya, me recomendó aquel Sabio,
y ahora atiende a esto: y levantó el dedo.

Cuando estés delante del dulce rayo
de aquella, cuyos bellos ojos lo ven todo,
de ella sabrás de tu vida el viaje.

Luego su pie volvió a la izquierda:
el muro dejamos, y fuimos hacia el medio
por un sendero que a un valle lleva,

que hasta aquí arriba exhalaba su hedor.

El Infierno: Canto XI

Por el extremo de un alto risco
de grandes piedras rotas en círculo,
arribamos a una más cruel caterva:

y allí, por el ultraje horrible
de la fetidez que el profundo abismo arroja,
nos abrigamos detrás de la cubierta

de un gran sepulcro, donde vi una escritura
que decía: A Anastasio Papa encierro,
a quien Fotino arrastró del camino recto.

Nuestro descenso conviene que sea tardo,
para que antes se habitúe un poco el sentido
al triste hedor, y luego ya no haya que guardarse.

Así el Maestro; y yo: Alguna compensación,
le dije, busca para que el tiempo
no se pierda en vano; y él: En eso pienso.

Hijito mío, en medio de estas rocas,
comenzó a decir, hay tres menores círculos
de grado en grado, como los que has dejado.

Todos están llenos de espíritus malditos:
Pero para que después te baste la vista ,
entiende cómo y porqué están así circunscritos.

De toda maldad que al odio el cielo excita
la injuria es el fin, y todo tal propósito
con fuerza o con fraude a otro contrista.

Mas como defraudar es propio mal del hombre,
más desplace a Dios: por eso más abajo están
los fraudulentos, y mayor dolor los acosa.

De los violentos es todo el primer círculo;
mas como se violenta a tres personas,
en tres recintos fue dividido y construido.

A Dios, a sí, al prójimo, se pone
violencia, digo en la persona y en sus cosas,
como oirás con abiertas razones.

Muerte violenta y heridas dolorosas
en el prójimo se dan, y en sus haberes
ruinas, incendios y rapiñas dañosas:

por donde a homicidas y a todo el que mal hiere,
devastadores y ladrones, a todos atormenta
el primer recinto en diversas legiones.

Puede el hombre en sí poner mano violenta
y en sus bienes: y por eso en el segundo
recinto conviene que sin provecho se arrepienta

cualquiera que se priva de vuestro mundo,
juega y disipa su fortuna,
y llora allí donde debería estar jocundo.

Puédese violentar a la Deidad,
en el corazón negando o blasfemando de ella,
y despreciando la naturaleza y su bondad:

por eso el menor recinto marca con fuego
su sello a Sodoma y a Cahors
y a quien, de corazón, habla en desprecio de Dios.

Con el fraude, que a toda conciencia hiere,
puede el hombre abusar de quien confía,
y de quien a la confianza no da albergue.

En este modo segundo, parece que aún mata
el vínculo de amor que la naturaleza crea;
por donde en el círculo segundo anida

hipocresía, adulación y hechicería,
falsedad, latrocinios, simonía,
rufianes, truhanes y similares inmundicias.

En el primer modo, aquel amor se olvida
que la natura crea, y lo que después de agrega,
de lo cual la fe especial se cría:

y así en el círculo menor, donde está el centro
del universo, sobre el que se asienta Dite,
todo traidor eternamente se consume.

Y yo: Maestro, bien claramente
procede tu razón, y muy bien distingue
a este báratro y al pueblo que contiene.

Pero dime: los de aquel pantano cenagoso,
que arrasa el viento, y la lluvia azota
y se afrentan con tan grandes maldiciones,

¿porqué no dentro de la ciudad ardiente
son castigados, si Dios los tiene en su ira?
y si no los tiene, ¿porqué están en la parte aquella?

Y él a mí: ¿Porqué tanto delira,
dijo, el ingenio tuyo en contra de lo que suele?
¿O es que tu mente hacia otro lado mira?

¿No recuerdas las palabras
de las de tu Etica que a fondo trata
las tres disposiciones que rechaza el Cielo:

incontinencia, malicia y la bestialidad
demente? ¿y cómo incontinencia
menos ofende a Dios y menor censura gana?

Si observas bien esta sentencia,
y traes a la mente quienes son aquellos
que fuera de aquí sostienen penitencia,

bien verás porqué de estos felones
están separados, y porqué menos penosa
la divina venganza los martilla.

¡Oh Sol que sanas toda vista conturbada
me satisfaces tanto cuando así esclareces,
que, no menos que saber, dudar me agrada!

Vuélvete ahora un poco más atrás
dije yo, allá donde dijiste que la usura ofende
a la divina bondad, y el escollo resuelve.

La filosofía, me dijo, a quien la entiende,
nota y no sólo en un lugar,
cómo la naturaleza su curso prende

del divino intelecto y de su arte;
y si tú bien tu Física recorres
encontraras no lejos de unas páginas

que vuestro arte, a él, en cuanto puede,
sigue, como al maestro el que aprende,
y así vuestro arte de Dios es casi el nieto.

De estos dos, si traes a tu mente
la Génesis del principio, conviene
concordar su vida y avanzar la gente.

Y como el usurero otro camino sigue,
a la natura en sí, y a su secuaz
desprecia, pone así en otra parte su esperanza.

Mas sígueme ahora, que apresurarnos me place:
ya los Peces se deslizan sobre el horizonte,
y todo el Carro sobre el Coro yace,

y el promontorio un poco más allá desmonta.

El Infierno: Canto XII

Era el lugar, donde a bajar la cuesta
venimos, montañoso, y por quien allí estaba,
era tal, que toda mirada le sería esquiva.

Como aquella ruina, cuyo flanco
de acá de Trento azotó el Adigio,
o por terremoto o de base falta,

que de la cima del monte, despeñóse,
al valle, y allí tal está quebrantada
que alguna senda ofrece al que bajara;

así por aquel precipicio era el descenso:
y en la cumbre de la rota pendiente
la infamia de Creta tendida estaba,

concebido que fue de falsa vaca;
cuando nos vio, se mordió a sí mismo
como aquel a quien la ira por dentro atrapa.

Mi Sabio al verlo le gritó: ¿Por ventura
crees que está aquí el duque de Atenas,
que allá en el mundo te dio muerte?

Apártate, bestia, que este no viene
amaestrado por tu hermana,
sino por ver las penas vuestras.

Como el toro rompe el lazo de sus patas
cuando el golpe mortal ha recibido,
que huir no puede, mas aquí y allá se revuelve,

así de igual vi yo volverse al Minotauro,
y aquel prudente me gritó: Corre al desfiladero;
mientras está furioso, bueno es que bajes.

Así nos fuimos por el derrumbe
de aquellas piedras, que más se movían
bajo mis pies, por la nueva carga.

Iba yo pensativo y me dijo: Tú piensas
tal vez en esta ruina que está guardada
por aquella ira bestial por mi vencida.

Quiero ahora que sepas, que la otra vez
que descendí yo allá, al bajo infierno,
esta roca aún no estaba cascada.

Mas ciertamente poco antes, si bien discierno,
que Aquel viniera, que la gran presa
arrebató a Dite del círculo superno,

por todas partes el alto valle hediondo
tembló tanto que yo pensé que el universo
sintiera amor, por lo cual hay quien crea

que muchas veces el mundo volvió al Caos;
y en aquel punto esta vieja roca
revuelta fue aquí y en otras partes.

Mas fija los ojos abajo, que se acerca
el río de sangre, en el que hierve
todo el que por violencia a otro daña.

¡Oh ciega avidez!, ¡Oh loca ira,
que tanto nos acucia en la corta vida,
y en la eterna luego a tanto nos inmola!

Vi entonces un amplia fosa en arco conformada
como corona que todo el llano abraza,
como me había dicho mi escolta:

y entre el pie de la roca y ella, en hilera
corrían Centauros armados de saetas
como solían en el mundo salir de caza.

Viéndonos callar, se detuvieron,
y tres se separaron de la hilera
ya con arcos y flechas preparados:

y uno gritó de lejos: ¿A qué martirio
venís vosotros, los que bajáis la cuesta?
Decidlo ahora, o el arco suelto.

Mi Maestro dijo: La respuesta
a Quirón se la daremos, aquí y de cerca:
funesta fue siempre tu precipitada osadía.

Después me tocó y dijo: Aquel es Neso,
el que murió por la bella Deyanira,
y él mismo, de sí mismo, creó venganza.

Y aquel del medio que el pecho se mira,
es el gran Quirón, nutricio de Aquiles:
aquel otro es Folo, que fue tan lleno de ira.

En torno al foso van de a miles
asaeteando a las almas que se salen
de la sangre más de lo que su culpa tolera.

Nos acercamos a aquellas ágiles fieras:
Quirón tomó una flecha, y con la contera
echó las barbas detrás de sus quijadas.

Descubierta entonces la enorme boca
dijo a sus colegas: ¿Os habéis dado cuenta
que el de atrás mueve todo lo que toca?

Así no hacen los pies de los muertos.
Y mi buen Maestro que hasta el pecho le llegaba
donde las dos naturalezas se conciertan,

repuso: Sí, que está vivo, y yo solamente
debo mostrarle el sombrío valle:
necesidad lo lleva, y no placer.

Una que interrumpió su aleluya
fue la que me encomendó este oficio nuevo:
No es él ladrón, ni yo alma ratera.

Mas por aquella virtud, por la cual muevo
mis pasos por tan salvaje senda,
danos uno de los tuyos por compañero

que nos indique un lugar de paso
y que a éste en las ancas lleve,
que no es espíritu que por el aire vuele.

Quirón se volvió a la derecha tetilla
y dijo a Neso: Ve y así los guía
y hazlos transar si se os opone otra tropa.

Nos movimos con la escolta adicta
por el largo de la bermeja orilla,
donde chillaban los que allí hervían.

Vi gente sumergida hasta las cejas;
y el gran Centauro dijo: Estos son tiranos
que de la sangre vivieron y del poseer robado.

Aquí se lloran los despiadados daños;
ved allí a Alejandro y al Dionisio fiero
que vivir hizo a Sicilia dolorosos años.

Y aquella frente de pelo tan negro
es Azzolino; y aquel otro que es rubio
es Obezzo de Este, que de verdad

fue muerto por su hijastro allá en el mundo.
Entonces me volví al Poeta el cual me dijo:
que éste te valga ahora primero y yo segundo.

Un poco más allá el Centauro se detuvo
cerca de una gente que hasta la garganta
salir de aquel hervidero se veían.

Nos mostró una sombra apartada y sola
diciendo: Hirió este en el regazo de Dios
al corazón que en el Támesis aún se honra.

Después vi gente que fuera del río
sacaban la cabeza y aun todo el pecho:
y de estos reconocí a muchos.

Y así poco a poco se hacía menos profunda
aquella sangre que ya sólo los pies cocía;
y allí fue de aquel foso nuestro paso.

Así como de esta parte tú contemplas
que el caldo hirviente va disminuyendo,
dijo el Centauro, quiero que sepas

que en esta otra orilla más y más hunde
su fondo hasta que al final llega a aquel punto
donde concierne que la tiranía gima.

La divina justicia allí castiga
al que de la tierra fue flagelo, Atila,
y a Pirro y Sexto; y eternamente exprime

lágrimas por el hervor derramadas,
a Renato de Corneto y a Renato Pazzo,
que en los caminos hicieron tanta guerra.

Entonces se volvió y repasó el vado.

El Infierno: Canto XIII

No había aún de allá llegado Neso,
cuando nos metimos en un bosque
no señalado por sendero alguno.

No verdes frondas, mas de color oscuro,
no rectas ramas, sino nudosas y enredadas,
no había frutas, sino espinas venenosas.

Ni en tan ásperos bosques moran, ni en tan espesos,
aquellas fieras salvajes que aborrecidos tienen
los cultivados campos entre Cecina y Corneto.

Aquí su nido hacen las tétricas Arpías,
que de las Estrofíades echaron los Troyanos,
con triste anuncio de futuros daños.

Alas tienen anchas, y cuello y rostro humanos,
pies con garras, y el gran vientre emplumado:
lanzan lamentos sobre los árboles extraños.

Y el buen Maestro: Antes que más te adentres,
sabe que te hallas en el segundo recinto,
comenzó a decirme, y aquí estarás,

hasta que veas el arenal horrible.
Por tanto atento mira, y así verás
cosas que darán fe de mis palabras.

De todos lados oía gemidos
y no veía a nadie que gimiera:
por donde temeroso me detuve.

Yo creo que él pensaba que yo creía
que tantas voces, de la espesura, eran
de gentes que de nosotros se ocultaban.

Sin embargo, dijo el Maestro, si quiebras
de una de estas plantas una rama,
la idea que tienes verás que es errada.

Extendí entonces la mano hacia adelante
y una ramita cogí de un gran endrino:
y su tronco gritó: ¿Porqué me quiebras?

Quedó entonces de oscura sangre teñido
y volvió a gritarme: ¿Porqué desgarras?
¿No tiene tu espíritu piedad alguna?

Hombres fuimos y ahora nos han hecho plantas:
bien debería ser más piadosa tu alma
aunque fuéramos de sierpes almas.

Como el tizón verde, que encendido
en un extremo, por el otro gotea,
y chilla en el soplo que arroja fuera,

así del leño aquel brotaban juntas
sangre y palabras: así dejé caer
la rama, y me detuve como el que teme.

Si éste hubiera podido creer primero,
repuso el Sabio mío, ¡Oh alma herida!,
lo que antes había visto en mis rimas,

no habría hacia ti alargado el brazo;
mas lo increíble de la cosa hízome
inducirlo a obrar, lo que a mi mismo pesa.

Mas dile quien tú fuiste, que así por manera
de enmienda, tu fama refresque
allá en el mundo, a donde tornar puede.

Y el tronco: Si con dulces palabras me llevas,
callar no puedo; a vosotros que no os pese
porque un poco a razonar me entretenga.

Yo soy aquel que tuvo las dos llaves
del corazón de Federico, y que las giré
abriendo y cerrando tan suave,

que de su confianza a todo hombre aparté:
mi fidelidad puse en aquel glorioso oficio,
tanta que allí perdí venas y pulsos.

La meretriz, que no apartó nunca
del palacio de César sus ojos putos,
peste común, y de las cortes vicio,

enardeció en contra mía todas las almas,
y los enardecidos enardecieron tanto a Augusto,
que el feliz honor tornaron en triste luto.

Mi espíritu por desdeñoso gusto,
creyendo en el morir huir el desprecio,
injustamente en contra mía me hizo justo.

Por las nueve raíces de este leño
os juro que jamás falté a la confianza
de mi señor, que fue de honor tan digno.

Y si alguno de vosotros al mundo vuelve,
reafiance mi memoria, que aún yace
bajo el golpe que le dio la envidia.

Esperó un poco el Poeta y luego:
Puesto que calla, me dijo, no te demores;
mas háblale y pregúntale, si más te place.

Y yo a él: Pregúntale tú ahora
de lo que creas que más me satisfaga;
que no podré yo: tanta piedad me adolora.

Entonces comenzó: Si cumplimos contigo
liberalmente lo que tu pedido ruega,
espíritu encarcelado, que aún te plazca

decirnos como el alma se amarra
en estos nudos; y dime si puedes
si alguna nunca de tales miembros se suelta.

Entonces sopló fuerte el tronco, y luego
ese viento se hizo voz:
Brevemente os daré respuesta.

Cuando se aparta el alma feroz
del cuerpo, del que ella misma se arranca,
Minos la envía a la séptima fosa.

Cae en la selva, sin lugar elegido;
mas allí donde la fortuna la lanza,
allí germina como semilla de espelta;

surge en retoño, y en silvestre planta.
Las Harpías luego de sus hojas paciendo,
causan dolor, y al dolor dan vía abierta.

Como todos, vendremos por nuestros despojos,
pero no para que alguno los vista de nuevo:
no es justo que el hombre posea lo que se quitó.

Aquí los acarrearemos, y en esta triste
selva quedarán nuestros cuerpos suspendidos,
cada uno del endrino de la sombra tan molesta.

Estábamos todavía junto al tronco en espera,
creyendo que algo más nos diría,
cuando nos sorprendió un rumor,

parecido al que venir siente
el jabalí y la caza hacia su sitio,
que la jauría oyen y el fragor del ramaje.

Y luego aparecieron dos del siniestro lado
desnudos y lacerados, huyendo tan a prisa
que de la selva todas las ramas rompían.

El de adelante: acude ya, acude muerte.
Y el otro que tanto no corría,
gritaba: Lano, tan ágiles no tenías

las piernas en el torneo del Topo.
Y porque falto tal vez de aliento,
hizo un cosa de sí y de un arbusto.

Detrás de él la selva estaba llena
de negras perras, corriendo hambrientas
como lebreles que han perdido la cadena.

En aquel que se ocultó echaron los dientes
y lo despedazaron parte tras parte;
y se llevaron luego aquellos miembros dolientes.

Me tomó entonces mi escolta de la mano
y llevóme hasta el arbusto que lloraba,
por las heridas ensangrentadas en vano.

¡Oh Jacobo de san Andrés!, decía,
¿Con qué provecho me tomaste por refugio?
¿Qué culpa tengo yo de tu vida criminal?

Cuando el Maestro cerca de él estuvo
dijo: ¿Quién fuiste tú que por tantas puntas
soplas con sangre doloroso discurso?

Y él a nosotros: ¡Oh almas que habéis venido
a contemplar el desonesto estrago
que a mis tantas frondas de mí ha separado!

Recogedlas al pié del triste arbusto.
Yo fui de la ciudad que por el Bautista
trocó su primer patrono: el cual por ello

con su arte siempre la tendrá contrista:
y si no fuera que en el puente del Arno
aún se conserva una imagen suya,

los ciudadanos, que otra vez la fundaron
de las cenizas que de Atila quedaron,
todo su trabajo hubieran hecho en vano.

Yo me hice de mi propia casa un patíbulo.

El Infierno: Canto XIV

Condolido por el amor de mi lugar natal,
me di a recoger la dispersa fronda
y a retornarla a aquel cuya voz desvanecía.

De allí llegamos al confín donde se parte
el segundo recinto del tercero, y donde
se ve de la justicia horrible arte.

A bien manifestar las cosas nuevas,
digo que llegamos a un áspera llanura
de cuyo manto a toda planta destierra.

La dolorosa selva le es guirnalda
en torno, como el triste foso a aquella;
detuvimos el paso allí, al borde mismo de la playa.

El espacio era un arena árida y espesa,
semejante a aquella otra
que fue del pie de Catón hollada.

¡Oh venganza de Dios, cuánto debes
ser temida por todo aquel que lee
lo que entonces apareció a mis ojos!

De almas desnudas vi un gran rebaño
llorando todas juntas miserablemente,
y al parecer sujetas a diversas leyes.

Supinas yacían en tierra algunas gentes,
sentadas otras en total encogimiento,
y otras caminaban continuamente.

Las que giraban de continuo eran mayoría
y menos las que yacían bajo el tormento
aunque el dolor más la lengua les soltaba.

Por todo el arenal, en forma lenta,
llovían grandes copos de fuego,
como cae la nieve en la montaña si no hay viento.

Como Alejandro en aquellas ardientes tierras
de la India vio sobre su ejército caer
llamas que en el suelo firmes yacían,

por lo que mandó pisotear el suelo
a la tropa, pues los febriles efluvios
separados mejor se extinguían,

tal descendía el sempiterno ardor;
y así la arena ardía, como yesca
bajo el pedernal, y duplicaba el dolor.

Sin reposo nunca era la loca danza
de las miserables manos, aquí y allá
apartando de sí el renovado calor.

Y comencé: Maestro, tu que venciste
todo, salvo aquellos duros demonios
que a la entrada nos hicieron frente,

¿Quién es aquel grande que al parecer no cura
del incendio, y yace retorcido y desdeñoso
como si no lo hiriera la lluvia?

Y aquel mismo percatado
que de él yo a mi Guía preguntaba
gritó: Como vivo era, tal soy muerto.

Si fatigara Jove a su herrero de quien
atormentado tomó el agudo rayo
con el que en mi último día fui azotado;

o si fatigara a los otros día tras día
del Mongibelo de hocicos negros,
clamando “Buen Vulcano, ayúdame, ayúdame!”,

así como en la pelea de Flegra hiciera
y me clavara saetas con su fuerza entera:
aún así no obtendría de mi una feliz victoria.

Entonces el líder mío habló con tal vehemencia
como yo nunca con tanta fuerza lo había oído:
Oh Capaneo, en lo mismo que no se amengua

tu soberbia, está tu castigo;
ningún martirio, fuera de tu misma rabia,
sería a tu furor dolor cumplido.

Luego volvióse a mí con mejor labia
diciendo: Ese fue uno de los siete reyes
que asediaron Tebas; y tuvo y aún tiene

a Dios en desprecio, y no parece que ruegue;
pero, como a él le dije, sus despechos
son en su pecho una bien debida llaga.

Ahora ven detrás mío, y nuevamente cuida
de no poner los pies sobre la ardiente arena;
mas cuida del bosque tener los pies al borde.

Callados fuimos allá donde brotaba
fuera del bosque un breve riachuelo
cuya rojez todavía me horripila.

Cual del Bulicame sale un arroyuelo
que comparten entre si las pecadoras,
tal por la arena allá corría su curso.

Su fondo y ambas sus orillas
eran de piedra, y las márgenes alzadas,
por lo que comprendí que por allí el paso era franco.

Entre todas las cosas que te he enseñado,
desde que por aquella puerta ingresamos
cuyo umbral a nadie le es negado,

tus ojos no han visto cosa alguna
más notable como el presente río,
que sobre sí todas las llamas amortigua.

Estas palabras fueron de mi Conductor
y entonces le rogué que me entregara el alimento
del que entregado el hambre ya me había.

En medio del mar hay un arruinado país,
dijo él entonces, llamado Creta,
bajo cuyo rey ya fuera el mundo casto.

Tiene una montaña antaño feliz
en aguas y en verde fronda, llamada Ida,
y que hoy está yerma como una cosa vieja.

Rea la hubo elegido como segura cuna
de su hijito, y por mejor celarlo,
cuando lloraba, que dieran gritos hacía.

Dentro del monte yérguese en pie un anciano
que hacia Damiata vuelta tiene la espalda
y a Roma mira como a su espejo.

Su testa de fino oro está formada
y de pura plata brazos y pecho,
luego es de bronce hasta la entrepierna;

de allí hasta abajo es de fino hierro,
salvo que de terracota es el pie derecho;
se apoya en éste, más que en el otro, erecto.

Cada parte, excepto el oro, está rota
en una fisura de donde lágrimas llora
que reunidas perforan aquella gruta.

Su curso en este valle cae de roca en roca;
formando el Aqueronte, el Éstige y el Flegetonte;
luego se va por este conducto estrecho,

y en fin, allá donde ya más no se desciende,
forma el Cocito, y cual sea ese estanque
tu lo verás, que aquí nada se cuenta.

Y yo a él: Si este reguero
derívase así de nuestro mundo,
¿porqué aflora sólo solamente en esta orilla?

Y él a mí: Sabes que este lugar es redondo;
y aunque hayas andado mucho,
por el siniestro lado siempre hacia el fondo,

aún no has dado vuelta por el cerco todo;
por donde si alguna cosa nueva te parece,
que no haya sorpresa en tu rostro.

Y yo aún: Maestro, ¿se encuentra dónde
el Flegetón y el Lete? Que del uno callas,
y del otro dices estar hecho de esas lágrimas.

Tus preguntas cierto me placen todas,
repuso, mas el hervir del agua roja
bien debería resolverte una.

Verás el Lete, mas fuera de esta fosa,
allá donde a lavarse van las almas
y la culpa arrepentida se les trueca.

Luego me dijo: Ya de apartarse es la hora
del bosque; que vengas tras de mi procura;
no estando ardidos, los bordes nos son ruta,

y sobre ellos todo el vapor se esfuma.

El Infierno: Canto XV

Nos lleva ahora una de las duras márgenes:
y el humo del arroyo tal niebla les hace
que del fuego salva el agua y las orillas.

Como los Flamencos entre Gante y Brujas,
temiendo las olas que se les avanzan
levantan diques para que el mar se aleje;

y al igual que los Paduanos a lo largo del Brenta
para amparar sus castillos y pueblos
antes que el Carentana el calor sienta;

de tal manera estas riberas,
aunque no eran tan altos ni tan gruesas,
cualquiera fuese quien las construyera.

Ya de la selva nos habíamos alejado tanto
que no podía verla desde donde estaba
aunque me hubiera vuelto a mirar atrás,

cuando de almas encontramos una hilera
cada una, viniendo por la ribera,
mirándonos como suele en la noche

mirarse uno al otro bajo la luna nueva,
y para así vernos aguzaban la vista
como mira el viejo sastre al ojo de la aguja.

Escrutados así por esa tal familia
de uno fui conocido, que me tomó
por el ruedo y me gritó: ¡Maravilla!

Y yo, cuando zafé de su brazo,
fijé tanto la vista en su cocido aspecto,
que aún a pesar de su abrasado rostro

pude reconocerlo en mi intelecto;
e inclinando hacia su faz la mía
respondíle: ¿Vos aquí, maestro Brunetto?

Y él: Hijito mío, no te desplazca
si Brunetto Latino contigo un poco
se retrasa y deja al tropel que vaya.

Y yo le dije: Cuanto pueda os lo ruego;
y si queréis que juntos nos sentemos
lo haré, si place a aquel que va conmigo.

Hijito mío, dijo, si alguno de este rebaño
hace alto un instante, luego por cien años
queda sin defensa bajo el fuego que lo hiere.

Mas sigue adelante, que yo iré a tu lado,
y luego alcanzaré a mi manada,
que va llorando sus eternos daños.

No osaba yo bajar de la orilla
para andar a su par; mas inclinado el rostro
llevaba en gesto deferente.

Y comenzó: ¿Qué fortuna o destino
antes del último día aquí te trae?
y ¿quién es aquel que apunta el camino?

Allá arriba, en la vida serena,
le respondí, me perdí en un valle
antes que mi edad fuera plena.

Sólo ayer de mañana le volví la espalda;
este me apareció, cuando me volvía al valle,
y recondújome aquí por esta calle.

Y él a mi: Si sigues tu estrella
errar no puedes el glorioso puerto
como bien advertí en la vida bella;

y si no hubiera tan pronto muerto,
viendo el cielo para ti tan benigno,
confortado en tu obra yo te hubiera.

Pero aquel ingrato pueblo maligno
que desciende de Fiésole ab anticuo
que mucho tiene de monte y piedra,

será, a causa de tu buen obrar, tu enemigo;
y es de razón, porque entre ásperos serbales,
no es conveniente disfrutar del dulce higo.

Una vieja fama en el mundo los llama ciegos,
avara gente, envidiosa y soberbia:
de sus costumbres guárdate pulcro.

Tu fortuna tanto honor te reserva
que unos y otros tendrán hambre
de ti; pero que lejos del pico sea la hierba.

Hagan las bestias fiesolanas de sí mismas
pasto; y que no toquen la planta
si aún alguna en su estiércol crezca,

de la cual renazca la semilla santa
de aquellos Romanos que aún quedaron
cuando se hizo nido de malicia tanta.

Si plenamente mi deseo se cumpliera
le respondí, vos no estaríais todavía
de la humana naturaleza puesto fuera;

que fijo en la mente guardo, y me contrista
ahora, la querida y buena imagen paterna
de vos cuando en el mundo, de tanto en tanto,

me enseñabais cómo se inmortaliza el hombre:
y cuanta gratitud de ello guardo, mientras viva,
es necesario que mi lengua lo discierna.

Lo que narráis del curso de mi vida grabo,
y lo guardo para glosarlo con otro texto
a dama que sabrá, si a ella arribo.

Solo quiero que os sea manifiesto,
para que mi conciencia no reproche,
que a la Fortuna, lo que quiera, yo estoy presto.

No es nuevo a mis oídos tal presagio:
pero gire su rueda como le plazca
la Fortuna, y el villano su azada.

Mi maestro entonces vuelta su mejilla
a la derecha, volvióse y mirándome
me dijo: Bien escucha quien lo acota.

No obstante continúo hablando
con maese Brunetto, y quienes son le pregunto
sus compañeros más nobles y famosos.

Y me dijo: Saber de alguno es bueno;
de los otros mejor será callarse,
que a tanta charla el tiempo sería corto.

En suma, sabe que son clérigos todos
y grandes literatos y de gran fama,
de un mismo pecado sucios.

Prisciano va con esa turba mezquina,
y Francisco de Accorso también; y si de ver
esa tiñosa caterva tendrías el deseo

verás aquel que por el siervo de los siervos
fue trasladado del Arno al Bacchiglione
donde dejó sus mal extendidos nervios.

Más hablaría, pero el viaje y el sermón
alargarse más no puede, porque ya veo
surgir nuevo humo del arenal.

Vienen gentes con las que estar no deseo,
Séate recomendado mi Tesoro
en el que vivo todavía, y nada más pido.

Volvióse luego, y parecía uno de aquellos
que corren en Verona el palio verde
en la campiña; y parecía ser de aquellos

que ganan, y no de los que pierden.

El Infierno: Canto XVI

Estaba ya donde se oía el estruendo
del agua que caía en el siguiente giro
semejante al rumor de las colmenas,

cuando juntas tres sombras se apartaron,
corriendo, de un tropel que pasaba
bajo la lluvia del áspero martirio.

Venían a nosotros, y cada una gritaba:
Detente, tú, que por el ropaje pareces
ser uno de nuestra tierra depravada.

¡Ay de mi! Qué plagas vi en sus miembros,
recientes y viejas, producidas por las llamas!
Todavía me duele de solo recordarlas.

A sus gritos mi doctor se detuvo:
Volvió su rostro a mi y: Ahora espera,
dijo, con estos corresponde ser cortés.

Y si no fuera el fuego que asaeta
la naturaleza del lugar, yo diría
que más a ti que a ellos valdría la prisa.

Así que nos detuvimos, recomenzaron ellos
el anterior verso; y cuando a nosotros llegaron
entre los tres formaron una ronda.

Como los campeones solían hacer, nudos y untos,
sondear la presa y buscar ventaja,
antes de entrar al castigo y al combate,

así rondando, cada uno el visaje
me dirigía, de modo que contrario al pie
el cuello hacía continuo viaje.

Si la miseria de este arenoso sitio
torna en desprecio a nos y a nuestros ruegos,
comenzó uno, y el negro aspecto y lo desnudo,

que nuestra fama pliegue tu alma
para decirnos quien eres, que los pies vivos
por el infierno friegas tan seguro.

Este, cuyas huellas perseguir me ves,
por más que desnudo y excoriado vaya
fue de mayor rango de lo que creyeras:

fue nieto de la buena Gualdrada,
Guido Guerra tuvo por nombre, y en su vida
con su talento hizo mucho y con su espada.

El otro, que junto a mi la arena pisa,
es Tegghiajo Aldobrandini, cuya voz
allá en el mundo debería ser agradecida.

Y yo, que en cruz con ellos estoy puesto,
Jacobo Rusticucci fui, y por cierto
mi fiera esposa me dañó más que nadie.

Si hubiera estado a cubierto del fuego,
abajo me hubiera lanzado entre ellos,
y creo que el doctor lo habría sufrido;

mas, como yo sería quemado y cocido,
venció en mi el miedo al buen anhelo
que de abrazarlos me tenía tenso.

Después comencé: No desprecio sino pena
vuestra condición dentro de mi provoca,
tanta que tarde se desvanecerá toda,

luego que este mi señor me dijo
palabras por las que yo comprendí
que tal cual sois, tal era la gente que venía.

De vuestra tierra soy, y siempre siempre
vuestra obra y los honrosos nombres
he retenido y escuchado con afecto.

Dejo las hieles y voy por las dulces pomas
que mi veraz Conductor me ha prometido;
pero antes es preciso descender hasta el centro.

Así largamente porte tu alma
sus miembros, continuó aquel todavía,
y así después brille tu fama,

dinos si cortesía y valor aún moran
en nuestra ciudad como solían,
o si del todo han sido echadas fuera;

porque Guillermo Borsiere, que con nosotros
sufre desde hace poco, y va con los otros,
tanto con sus historias nos tortura.

La nueva gente y las súbitas ganancias
orgullo y desmesura han engendrado,
Florencia, en ti, tanto que ya te plañes.

Así grité con el rostro alzado;
y los tres, que la respuesta entendieron,
miráronse uno al otro como quien se asombra.

Si en ocasiones com ésta tan poco te cuesta,
respondieron todos, satisfacer preguntas,
¡Feliz de ti, que dices lo que sientes!

Pero, si sales de este lugar oscuro,
y a ver las bellas estrellas vuelves,
cuanto te plazca decir ¡Allí estuve!

haz que de nosotros los hombres hablen.
De allí, quebraron la ronda, y huyeron
tan velozmente, que alas parecían sus piernas.

Un amén no hubiera podido decirse
en el breve tiempo en que se fueron,
por lo que al maestro pareció bien irnos.

Yo lo seguía, y poco habíamos ido,
cuando el fragor del agua fue tan vecino
que de hablar apenas nos oiríamos.

Como aquel río que hace camino
del Monte Viso hacia el levante,
en la siniestra costa del Apenino,

que se llama Acquacheta arriba, que antes
de derramarse allá en el bajo lecho,
y en Forli de ese nombre quedar vacante,

allá atruena sobre San Benedetto
y de los Alpes cae en un solo rugiente salto
en vez de un millar de cascadas quietas;

así, por abajo de un risco quebrado,
hallamos tronando aquella teñida agua,
tanto que en poco tiempo el oído nos hiriera.

Tenía yo en torno ceñida una cuerda,
con la que alguna vez hube pensado
atar la pantera de la manchada piel.

Una vez que desatada la tuve,
como mi Conductor me había ordenado,
se la alcancé arrollada y replegada.

Entonces él volviéndose al derecho lado,
y algo alejado de la orilla
la arrojó abajo en aquel profundo abismo.

Preciso es que a novedad convenga,
dije entre mi, un nuevo signo
que el maestro con ojo atento espera.

¡Ay! ¡Cuán cautos debieran ser los hombres
con los que no sólo ven los actos externos,
sino que por dentro la mente ven con el intelecto!

Y me dijo: Pronto vendrá aquí arriba
lo que yo espero y tu mente sueña;
pronto conviene que a tu vista se descubra.

Siempre ante la verdad que cara tiene de mentira,
debe el hombre sellar sus labios tanto como pueda,
de modo de no pasar sin culpa vergüenza;

pero aquí callar no puedo; y por las líneas
de esta comedia, lector, te juro,
si ellas no fueran de larga fama privadas,

que vi por aquel aire grueso y oscuro
venir por la alto una figura nadando,
maravillosa aún para el corazón seguro,

como del fondo regresa el marinero
tal vez de soltar el atrapada ancla
de un escollo o de otra cosa en la mar trabada,

que extiende el brazo y la pierna encoge.

El Infierno: Canto XVII

¡He aquí la fiera de aguzada cola,
que traspasa montes y abate muros y armas!
¡He aquí la que corrompe al mundo entero!

Así empezó a hablarme mi Guía;
y le indicó que se arrimara a la orilla,
donde morían los hollados mármoles.

Y aquella inmunda imagen del engaño
vino, y acercó la testa y el tronco,
pero a la orilla no allegó la cola.

Su rostro era el de un varón justo,
tan benigna era por fuera la piel,
y de serpiente todo el restante cuerpo;

vellosas hasta la axila eran sus zarpas,
la espalda y el pecho y ambos costados
de lazos y escudos salpicados.

De más colores, en fondos y relieves,
no habido nunca tela Turca o Tártara,
ni hubo tal otra que Aracnea preparara.

Como se ven a veces las barcas en la orilla
que en parte sumergidas y en parte están en tierra,
y como allá entre los golosos Tudescos

el castor a lanzar su guerra se apresta,
así la pésima fiera se tenía en el borde
de piedra que al arenal encierra.

En el vacío la entera cola agitaba
curvando en alto la ponzoñosa horca,
que a modo de escorpión la punta armaba.

El Conductor dijo: conviene que se tuerza
nuestro camino un poco hacia esta
fiera malvada que allá se tiende.

Bajamos pues por el lado diestro,
y diez pasos dimos hacia el extremo
borde, para evitar la arena y la hoguera.

Y cuando cerca de la fiera fuimos,
algo alejados del horno, sobre la arena
vimos gente sentada cabe el abismo.

Aquí el maestro: A fin de que plena
experiencia de este recinto obtengas,
me dijo, anda y ve cómo están éstos.

Que sean breves tus parlamentos;
y en tanto vuelves, hablaré con esta
para que nos conceda sus hombros fuertes.

Así entonces sobre la extrema testa
del séptimo círculo muy solo
anduve a donde estaba la gente triste.

De los ojos fuera manaba su dolor;
de aquí, de allá eludiendo con las manos
ya los vapores, ya el ardiente arena;

no de otro modo en el verano hacen los perros
con el hocico o con las zarpas, cuando mordidos
de las pulgas, o de las moscas o de los tábanos.

Mirando atentamente a muchos de ellos
que el doloroso fuego azotaba,
a nadie reconocí; pero advertí entonces

que del cuello les pendía un saquito
de cierto color y signo marcado,
y a sus ojos al parecer deleitoso.

Y cuando vine entre ellos mirando,
en una bolsa amarilla vi un azul
que de león tenía la cara y el aspecto.

Después, prosiguiendo mi encuesta
vi otra bolsa como de sangre roja,
con una oca más que manteca blanca.

Y uno, que de una puerca azul y gruesa
signado tenía su saquito blanco,
me dijo: ¿Qué haces tú en esta fosa?

Ahora vete; y porque aún estás vivo
sabe que mi vecino Vitallano
ha de sentarse aquí a mi siniestro flanco.

Entre estos Florentinos yo soy paduano:
a cada rato me aturden las orejas
gritando: “Venga el caballero soberano,

que en la bolsa lleva tres picos”.
Aquí torció la boca y sacó fuera la lengua,
como el buey cuando se lame el hocico.

Y yo temiendo que el mucho estar ofendiese
al que de poco estar me había advertido,
volví la espalda a esas almas tan miserables.

Hallé a mi Guía trepado
del fiero animal sobre las ancas,
y me dijo: Sé fuerte y osado.

En esta clase de escala bajaremos ahora;
monta delante que quiero estar en el medio
a fin de que la cola no pueda hacerte daño.

Como el que ya cerca el asalto siente
de la cuartana, y yale blanquean las uñas.
y tiembla entero sólo de presentir la fresca,

así estaba yo al oír tales palabras;
pero me avergonzaron sus amenazas,
las que ante un buen señor dan fuerza al siervo.

Tomé asiento sobre aquellas espaldazas;
y quise de decir, pero la voz no me vino
como yo quería: Por favor abrázame.

Pero mi Guía que otras veces me mantuvo
en otros riesgos, así que hube subido
en los brazos me estrechó y me sostuvo;

y dijo: Gerión muévete ya:
la ruta es larga, que sea lento el descenso:
piensa en la nueva carga que llevas.

Como sale el barquito de su lugar
retrocediendo de a poco, así la bestia se apartó;
y cuando sintióse libre del todo

volvió la cola donde antes tenía el pecho,
y movió tensa la cola como una anguila,
y con los brazos se atrajo el aire.

Miedo mayor no tuvo, creo,
Faetón cuando soltó las riendas
por quién el cielo, como aún se ve, se tostó;

ni cuando Ícaro sintió de los riñones
soltarse las plumas de la derretida cera,
y le gritaba el padre: ¡Mal camino llevas!,

cuanto fue el mío, cuando me vi volando
en el inmenso aire, y vi que no veía
ninguna cosa más que la fiera.

Ella se va nadando lenta lenta;
gira y desciende, pero yo nada veo
sino que al rostro y desde abajo me aventa.

Sentía yo el torbellino a la derecha
bramar debajo nuestro un horrible trueno,
por lo que incliné hacia abajo la cabeza.

Entonces más me espantó el precipicio
cuando vi fuegos y sentí llantos,
y me recogí en mí temblando entero.

Y vi después lo que antes no veía
el descender y rodar entre grandes males
aproximándose de todas partes.

Como el halcón que ha volado harto
sin ver reclamo ni ave alguna
hace exclamar al cetrero: «¡Ay! ¿que ya bajas?»

desciende laso de moverse tanto
en rondas ciento, y se posa lejos
de su maestro, desdeñoso y colérico;

así posóse Gerión en el fondo,
justo al pie de una estallada roca,
y, descargadas nuestras personas,

se alejó como se aleja una flecha.

El Infierno: Canto XVIII

Hay lugar en el Infierno llamado Malebolge
todo de piedra de color ferroso,
como la cerca que lo envuelve en torno.

En el mismo centro del maligno campo
hay un vacío bien ancho y profundo,
de cuya estructura me ocuparé en su lugar.

El cerco entonces que resta es redondo
entre el pozo y el borde de la orilla dura,
y está dividido en diez valles el fondo.

Así como, por salvaguardia de los muros,
más y más fosos ciñen los castillos,
y la parte donde están forma el diseño,

tal imagen aquí hacían aquellos;
y como en tales fortalezas del umbral
a la orilla de afuera hay puentecillos,

así de la cima de la roca parten puentes
que atraviesan las márgenes y el foso
hasta el pozo central que los trunca y los recoge.

En este lugar, expulsados del lomo
de Gerión, estábamos; y el poeta
tomó la izquierda y yo detrás me puse.

A la derecha mano vi nueva miseria,
nuevo tormento y nuevos verdugos,
de que la primera fosa era repleta.

En el fondo estaban los pecadores desnudos;
la mitad primera nos daba la espalda,
la otra más veloz hacia nosotros venía;

como los Romanos que por la muchedumbre
del jubileo, al cruzar el puente
hacen pasar con orden a la gente,

y de un lado todos dan la frente
hacia el castillo y van a San Pedro,
del otro todos van hacia el monte.

De acá, de allá, sobre la férrea piedra,
vi demonios cornudos y con grandes fustas,
que los azotaban cruelmente por detrás.

¡Ay de mi! ¡Cómo se movían las piernas
al primer azote! pues ya ninguno
esperaba el segundo, ni el tercer golpe.

Mientras andaba, mis ojos se toparon
con uno de ellos; y le dije al punto:
No es la primera vez que a este veo.

Por lo que a bien fijarlo me detuve;
mi dulce Conductor lo hizo al mismo tiempo,
y aún me concedió retroceder un tanto.

Y el azotado creyó ocultarse
bajando el rostro; más le valió poco
pues le dije: Oh tú que abajo vuelves el ojo,

si las facciones que portas no son falsas,
Venedico eres tú, Caccianemico,
mas ¿qué te trajo a tan picantes salsas?

Y él a mí: De mala gana lo digo:
mas fuérzame tu verba clara
que me recuerda el mundo antiguo.

Yo fui quien a Ghisolabella
conduje a complacer al marqués,
sean como las habladurías sean.

Y no soy el único boloñés que aquí lloro,
antes este lugar está tan lleno,
que tantas lenguas no hay tan prestas

a decir sipa entre el Savena y el Reno;
y si de ello quieres fe o testimonio
trae a memoria nuestro avaro seno.

Así hablaba cuando lo azotó un demonio
de su escuadra, y le dijo: ¡Anda,
rufián! aquí no hay mujeres de cuño.

Volvíme a mi compañía;
luego en pocos pasos llegamos
allá donde un puente de la barranca salía.

Ágilmente a él nos subimos;
y vueltos a la derecha sobre su áspero lomo
de aquellos giros eternos nos partimos.

Cuando llegamos a donde hay un hueco
debajo para dar paso a los forzados,
el Conductor dijo: Detente, y haz que fijen

en ti la vista estos mal natos,
de los que todavía no viste el rostro
porque con nuestro rumbo marchaban.

Desde el viejo puente veíamos la fila
de los que hacia nosotros venían por la otra banda,
castigados por la fusta de igual manera.

Y el buen maestro, sin que yo se lo pidiera,
me dijo: Mira aquel grande que viene
y por el dolor no parece que lágrimas derrame:

¡Cuán majestuoso aspecto aún retiene!
Es Jasón, que por corazón y coraje
privó a los Cólquides del vellocino.

Pasó por la isla de Lemnos
luego que las impiadosas féminas audaces
a todos sus varones dieran muerte.

Allí con ardides y adornadas palabras
engañó a Hipsípila, la jovencita
que antes había engañado a todas las demás.

Allí la dejó, preñada, abandonada;
tal culpa y tal martirio lo condena;
y también de Medea se obra venganza.

Con él van todos los que así engañan:
y que esto baste del primer valle
saber, y de los que en él atrapa.

Estábamos ya donde la estrecha calle
con el recinto segundo en cruz se engarza,
a nuevo arco haciéndole espalda.

Aquí vimos gente que se lamenta
en nueva fosa y con el hocico hoza
y a sí misma con las manos se agravia.

Los bordes estaban incrustados de un moho
producto del vaho que allí se empasta
y que a la vista y a la nariz ultraja.

El fondo es tan umbrío, que no se alcanza
a verlo si no trepando al dorso
del arco, donde más el puente destaca.

Allí llegamos; y allá abajo en el foso
vi gente sumergida en estiércol
como salido de letrinas humanas.

Y mientras tenía allá abajo el ojo atento
vi a uno tan de mierda enlodado
que no sabía si era clérigo o laico.

El cual me gritó: ¿Porqué tanto ahínco
de mirarme a mí más que a los otros brutos?
Y yo a él: Porque, si bien me acuerdo,

te he visto antes con el cabello enjuto,
y eres Alejo Interminei de Luca:
por eso más te miro que a los otros.

Y él entonces, golpeándose el coco:
Aquí me han sumergido las lisonjas
de las que nunca se cansó mi lengua.

Después el Conductor: Avanza,
me dijo, un poco la cabeza
para que bien puedas ver el rostro

de aquella inmunda y licenciosa esclava
que se rasca con las merdosas uñas,
que ora se apoya y ora de pie se guarda.

Es Tais, la puta, que respondió
a la pregunta de su macho: ¿Tengo méritos
grandes a tus ojos? ¡Y aún maravillosos!

Y desde ahora queden nuestras miradas saciadas.

El Infierno: Canto XIX

¡Oh Simón mago! ¡Oh míseros secuaces
que las cosas de Dios, que de bondad
deben ser esposas, y vosotros rapaces

por oro y por plata adulteráis,
conviene ahora que por vos suene la trompa
ya que en la tercera fosa os encontráis!

Estábamos ya en la siguiente tumba,
subidos en aquella parte del puente
que sobre el centro del foso cae aplomo.

¡Oh Sabiduría suma! ¡Cuán grande arte
muestras en el Cielo, en la Tierra y en el mal mundo,
y con cuánta equidad tu virtud compartes!

Vi en las paredes y en el fondo de la fosa
llena la piedra lívida de agujeros
de igual anchura, y cada uno era redondo.

No me parecían más amplios ni mayores
que los que están en mi bello San Juan,
hechos para pilas de bautismo;

una de los cuales, y no hace muchos años,
rompí yo por uno que adentro se ahogaba:
y que esto sirva de sello para que nadie se engañe.

Fuera de la boca de cada hoya sobresalían
de cada pecador los pies y las piernas
hasta la corva, el resto adentro quedaba.

De todos se abrasaban las plantas
y por eso agitaban las coyunturas tanto
que hubieran roto cuerdas y espartos.

Como suelen las llamas correr por las cosas untas
moviéndose por la corteza externa,
tal ardían allí desde el talón hasta las puntas.

¿Quién es aquel, maestro, que se atormenta
agitando más las piernas que sus consortes,
dije yo, y a quien más roja llama reseca?

Y él a mí: Si quieres que te lleve
allá abajo por aquella roca que más desciende,
de él sabrás, de sí y de sus entuertos.

Y yo: Bien me parece lo que te place;
tú eres el amo, y sabes que no me aparto
de tu querer, y conoces lo que me callo.

Llegamos entonces al recinto cuarto;
giramos y bajamos a la siniestra,
allá, hacia el fondo estrecho y perforado.

El buen maestro me tenía de sus ancas
sin apartarme, y así me llevó hasta el hoyo
de aquel que tanto gemía con las patas.

¡Oh! ¡Quienquiera seas que lo alto tienes abajo,
alma triste plantada como una estaca,
comencé a decir, si puedes habla!

Yo estaba como el fraile que confiesa
al pérfido asesino, quien, clavado en tierra,
lo reclama para que la muerte se aleje.

Y él gritó: ¿Ya estás aquí muerto,
ya estás aquí muerto, Bonifacio?
Por algunos años me mintió el escrito.

¿Eres tú tan pronto de aquel tener saciado
por el que no temiste llevar a engaño
a la bella dama, para luego destruirla?

Yo me quedé como aquellos que están,
por no entender lo que han oído,
confundidos, y responder no saben.

Respóndele ya, dijo Virgilio,
‘No soy, no soy el que tú crees’
y yo le dije tal como me fue impuesto.

Entonces el espíritu retorció los pies;
y luego, suspirando y con voz de llanto
me dijo: Entonces ¿qué de mí quieres?

Si de saber quien sea yo te urge tanto,
como para venir hasta esta orilla,
sabe que fui investido del gran manto;

y verdadero hijo fui de la Osa,
y tan ávido de hacer trepar a los oseznos
que en el mundo embolsé, y aquí metíme en bolsa.

De mi cabeza abajo hay otros que llegaron
antes de mi y simonía cometieron,
y entre las fisuras de la piedra están chatos.

Allá abajo me hundiré yo mismo cuando
venga aquel que yo creía que tú eras,
en el momento que hice la súbita pregunta.

Pero por más tiempo mis pies se habrán tostado
y de este modo habrán estado al revés,
que lo estará él plantado y quemándose sus pies:

porque tras él vendrá de poniente,
de obrar más inmundo, un pastor sin ley,
que nos habrá de cubrir a ambos, a mí y a él.

Nuevo Jasón será, como el que se lee
en los Macabeos; y como de aquel fue blando
su rey, así será con él quien en Francia reina.

No sé si entonces fui yo necio en exceso,
pero le respondí en estos términos:
¡Ay! Dime ahora, ¿Cuánto dinero quiso

Nuestro Señor antes de que a San Pedro
le dejara las llaves en su poder?
En verdad nada le pidió sino ‘Ven detrás de mí’.

Ni Pedro ni los demás pidieron a Matías
ni oro ni plata cuando fue sorteado
a ocupar el lugar que perdió el alma perversa.

Pero quédate ahí, que estás bien castigado;
y guarda bien la mal ganada moneda,
que contra Carlos te hizo ser tan atrevido.

Y si no fuese que aún me lo impide
la reverencia de las soberanas llaves
que en la feliz vida tú tuviste,

emplearía aún más duras palabras;
pues vuestra avaricia entristece al mundo,
pisoteando a los buenos y ensalzando a los malos.

De vos, Pastores, se acordó el Evangelista,
cuando la que está sentada sobre las aguas
putañear con reyes por él fue vista;

la que nació con las siete testas,
y con los diez cuernos tuvo el dominio,
mientras la virtud agradó a su marido.

Vos tenéis Dios de oro y argento,
¿Y cuán diversos sois de los idólatras
sino que ellos a uno, y vos adoráis a ciento?

¡Ay Constantino! ¡De cuánto mal fuiste madre,
no al convertirte, sino por aquella dote
que de ti recibió el primer rico padre!

Y mientras ya le cantaba esta sonata,
sea que la ira o la conciencia que le mordiera,
fuertemente respingaba ambas patas.

Bien creo yo que a mi Conductor placía,
quien con tan contento rostro atendía
el son de las veraces palabras dichas.

Entonces me tomó con ambos brazos;
y luego que me tuvo en alto contra su pecho,
remontó el camino por el que antes bajara.

No se cansó de tenerme así estrechado,
así me llevó hasta el medio del arco
que del cuarto al quinto reparo era trayecto.

Allí suavemente depositó la carga,
suave sobre la áspera y ríspida roca,
que hasta a las cabras fuera duro sendero.

Allí un nuevo foso me fue descubierto.

El Infierno: Canto XX

De nueva pena me toca hacer los versos,
y tratar el tema del veinteno canto
del cántico uno, que es de los inmersos.

Estaba ya dispuesto por entero,
a contemplar el descubierto fondo,
que se bañaba de angustioso llanto;

y gente vi por el hondón redondo
venir, callando y lagrimeando, al paso
lento de las letanías de este mundo.

Inclinado mi rostro abajo hacia a ellos,
observé asombrado que estaban retorcidos
cada uno entre el mentón y el pecho.

que el rostro a las espaldas tenían vuelto
y para atrás venir les era necesario
porque ver hacia delante no podían.

Tal vez por fuerza alguna vez de perlesía
se retorciera así acaso alguno;
pero yo no lo he visto, ni creo que lo sea.

Si a Dios le place, lector, que obtengas fruto
de tu lectura, entonces piensa por ti mismo,
cómo podría tener yo el rostro enjuto,

cuando nuestra figura ya de cerca
vi tan torcida, que el llanto de los ojos
les bañaba las nalgas por la espalda.

Cierto yo lloraba, apoyado en una de las rocas
del duro puente, tanto que mi escolta
me dijo: ¿También tú eres de los insensatos?

Aquí vive la piedad cuando está bien muerta;
¿Quién es más perverso sino a quien
el divino juicio contrista?

Alza la cabeza, álzala y mira a aquel por quien
se abrió ante los ojos tebanos la tierra;
y le gritaban todos: ‘¿A dónde caes,

Anfiarao? ¿Por qué abandonas la guerra?’,
y no paró de despeñarse en el valle
hasta llegar a Minos que a cada uno aferra.

Mira que ha hecho de su pecho espaldas;
por querer ver delante en demasía,
ahora hacia atrás mira y retrocede la calle.

Mira a Tiresias, que cambió el semblante
cuando de macho se hizo hembra
también mudando todos sus miembros;

y más tarde con la vara tuvo
que abatir las dos serpientes unidas,
antes de recobrar el masculino vello.

Aronte, que usa el vientre como espalda,
es quien en los montes de Luni, donde tala
el carrarés que en la falda habita,

tuvo entre blancos mármolest gruta
y morada; de donde a ver las estrellas
y el mar la mirada no era trunca.

Y aquella que su cubre las mamas,
que tú no ves, con las trenzas sueltas,
y de este lado tiene toda la piel velluda,

fue Manto, que buscó por muchas tierras;
y al fin se detuvo donde yo he nacido;
por lo que un poco me place que me atiendas.

Luego que su padre saliera de la vida
y cayera esclava la ciudad de Baco,
erró ella por el mundo un tiempo largo.

Arriba en la Italia bella, hay un lago,
al pie de los Alpes, que a la Alemania ciñe
sobre el Tirol, que por nombre tiene Benaco.

Por mil fuentes, creo, y aún por más se baña,
entre el Garda, Val Canónica y el Apenino,
con el agua que en dicho lago se estanca.

Un lugar hay en el medio, donde el trentino
pastor y el de Brescia y el Veronese
bendecir podría, si tomara ese camino.

Sigue Peschiera, fuerte y bello castillo,
que enfrentado a los de Brescia y Bérgamo
está donde la orilla más abajo desciende.

Allí es necesario que todo cuanto desborda
lo que el seno del Benaco no soporta
se forme abajo en un río para verdes pastos.

Luego que vuelve el agua a seguir su curso
no ya Benaco, sino Mincio se llama hasta
el Governolo, donde en el Po se derrama.

A poco correr una hondonada encuentra
en donde el agua en un pantano se estanca
y en el verano suele hacerse malsana.

Entonces, la feroz virgen pasando,
vio tierra en medio del pantano,
sin cultivo y de habitantes desnuda.

Allí, para huir de todo consorcio humano,
detúvose con sus siervos a ejercer sus artes,
allí vivió, y allí dejó su cuerpo vano.

Luego los hombres, de los alrededores,
se acogieron a aquel lugar, bien protegido
por al pantano que lo rodeaba.

Hicieron ciudad sobre esos huesos muertos,
y, por aquella que escogió el lugar primero,
Mantua la llamaron, sin consultar otra suerte.

Ya antaño muchas fueron sus gentes,
antes que la necedad de Casalodi
de Pinamonte engaño recibiese.

Por lo que te advierto, que si oyeras
de otra forma el origen de mi tierra
que la verdad no sea vencida por el fraude.

Y yo: Maestro, tus razonamientos
me son tan ciertos y ganan tanto mi fe,
que otros serían para mi consumidas brasas.

Pero dime, de la gente que avanza,
si ves alguno digno de nota;
que a sólo eso insiste mi mente.

Entonces dijo: Aquel que de las mejillas
tiende la barba sobre las espaldas brunas
fue – cuando era Grecia de varones priva

que casi no los había en las cunas –
augur, y dio la señal junto con Calcas
en Aulide de cortar la primera amarra.

Se llamó Euripilo, y así lo canta
mi elevada tragedia en algún lugar;
tú bien lo sabes que la tienes toda en la memoria.

Aquel otro que en los flancos es tan poca cosa,
Miguel Scot fue, quien en verdad
del fraude mágico bien se sabía la nota.

Mira a Guido Bonatti; mira a Asdente,
que haberse dedicado a la suela y a la lezna
ahora querría, pero tarde se arrepiente.

Ve a las tristes que dejaron la aguja
la lanzadera y el huso, y se hicieron adivinas;
hicieron hechizos con hierbas y figuras.

Pero ven ahora, que ya llega a los lindes
de ambos hemisferios, y toca la onda
detrás de Sevilla, Caín con las zarzas;

ya ayer a la noche estuvo la Luna redonda:
debes bien recordarla, que no te hizo daño
esa vez por la selva oscura.

Así me hablaba en tanto íbamos caminando.

El Infierno: Canto XXI

Así de puente en puente, de otras cosas hablando,
que de cantarlas mi comedia no se cuida,
seguimos; y llegamos a la cima, donde

nos detuvimos para ver la otra fisura
del Malebolge, y llantos otros vanos;
y la vi admirablemente oscura.

Como en el arsenal de los Venecianos
hierve en invierno la tenaz pez
para empalmar los leños que no están sanos,

que navegar no pueden – en cuya vez
hay quien hace su nueva nave, y quien de otra,
que muchos viajes hizo, llena los lados de estopa;

hay quien remacha la proa, quien lo hace en la popa;
otro hace remos, otro retuerce maromas;
quien repara el palo de menor o de mesana – ;

así, no por el fuego sino por divino arte
hervía allá abajo una espesa brea
que embadurnaba los orillas por todas partes.

Yo la veía, pero no veía en ella
sino las ampollas que el hervor alzaba,
hinchábase entera, y desplomábase flaca.

Mientras yo fijo hacia abajo miraba,
mi Conductor exclamando ¡Cuidado!¡Cuidado!
me atrajo a sí del lugar donde yo estaba.

Me volví entonces como quien se tarda
en ver lo que le conviene huir
y a quien el miedo súbito acobarda,

que por mirar se demora en partir;
y vi detrás de nosotros un diablo negro
venir corriendo por el puente.

¡Ay! ¡Cuán fiero era su aspecto!
¡Y qué ademanes traía acerbos,
extendidas las alas y el pie ligero!

Su hombro, puntiagudo y soberbio,
cargaba un pecador a horcajadas,
al que tenía por el pie agarrado del jarrete.

Desde nuestro puente dijo: ¡Oh Malebranche!,
¡he aquí uno de los ancianos de santa Zita!
Mételo abajo, que de nuevo vuelvo

a aquella tierra que está tan bien provista:
allí estafadores son todos, menos Bonturo;
que del no, por el dinero, hacen ita.

Abajo lo arrojó, y por el duro puente
se volvió; y nunca hubo mastín suelto
con tanta prisa en perseguir al ladrón.

El otro se hundió, y resurgió curvado;
pero el demonio que en el puente se escondía
gritó: ¡Aquí no ha lugar el Santo Rostro!

¡De otro modo se nada aquí que en el Serchio!
Pero si no quieres sentir nuestros garfios
no te asomes por encima de la brea.

Luego de hincarlo con cien garfios
le dijeron: Conviene que oculto aquí bailes
de modo que, si puedes, ocultamente arrebates.

No de otro modo los cocineros a sus vasallos
hacen que dentro de las ollas hundan
la carne con los tenedores para que no floten.

El buen maestro: Para que no te vean
que estás aquí, me dijo, ocúltate allá
tras esa roca, que algún reparo te otorgue;

y por nada con lo que a mí se ofenda
no temas tú, que yo estoy conciente de todo,
que en tumultos como este ya estuve antes.

Luego de allí pasó a la cabeza del puente;
y llegado arriba sobre la orilla sexta,
menester le fue tener sólida frente.

Con aquel furor y aquel ímpetu
con que los perros salen contra el mendigo,
que se detiene quieto y de lejos pide,

salieron ellos debajo del puentecillo
volviéndose en su contra con todos sus arpones;
mas él gritó: ¡Que ninguno de vosotros se atreva!

Antes que vuestros garfios me hieran,
venga uno de vosotros ante mi a oírme,
y luego que me arpone si su criterio lo aconseja.

Todos gritaron: ¡Que vaya Malacoda!
por lo que uno se movió, los otros quietos,
y acercándose a él le dijo: ¿Qué le aprovecha?

¿Crees tu Malacoda, que ha verme
has venido, dijo mi maestro,
seguro ya de tener la fuerza toda,

sin el acuerdo divino y sin el destino propicio?
Déjame pasar, que es voluntad del cielo
que a otro enseñe yo este salvaje camino.

Entonces su orgullo quedó tan vencido
que dejó ante sus pies caer los garfios
y dijo a los otros: Que no sea herido.

Y mi Conductor a mi: Tú que te escondes
tras de las rocas del puente quieto quieto,
aproxímate a mi desde ahora seguro.

Entonces me moví y a él rápidamente vine;
y los diablos todos se acercaron tanto
que yo temí que no observaran lo pactado;

así una vez vi yo temblar a los infantes
que salían rendidos de Caprona,
viéndose rodeados de enemigos tales.

Me adherí con toda mi persona
junto a mi Conductor , y no apartaba la vista
de la traza de ellos que no era buena.

Bajaron los garfios y ¿Quieres que lo toque?
decían uno al otro, ¿Sobre el lomo?
Y respondían: Sí, haz que se le clave.

Pero el demonio que sostenía la charla
con mi Conductor , volvióse prestamente
y dijo: ¡Quieto! ¡Quieto, Scarmiglione!

Después a nosotros: Ir mas allá por este
puente no se puede, porque yace
destrozado el fondo del sexto recinto.

Mas si proseguir adelante os place
seguid por esta cornisa escarpada;
cerca hay otro puente que el camino abre.

Ayer, cinco horas después que ahora,
mil doscientos con sesenta y seis
años hace que esta ruta fue rota.

Hacia allá envío algunos de los míos
a observar que nadie se tienda;
id con ellos, que no serán malignos.

Adelante, Alichino y Calabrina,
comenzó a decir, y tú Cagnazzo;
y que Barbariccia guíe la decena.

Libicocco venga luego y Draghignazzo,
Ciriatto, colmilludo y Graffiacane
y Farfarello, y el loco de Rubicante.

Buscad en torno de la hirviente brea;
que estos lleguen salvos al siguiente puente
que pasa enteramente sobre el hondo pozo.

¡Ay de mi! ¿Qué es lo que veo?
dije yo, ¡Por Dios! Vayamos sin escolta solos
si sabes ir; que yo a esta no la quiero.

Si te has dado cuenta, como sueles,
¿No ves como rechinan sus dientes
y con el fruncido ceño amenazan duelos?

Y él a mí: No quiero que te espantes;
déjalos que a su antojo rechinen,
que así lo hacen por los que están hirviendo.

Ellos por la izquierda orilla vuelta dieron;
pero antes cada uno se apretó la lengua,
con los dientes, hacia el jefe, haciendo señas;

y este había hecho de su culo una trompeta.

El Infierno: Canto XXII

Yo he visto a caballero levantar campo,
pasar revista, comenzar asalto,
y otras veces batirse en retirada;

correrías vi en vuestra tierra,
¡Oh aretinos! y los vi incursionando,
herir en los torneos, y correr en justas;

ora con trompetas, ora con campanas,
con tambores, y señales de castillos,
con costumbres nuestras y con extrañas;

mas antes nunca con corneta tan rara
vi a caballero mover los peones,
ni nunca nave a señal de tierra o estrella.

Íbamos nosotros con los diez demonios
¡Ay que fiera compañía! Mas en la iglesia
con santos, y en la taberna con glotones.

Pero toda mi atención se dirigía a la empega,
a fin de ver del círculo todo su espacio,
y la gente que era allí escaldada.

Como los delfines, cuando hacen señas
al marino con el arco de la espalda,
que se apresuren a salvar el barco,

de igual manera, por aliviar la pena,
sacaba alguno de los pecadores el dorso
y se ocultaba en menos que destella un rayo.

Y como a la orilla del agua de un charco
están las ranas con la trompa fuera,
ocultando las patas, y la parte gruesa,

así estaban por todos lados los pecadores;
mas en cuanto Barbariccia se acercaba,
se retraían veloces bajo el hervor.

Yo vi, y aún mi corazón se conturba,
a uno retardarse, como en el charco sucede
que una rana queda afuera y otra se oculta;

y Graffiacane, que le estaba más cerca,
lo ensartó por la embreada cabellera,
y lo sacó fuera como se pesca una nutria.

Yo conocía ya de todos el nombre,
pues los registré cuando fueron elegidos,
y cuando entre sí se llamaban, miraba cómo.

¡Eh Rubicante! ¡Muévete y plántale
el garfio en la espalda, y desuéllalo!
gritaban todos juntos los malditos.

Y yo: Maestro, haz, si puedes,
que averigües quien es el desgraciado
caído en manos de sus enemigos.

Mi Conductor se acercó a su costado,
y demandóle de dónde fuese, el cual repuso:
Yo en el reino de Navarra nací.

Mi madre, que me puso al servicio de un señor,
de un mezquino me había engendrado,
destructor de sí mismo y de sus cosas.

Después fui cortesano del buen rey Tebaldo:
Y allí me dediqué a timar con sus favores
de lo que rindo razón en este caldo.

Y Ciriatto, a quien de la boca salía,
como a puerco, de ambos lados colmillos,
le hizo sentir lo bien cómo uno solo hería.

Entre malos gatos hacía caído el topo;
pero Barbariccia lo encerró en los brazos
y dijo: Quedaos allí, mientras lo ensarto.

Y volviendo a mi maestro el rostro
díjole: Pregunta aún si más deseas
saber de él, antes que otro lo aniquile.

Mi Conductor entonces: Dime pues, de otros reos
¿Conoces a alguno que sea latino
bajo la brea?. Y aquel: De alejarme vengo

poco ha, de uno que fue de allá vecino.
Ojalá estuviera como él aun cubierto,
y sin temor ni de uñas ni de arpón.

Y Libicocco: Demás le hemos permitido,
dijo; enganchóle el brazo con el arpón
y tan fuerte, que se llevó el antebrazo.

Draghignazzo también vino a golpearle
en las piernas; pero el Decurión en jefe
calmo los miró en torno con mal fruncido ceño.

Cuando ellos un poco calmados se hubieron,
a aquel, que aún miraba su muñón,
preguntó mi Conductor sin demora:

¿Quién es aquel del que mal dejaste
abajo para tú venir a flote?
Y él respondió: Fue fray Gomita,

el de Gallura, vaso de todo fraude
que tuvo a los enemigos de su dueño en la mano,
y así hizo con todos que todos le alabaron.

Tomó el dinero y los dejó indultados,
como él mismo dice; y de otros encargos
prevaricador fue y no pequeño, mas soberano.

Lo frecuenta don Miguel Zanche
de Logodoro; y a conversar de Cerdeña
no se cansan nunca sus lenguas.

¡Ay de mi! Ved al otro que rechina,
hablaría más, mas mucho temo
que se preparara a rascarme la tiña.

Y el gran jefe, volviéndose a Farfarello,
que desorbitaba los ojos por lacerar,
dijo: ¡Quédate a un lado, pájaro malvado!

Si más queréis ver o escuchar,
recomenzó el espantado preso,
haré venir a toscanos o a lombardos,

pero que Malebranche apartado se mantenga,
y que la venganza de ellos no teman:
y yo, quedándome en este mismo sitio,

por uno que yo soy, siete haré venir,
con un silbido, como es nuestro uso
cuando alguno se sale afuera.

Cognazzo levantó el hocico al oírlo
meneando la cabeza y dijo: ¡Mira que picardía
ha maliciado este para de nuevo sumergirse!

Mas él, de quien las trampas eran gran riqueza,
respondió: Malicioso soy en demasía
cuando me busco a mí mismo mayor tristeza!

Alichino no se contuvo y retrucando
a los otros, le dijo: Si tú te caes,
no vendré detrás de ti al galope,

antes agitaré sobre la pez las alas.
Quédate en la orilla, y que el ribazo sean tu escudo,
y veremos si tú solo más que nosotros vales.

¡Oh tú que lees! Verás ahora una lidia nueva;
volvieron todos la vista a la otra orilla,
y primero, el que a ello más se oponía.

El navarro aprovechó bien el tiempo
afirmó sus pies en tierra, y en un momento
saltó, y del intento de ellos libróse.

Todos quedaron de culpa contritos,
pero más aquel que fue la causa del defecto;
con todo se levantó gritando: ¡Ya te tengo!

Mas le valió poco, pues las alas al sospechado
no pudieron alcanzar; aquel se mandó abajo,
y este encarriló hacia arriba su vuelo:

no de otro modo, de inmediato el pato,
cuando se apresta el halcón, se sumerge,
y este remonta furioso y fatigado.

Irritado Calabrina por la burla,
volándole detrás lo contuvo, deseoso
que el otro escapara para armar riña;

y cuando el perdulario desapareció,
volvió los garfios a su compañero,
y lo aferró sobre la fosa;

mas el otro, buen ave de rapiña,
lo prendió en sus garras, y ambos
cayeron en medio del hirviente estanque.

El calor los separó de inmediato;
pero intentaron ascender en vano,
tanto sus alas estaban enviscadas.

Barbariccia, con los demás, dolido,
a cuatro hizo volar de la otra orilla
con todos sus arpones, y muy rápidamente

de aquí, de allá, bajaron a ese puesto
y tendieron sus garfios a los empegados
que estaba cociéndose en la costra.

Así enmarañados los dejamos

El Infierno: Canto XXIII

Callados, solos y sin compañía
ambos uno tras del otro íbamos,
como los frailes menores van en fila.

Vino la fábula de Esopo
a mi mente a causa de la riña,
aquella digo la de la rana y del topo;

que más no se asemejan mo e issa
como ambas cosas, si bien se consideran
el principio y el fin con mente atenta.

Y como un pensar brota de otro,
así de aquel nació otro luego
que a mi primer miedo lo hizo el doble.

Pensaba yo así: Estos por nuestra causa
escarnecidos quedaron con daño y burla
tal, que han de estar muy irritados.

Si a la maldad ira se agrega,
vendrán tras nosotros más crueles
que perro que a la liebre aferra.

Sentía que de miedo se erizaban ya
todos mis cabellos, y miraba atrás atento,
cuando dije: Maestro, si a ambos

no nos ocultas prontamente, tengo miedo
de los Malebranche. Detrás nuestro los tenemos;
y tanto lo imagino, que ya los siento.

Y él: Si yo fuera de espejado vidrio,
tu imagen exterior no estaría
tan pronto en mi, como la que adentro tengo.

Tanto están juntos tu pensamiento y el mío
con igual acto y con igual aspecto,
que ambos han decidido igual consejo.

Si es verdad que tal desciende la derecha orilla,
que por ella podamos bajar a la siguiente fosa,
lograremos escapar de la imaginada cacería.

No bien acabó de expresarme tal consejo,
cuando los vi venir con extendidas alas,
y no muy lejos, con ansias de aprendernos.

Mi amado Conductor me abrazó súbitamente,
como la madre que al fragor despierta
y cerca de ella ve las llamas encendidas,

que toma al hijo, y huye, y no se para,
cuidando más del niño que de ella,
y que tan sólo una camisa lleva puesta;

así abajo, desde el borde de la dura piedra,
de espaldas se deslizó por la inclinada roca
que una ladera de la siguiente fosa cierra.

No corre nunca tan presto por canal el agua
que mueve la rueda del molino,
cuando más cerca de las palas se halla,

como mi maestro por aquel declive,
llevándome encima sobre el pecho
como a su hijo, y no como a su camarada.

Apenas sus pies se allegaron junto lecho
del fondo abajo, que asomaron ellos por el borde
arriba de nosotros, pero ya no los temíamos;

que la alta providencia que a ellos quiso
poner como ministros de la quinta fosa,
vedó a todos el poder de pasar a otra.

Allí abajo hallamos gente pintada
girando en torno con muy lentos pasos,
llorando y, al ver, cansada y vencida.

Tenían capas con capuchas bajas
delante de los ojos, a la manera
como en Cluny los monjes marchan.

De fuera tan doradas deslumbraban;
pero por dentro todas de plomo, y tan pesadas,
que las de Federico fueran de paja.

¡Oh eternamente fatigoso manto!
Nos volvimos un poco hacia la izquierda
junto con ellos, atendiendo al triste llanto;

mas por el peso aquella gente abrumada
tan lentamente venía, que nueva compañía
teníamos a cada paso que dábamos.

Entonces dije a mi Conductor : Trata de hallar
a alguno que por hechos o por nombre conozcamos;
mira en derredor tuyo mientras andas.

Y uno que entendió la parla toscana
detrás nuestro gritó: ¡Calmad los pies
vosotros que corréis por el aura fosca!

Tal vez logres de mí lo que buscabais.
Por donde el Conductor se detuvo y me dijo:
Detente, y a su tranco avanza.

Me detuve, y vi en el rostro de dos
un gran deseo interior de estar conmigo;
pero los retrasaba la carga y la estrecha senda.

Cuando llegaron a mi, con vista aviesa
me observaron, sin decir palabra;
luego se volvieron uno al otro y se decían:

Este parece vivo porque mueve la garganta;
y si están muertos, ¿Por cuál privilegio
van descubiertos de la pesada estola?

Y me dijeron: ¡Oh Tosco que al colegio
de los tristes hipócritas has venido,
decirnos quien eres no lo tengas en desprecio!.

Y yo a ellos: Yo he nacido y he crecido
al borde del bello río Arno en la gran ciudad,
y voy con el cuerpo con el que siempre he vivido.

Mas ¿quiénes sois vosotros a quienes destila,
a lo que veo, tanto dolor por las mejillas?
¿y qué pena tenéis que tanto brilla?

Y uno me respondió: Las doradas capas
son de plomo tan grueso, que su peso
las hace rechinar al balancearse.

Fuimos frailes Gaudentes, y boloñeses;
Yo Catalano, y este Loderingo
por nombre, ambos por tu ciudad elegidos,

porque suele evitarse confiar en un hombre solo
para conservar la paz; y fuimos tales
como aun se ve entorno al Gardingo.

Yo comencé: ¡Oh hermanos, vuestros males…
pero más no dije, porque a la vista me vino
un crucificado en el suelo con tres palos.

En cuanto me vio, se retorció,
bufando sobre su barba suspiros;
y fray Catalano de esto apercibido

me dijo: Ese enclavado que miras
aconsejó a los Fariseos que convenía
poner a un hombre por el pueblo en martirio.

Atravesado y desnudo en el camino,
como ves, es menester que sepa
primero, de todo el que pasa, cuánto pesa.

Y de igual modo sufre el suegro
en esta fosa, y los demás del consejo
que para los judíos fue mala semilla.

Vi entonces maravillarse a Virgilio
por el que estaba extendido en la cruz
tan vilmente en el eterno exilio.

Después dijo a aquel fraile estas palabras:
Que no os desagrade, si os es lícito, decirnos
si a la derecha mano hay alguna boca

por donde nosotros dos salir podamos,
sin obligar a los ángeles negros
que vengan a este fondo a conducirnos.

Respondió entonces: Antes de lo que creas
se alza una peña que desde el gran cerco
parte y atraviesa todos los fosos fieros;

salvo que en este esta roto y no sigue;
arriba podréis montar por las ruinas
que hay en la falda y se acopian en el fondo.

Quedóse el Conductor con la cabeza inclinada
y luego dijo: Mal explicaba las cosas
aquel que a los pecadores ensartaba.

Y el fraile: Ya he oído contar en Bolonia
del diablo tantos vicios, entre los cuales oí
que es embustero y padre de mentira.

Luego mi Conductor avanzó a grandes pasos,
turbado de ira un poco el semblante,
y yo también me partí de los agobiados

tras las huellas de las queridas plantas.

El Infierno: Canto XXIV

En aquella parte del año joven, cuando
el Sol su cabellera templa bajo Acuario,
y ya las noches media jornada van durando,

cuando la escarcha sobre la tierra imita
la blanca imagen de su hermanita,
y poco dura al calor su resistencia,

el campesino, a quien el pienso falta,
se alza y mira, y al ver los campos
todos de blanco, se hiere el anca,

y vuelve a casa, y aquí y allá se lamenta
como el pobrecillo que nada sabe qué hacer;
mas luego ríe y recupera la esperanza,

viendo que el mundo cambia la cara
en pocas horas, y entonces toma el cayado
y afuera las ovejillas a pacer saca.

Así confuso me dejó el maestro
cuando lo vi con la frente tan turbada,
y luego de pronto al mal puso remedio;

porque, llegados al puente devastado,
el Conductor a mi volvióse con aquel guiño
dulce que antes había visto al pie del monte.

Abrió los brazos, luego de algún consejo
madurado haber consigo mirando
bien aquella ruina, y me tomó en los brazos.

Y como aquel que obra como valora,
y sabe prever lo que adelante tiene,
así, levantándome arriba hacia la cima

de una roca, acechaba otro asidero
diciendo: De aquel te agarres
probando antes si es tal que te resista.

No era camino para ir vestido de capa,
pues apenas, él leve y yo empujando,
podíamos subir de asa en asa.

Y si no fuera que de este circuito
del anterior era más breve la cuesta,
no sé si él, mas yo acabaría vencido.

Pero como Malebolge hacia la boca
del profundo abismo está inclinada,
resulta que de cada valle el espacio

una margen eleva y la otra agacha;
al fin llegamos a el alta punta
donde la última piedra se desgarra.

Tanto el aliento de los pulmones me faltaba
cuando allí llegué, que más ya no podía,
y me senté en la más cercana junta.

Es oportuno que abandones ahora la pereza,
dijo el maestro, porque sentado en plumas
a la fama no se llega, ni en descansado lecho;

y quien su vida sin fama consuma
tal vestigio de sí deja en la tierra
como en aire el humo y en agua la espuma.

Vamos pues levántate; vence el desgano
con la pujanza que toda batalla gana,
si el peso del cuerpo no la desarma.

Más larga escala nos espera;
no basta haber partido de este abismo.
Si es que me entiendes, y haz que te valga.

Me alcé entonces, mostrándome dueño
de aliento mayor del que tenía,
y dije: Ve, que ya estoy fuerte y atrevido.

Sobre el saliente retomamos el camino
que era escabroso, estrecho y fatigoso,
y empinado mucho más que el ya cruzado.

Charlando iba yo por no mostrarme medroso;
cuando una voz salió del foso airada
que no lograba formar claras palabras.

No entendí lo que decía, bien que sobre el dorso
ya estaba del arco que por allí traspasa;
mas el que hablaba parecía movido de ira.

Me incliné, pero los ojos de un vivo
no podían alcanzar el fondo por oscuro,
por lo que dije: Maestro haz que te llegues

al otro foso y desmontemos este muro;
porque de aquí oigo y no entiendo,
y de igual modo miro y no veo.

Otra respuesta, me dijo, no te daré
sino el hacerlo; que a la demanda honesta
ha de seguir el cumplido en silencio.

Descendimos del puente por la testa
donde se une a la octavo orilla,
y entonces la fosa fue manifiesta;

y vi adentro una terrible masa
de serpientes, y de raleas tan diversas
cuya memoria la sangre aún me hiela.

Que no se ufane Libia más de su arena
que si quelidras, yáculos y faras
produce, y cencros y anfisbenas,

que pestilencias tantas ni tan malas
mostró nunca jamás junto a Etiopía,
ni del mar Rojo a la región que hay más arriba.

Por este enjambre amargo y espantoso
corrían gentes desnudas y aterradas
sin esperanza de refugio ni heliotropo.

Sierpes atábanles las manos en la espalda
y clavábanle la cola en los riñones
y en la testa, y se apiñaban por delante.

Y sobre uno que cerca de nuestra roca estaba
se lanzó una serpiente y lo clavó
allí donde el cuello se anuda con la espalda.

No tan velozmente ni O ni I se escriben,
que se inflamó y ardió, y entero en cenizas
cayendo fue obligado a reducirse;

y luego de quedar por tierra así deshecho,
juntóse el polvo de nuevo por sí mismo
y volvió al punto a ser lo que antes era.

Así los grandes sabios confiesan
que el fénix muere y ya renace,
cuando el año quinientos se aproxima;

ni hierba ni heno en vida pace
mas sólo incienso, lágrimas y amomo,
y nardo y mirra son su última mortaja.

Y como aquel que cae sin saber cómo,
por fuerza de demonio que al suelo lo derriba,
o por otro impedimento que rinde al hombre,

y cuando vuelve en si, y en torno mira
confuso todo por la angustia grande
que ha sufrido, y pensativo suspira:

tal estaba el pecador que levantado se había.
¡Oh justicia de Dios, cuánto eres severa
que así golpeas para ejecutar la venganza!

Mi Conductor le preguntó quién era;
y él respondió: Yo lloví desde Toscana,
poco tiempo ha, en esta garganta fiera.

Vida bestial me plugo, que no humana,
como es del mulo que yo fui; soy Vanni Fucci,
bestia, y Pistoya fue mi digna madriguera.

Y yo a mi Conductor : Dile que no escape,
y pregúntale qué delito aquí lo despeñó
pues yo lo vi hombre de sangre y de violencia.

Y el pecador, que me oyó, no se detuvo,
volvióme el rostro y la mirada,
de triste vergüenza coloreado;

luego dijo: Me duele más que me has hallado
en la miseria en que me miras,
que cuando fui de la otra vida privado.

No puedo negarme a lo que pides:
aquí abajo estoy sumido porque fui ladrón
de la sacristía de hermosos ornamentos,

de lo que falsamente fue acusado otro.
Pero para que de esta vista no te goces,
si acaso llegas a salir de estos sombríos lares,

abre las orejas a mis anuncios, y oye.
Pistoya primero de Negros enflaquece;
luego Florencia renueva gente y modos.

Trae Marte vapor del Valle de Magra
envuelto en negras nubes;
y con borrasca impetuosa y amarga

sobre el Campo Piceno cría combate;
cuando de pronto se disipará la niebla
de tal modo que todo Blanco será herido.

Esto te lo he dicho para que te duela.

El Infierno: Canto XXV

Al fin de sus palabras el ladrón
las manos alzó echando higas
gritando: ¡Para ti, Dios, que a ti las mando!

De allí en más las sierpes fueron amigas
porque una se le enroscó en el cuello,

como diciendo: No quiero que más digas;
y otra le sujetó los brazos de tal modo
que no podía con ellos hacer ni un movimiento.

¡Ah, Pistoya! ¡Pistoya! ¿Porqué no decides
incinerarte para que ya no más dures,
que en el hacer el mal tu simiente triunfa?

Por todos los círculos del infierno oscuro
no vi contra Dios espíritu tan soberbio,
salvo aquel que en Tebas cayó desde los muros.

Huyó el ladrón sin más decir palabras;
y vi a un rabioso centauro venir
clamando: ¿Dónde, dónde está el impío?

Marisma no creo que tantas sierpes
tenga cuantas tenía desde las ancas
hasta donde se hallan los humanos labios.

Sobre la espalda, sobre la nuca,
con las alas abiertas yacía un dragón,
que abrasaba a todo cuanto topaba.

Mi Maestro dijo: Este es Caco,
quien bajo la roca del monte Aventino,
de sangre hizo muchas veces lago.

No va de sus hermanos por igual camino,
por el robo que fraudulentamente hizo
del gran rebaño que le era vecino;

mas luego cesó de sus perversas obras
bajo la maza de Hércules, que tal vez
le dio cien golpes, de los que no sintió ni diez.

Así, entre el hablar de él y el irse de Caco,
tres espíritus vinieron por debajo de nosotros,
de los que ni yo ni el Conductor nos dimos cuenta,

hasta que nos gritaron: ¿Quiénes sois?
Cesó entonces nuestra charla
y fijamos nuestra vista en ellos.

Yo no los conocía; pero por acaso,
como suele ocurrir algunas veces,
uno tuvo que hablarle a otro,

y le dijo: Cianfa ¿dónde te has metido?;
a lo que yo, para que el Conductor atendiera,
me puse el dedo del mentón a la nariz.

Si ahora, lector, a creer fueras lento
de lo que diré, no será maravilla,
que lo que yo vi, apenas me lo creo.

Tenía yo en ellos alzadas las cejas
cuando una sierpe de seis pies se lanza
ante uno de ellos y a él toda se engancha.

Con los pies del medio le oprimió la panza
con los de adelante le amarró los brazos:
luego mordióle una y otra mejilla;

con los postreros le apartó los muslos,
y le metió la cola entre ambos
y de atrás sobre las renes la retuvo.

Nunca se estrechó tanto una hiedra
a un árbol, como la horrible fiera
con los del otro entrelazó sus miembros.

Luego se fundieron, como si de blanda cera
estuvieran hechos, y unieron tanto sus colores,
que ni el uno ni el otro parecían lo que eran:

igual como por el ardor ocurre
que sobre un papel avanza un color bruno,
que aún no es negro aunque tampoco es blanco.

Los otros dos observaban, y cada uno
gritaba: ¡Ay, Agnel, cómo cambias!
¡Mira que ya no eres ni uno ni dos!

Las dos cabezas se volvieron una,
cuando mostrando dos formas mixtas
en una cara, fueron las dos confundidas.

Formáronse dos brazos de cuatro que eran;
los muslos con las piernas y el vientre y el tronco
se hicieron miembros como nunca fueron vistos.

Todo el anterior aspecto fue cancelado:
dos y ninguno la imagen perversa
parecía; y así se iban con lentos pasos.

Como el lagarto bajo la potente fuerza
de la canicular hora, cambiando de mata,
parece un rayo al cruzar la ruta,

así parecía, viniendo hacia los vientres
de los otros dos, una serpiente irritada,
lívida y negra como grano de pimienta;

y en aquella parte donde primero tomamos
nuestro alimento, a uno de ellos picó,
cayendo luego delante donde quedó yerta.

Miróla el enclavado y nada dijo;
antes, quieto de pie, bostezaba,
como si el sueño o la fiebre lo invadiese.

El a la serpiente y ella al hombre se miraban;
uno por la llaga y la otra por la boca
echaban humo y los humos se juntaban.

Calle Lucano ahora donde refiere
del mísero Sabello y de Nasidio,
y atienda a oír lo que ahora es arrojado.

Calle de Cadmio y de Aretusa Ovidio,
que si al uno en víbora y a la otra en fuente
convirtió poetizando, yo no lo envidio;

que nunca dos naturalezas frente a frente
no trasmutaron tanto que ambas sus formas
a cambiar de materia fueran prontas.

Juntos se acordaban a tal norma
que la serpiente la cola en horca abría
y el herido ambas sus plantas juntaba.

Las piernas con los muslos mismos
se estrechaban tanto, que al poco la sutura
no daba señal alguna que la mostrara.

Tomaba la cola hendida la figura
que perdía el otro, y su piel
se hacía blanda, y la de él dura.

Vi entrar los brazos por las axilas,
y los dos pies de la fiera, que eran cortos,
alargarse tanto como retraerse los del otro.

Después los pies de atrás, contraídos juntos,
se hicieron el miembro que el hombre oculta,
y el miserable del suyo vino a tener dos patas.

Mientras que el humo a uno y a otro vela
de color nuevo, y engendra pelo encima
del uno, y al otro lo repela,

aquel se alzó y el otro cayó abajo,
no apartando empero las miradas impías
atentas a como cada uno mutaba el hocico.

El que estaba erguido, lo encogió hacia las sienes,
y del exceso de materia que allí había
salieron orejas sobre las lisas mejillas;

lo que atrás no se fue y se retiene
sobrando, se hizo nariz en la cara,
y los labios engrosó como conviene.

El que yacía, la boca adelante empuja,
y las orejas hace entrar en la cabeza
como oculta el caracol los cuernos;

y la lengua, que estaba unida y antes pronta
para hablar, se hendió, y la hendida
en el otro se juntó; y el humo se detuvo.

El alma que se había hecho fiera
silbando huye por el valle,
y el otro tras de él hablando escupe.

Después le volvió la nueva espalda
al otro y dijo: Quiero que Busso corra
como lo he hecho yo, reptando por esta rambla.

Así vi yo en el séptimo lastre
cambiarse y trasmutarse; y aquí disculpen
que esta novedad la flor de la pluma dañe.

Y aunque mis ojos confundidos
estuvieran un tanto y el ánimo perdido,
no pudieron ellos huir tan en oculto

que no advirtiera yo a Puccio Sciancato;
que era el único, de los tres compañeros
que vinieron antes, que no fue cambiado.

El otro era aquel que tú, Gaville, lloras.

El Infierno: Canto XXVI

¡Alégrate, Florencia, porque eres tan grande
que por mar y por tierra bates las alas,
y por el infierno tu nombre se expande!

Entre los ladrones encontré cinco tales
ciudadanos tuyos, causa de mi vergüenza,
y tú con gran honor no te sales.

Pero si hacia el amanecer se sueña,
tu sabrás, en muy poco tiempo,
lo que Prato, y tal vez otros, te auguran.

Y si ya hubiera ocurrido, dirán que fue tarde.
¡Ojalá fuera ahora, ya que ha de ser!
que más me abatirá, cuanto más me pase el tiempo.

Partimos de allí, y, por las peldaños
de rocas que nos sirvieron para bajar antes,
subió mi Conductor, y me arrastró consigo;

y prosiguiendo la solitaria vía,
entre las astillas y las rocas del escollo
el pie sin la mano no se expedía.

Me dolió entonces, como de nuevo me duelo,
cuando dirijo la mente a lo que vi,
y más refreno el ingenio como no suelo,

a que no corra sin que la virtud lo guíe;
de modo que si una buena estrella o mejor cosa
me ha dado el bien, que yo mismo no me lo envidie.

Así como el aldeano que en la colina reposa,
cuando aquel que el mundo aclara
su rostro menos esconde,

cuando al mosquito cede paso la mosca,
ve las luciérnagas abajo en el valle
tal vez allá donde él vendimia y ara:

así con tantas llamas relucía entero
el recinto octavo, como observar pude
cuando allí estuve donde se veía el fondo.

Y como aquel que se vengó con los osos
vio el carro de Elías en su partida,
y los caballos subir rectos al Cielo,

incapaz de con la vista seguirlos,
pues ya más no veía que una sola llama,
como nubecilla, que hacia lo alto ascendía:

tal estas otras bullían por el golfo
del foso, porque no muestra ninguna el hurto,
y cada llama un pecador esconde.

Sobre el puente estaba yo mirando inclinado
tanto, que si no estuviera de una roca asido,
hubiera caído abajo sin que me empujaran.

Y mi Conductor, que me vio tan absorto
me dijo: Dentro del fuego están los espíritus;
cada uno vestido de la llama que lo abrasa.

Maestro mío, respondí, al oírte
estoy ahora más cierto; pera había ya notado
que así era, y estaba por decirte:

¿Quién está en aquel fuego que se divide
arriba, que parece surgida de la pira
donde fue metido Eteocles con su hermano?

Respondióme: Allí adentro se castiga
a Ulises y a Diomedes, y así juntos
a la venganza van como a la ira;

y dentro de su llama se llora
el engaño del caballo que fue puerta
de la cual salió de los Romanos la noble estirpe.

Llórase dentro el artimaña por la cual, muerta,
Deidamia aún se lamenta de Aquiles,
y por el Paladio se sufre duelo.

Si adentro de aquella flámula pueden
hablar, dije yo, Maestro, mucho te ruego
y te suplico, así que el ruego valga mil,

que la ocasión de esperar no me niegues
a que la llama encornada hasta aquí se llegue;
¡Mira cómo a ella me arroja el deseo!

Y él a mí: Tu súplica es digna
de mucha loa, y así por ello la acepto;
pero haz que se contenga tu lengua.

Deja que hable yo, que he comprendido
lo que quieres; que ellos te serían esquivos
porque son griegos, tal vez por tu jerga.

Luego que la llama llegó a nosotros
cuando juzgó mi Conductor oportuno,
de esta forma oí que les hablaba:

¡Oh vosotros que sois dos dentro de un fuego!
Si amerité de vosotros cuando era vivo,
si amerité de vosotros bastante o poco

cuando en el mundo escribí mi alto verso,
no prosigáis; mas que uno de vosotros diga
donde, por su valía, perdido de muerte quedó.

El cuerno mayor de la llama antigua
comenzó a sacudirse murmurando,
a la manera de la que un viento fatiga;

y con la cresta aquí y allá meneando
como haría una lengua que hablara,
lanzó afuera la voz y dijo: Cuando

me alejé de Circe, que me retuvo
más de un año preso en Gaeta,
antes que así Eneas la nombrara,

ni la dulzura del hijo, ni la piedad
del viejo padre, ni el debido amor
que debía a Penélope hacer dichosa,

vencer pudieron dentro de mí el ardor
que tuve de hacerme del mundo experto
y de los vicios humanos y de su valor;

antes, me lancé por el alto mar abierto
con sólo un barco y con aquellos compañeros
pocos, de los que no fui abandonado.

De costa en costa vi al final los límites de España,
hasta el Marruecos, y la isla de los Sardos,
y las otras que aquel mar en torno baña.

Yo y mis compañeros éramos viejos y tardos
cuando llegamos a aquella fosa estrecha
donde Hércules marcó sus dos resguardos

para que el hombre más allá no se meta;
a la derecha mano dejé Sevilla,
de la otra ya había dejado Ceuta.

“¡Oh hermanos”, dije, “que por cien mil
peligros habéis llegado a occidente,
de esta tan pequeña vigilia

de nuestro sentidos remanente
no queráis negaros la experiencia,
siguiendo al Sol, hacia el mundo sin gente.

Considerad vuestra simiente:
hechos no fuisteis para vivir como brutos,
sino para perseguir virtud y conocimiento”.

Mis compañeros tornáronse tan ansiosos,
con esta mi breve arenga, de seguir camino,
que apenas podría con esfuerzo contenerlos;

y, vuelta nuestra popa a la mañana,
de los remos hicimos alas para el loco vuelo,
avanzando siempre por el lado izquierdo.

Todas las estrellas ya del otro polo
veía la noche, y el nuestro tan abajo,
que no asomaba fuera del marino suelo.

Cinco veces encendida y tantas apagadas
pasó la luz por debajo de la Luna,
luego que entrados fuimos en aquel gran paso,

cuando apareció una montaña, bruna
en la distancia, y parecióme tan alta
como no había visto nunca una.

Nos alegramos, aunque enseguida volvióse llanto,
porque de la nueva tierra un torbellino nació
que golpeó al leño en su primer lado.

Tres vueltas nos hizo girar con toda el agua;
y en la cuarta se alzó la popa en alto,
como a Otro plugo, y la proa se fue abajo,

y al fin el mar sobre nosotros volvió a cerrarse.

El Infierno: Canto XXVII

Erguida y quieta quedó la llama
sin decir más nada, y ya de nos se alejaba
con anuencia del dulce poeta,

cuando ya otra que detrás de ella venía,
forzónos a volver la vista a su cresta
por un confuso rumor que de allí salía.

Como el siciliano buey cuyo primer mugido
fue el llanto de aquel, y fue justicia,
que lo había trabajado con su lima,

mugía con la voz del torturado,
tanto que, con todo que de bronce era,
parecía de real dolor transido;

de igual manera, por no tener salida ni abertura
la cima del fuego, en ese lenguaje
se convertían las míseras palabras.

Mas después de haber logrado el viaje
de salir por la punta, dándole aquel jadeo
que le había dado la lengua en su pasaje,

oímos decir: ¡Oh tú, a quien dirijo
la voz y que hablabas recién en lombardo,
diciendo: “Ahora vete, más no te exijo”,

aunque haya llegado tal vez un poco tardo,
que no te abrume quedarte a hablar conmigo:
mira que a mí no me abruma, y ardo!

Si tal vez ahora en este mundo ciego
acabas de caer desde la dulce tierra
latina de donde yo toda mi culpa cargo,

dime si los romañoles tienen paz o guerra;
que yo fui de los montes que yacen entre Urbino
y la ladera de donde el Tíber se abre paso.

Yo estaba quieto todavía atento e inclinado,
cuando mi Conductor me codeó el costado,
diciendo: Habla tú; éste es latino.

Y yo que tenía pronta la respuesta
sin tardanza comencé a hablarle:
Oh alma que estás abajo allí escondida,

tu Romanía no está ni estuvo nunca
sin guerra en el corazón de sus tiranos;
mas no había ninguna en evidencia cuando la dejé.

Rávena está como ha estado muchos años:
el águila de Polenta allí anida,
y aún cubre a Cervia con sus alas.

La tierra que sostuvo ya la larga prueba
y de Franceses hizo un montón sangriento,
se encuentra bajo las verdes garras.

Y el mastín viejo y el cachorro de Verrucchio,
que hicieron de Montagna mal gobierno,
allá donde suelen ensangrentar sus dientes.

A las ciudades del Lamone y del Santerno
conduce el leoncillo en campo blanco,
que cambia de partido de verano a invierno.

Y aquella de la cual el Savio baña el flanco,
así como está entre el llano y la montaña,
así vive entre tiranía y estado franco.

Ahora quien eres, quiero que me cuentes;
no seas duro más que los otros lo han sido,
si tu nombre quieres que en el mundo dure.

Luego que un poco hubo el fuego enrojecido
a su manera, la aguda punta movió
de aquí, de allá, y luego dio un tal soplido:

Si yo creyera que mi respuesta fuese
a persona que debe volver al mundo,
esta llama estaría sin más callada;

pero como ya nunca desde este fondo
vivo no volvió nadie, si lo que oigo es cierto,
sin temor de infamia te respondo.

Yo fui hombre de armas, y después franciscano,
creyendo, que así ceñido, haría enmienda,
y por cierto que el creer mío era verdadero

si no fuera por el gran preste, ¡que mal haya!,
que me devolvió a la primera culpa;
y cómo y porqué quiero que escuches.

Mientras que yo fui forma de huesos y pulpa
que la madre me diera, mis obras
no fueron leoninas, sino de lobo.

Las astucias y las ocultas vías
las supe todas, y con tanto arte
que hasta el confín de la tierra iba la fama.

Cuando me vi llegando a aquella parte
de mi edad en la que todos deberían
arriar las velas y recoger los cabos,

lo que antes me placía, ahora me afligía,
y arrepentido y confeso me rendí;
¡Ay desgraciado de mi! y me hubiera servido.

El príncipe de los nuevos Fariseos
teniendo guerra junto al Letrán,
y no con Sarraceno o con Judío,

pues todos sus contrarios eran cristianos,
y ninguno había ido a vencer en Acre,
ni a comerciar en tierra del Soldán;

ni sumo oficio ni órdenes sacras
guardó en sí, ni en mí aquel cordón
que solía hacer de sus ceñidos flacos.

Pero así como Constantino pidió a Silvestre
en el monte Soracto que le curara la lepra,
así me pidió éste como maestro

para curar su fiebre soberbia;
pidiéndome consejo, y yo callaba
pues sus palabras eran de ebrio.

Y luego agregó: Tu corazón no sospeche;
desde ahora te absuelvo, y tú enséñame a hacer
para que a Penestre arroje por tierra.

Puedo abrir y cerrar el Cielo
como tú sabes; porque son dos las llaves
que mi antecesor no estimó en mucho.

Me tocaron entonces los argumentos graves,
y allí callar me pareció peor,
y dije: Padre, ya que tú me lavas

del pecado aquel en el que caer debo,
el prometer mucho y el cumplir poco
te hará triunfar en tu alto solio.

Francisco vino después, cuando mi muerte,
por mi, pero uno de los negros querubines
le dijo: No te lo lleves; sería injusto.

Venir debe abajo, entre mis mezquinos
porque dio consejo fraudulento,
y desde entonces lo tengo por las crines;

que no se puede absolver al que no se arrepiente,
ni arrepentirse y querer es posible
pues la contradicción no lo consiente.

¡Ay desgraciado de mi! ¡Cómo me apercibí
cuando me tomó diciéndome: “Talvez
tú no creías que yo fuera un lógico”!

A Minos me llevó; y este se ciñó
ocho veces la cola en el duro tronco;
y mordiéndosela con gran rabia

dijo: “Este es de los reos del ladrón fuego”;
por lo que entonces donde ves estoy perdido,
y así vestido, andando, me torturo.

Cuando hubo concluido el relato de su historia
la llama se alejó doliente,
torciendo y agitando el cuerno agudo.

Nosotros proseguimos, yo y mi Conductor,
por el puente hasta llegar al nuevo arco
que cubre el foso en que la falta se purga

de quienes dividiendo ganan su culpa.

El Infierno: Canto XXVIII

¿Quién podrá nunca aún sin rima
narrar plenamente la sangre y las plagas,
aún si prolijo, que entonces vi?

Toda lengua por cierto desfallecería,
pues es poco lo que nuestra voz
y nuestra mente puede alcanzar.

Si aun se allegara toda la gente
que entonces, en la afortunada tierra
de Pulla, derramó su sangre doliente

por los Troyanos y por la larga guerra
que de anillos creó tan gran trofeo,
como escribe Livio, que no yerra,

con la que sufrió tan rudos golpes
por resistir a Roberto Guiscardo;
y con la otra cuyos huesos aun se recogen,

en Ceperano, allí donde fueron falsarios
todos los pullenses, y allá en Tagiacozzo
donde sin armas venció el viejo Alardo,

y que unos sus miembros rotos y otros atravesados
mostraran, igualmente nunca podrían
igualar la inmunda condición de la novena fosa.

Una tonel, cuya duela del fondo o medianera
perdiera, no se vería hendido, como yo vi a uno,
abierto desde el mentón hasta donde se ventea.

Entre las piernas pendíanle las tripas,
se veían las entrañas y el triste saco
que hace mierda de lo que se embucha.

Mientras por entero a mirarlo me convoco
miróme y con las manos se abrió el pecho,
diciendo: ¡Mira cómo me desgarro!

¡mira cuán estropeado está Mahoma!
Delante mío va llorando Alí,
partido el rostro del mentón hasta el copete.

Y todos los otros que tú ves aquí,
sembradores de escándalo y de cisma,
vivieron, pero ahora están hendidos así.

Un diablo está detrás y nos parte
así cruelmente, con el filo de la espada,
reintegrando a cada uno en la fila,

una vez que circularon la doliente vía;
pero la heridas se han cerrado,
antes que otro por delante las reabra.

Pero tú, ¿quién eres, que te asomas por el borde,
tal vez por demorar venir a la pena
que te fue juzgada arriba por tus culpas?

Ni muerte lo alcanzó aún, ni culpa lo lleva,
respondió mi Maestro, al tormento;
sino por darle experiencia plena,

y yo, que muerto estoy, debo llevarlo
por el infierno abajo de giro en giro;
y esto es tan verdad como que te hablo.

Mas de cien fueron los que al oírlo,
se detuvieron en el foso a mirarme
maravillados, olvidando el martirio.

Pues bien dile a fray Dolcín que se provea,
tú que tal vez verás el Sol en breve,
si no quiere pronto estar aquí conmigo,

que tenga viandas, que apretado por la nieve
no lo derrote el novarés,
pues de otro modo vencerlo no sería leve.

Después que un pie para irse levantara
me dijo Mahoma estas palabras;
de allí al irse en el suelo lo apoyó.

Otro que perforada tenía la gola
y rota la nariz hasta las cejas,
y no tenía más que una oreja sola,

deteniéndose a mirar maravillado
con los otros, antes que otros abrió la cala,
que por fuera en todo era bermeja,

y dijo: ¡Oh tú! a quien la culpa no condena
y a quien yo vi arriba en tierra latina,
si tanta semejanza no me engaña,

acuérdate de Pedro de Medicina,
si alguna vez vuelves a ver el dulce llano
que de Vercelli a Marcabó declina.

Y haz saber a los dos mejores de Fano,
a maese Guido y asimismo a Angiolello,
que, si la previsión de aquí no es vana,

arrojados serán fuera de su barca
y ultimados cerca de la Católica
por traición de un tirano falso.

Entre la isla de Chipre y de Mallorca
no vio nunca tan gran falsía Neptuno,
ni de piratas, ni de gente argólica.

Ese traidor que sólo ve con uno,
y posee la tierra que un tal aquí conmigo
querría de verla estar ayuno,

los hará venir a conversar consigo;
luego hará de forma, que al viento de Focara
no les será necesario dar voto ni culto.

Y yo a él: Demuéstrame y declara,
si quieres que de ti lleve noticias arriba,
quién es el de la figura amarga.

Puso entonces la mano en la quijada
de su compañero y le abrió la boca,
gritando: Éste es ése, y no habla.

Éste, desterrado, el dudar indujo
en César, afirmando que quien está pronto
siempre se daña si el aplazar tolera.

¡Oh cuán conturbado lo veía,
con la lengua cortada en el gaznate
Curión, que tan audaz parlando fuera!

Y uno que tenía una y la otra mano mochas,
alzando sus muñones en el aire turbio,
de modo que la sangre le asqueaba la cara,

gritó: Recuérdate también de Mosca,
que dijo, ¡desgraciado!, “Lo hecho, hecho está”,
que fue mala semilla para los toscanos.

Y yo agregué: Y la muerte de tu casta;
por lo que, sumando duelo a duelo,
se fue como persona triste y trastornada.

Quédeme entonces a observar la tropa,
y cosas vi que me darían miedo,
sin más prueba, de contarlas sólo;

mas la conciencia me asegura,
es buena escolta que hace al hombre franco
bajo el amparo de saberse pura.

Vi ciertamente, y aún paréceme que lo viera,
un busto sin cabeza andar así como
andaban los otros de la triste hilera;

y a la cabeza el tronco sostenía por el pelo,
pendiente en mano a guisa de linterna,
y la cabeza nos miraba y decía: ¡Ay de mi!

La cabeza servía al cuerpo de lucerna,
y eran dos en uno y uno en dos;
cómo ser pueda, lo sabe el que nos gobierna.

Cuando junto al pié del puente hubo llegado,
levantó el brazo en alto con la entera testa
para arrimarme sus palabras

que fueron: Mira ahora la molesta pena,
tú que, respirando, vas viendo a los muertos:
mira si alguna es tan grande como ésta.

Y para que tú de mi noticias lleves,
sabe que soy Bertrán de Born, aquel
que dio al joven rey malos consejos.

Yo hice al padre y al hijo entre sí rebeldes;
no hizo más Aquitofel a Absalón
y a David con sus perversas sugerencias.

Porque separé a tan unidas personas,
separado llevo mi cerebro, ¡desgraciado!,
de su principio que está en este tronco.

Así se cumple en mí la represalia.

El Infierno: Canto XXIX

La mucha gente y las variadas plagas
habían mis luces tanto embriagado,
que estarse a llorar sólo deseaban.

Pero Virgilio me dijo: ¿qué estás mirando?
¿porqué tu vista está fija allá abajo
entre las sombras tristes mutiladas?

No fuiste así en las otras fosas,
piensa, si tu contarlas quisieras,
que veintidós millas son del valle la vuelta.

Y ya la Luna está bajo nuestros pies;
poco es el tiempo que aún nos conceden,
y hay otras cosas de ver que no has visto.

Si hubieras tú, respondí luego,
atendido a la razón porqué miraba,
quizá quedarme más me habrías dejado.

En tanto mi Conductor se iba y yo detrás
le andaba, y prosiguiendo mi respuesta
le dije: Dentro de aquella cava

en la que tuve entonces fijos los ojos,
creo que un espíritu de mi sangre llora
la culpa que allá bajo tanto importa.

Entonces dijo el Maestro: no se quiebre
tu pensamiento de aquí en más por ello.
Atiende a otras cosas, y aquel allá se quede;

que yo lo vi al pie del puentecillo
señalarte y amenazarte feroz con el dedo,
y oí nombrarlo Geri del Bello.

Tú estabas entonces tan entero distraído
con aquel que Hautefort hubo regido,
que no miraste allí, y así marchóse.

¡Oh Conductor mío, la violenta muerte
que aún no le fue vengada, dije yo,
por ninguno que de la ofensa fue consorte,

lo hace arrogante; por lo que se fue
sin hablarme, como imagino:
y con ello me ha hecho para con él más pío.

Así hablamos hasta el lugar primero,
que desde el puente el otro cerco muestra,
si más luz hubiera, entero hasta la hondura.

Cuando llegamos al último recinto
de Malebolge, de forma que sus transmutados
fueran conspicuos a la vista nuestra,

me alcanzaron las flechas de lamentos varios
que de dolor púas tenían de hierro;
y así tapéme las orejas con las manos.

Cuál dolor era, como si de los hospitales
de Valdichiana de julio a septiembre
y de Marismas y de Cerdeña los enfermos

fueran en una fosa todos reunidos,
tal era aquí, y tal fetidez salía
como suele venir de los miembros muertos.

Descendimos por la final orilla
del largo puente, siempre a la izquierda;
y entonces mi visión fue más viva

hacia el fondo abajo, donde la ministra
del alto Sire, la infalible justicia,
castiga a los falsarios que aquí registra.

No creo que mayor tristeza se viera
en Egina cuando todo el pueblo enfermo,
estuvo, y el aire tan de malicia lleno,

que las bestias, hasta el menor verme
murieron todas, y luego la gente antigua,
como los poetas tienen por cierto,

restauradas fueron de simiente de hormigas;
como era a ver en aquel oscuro valle
languidecer las almas por diversas plagas.

Cual sobre el vientre, y cual de espaldas
uno apoyado en otro yacía, y cual se movía
reptando por la triste calle.

Paso a paso íbamos en silencio
mirando y escuchando a los enfermos
que no podían alzar sus cuerpos.

Yo vi a dos sentados mutuamente apoyados,
como a cocer se pone teja sobre teja,
de pie a cabeza de postillas manchados;

y nunca vi antes pasar la raedera
a un mozo ante el amo que espera,
ni al que de mala gana vela,

como asidua cada uno pasaba la mordida
de las uñas sobre sí por la gran furia
del escozor, que no tiene otro socorro;

y así arrasaban las uñas la sarna,
como cuchillo del escaro las escamas
o de otro pez que más grandes las tenga.

¡Oh tú que con los dedos te descamas,
comenzó el Conductor mío a uno de ellos,
y que quizá los hagas tenazas,

dime si algún Latino hay entre estos
que aquí están, si las uñas te bastan
eternamente para esta tarea!

Latinos somos, los que ves tan devastados,
nosotros ambos, respondió uno llorando;
mas ¿quién eres tú que de nosotros preguntas?

Y el Conductor dijo: Yo soy uno que desciende
con este vivo abajo de giro en giro,
y a quien mostrar pretendo el infierno.

Se rompió entonces la común pareja
y cada uno temblando a mi volvióse
con otros que por cercanos lo oyeron.

El buen maestro se arrimó bien a mi lado
diciendo: Diles pues lo que deseas;
y yo comencé como el quería:

Así vuestra memoria no se borre
en el primer mundo de las humanas mentes,
mas siga viva bajo muchos soles,

decidme quiénes sois y de qué gente;
vuestra lamentable y fastidiosa pena
de conversar conmigo no os espante.

Yo fui de Arezzo, y Alberto de Siena,
respondió uno, me mandó a la hoguera,
mas no vine aquí por lo que fui muerto.

Verdad que yo a él le dije en chanza:
‘Yo sabría cómo elevarme por el aire en vuelo’
y aquel, que tenía el capricho y el seso poco,

quiso que le mostrara el arte; y sólo
porque no lo hice Dédalo, me hizo
arder por quien lo consideraba hijo.

Pero aquí, en el último círculo de los diez,
por la alquimia que en el mundo practiqué
me condenó Minos, quien fallar no puede.

Y le dije al Poeta: ¿Hubo ya nunca
gente tan vana como la de Siena?
¡Ciertamente ni la francesa lo es tanto!

Entonces el otro leproso, que me escuchó,
repuso a lo que dije: Excepto Stricca
que supo hacer tan moderados gastos,

y Nicolo que la costumbre adinerada
del clavo de especia descubrió primero
en el huerto donde tal semilla se planta;

y en la banda en la que dilapidara,
Caccia de Asciano, sus viñas y sus frondas,
y Abbagliato su juicio expresara.

Mas para que sepas quién te secunda
contra los Sieneses, aguza en mi el ojo,
tal que mi cara bien te responda:

así verás que soy la sombra de Capocchio,
que falsifiqué los metales con la alquimia;
y has de recordarte, si bien te advierto,

que yo fui de buena naturaleza simia.

El Infierno: Canto XXX

En tiempos en que estaba Juno irritada
por Semele contra la sangre tebana
como más de una vez demostrara,

Atamante tornose tan insano
que viendo a la mujer con los dos hijos
cargando a cada uno en un brazo,

gritó: Tendamos las redes, para que agarre
a la leona con los leoncillos cuando pasen;
y extendiendo después las despiadadas manos

tomando a uno de nombre Learco,
lo lanzó al aire y lo estrelló contra una peña;
y la madre se ahogó con el otro que cargaba.

Y cuando la fortuna abatió
la grandeza del Troyano que todo osaba,
tanto que el reino con el rey fue devastado,

Hécuba triste, mísera y cautiva,
luego que vio a Polisema muerta,
y del cuerpo de su Polidoro en la orilla

del mar hizo doloroso hallazgo,
como un perro ladró enloquecida,
tanto el dolor le desquició el sentido.

Mas ni de Tebanos furiosos ni de Troyanas
se vio nunca en nadie tan cruel manera
de castigar fieras, ni menos seres humanos,

cual vi yo en dos sombras macilentas y desnudas
que mordiendo del modo corrían
como el cerdo huyendo de la pocilga.

Una alcanzó a Capocchio, y en el nudo
del cuello le clavó las zarpas, y así, tirando,
le hizo rascar el vientre contra el suelo duro.

Y el Aretino, que quedó temblando,
me dijo: Ese bruto es Gianni Schicci
y va rabioso al otro así frotando.

¡Oh!, le dije, si antes la otra no te enfila
los dientes en la nuca, no te fatigue
decirme quien es, antes de que se marche.

Y él a mi: Esa es el alma antigua
de la perversa Mirra, que fue
del padre, contra el lícito amor, amiga.

Ella a pecar con él así convino,
enmascarándose en forma de otra,
como aquel otro que allá va, sostuvo,

que para ganar la dama de la tropa
fingióse Buoso Donati,
testando y dando al testamento norma.

Y después que ambos rabiosos pasaron
a los que había estado contemplando
volvíme a observar a los otros mal nacidos.

Y a uno vi, que habría semejado un laúd,
si hubiera tenido el cuerpo cercenado
en el sitio donde el hombre se bifurca.

La grave hidropesía, que así deforma
los miembros con el humor que mal reparte,
que el rostro ya no responde al vientre,

forzábale los labios a guardar abiertos,
como el tísico hace, que por la sed
un hacia el mentón y el otro arriba vuelve.

¡Oh vosotros que sin ninguna pena estáis,
y no sé el porqué, en el mundo doliente,
nos dijo, mirad y atended

a la miseria de maese Adam;
yo tuve, vivo, mucho de lo que quise,
y ahora, ¡ay de mi!, por una gota de agua bramo.

Los arroyuelos que de los verdes collados
del Casentino descienden hasta el Arno,
formando abajo cauces frescos y blandos,

siempre me están delante, y no en vano,
que la imagen de sus cursos me es más sedienta
que el mal que en el rostro me descarna.

La rígida justicia que me atormenta
se sirve del lugar donde yo pequé,
para hacerme exhalar aún más suspiros.

Allí queda Romena, donde falsifiqué
la moneda con la efigie del Batista;
por lo que dejé allí mi cuerpo ardido.

Pero si yo viera aquí el alma abatida
de Guido o de Alejandro o de su hermano,
por la fuente Branda no cambiaría la vista.

Aquí adentro hay una ya, si las furiosas
sombras que ven en torno la verdad dicen;
mas ¿de qué me vale si tengo los miembros ligados?

Si yo fuera aún al menos algo ligero
que en cien años pudiera andar sólo una onza
ya hubiera entrado en el sendero,

buscándolos, entre esta gente informe,
con todo que la fosa contorna once millas
y no menos de media milla la atraviesa.

Por culpa de ellos estoy en esta familia;
ellos me indujeron a acuñar florines
de tres quilates de baja y vil liga.

Y yo a él: ¿Quiénes son esos dos mezquinos,
que humean como húmedas manos en invierno,
yaciendo juntos a tu derecha mano?

Aquí los encontré – y luego no se movieron -,
respondió, cuando caí en esta fosa,
y no creo que se moverán en lo eterno.

Una es la falsa que acusó a José;
el otro es el falso Sinón, griego de Troya:
por la aguda fiebre destilan tan fuerte hedor.

Y uno de ellos, que se sintió ofendido
quizá de haber sido nombrado tan bajo,
con el puño golpeóle el duro vientre.

La panza resonó como un tambor,
y maese Adam le dio en el rostro
con el brazo, que no era menos duro,

diciéndole: Aunque me han quitado
el moverme por los miembros tan pesados,
tengo el brazo para este menester suelto.

Y el otro repuso: Cuando marchabas
al fuego, no lo tenías tan suelto,
pero sí y más libre aún cuando acuñabas.

Y el hidrópico: Dices verdad en esto,
pero no diste tan veraz testimonio
cuando la verdad allá en Troya te pidieron.

Si yo dije lo falso y tú falseaste moneda,
dijo Sinón, estoy aquí por una fallo,
y tú por más que cualquier otro demonio!

Recuérdate, perjuro, del caballo,
repuso el de la panza hinchada,
y sábete reo de lo que todos saben!

Y séate verdugo la sed que te agrieta,
díjole el griego, la lengua, y el agua infecta
que el vientre ante tus ojos alza como cerca.

Entonces el monedero: Así se te retuerce
la boca por tu maldad como suele;
porque, si yo tengo sed y el humor me infla,

tú tienes el ardor y la testa que te duele,
y, a lamer el espejo de Narciso,
no harían falta discursos para moverte.

En escucharlos estaba yo muy atento
cuando el Maestro me dijo: ¡Sigue mirando
que poco falta para que de ti me ría!

Cuando lo oí hablarme a mí así con ira
volvíme a él con tal vergüenza,
como aún hoy el recuerdo por mi memoria gira.

Como quien su desgracia sueña,
y aún soñando desea que sea sueño,
y que lo que es, no fuera, ansía,

tal me hice yo, impedido de hablar,
que deseaba excusarme, y así me excusaba,
en el silencio, y no creía que lo hacía.

Mayor defecto menos vergüenza lava,
dijo el Maestro, que no es tu caso;
así pues toda tristeza aparta.

Y considera que estaré siempre a tu lado,
si de nuevo ocurre que la fortuna te lleve
a donde haya gente tan alterada:

que querer oír tales cosas, es querer bajo.

El Infierno: Canto XXXI

Una misma lengua me mordió primero,
tiñéndome una y otra mejilla,
y me aplicó después el remedio;

así supe que hacer solía la lanza
de Aquiles y de su padre, que era causa
primero de triste don y luego de bueno.

Al mísero valle dimos la espalda
subiendo por la orilla que lo ciñe en torno,
transitando sin decir palabra.

Era allí menos que noche, menos que día,
de modo que la vista se alargaba poco;
sentí entonces bramar un alto cuerno,

tan fuerte que un trueno habría sido flojo,
que en opuesto sentido de su marcha,
me hizo a un lugar volver atento el ojo.

Tras la dolorosa derrota, cuando
Carlo Magno perdió la santa gesta,
no sonó tan terriblemente Orlando.

Así que a poco de volver allá la testa,
parecióme ver muchas altas torres
y dije: Maestro, ¿qué comarca es ésta?

Y él a mí: Mucho ha que tú corres
por las tinieblas desde muy lejos,
lo que causa que tu imaginación se equivoque.

Sabrás, cuando más cerca te encuentres,
cuánto al sentido la distancia confunde;
mas ahora apresura el paso.

Con cariño luego me tomó la mano
y dijo: Antes que más adelante sigamos,
para que el caso te sea menos extraño

sabe que no son torres, sino gigantes,
y enterrados en el pozo, en derredor, por la orilla,
están todos, desde el ombligo hasta abajo.

Como cuando la niebla se disipa
la mirada poco a poco reconoce
lo que cela el vapor que al aire entupa,

así cruzando el aura gruesa y oscura,
cada vez más cerca del fondo,
huyó el error de mí y creció el pavor;

porque, así como en su cerca redonda
Montereggione de torres se corona,
así, por la orilla que al pozo circunda,

se alzaban en torres de media persona
los horribles gigantes, a quienes fustiga
del cielo aún hoy Jove cuando truena.

Ya distinguía yo del alguno el rostro,
la espalda, el pecho y del vientre gran parte,
y por las costillas abajo ambos los brazos.

Cuando en verdad la natura abandonó el arte
de hacer bestias tales, hizo muy bien
en privar de tales actores a Marte.

Y si de elefantes y ballenas ella
no se arrepiente, quien sutilmente mira,
la juzgará en esto más justa y discreta;

pues si al razonar de la mente
se agrega el mal querer y la fuerza,
ningún estorbo puede ofrecerle la gente.

Largo me parecía su rostro y grueso
como la piña de San Pedro en Roma,
y de igual dimensión eran los demás huesos;

y tanto que la orilla, que ocultaba
su mitad de abajo, mostraba tanto
de arriba, que de alcanzar la cima

tres Frisones habrían mal alardeado,
porque contaba yo treinta grandes palmos
de abajo hasta donde se ajusta el manto.

“Raphel maí amech zabí almi”,
comenzó a gritar la fiera boca
a la que ya no se avenían los dulces salmos.

Y mi Conductor a él: Alma insensata,
¡Conténtate con el cuerno y con él desahoga
la ira u otra pasión que te tome!

Hurga el cuello, y encontrarás la soga
que lo sostiene, ¡oh alma confusa!
y mira cómo te ciñe el pecho!

Después me dijo: Él mismo se acusa;
es Nemrod que por su mala idea
ya no es una la lengua que el mundo usa.

Dejémoslo estar y no hablemos al viento;
que así es para él cualquiera lengua,
extraña, como para los otros la suya.

Hicimos camino entonces más largo
por la izquierda; y a tiro de ballesta
otro hallamos, mucho mayor y más fiero.

A ceñirlo quienquiera fuera el maestro
lo ignoro, mas le tenía sujeto
delante el izquierdo y detrás el brazo derecho

con una cadena que lo amarraba
del cuello abajo, y tanto que al descubierto
cuerpo cinco vueltas le daba.

Este soberbio quiso ensayar
su potencia contra el sumo Jove,
dijo mi Conductor, y así logró este premio.

Llámase Efialto y mostró gran audacia
cuando los gigantes amedrentaron a los dioses;
los brazos que agitó, ya nunca más mueve.

Y yo a él: Si posible fuera querría,
que del descomunal Briareo
experiencia hicieran mis ojos.

Y me repuso: Verás a Anteo
cerca de aquí, que habla y está suelto,
el cual nos llevará al fondo del infierno.

El que quieres ver, está más lejos
y está atado y arreglado como éste,
salvo que más feroz se ve en el rostro.

No hubo terremoto tan robusto
que tan violento sacudiera una torre
como cuando de golpe se sacudió Efialte.

Temí entonces más que nunca la muerte,
y me hubiera bastado a morir tan sólo el miedo,
si no hubiera visto las grilletes.

Seguimos adelante ahora
y llegamos a Anteo, que con sus buenas cinco alas,
sin contar la cabeza, sobresalía de la gruta.

¡Oh tú que en el afortunado valle
donde heredó Escipión tanta gloria,
cuando Aníbal y los suyos cayeron,

recogiste mil leones por presa,
y que, si hubieras estado en la gran guerra
de tus hermanos, aún creerse podría

que hubieran vencido los hijos de la Tierra:
llévame abajo, si no lo llevas a ultraje,
a donde al Cocito el frío aprieta.

No nos obligues a ir a Ticio o a Tifón:
pues éste puede darte lo que aquí se ansía;
mas inclínate y no me escondas el hocico.

Aún puede darte en el mundo fama
porque está vivo, y larga vida aún le espera
si antes de tiempo la gracia no lo llama.

Así dijo el Maestro; y el otro de prisa
extendió las manos, y atrapó a mi Conductor,
manos de las que Hércules sintió ya el gran apriete.

Cuando Virgilio se sintió que era aferrado
me dijo: Acércate para que te tome;
y me abrazó de tal modo que fuimos un solo fajo.

Como al mirar la Garisenda semeja
bajo el inclinado lado, cuando una nube pasa
sobre ella, que a su encuentro navega;

tal me pareció Anteo a mí que estaba atento
a verlo inclinarse, y fue tal entonces
que más hubiera querido ir por otra vía.

Pero suavemente en el fondo donde devora
Lucifer a Judas, nos dejó;
Luego, así inclinado no se demora,

y como el mástil de una nave se elevó.

El Infierno: Canto XXXII

Si yo tuviera rimas ásperas y roncas,
como convendría al triste foso
al cual apuntan todas las otras rocas,

exprimiría de mis conceptos el jugo
más plenamente; pero porque no las tengo
no sin temor a decir me conduzco;

que no es empresa a tomar en chanza
describir el fondo de todo el universo,
ni de la lengua que dice mamá y papá.

Mas aquellas damas ayuden a mi verso
que ayudaron a Anfión a cerrar Tebas,
si los hechos del decir no son diversos.

¡Oh más que todas mal creada plebe
que estáis en el lugar donde el hablar es duro,
mejor hubierais sido aquí cabras u ovejas!

Cuando estuvimos allí en el pozo oscuro,
de los pies de los gigantes muy abajo,
y yo miraba todavía el alto muro,

oí decirme: Mira por donde pasas,
fíjate que no pises con tus plantas
las testas de infelices míseros hermanos.

Por lo que me volví, y tuve adelante
y bajo los pies un lago que por el hielo
tenía de vidrio y no de agua el semblante.

No cubre su curso con tan grueso velo
en invierno el Danubio en Austria,
ni el Tanáis allá, bajo el frío cielo,

como era aquí; que si el Tambernick
le hubiera caído encima, o el Pietrapana,
no habría hecho siquiera crujir la orilla.

Y así como a croar se está la rana
con el morro fuera del agua, cuando sueña
que tiene mucho a segar la aldeana,

lívidas, hasta donde el rubor avanza,
estaban las sombras dolientes en la escarcha
rechinando los dientes como cigüeñas.

Tenían abajo todas vuelta la facha;
de la boca el frío, y de los ojos la triste alma
en ellos como testigos se daban.

Luego de observar un tanto el contorno,
volvíme a mis pies, y vi a dos tan estrechados
que se entremezclaban sus cabellos.

Decidme vosotros que tan unidos tenéis los pechos
dije yo, ¿quién sois?. Ellos torcieron el cuello;
y, luego de alzar a mí el rostro,

sus ojos, que eran antes por dentro blandos,
gotearon sobre los labios, y el hielo aprisionó
las lágrimas entre los ojos y los párpados.

Nunca una clavija sujetó tan fuertemente
dos leños, como se embistieron ellos
como carneros, que a tanto los levaba la ira.

Y uno, que había perdido ambas orejas
por la friolera, aun con la vista baja
me dijo: ¿Porqué tanto en nosotros te espejas?

Si quieres saber quiénes son éstos,
el valle donde Bisenzo se inclina
fue de Alberto, su padre, y de ellos.

Salieron de un cuerpo; y por toda la Caína
podrás buscar, y no encontrarás sombra
más digna de ser puesta en gelatina:

ni la de aquel a quien fue roto el pecho y la sombra
con él, de un golpe de la mano de Arturo;
ni la de Focaccia; ni la de éste que me incomoda

tanto con la cabeza, que más allá ver no me deja,
y se llamaba Sassolo Mascheroni;
y si eres toscano, bien sabrás quién era.

Y para que no me fastidies con más sermones
sabe que yo fui Camiscion de los Pazzi;
y espero a Carlino que me disculpe.

Después mil rostros vi violáceos
de frío; por donde me dan horror
y me lo darán siempre los helados vados.

Y mientras más íbamos hacia el centro
donde toda gravedad se anuda,
yo temblaba en la eterna noche;

si querer fue del destino o la fortuna,
no sé, pero pasando entre las cabezas,
acaso di un puntapié en el rostro de una.

Llorando me gritó: ¿porqué me hieres?
si no has venido a incrementar la venganza
de Montaperto, ¿porqué molestas?

Entonces yo: Maestro mío, espérame ahora,
que yo salga de dudas sobre éste;
después me darás prisa, cuanta quieras.

El Conductor se detuvo, y hablé a aquel
que aún duramente blasfemaba:
¿Quién eres tú que así me increpas?

¿Y tú quién eres que vas por la Antenora
golpeando, repuso, a los demás en la cara,
lo cual sobrado sería si estuviera vivo?

Vivo estoy, y puede serte muy grato,
fue mi respuesta, si quieres fama,
que tu nombre asiente entre mis notas.

Y él a mí: Lo contrario es lo que quiero.
Quítate de aquí y no me des más sufrimiento,
que mal saben las alabanzas en este fango.

Entonces lo tomé por los pelos de la nuca
y le dije: Te convendrá que tu nombre digas
o que el pelo de aquí arriba te falte.

Y él a mi: Aunque me descabelles
no te diré quien soy, ni te lo mostraré,
aunque mil veces por la cabeza me tomes.

Tenía yo sus cabellos con mi mano asido,
y le había ya arrancado más de un puñado,
ladrando él con los ojos vueltos al frío,

cuando otro gritó: ¿Qué tienes, Bocca?
¿No te basta con sonar las quijadas
que ladras? ¿qué diablo te toca?

Ahora, respondí, que más hables no quiero,
malvado traidor; que por cumplir tu deseo
llevaré de ti noticias veras.

Vete de aquí, respondió, y lo que quieras, cuenta;
pero no calles, si tú de aquí dentro salieras,
de aquel que tuvo así tan pronta la lengua.

Él llora de los Franceses los dineros:
‘Yo vi’, podrás decir, ‘aquel de Duera,
allí donde los pecadores están frescos’.

Si fueras preguntado: ‘¿Qué otros había?’
está a tu lado el de Bechería,
de quien segó Florencia el garguero.

Gianni de Soldanier creo que sea,
más allá con Ganellone y Tebaldello,
que abrió a Faenza cuando dormía.

Ya nos habíamos alejado de él,
cuando vi a dos en un hoyo congelados
de forma que la testa del uno era del otro sombrero;

y como el pan por el hambre se manduca,
así el de arriba al otro le clavó los dientes
por donde el cerebro se une con la nuca:

no de otra forma así mordió Tideo
las sienes de Menalipo por despecho,
como lo hacía aquél con el cráneo y otras cosas.

¡Oh tú que muestras por tan bestial seña
odio por aquel que así te comes,
dime el porqué, dije yo, y por ello convengo,

que si tú con razón de él te quejas
sabiendo quienes sois y su pecado,
yo te desquitaré en el superno mundo

si no se seca aquella con la que hablo.

El Infierno: Canto XXXIII

Alzó la boca del fiero pasto
aquel pecador, limpiándola en el pelo
de la testa que por detrás devastaba.

Luego empezó: Tú quieres que renueve
el atroz dolor que el corazón me aprieta
de solo pensar, aún antes que hable.

Mas si podrán ser mis palabras semilla
de rendir infamia al traidor que carcomo,
hablar y llorar me verás juntamente.

No se quién eres tú ni de qué modo
has venido aquí abajo; mas florentino
pareces en verdad cuando te oigo.

Has de saber que yo fui el conde Ugolino
y que éste es el arzobispo Ruggieri;
ahora te diré porqué le soy tal vecino.

Que por efecto de sus malos pensamientos,
fiándome de él, caí preso
y fui muerto, no hace falta decirlo;

pero de aquello que no pudo ser visto,
es decir cómo mi muerte fue cruda,
oirás, y sabrás si me ha ofendido.

Un breve hueco dentro de la Muda,
la cual, por mí, se titula hoy del hambre,
y que aún será de otros lugar de encierro,

me había mostrado ya por su abertura
muchas lunas, cuando tuve el mal sueño
que del futuro me descorrió el velo.

A éste veíalo yo como señor y dueño,
cazando lobos y lobeznos en aquel monte,
que a los de Pisa la visión de Lucca estorba.

Con perras flacas, astutas y amaestradas,
a los Gualandi con Sismondi y con Lanfranchi,
había puesto adelante de la hueste.

Tras breve huída, me parecieron cansados
el padre y los hijos, y con agudos colmillos
parecíame que les herían los flancos.

Despertando antes de la aurora,
llorar oí entre sueños a mis hijos
que conmigo estaban, y me pedían pan.

Serías bien cruel, si tú ya no te dueles
pensando en lo que mi corazón presentía;
y si no lloras ¿de qué llorar sueles?

Ya estaban despiertos, y la hora se acercaba
de la comida que soler nos traían,
y por su sueño cada uno dudaba;

oí entonces que de abajo clavaban
la puerta de la horrible torre; y me volví
al rostro de mis hijos sin decir nada.

Yo no lloraba, mas por dentro era de piedra;
lloraban ellos; y mi Anselmito
dijo: ‘¿Mírate, padre, que tienes?’

Mas no lloré ni respondí
en todo el día y en la siguiente noche,
hasta que un nuevo Sol salió en el mundo.

Como un rayo de luz se infiltrara
en la dolorosa celda, y percibí
en sus cuatro rostros mi mismo aspecto,

ambas manos por el dolor me mordí;
y ellos, creyendo que yo lo hacía obligado
por el hambre, súbitamente se alzaron

y dijeron: ‘Padre, menor será nuestro dolor
si tú nos comes: tú nos vestiste
estas míseras carnes, tú tómalas ahora’

Aquietéme entonces por más no acongojarlos;
un día y otro permanecimos todos mudos,
¡Ay, dura tierra! ¿Porqué no te abriste?

Cuando al cuarto día llegamos
Gaddo se arrojó tendido a mis pies
diciendo: ‘Padre mío, ¿porqué no me ayudas?.

Y allí murió; y así como tú me ves,
vi yo caer los tres uno por uno
en el quinto y el sexto día; y yo, ya ciego,

me puse a buscar tanteando a cada uno
y dos días los llamé, luego de muertos.
Después, más que el dolor, pudo el ayuno.

Cuando dejó de hablar, con ojos torvos,
retomó el mísero cráneo con los dientes,
que llegaron al hueso, como de un perro, fuertes.

¡Ah Pisa, vituperio de las gentes
de aquel bello país donde el sí suena,
pues tus vecinos son a castigarte lentos,

muévase la Capraja y la Gorgona,
y hagan un dique al Arno en su salida,
y que sus aguas aneguen a todas las personas!

Porque si el conde Ugolino tenía fama
de haberte traicionado en tus castillos,
no deberías haber en esa cruz puesto a los hijos.

Inocentes los hacía la edad nueva
¡oh nueva Tebas! a Uguiccione y al Brigata
y a los otros dos que en este canto se nombran.

Seguimos adelante, allá donde la helada
rudamente a otras gentes encierra,
el rostro no hacia abajo, sino hacia arriba volteado.

Allí el mismo llanto llorar no los deja,
y el dolor que en los ojos halla impedimento,
vuélvese adentro para aumentar la angustia,

porque las primeras lágrimas forman un nudo
y tal como una visera de cristal,
llenan bajo los párpados todo el hueco.

Y aun cuando, como encallecido,
por el frío todo sentimiento
había abandonado mi rostro,

me parecía sin embargo sentir un viento;
por lo que yo: Maestro mío, ¿quién lo mueve?
¿no está aquí abajo todo vapor extinto?

Y él a mí: Pronto estarás donde
de ello te dará el ojo respuesta,
al ver la causa que al soplo mueve.

Y uno de los tristes de la fría costra
nos gritó: ¡Oh almas tan crueles
que os han dado el último puesto,

alzadme del rostro el duro velo,
para aliviar el dolor que el corazón me impregna,
un algo, antes que el llanto de nuevo se congele.

Por lo que le dije: Si quieres que te auxilie,
dime quien eres, y si yo no te libero,
que al fondo del la escarcha ir se me obligue.

Respondió pues: Yo soy fray Alberigo;
soy aquel de la fruta del mal huerto,
que aquí retomo dátil por higo.

¡Oh!, le dije yo, entonces ¿ya estás muerto?
Y él a mí: Cómo esté mi cuerpo
en el mundo arriba, lo ignoro.

Tal es la cualidad de esta Tolomea
que muchas veces cae aquí el alma
antes que Átropo le dé la vuelta.

Y para que tú de buena gana me raigas
las vidriosas lágrimas del rostro,
sabe que así que una alma traiciona,

como lo hice yo, de su cuerpo se apodera
un demonio, que luego lo gobierna
hasta que su tiempo todo esté cumplido.

El alma se derrumba en esta cisterna;
y tal vez aún se muestre el cuerpo arriba
de la sombra que aquí detrás mío inverna.

Tu debes conocerlo, si acabas de llegar abajo,
él es Branca Doria, y son muchos los años
cumplidos desde que fue aquí encerrado.

Creo, le dije, que me engañas,
porque Branca Doria no murió todavía,
y come y bebe y duerme y viste paños.

En el foso superior, dijo, de Malebranche,
allí donde hierve la tenaz pega,
no había aún llegado Miguel Zanche,

que Doria dejó al diablo en su lugar
en su cuerpo, y lo mismo el pariente
que la traición junto con él compuso.

Mas extiende ya tus manos
y ábreme los ojos. Y no se los abrí;
y cortesía fue con él ser villano.

¡Ay Genoveses! Hombres extraños
a todo orden y llenos de toda lacra,
¿Porqué no sois del mundo dispersos?

Que junto al peor espíritu de la Romania
hallé uno de vosotros, que por sus obras
su alma en el Cocito ya se baña,

y en cuerpo arriba como vivo aún anda.

El Infierno: Canto XXXIV

Vexilla regis prodeunt inferni,
hacia nosotros; pero mira adelante,
dijo mi Maestro, si algo distingues.

Como cuando una espesa niebla sopla,
o cuando nuestro hemisferio pernocta,
se ve a lo lejos un molino que al viento gira,

así me pareció ver un gran edificio entonces;
luego, por el viento, me encogí detrás
de mi Conductor, porque no había otra roca.

Allí estaba ya, y con pavor lo pongo en verso,
donde todas las sombras estaban cubiertas
y transparentes como brizna de paja en vidrio.

Unas están yacientes; otras erectas,
ésta cabeza abajo, aquella de pie,
otra, como un arco, el rostro al pie devuelve.

Una vez que hubimos avanzado lo bastante
para que a mi Maestro le placiera mostrarme
la criatura que tuvo el bello semblante,

se quitó delante de mí y me detuvo,
he aquí a Dite, me dijo, y aquí el lugar
donde importa que de fortaleza te armes.

Cómo entonces quedéme helado y sin voz,
no me preguntes, lector, porqué no lo describo,
porque todo discurso sería poco.

Yo no morí y no quedéme vivo;
piensa ahora por ti, si tienes mucho ingenio,
qué vine a ser, no siendo lo uno ni lo otro.

El emperador del doloroso reino
del medio pecho salía fuera de la helada,
y mejor con un gigante me comparo

que los gigantes no lo harían con su brazo:
juzga entonces cuánto ha de ser en su todo,
que con esta parte se compara.

Si él fue tan bello como feo es ahora,
y contra su hacedor alzó las cejas,
bien es que proceda de él todo luto.

¡Oh cómo parecióme maravilla grande
cuando vi tres caras en su testa!
Una delante y era bermeja,

las otras eran dos, que a aquella se unían
de cada hombro en el medio,
y se juntaban en el lugar de la cresta:

y la derecha parecía entre amarilla y blanca,
la izquierda a la vista era tal cuales son
los que vienen de donde el Nilo se encauza.

Debajo de cada una salían dos grandes alas,
como convenía a un tal pajarraco:
velas marinas no vi yo nunca tales.

No tenían plumas, mas de murciélago
era su estilo; y apantallaban
de forma que tres vientos salían de ellas:

por eso todo el Cocito se congela.
Con sus seis ojos lloraba, y por sus tres mentones
caía el llanto y la sangrienta baba.

En cada boca trituraba con los dientes
a un pecador, como machacándolo,
y así a tres de ellos sufrir hacía.

Al de adelante, la mordedura le era poco,
ante el rasgar, que muchas veces la espalda
le dejaba con la piel desgarrada.

Aquel de allá arriba que sufre mayor pena,
dijo el Maestro, es Judas Iscariote,
que la cabeza tiene adentro, y afuera agita las piernas.

De los otros dos que están cabeza abajo,
el que cuelga de la trompa negra es Bruto;
¡Mira cómo se retuerce, sin decir palabra!;

y el otro es Casio, que parece tan membrudo.
Pero renace la noche, y ya es hora
de partir que ya hemos visto todo.

Como lo quiso, a su cuello me abracé,
y él eligió el momento y el lugar justo,
y cuando las alas estuvieron bien abiertas,

se prendió de las vellosas costillas;
de pelo en pelo abajo descendió luego
entre el hirsuto pelo y las heladas costras.

Cuando llegamos al sitio donde nace
la pierna, sobre el grueso del anca,
el Conductor, con fatiga y con angustia,

volvió la testa hacia donde tuviera las zancas
y aferróse al pelo como el que sube,
de modo que al infierno creía yo estar retornando.

Está bien atento, que por esta escala,
dijo el Maestro, jadeando como hombre exhausto,
conviene alejarnos de tantos males.

Después salió afuera por la brecha de una roca,
y púsome sobre el borde a que me sentara;
luego junto a mi detuvo el prudente paso.

Yo levanté la viste y creía poder ver
a Lucifer como lo había dejado
y lo vi con las piernas hacia arriba;

y si debí entonces quedar trastornado,
júzguelo la grosera gente, que no percibe
cual es aquel punto por el que había pasado.

Álzate, dijo el Maestro, de pie,
la ruta es larga y el camino áspero,
y ya el Sol a media tercia se acerca.

No era galería de palacio el lugar
donde estábamos, mas natural caverna
que tenía feo suelo y luz escasa.

Antes que del abismo me arranque,
Maestro mío, dije yo cuando estuve erguido,
háblame un poco para quitarme de error:

¿dónde está el hielo? y ¿cómo clavado está
éste así boca abajo? ¿y cómo en tan pocas horas
de tarde a mañana ha hecho el Sol su trayecto?

Y él a mí: Te imaginas todavía que estás
del otro lado del centro, donde yo me tomé
de la piel del infame verme que taladra el mundo.

Allí estuviste en tanto descendía;
cuando me volví, pasaste el punto
al que se atraen de todas partes los pesos.

Y ahora al hemisferio has llegado
que está contrapuesto al que la gran seca
cubre, y en cuya cima fue muerto

el hombre que nació y vivió sin pecado;
los pies tienes sobre una pequeña esfera
que en la otra cara mira a la Judeca.

Aquí es mañana, cuando allá es la tarde;
y éste, que nos sirvió de escala con el pelo,
clavado está así como antes era.

Por este lado cayó desde el Cielo;
y la Tierra, que antes de acá se tenía,
por miedo de él hizo del mar vela,

y vino al hemisferio nuestro; y tal vez,
por huir de él, dejó aquí un lugar vacío
que aparece de este lado, y para arriba remonta.

Lugar hay allí abajo, de Belcebú bien remoto,
tanto cuanto la tumba se extiende,
que no vemos, sino por el rumor percibimos

de un arroyuelo que aquí desciende
por el hoyo de una piedra, que él ha roído,
con sinuoso curso y de pendiente poca.

El Conductor y yo, por ese camino escondido,
entramos a retornar al claro mundo;
y sin cuidarnos de reposo alguno,

subimos, él primero y yo segundo,
tanto que vi las cosas bellas
que lleva el Cielo, por un resquicio redondo.

Y entonces salimos a rever las estrellas.

El Purgatorio: Canto I

Por surcar mejores aguas alza las velas
ahora la navecilla de mi ingenio,
tan cruel mar detrás de sí dejando;

y cantaré de aquel segundo reino,
donde el humano espíritu se purga
y se hace digno de subir al Cielo.

Resurja ahora aquí la muerta poesía,
¡oh Santas Musas! pues vuestro soy;
y que Calíope un algo surja

acompañando mi canto con aquel son
del cual las míseras Urracas sintieron
tal golpe, que ya no esperan perdón.

Dulce color de oriental zafiro,
que se acogía en el sereno aspecto
del medio, puro hasta el primer giro,

a mis ojos recomenzó dilecto,
así como salí fuera del aura muerta,
que contristado me había los ojos y el pecho.

El bello planeta que de amar conforta
hacía que el entero oriente riera,
velando a los Peces que eran su escolta.

Volvíme a la derecha, y dirigí la mente
al otro polo, y vi las cuatro estrellas,
que nadie vio mas la primera gente.

Gozar parecía el cielo de sus flamas:
¡oh septentrional viudo sitio,
pues que privado estás de verlas!

Así que de mirarlas me apartara,
volviéndome un poco hacia el otro polo,
allí donde el Carro ya se había ido,

vi cerca de mi a un viejo solo
digno de tanta reverencia al ver,
que más no debe al padre ningún hijo.

Larga la barba y de blanco pelo mestiza
tenía, a sus cabellos semejante,
de la que caía al pecho doble lista.

Los rayos de las cuatros luces santas
franjeaban de luz tanto su rostro,
que lo veía como si el Sol fuera delante.

¿Quién sois vosotros, que contrario al ciego río
huido habéis de la prisión eterna?
dijo, moviendo esas honestas plumas.

¿Quién os ha guiado? ¿o quién os fue lucerna,
saliendo fuera de la profunda noche
que siempre tiene negro el infernal valle?

¿así se han roto las leyes del abismo?
¿o se ha dictado en el cielo nuevo consejo
de que, condenados, vengáis a mis grutas?

Mi conductor entonces me tomó la mano,
y con palabras, manos y señales
hízome hincar y bajar la frente reverente.

Después le dijo: Por mí no viene;
mujer bajó del cielo, a cuyos ruegos,
mi compañía para con él dispuso.

Pero como es afán tuyo que más te explique
cuánto de honesta nuestra condición sea
no cabe en mí que a tí me niegue.

Éste aún no vio su última tarde
pero estuvo por su locura tan cerca,
que le era escaso el tiempo para que volver pudiera.

Así como te dije, a él yo fui mandado
por que viviera; y no había para él otro camino
que éste por el que me he metido.

Mostrado le he la perversa gente;
y ahora pretendo mostrarle los espíritus
que se purgan en tus dominios.

Cómo lo traje, sería largo contarte;
de lo alto una virtud me ayuda
a conducirlo a verte y a escucharte.

Ahora pues que su visita acoger te plazca:
libertad va buscando, que le es tan cara,
como lo sabe quien la vida por ella deja.

Lo sabes tú, que por ella no te fue amarga
en Útica la muerte, donde dejaste
la vestidura que en el gran día será tan clara.

Los eternos edictos no hemos quebrado;
que éste vive, y a mí Minos no alcanza;
que soy del giro donde están los ojos castos

de tu Marcia, que al parecer te ruega
¡oh santo pecho! que la tengas por tuya;
por su amor, pues, a nuestro deseo accedas.

Déjanos viajar por tus siete reinos;
gracias reportaré de ti a ella,
si de ser mencionado allá abajo te dignas.

Marcia plugo tanto a mis ojos
mientras allá estuve, dijo entonces,
que cuantos gracias quiso de mi, las tuvo.

Ahora que allende el mal río habita,
no puede más conmoverme, por aquella ley
que hecha fue cuando salíme fuera.

Mas si dama del cielo te mueve y te sostiene
como tú dices, no hacen falta lisonjas;
baste bien que en su nombre requieras.

Vete pues, y haz que éste se ciña
de un junco mondo y que el rostro lave
para que de toda suciedad así se redima,

que bien no fuera con el ojo herido
de alguna niebla, venir ante el ministro
primero, que es de los del paraíso.

Aquella apartada isla, bien abajo de la playa,
allá donde las olas azotan,
abriga juncos sobre el blando limo:

ninguna otra planta de hojas
o de tronco duro, puede vivir allí,
que el batir de las olas no secunde.

Después no volváis aquí:
el Sol os mostrará, que ahora surge,
a tomar del monte la más leve cuesta.

Ahí desapareció; y de pie me puse,
en silencio, y me allegué muy cerca
de mi conductor, y hacia él alcé la vista.

Y él comenzó: sigue mis pasos,
retrocedamos, que por aquí declina
esta llanura a sus lugares más bajos.

Vencía el alba la hora matutina
que delante huía, de modo que de lejos
pude ver el fluctuar de las olas.

Íbamos por el solitario llano
como quien vuelve a la perdida senda
y que hacia ella le parece ir en vano.

Cuando llegamos allí donde el rocío
lidia con el Sol, y por estar
a la sombra se difunde poco a poco,

ambas manos sobre la hierba abiertas
suavemente mi maestro puso:
y yo entonces, su intento advirtiendo,

le ofrecí mis mejillas lacrimosas:
y allí dejóme descubierto
aquel color que ocultara el infierno.

Llegamos luego al litoral desierto,
cuyas aguas no vieron navegar nunca
a hombre, que de ellas regresara experto.

Ciñóme allí como al otro plugo:
¡oh maravilla! que así como escogió
la humilde planta, igual renació otra

súbito allí donde la arrancara.

El Purgatorio: Canto II

Ya estaba el Sol al horizonte junto,
cuyo meridiano círculo cubre
a Jerusalén en su más alto punto;

y la noche que opuesta a éste gira
salía del Ganges con las Balanzas,
de cuyas manos se cae cuando se alarga;

de modo que las blancas y rosadas mejillas,
donde yo estaba, de la bella Aurora,
por la mayor edad ya eran naranjas.

Nos hallábamos aún sobre la orilla del mar,
como quien el camino a tomar medita,
que de corazón avanza, pero de cuerpo demora.

Y entonces, así como sorprendido a la mañana,
por el grosor de la niebla, Marte enrojece,
allá en el poniente sobre el marino suelo,

así se mostraba, como si aún la viera.
una luz por el mar venir tan presto
que no había volar que al suyo pareciera.

Como la vista un momento apartara
hacia mi Maestro por una pregunta,
al reverla la vi, de más brillo y mayor tamaño.

Luego a sus lados ver me parecía
un no sé qué de blanco, y que de abajo
un otro blanco poco a poco aparecía.

Mi maestro aún palabra no decía
en tanto se veía que los blancos eran alas;
y aunque al gondolero bien lo conocía

gritóme: ¡Dobla, dobla la rodilla!
éste es el Ángel de Dios: junta las manos;
de ahora en más verás oficiales tales.

Mira cómo desprecia los medios humanos,
que remo no quiere, ni más otro velamen
que sus alas, en riberas tan lejanas.

Mira como alzadas las tiene al cielo,
agitando el aire con eternas plumas,
que no se mudan como el mortal pelo.

Luego como poco a poco hacia nos vino
el ave divina, más brillante aparecía:
pero como el ojo de cerca no lo sufría

incliné la vista; y él se dirigió a la orilla
en una navecilla esbelta y leve,
tanto que en el agua apenas se metía.

En popa estaba el celestial barquero,
cuyo sólo aspecto ya mostrábalo bendito;
y más de cien espíritus sentados dentro.

“In exitu Israel de Aegypto”
cantaban juntos a una voz en coro
con lo que sigue escrito de aquel salmo.

Luego de la santa cruz les hizo el signo;
y ellos se arrojaron todos a la playa,
y el ángel se marchó, veloz, como vino.

La turba que allí quedó, extrañada
del lugar parecía, mirando alrededor
como quien nuevas cosas contemplara.

De todas partes saetaba el día
el Sol, quien con las nobles saetas
del medio cielo había echado a las Cabras,

cuando la nueva gente alzó la frente
a nosotros, diciendo: si vos sabéis,
mostradnos la vía de subir al monte.

Y Virgilio respondió: tal vez creéis
que expertos seamos de este sitio;
mas como vosotros peregrinos somos.

Ha poco que llegamos, antes que vosotros,
por otra vía, que fue tan dura y fuerte,
que subir ésta nos parecerá de juego.

Las almas, que habían advertido,
por el respirar, que aún estaba vivo,
maravilladas palidecieron.

Y como el mensajero, que porta olivo,
atrae a la gente para oír las nuevas,
y de pisotear a otro nadie es esquivo,

así en mi rostro se fijaron ellas
almas afortunadas todas
como olvidando de hacerse bellas.

Yo vi a una salir delante
para abrazarme con tan grande afecto,
que movióme a hacer lo semejante.

¡Ay sombras vanas, aunque sólo en el aspecto!
Tres veces detrás de él ceñí las manos,
y otras tantas ceñidas las hallé a mi pecho.

De sorpresa, creo, quedé pintado;
pero la sombra se retiró sonriendo,
y yo siguiéndola, avancé adelante.

Suavemente pidió me detuviera;
conocí entonces quien era, y le rogué,
que para hablarme, un poco se estuviera.

Respondióme: Así como te amé
en el mortal cuerpo, así te amo suelto:
por éso me detengo; pero tú ¿porqué vas?

Casella mío, por retornar de nuevo
allá de donde soy, hago este viaje,
le dije, pero tú ¿porque te demoraron tanto?

Y él a mí: No me han hecha ultraje alguno
porque aquel, que lleva cuando y quién le place,
muchas veces me ha negado el pasaje:

de su justo querer así se hace:
en verdad desde hace tres meses, ha llevado
a todo el que quiso entrar, en paz completa.

Por éso yo, que al mar me había vuelto
donde el agua del Tíber de sal se impregna,
fui acogido por él benignamente.

Hacia aquella embocadura dirige ahora el ala
porque allí se congregan siempre
los que al Aqueronte no descienden.

Y yo: si una nueva ley no te priva
de memoria o del uso del amoroso canto
que solía aquietar todas mis penas,

con él te plazca consolar un tanto
el alma mía, porque, con su cuerpo
aquí viniendo, ¡se ha afanado tanto!

«Amor que en la mente me razona»,
comenzó él entonces tan dulcemente,
que la dulzura aún dentro de mi suena.

Mi maestro y yo y aquella gente
que con él estaban, parecían tan contentos,
como si a nadie otra cosa en mente fuera.

Todos quietos éramos y atentos
a sus notas; y entonces el viejo honesto
gritando: ¿qué es ésto, espíritus lentos?

¿qué negligencia, qué quedarse es éste?
corred al monte a quitaros los escollos
que a vos no dejan mirar a Dios manifiesto.

Como cuando, cogiendo grano o hierba,
las palomas apiñadas en pastura,
quietas, sin mostrar su normal orgullo,

si algo aparece de lo que ellas tengan miedo
súbitamente dejan estar el alimento,
porque acosadas de un mayor cuidado;

así vi yo a aquella mesnada fresca
dejar el canto, y lanzarse a la costa,
como quien va, sin saber a donde;

ni nuestra partida fue más lenta.

El Purgatorio: Canto III

Entonces cuando la súbita fuga
los dispersó por la campiña
hacia el monte a donde la razón los lleva,

yo me acogí al confiable compañero:
¿y cómo estaría yo sin su concurso?
¿quién me habría hecho subir la montaña?

Me pareció consigo mismo atrito;
¡oh digna conciencia y clara,
cómo breve falta te es compunción amarga!

Cuando sus pies abandonaron la prisa,
que de todo acto la honestidad empaña,
mi mente, que reducida estaba,

el designio dilató, aguijoneada,
y volví mi rostro a la colina
que al más alto cielo sobre las aguas se exalta.

El Sol, que detrás flameaba rojo,
lanzaba adelante mi figura,
porque en mí hallaban sus rayos apoyo.

A mi lado volvíme con pavor
de ser abandonado, al ver sólo
de mí delante la tierra oscura;

y mi sostén: ¿Porqué desconfías?
comenzó a decirme muy alterado;
¿no crees que estoy contigo y soy tu guía?

Allá es de tarde donde sepulto
está el cuerpo en el cual hacía sombra;
lo tiene Nápoles, y de Brindis fue sacado.

Ahora, si ante mí nada se nubla
no te asombres más que de los cielos
un rayo al otro no obsta.

A sufrir tormentos, calor y hielo
tales cuerpos la virtud dispone,
y cómo sea, no quiere que se nos devele.

Loco es quien espera que la razón nuestra
pueda recorrer la infinita vía
que tiene una sustancia en tres personas.

Estad contentos, humana gente, del quia;
porque si tuvierais poder de verlo todo
no hubiera sido necesario parir María.;

vos visteis que lo desearon sin fruto
los que así hubieran aquietado el deseo
que eternamente queda en ellos como luto:

de Arístoteles y de Platón hablo
y de otros muchos; y aquí curvó la frente
y más no dijo, y quedó turbado.

En tanto al pie del monte llegamos,
allí encontramos tan abrupta roca
que en vano fueran las piernas prontas.

Entre Lérici y Turbía la más desierta,
la más quebrada ruina es una escala,
cotejada con ésta, ágil y abierta.

¿Quién sabe cuál es más asequible lado,
dijo mi maestro frenando el paso.
para que pueda subir el que no tiene alas?

Y mientras guardando la vista baja
examinaba el curso del camino,
y yo arriba miraba alrededor de la roca,

por la izquierda apareció una afluencia
de almas, que movían el pie hacia nosotros,
y no lo parecía, por venir tan lentas.

Alza, dije yo, maestro, tus ojos:
mira por allí quien nos dará consejo,
si no logras por ti mismo tenerlo.

Miró entonces, y con franco aspecto
respondió: Vamos allá, que vienen lentos;
y tú mantén la esperanza, dulce hijo.

Aquella gente estaba lejos,
aún después de haber dado mil pasos,
cuanto una piedra lanzada por buena honda,

cuando se apretujaron todos contra la masa dura
del alto escollo, quedando quietos y juntos,
como se está mirando, quien anda en duda.

¡Oh bien finados!, ¡oh espíritus ya selectos!
comenzó Virgilio, por la paz aquella
que todos vosotros, creo, esperan,

decidnos donde la montaña sesga,
para que podamos trepar por ella;
que perder tiempo, a quien más sabe, más desplace.

Como salen del redil las ovejas
una, dos, tres, y las demás se quedan
tímidas, bajos los ojos y el hocico;

y lo que hace la primera, lo hacen las otras,
apretándose a ella, si se detiene,
simples y quietas, aunque ignoran el motivo;

así vi venir a nosotros la primera
de aquella grey ahora afortunada,
de rostro púdico y en el andar honesta.

Como llegaron entonces a ver rota
la luz que a tierra iba hacia mi derecha,
de modo que de mi a la gruta iba la sombra,

quedaron quietas, retrocediendo un poco,
y todos los demás que atrás venían,
sin saber porqué, otro tanto hicieron.

Sin que lo pregunten les confieso
que es humano cuerpo el que estáis viendo;
por quién la luz del Sol quiébrase al suelo.

No os maravilléis; mas creed
que no sin virtud que del cielo venga
intenta sobrepasar esta pared.

Así el maestro; y aquella gente digna:
Volved, dijeron, id delante de nosotros,
con el dorso de la mano haciendo señas.

Y uno de ellos comenzó: Quienquiera
seas, andando así, vuélveme el rostro:
piensa si de allá alguna vez no me vieras.

A él volvíme y miréle fijo:
rubio era y bello y de gentil aspecto,
mas una ceja un golpe había partido.

Cuando húbeme humildemente escusado
de haberlo visto nunca, me dijo: Pues mira,
y enseñóme una llaga sobre el pecho.

Luego sonriendo me dijo: Yo soy Manfredo,
nieto de Constanza emperatriz;
por donde te ruego, que cuando vuelvas,

vayas a mi bella hija, raíz
del honor de Aragón y de Sicilia,
y dile la verdad a ella, si es que se dice otra cosa.

Cuando mi cuerpo fue traspasado
por dos heridas mortales, yo me rendí,
llorando, a aquel que con gusto perdona.

Horribles mis pecados fueron
mas la infinita bondad tiene tan largos brazos
que toma a todo el que se vuelve a ella.

Si el pastor de Cosenza, que a cazarme
fue puesto entonces por Clemente,
hubiera de Dios leído bien esta cara,

los huesos de mi cuerpo estarían ahora
en la cabeza del puente, cabe Benvenuto,
bajo custodia de pesadas rocas.

Pero los moja la lluvia y el viento los arroja
fuera del reino, casi a la orilla del Verde,
a donde los llevó, con extintos cirios.

Por su maldición así no se pierde,
que no pueda volver, el eterno amor,
mientras la flor de la esperanza reverdece.

Verdad es que quien en contumacia muere
de la Santa Iglesia, aun cuando al fin se arrepienta,
forzoso es que de este monte quede afuera,

por todo el tiempo que ha estado, treinta.
en su presunción, si tal decreto
más breve no se hiciera por plegarias buenas.

Mira pues si darme alegría puedes
revelando a mi buena Constanza,
cómo me has visto, y cómo estoy prohibido,

que por los ruegos de allá, mucho se avanza.

El Purgatorio: Canto IV

Cuando por un placer o por un dolor,
que alguna virtud nuestra comprenda,
el alma fuertemente a ella se recoge,

parece que ya a otra potencia no atienda;
y ésto va contra aquel error que cree
que un alma sobre otra en nosotros se encienda.

Por éso, cuando algo se oye o mira
que con fuerza tenga a sí el alma vuelta,
el tiempo pasa y el hombre no lo observa;

que una es la potencia que escucha,
y otra la que subyuga el alma entera:
ésta está como atada, y la otra está suelta.

De lo que tuve experiencia verdadera
oyendo aquel espíritu y admirando;
que bien cincuenta grados salido había

el Sol, sin que lo advirtiera, cuando
llegamos a donde aquellas almas acordes
nos gritaron: Aquí está vuestra respuesta.

Mayor portillo con frecuencia obtura
con un manojo de espinas
el aldeano cuando la uva madura,

que no la senda por donde subimos
mi conductor, y yo detrás, solos,
cuando se nos separó la turba.

Súbase a San Leo y bájese en Noli,
móntese en Bismantua y en Cacume
bastan los pies; pero aquí se precisa el vuelo;

digo con las ligeras alas y con las plumas
del gran deseo, siguiendo al que conduce
que me daba esperanza y me brindaba lumbre.

Subimos por una quebrada senda
cuyos costados me apretujaban entero
mientras abajo el suelo pies y manos requería.

Cuando llegamos al borde supremo
de la barrera a una abierta meseta,
Maestro mío, dije, ¿por dónde iremos?

Y él a mi: Ningún paso tuyo descienda:
arriba, hacia el monte detrás de mi, trepa,
hasta que hallemos una sabia escolta.

Tan alta era la cumbre que la vista
no alcanzaba, y la ladera empinaba tanto
como de medio cuadrante la línea al centro.

Yo estaba agotado cuando comencé:
¡Oh dulce padre! vuélvete y mira
cómo solo me quedo si no te aquietas.

Hijito mío, dijo, súbete hasta este punto,
mostrándome arriba un descanso
desplegado de aquel lado del monte.

Me animaron tanto sus dichos,
que esforzándome hacia él trepé
hasta que el ámbito quedó bajo mis pies.

En ese lugar los dos nos sentamos,
mirando a levante por donde subimos:
que agradar suele contemplar lo andado.

Primero incliné la vista a los lugares de abajo,
luego la alcé al Sol, y me admiraba
que por la izquierda me hería.

Bien advirtió el poeta que atónito
estaba yo ante el carro de la luz,
que entre nos y el Aquilón entraba.

Entonces él: Si Castor y Pólux
estuvieran en compañía del aquel espejo
que arriba y abajo su luz conduce,

verías el Zodíaco rojizo
girar todavía muy junto a la Osa,
si afuera no se saliera del camino antiguo.

Y cómo ésto ser pueda, si elaborarlo quieres,
recogido en ti mismo, imagina a Sion
y a este monte estar en la Tierra

de forma que ambos un solo horizonte
y distinto hemisferio tengan; así la ruta
que mal supo carretear Faetón,

verás como a éste es necesario que vaya
por un lado, cuando por otro va aquel,
si tu intelecto bien claramente mira.

Cierto, maestro mío, dije, nunca
había visto tan claro como entiendo ahora
en lo que mi ingenio antes parecía manco,

porque el círculo medio del motor superno
que se llama Ecuador, en alguna ciencia,
y que permanece siempre entre Sol e invierno,

por la razón que dices, de aquí se marcha
hacia el Septentrión, mientras los Hebreos
lo ven hacia la ardiente parte.

Mas si te place, quisiera saber
cuánto hemos de andar; pues el monte asciende
mas de lo que alcanzar mis ojos pueden.

Y él a mi: Esta montaña es tal
que siempre el comenzar de abajo es duro;
y cuando se sube más, menor es el mal.

Mas cuando te parezca suave
tanto, que el andar por ello te será ligero,
como boga a favor de la corriente la nave,

estarás entonces al fin de este sendero;
por tanto a reposar la pena espera.
Más no respondo, sólo ésto sé de cierto.

Y así que hubo sus palabras dicho
sonó una voz muy cerca: Tal vez
antes te verás forzado a sentarte.

A tal sonido ambos torcimos,
y a la izquierda una gran peña vimos,
de la que él ni yo nos dimos cuenta.

Allá nos fuimos: y allí había personas
que a la sombra estaban tras la roca
como indolentes que a estar se sientan.

Y uno de ellos, que parecía cansado,
sentado se abrazaba las rodillas,
teniendo entre ellas el rostro bajo.

¡Oh dulce señor mío!, dije, contempla
a éste que se muestra más negligente
como si hermana suya fuera la pereza.

Volvióse entonces a mirarnos
y alzando el rostro de entre las piernas
dijo: ¡Sube tú, que eres valiente!

Supe quien era entonces, y aquella angustia
que me exigía aún algo de aliento,
no me impidió acercarme; y luego

que junto a él estuve, alzó apenas la testa
y dijo: ¿Has comprendido bien cómo el Sol
por el dorso siniestro el carro lleva?

Sus perezosas señas y su palabra escasa
pusieron en mis labios algo de risa;
luego empecé: Belacqua, ya más de ti

no me conduelo; pero dime, ¿porqué sentado
aquí mismo estás? ¿Esperas escolta
o a la vieja costumbre has retornado?

Y él: ¡Oh hermano! subir ¿qué me aprovecha?
porque no me dejaría ir al martirio
el Ángel de Dios que está en la puerta.

Antes preciso es que dé tantos giros el cielo
y yo afuera de ella, cuantos giró en mi vida,
pues aplacé hasta el final el buen suspiro,

si no hay oración que auxilie
que surja de un alma que en gracia viva;
pues ¿qué valdría de otra si en el cielo no es oída?

Y ya el poeta delante precedía
y decía: Ven ahora; mira que toca
el Sol el meridiano y la orilla

cubre la noche ya junto a Marruecos.

El Purgatorio: Canto V

Habíame ya de aquella sombra partido
y las huellas de mi conductor seguía
cuando detrás de mi, alzando el dedo,

uno gritó: ¡Ved que no brilla
el izquierdo rayo en aquel de abajo
y al parecer se conduce como un vivo!

Volví la vista de esta voz al sonido
y allí estaba mirándome con maravilla
a mí, a mí y a la luz que estaba rota.

¿Porqué tu alma tanto se complica,
dijo el maestro, que el paso aflojas?
¿qué te afecta lo que aquí se musita?

Sígueme y deja hablar a la gente,
sé como firme torre que su cima
no abate por más que sople el viento;

porque siempre que apila el hombre un pensamiento
sobre otro, se desvía del intento,
pues en llegando el uno se debilita el otro.

¿Qué podría yo decir, sino “ya voy”?
Díjeselo, un poco de rubor moteado
que acaso hace al hombre de perdón digno.

En tanto por la costa al sesgo
venía gente un poco hacia nosotros
cantando “Miserere” verso por verso.

Cuando advirtieron que no daba yo
por mi cuerpo paso a los rayos,
cambiaron el canto por un ¡Oh! largo y opaco,

y dos de ellos, en mensajeros,
corrieron a nosotros en demanda:
De vuestra condición haznos concientes.

Y mi maestro: Podéis ir vosotros
y llevar a vuestros mandantes
que el cuerpo de éste es veraz carne.

Si os detuvisteis a ver su sombra,
como pienso, tenéis ya la respuesta:
rendidle honor, que puede valeros algo.

Fuegos fugaces no vi yo tan veloces
hender al nacer la noche el sereno,
ni en agosto el Sol correr las nubes,

que ellos no se volvieron en menos.
y, una vez allá, hacia nosotros vinieron
como partida que sin freno acude.

Esta gente que nos rodea es mucha,
y vienen a rogarnos, dijo el poeta,
con todo anda, y andando escucha.

¡Oh alma que vas hacia la dicha
con los miembros con los que naciste,
venían gritando, un poco el paso aquieta!

Mira si a alguno de nosotros nunca vistes,
para que allá reportes sus noticias:
¡Eh! ¿porqué sigues?¿porqué no esperas?

Nosotros todos fuimos por la fuerza muertos,
y pecadores hasta la última hora fuimos;
allí nos despertó la luz del cielo,

tal que, arrepintiéndonos y perdonando,
de la vida salimos en paz con Dios
que de verlo nos apremia el ansia.

Y yo: en vuestros rostros ajados
a nadie reconozco; mas si a vosotros place,
lo que pueda, bien nacidas almas,

decid, y lo haré, por aquella paz
que, detrás de los pies de mi otorgada guía,
de mundo en mundo, buscar se me hace.

Y uno empezó: Cada uno confía
en tu ayuda sin que lo jures,
y si no estorbare algo que te lo impida.

Por lo que yo, que solo entre los otros hablo,
te ruego, si acaso vieras aquel país
situado entre Romaña y el de Carlos,

que me seas cortés con tus oraciones
en Fano, de modo que por mi se adore,
así que purgar pueda las ofensas graves.

Allí yo nací; mas las profundas heridas
que vertieron la sangre en la que yo vivía,
me fueron hechas en el seno de los Antenórides,

allí donde más seguro estar creía:
el del Este lo ordenó, porque me tenía odio
mucho más de lo que hubiera sido justo.

Pero si hubiera huido hacia la Mira
cuando sobrevine a Oriaco,
estaría aún allá donde se respira.

Corrí al pantano, y las cañas y el barro
me obstaron tanto que caí; y allí vi yo
de mis venas hacerse en la tierra un lago.

Después otro dijo: ¡Ea! Si aquel deseo
se cumple que te trajo al alto monte,
con buena piedad, ¡ayuda al mío!

Yo fui de Montefeltro, soy Bonconte;
Juan y otros de mi no se cuidan;
por eso voy con éstos con la frente abatida.

Y yo a él: ¿Qué poder o qué ventura
te llevó tan lejos de Campaldino,
que nunca se conoció tu sepultura?

¡Ay! me respondió, al pie del Cosentino
pasa un arroyo de nombre Archiano,
que sobre el Eremo nace en el Apenino.

Allá donde su nombre pierde,
llegué yo con el cuello perforado
huyendo a pie y ensangrentando el llano.

Allí perdí la vista y la palabra;
en el nombre de María fenecí; y allí
caí, y quedó mi carne sola.

Te diré la verdad, y repítelo entre los vivos:
me tomó el ángel de Dios, y el del infierno
gritaba: ¡Eh, tú, del Cielo! ¿porqué me privas?

Tú de éste te llevas lo eterno
por una lagrimita me lo quitan,
pero ¡yo tendré del cuerpo otro gobierno!

Bien sabes tú cómo en el aire se recoge
ese húmedo vapor que en agua llueve,
así que sube hasta donde lo aprieta el frío.

Juntóse aquel mal querer que sólo mal quiere
con el intelecto, y movió el humo y el viento
por la virtud que su naturaleza tiene.

De allí el valle, cuando acabose el día,
de Pratomagno hasta el gran yugo cubrió
de niebla; y arriba condensó el cielo

y convirtió en agua el aire espeso;
cayó la lluvia y rellenó barrancos
con el agua que no absorbió la tierra;

y se formaron grandes torrentes,
que al verdadero río tan velozmente
se volcaron, pues nada contenerlos pudo.

A mi cuerpo helado en la embocadura
halló el furioso Arquiano; y lo arrojó
en el Arno, y desarmó la cruz de mi pecho

que de mí hiciera cuando me venció el dolor;
por la orilla me arrastró y por el fondo,
después me cubrió y ciñó con su arena.

¡Ah! cuando hayas vuelto al mundo
y reposado de la larga vía,
terció un otro espíritu tras el segundo,

recuérdate de mi que soy la Pía;
Siena me hizo, y me deshizo la Marisma:
sábelo aquel que antes me desposara

con un anillo enriquecido de ricas piedras.

El Purgatorio: Canto VI

Cuando termina el juego de la zara,
el perdedor queda doliente,
recordando lances, y triste aprende;

con el otro se va toda la gente;
uno marcha adelante, otro de atrás lo prende,
y otro de lado en él quiere que piense;

él no se para, y a éste y a otro escucha,
al que tendió la mano, ese ya no molesta;
y así de la pandilla se defiende.

Tal estaba yo entre aquella turba espesa,
volviendo a ellos, aquí y allá, la cara,
y, prometiendo, me libraba de ella.

Allí estaba el Aretino que por los brazos
crueles de Ghin de Tacco halló la muerte,
y el otro que se ahogó yendo de caza.

Allí oraba con abiertos brazos,
Federico Novello, y aquel de Pisa
que mostró el valor del buen Marzuco.

Vi al conde Orso y al alma separada
de su cuerpo por rencor y por envidia,
como él decía, y no por culpa cometida;

a Pedro de la Brocha nombro; y que prevenga,
mientras está de acá, la dama de Brabante,
de modo que no sea parte de peor rueda.

Cuando libre fui de todas ellas,
sombras que rogaban que otros rueguen,
para que más pronto a ser santas lleguen,

comencé: Me parece que tú niegas,
o luz mía, expresado en algún texto,
que el decreto del cielo la oración venza;

bien que esta gente ruega por ello:
¿será entonces su fe vana
o no he entendido bien tu documento?

Y él a mi: Mi escritura es clara;
y la esperanza de estos no será falsa:
si bien se observa con la mente sana.

Que el alto juicio no se abate
porque el fuego del amor logre en un punto,
lo que por satisfacerlo aquí uno se instala;

y allá afirmé sobre este punto:
que no se enmendaba, por rogar, el defecto,
porque el rogar de Dios estaba desjunto.

En verdad en tan alta sospecha
no te detengas, hasta que aquella te lo diga,
y ponga luz entre la verdad y el intelecto.

No sé si me entiendes; hablo de Beatriz:
tú la verás arriba, sobre la cumbre
de este monte, riendo y feliz.

Y yo: vamos, Señor, con más presteza,
que ya no me fatigo como antes,
y observa como el monte ahora sombra echa.

En este día proseguiremos adelante,
respondió, cuanto de ahora en más podremos,
pero la cosa es de otra forma que no piensas.

Antes que estés arriba, volver verás
al que ahora se oculta tras la loma
y cuyos rayos ya no quiebras.

Pero mira allí un alma inmóvil,
sola solita, a nosotros observando:
ella nos indicará la más corta senda.

A él nos allegamos: ¡Oh alma lombarda!
¡Cómo en tu porte eres, altanera y desdeñosa,
y en el mover los ojos honesta y tarda!

No decía ella ninguna cosa
mas dejábanos pasar, solo mirando
a guisa de león cuando se posa.

Luego Virgilio se le acercó, rogando
que nos mostrara la mejor subida:
mas ella no respondió a la demanda,

mas de nuestra patria y de la vida
inquirió. Y el dulce conductor ya comenzaba:
Mantua …, y la sombra, ensimismada,

saltó hacia él del lugar en donde estaba
diciendo: ¡Mantuano, yo soy Sordello
de tu tierra!; y uno al otro se abrazaban.

¡Ay sierva Italia, del dolor albergue,
nave sin timonel en gran borrasca,
no dueña de provincias, sino burdel!

Aquella alma gentil fue así tan presta,
sólo por el dulce son de su tierra,
en honrar al ciudadano suyo aquí con fiestas;

y ahora en ti no están sin guerra
tus vivos, y el uno al otro se laceran
los que un mismo muro y foso encierra.

Busca, mísera, en derredor de las orillas
tus marinas, y luego dentro de ti observa,
si alguna parte tuya de paz se alegra.

¿Qué vale que te sujetara el freno
Justiniano, si la silla está vacía?
Sin ello fuera la vergüenza menos.

¡Ay gentes que debieran ser devotas
y dejar sentar a César en la silla,
si bien entiendes lo que Dios te anota,

mira cómo se ha vuelto arisca esta fiera
por no haber sido enmendada con la espuela,
pues que pusiste mano en las riendas!

¡Oh germánico Alberto que abandonas
la que se ha hecho indómita y salvaje
y que sus ijares espolear debieras!

Justo juicio de las estrellas caiga
sobre tu sangre, nuevo y patente,
para que mueva tu sucesor a espanto!

¡Habéis, tu padre y tú, tolerado,
por codicias de allá distraídos,
que el jardín del imperio sea un desierto!

¡Ven y contempla Montesgos y Capuletos,
Monaldos y Filipescos, hombre indolente:
tristes unos y otros con recelo!

¡Ven, cruel, ven y mira la esclavitud
de sus nobles, y sus males cura;
y verás Santaflor como es oscura!

Ven a ver a tu Roma que está llorando,
viuda y sola, y que de noche clama:
César mío ¿porqué no me acompañas?

¡Ven y contempla la gente cómo se ama!
y si de nosotros ninguno a piedad te mueve,
en vergüenza convertirás tu fama!

Y si me es lícito decir, ¡oh sumo Jove!
que crucificado fuiste por nos en Tierra,
¿es que tus justos ojos para otra parte miran?

¿O es providencia, que en el abismo
de tu consejo engendras, por algún bien
de nuestro entender tan escindido?

Porque las ciudades de Italia están todas
de tiranos llenas, y se hace un Marcelo
cualquier villano que a un partido ingresa.

¡Florencia mía!, bien puedes estar contenta
de esta digresión que no te toca
gracias a tu pueblo que así lo piensa.

Muchos tienen justicia en el alma, mas la sacan
tarde, por no soltar sin consejo el arco,
pero tu pueblo la tiene en la punta de los labios.

Muchos se niegan a los comunes cargos;
pero tu pueblo solícito responde,
sin ser llamado, y grita: ¡de ellos me encargo!

¡Ponte pues contenta, que has de donde:
tú rica, tu en paz, tú con buen tiento!
Pues digo la verdad, los hechos no lo esconden.

Atenas y Lacedemonia, que escribieron
las antiguas leyes y fueron tan civiles,
que del vivir bien te hicieron breve guiño

a ti, que preparas tan sutiles
providencias, que a mitad noviembre
no llega lo que en octubre enfilas.

¡Cuántas veces, del tiempo que remembro,
leyes, moneda, cargos y costumbres
has tú mudado, y renovado miembros!

Y si bien recuerdas y ves la luz
veráste semejante a aquella enferma
que no halla pose sobre plumas

mas dando vueltas su dolor reserva.

El Purgatorio: Canto VII

Luego que los agasajos honestos y alegres
reiterados fueron tres y cuatro veces,
Sordello se contuvo y dijo: ¿Vos, quién sois?

Antes que a este monte vinieran
las almas dignas de subir a Dios,
fueron mis huesos sepultos por Octavio.

Yo soy Virgilio; y por ningún otro motivo
el cielo perdí que por no tener la fe.
Así respondió entonces mi conductor.

Como aquel que cuando una cosa delante
súbitamente ve que maravilla,
que cree y que no cree diciendo: “Es…no es…”,

así se mostró aquel: luego bajó la vista,
y humildemente se acercó a él,
y lo abrazó donde un menor alcanza.

¡Oh gloria de los latinos, dijo, por quien
mostróse lo que podía nuestra lengua!
¡Oh galardón eterno del lugar de donde fui!

¿qué mérito o cuál gracia a ti me muestra?
Si de oír tus palabras soy digno
dime si del infierno vienes, y de qué fosa.

Por todos los giros del doliente reino,
le respondió, hasta aquí he venido;
virtud del cielo me llevó, y con éste vengo.

No por hacer, mas por no hacer he perdido
de ver el alto Sol que tú deseas,
y que tarde de mi fue conocido.

Lugar hay allá no triste por martirios,
mas sólo por tinieblas, donde los lamentos
no suenan como gritos, mas son suspiros.

Allí estoy yo con los niños inocentes
mordidos por los dientes de la muerte antes
de que fueran de la humana culpa absueltos;

allí estoy yo con los que las tres santas
virtudes no vistieron, y sin vicios
conocieron las otras y las siguieron cuantas.

Mas si tu sabes y puedes, algún indicio
danos para que llegar podamos más presto
allí donde el purgatorio tiene cabal inicio.

Respondió: lugar cierto aquí no hay designado;
me es lícito andar subiendo y en torno,
en lo que pueda, como guía me propongo.

Mas observa ya cómo declina el día,
y subir de noche no se puede;
así es bueno pensar en buena estadía.

Hay almas a la derecha de aquí remotas;
si me lo aceptas, te llevaré a ellas,
y no sin deleite será que las conozcas.

¿Cómo es ésto?, le fue dicho, quien quisiese
subir de noche, ¿sería impedido
por alguien, o sería que no puede?

Y el buen Sordello trazó en el suelo con el dedo
diciendo: ¿Ves? sólo esta línea
no sortearéis luego del Sol partido;

no que haya otra cosa que ponga traba
que la nocturna tiniebla, para ir arriba;
y así al no poder a la voluntad estorba.

En cambio se podría ir hacia abajo
a pasear en torno por la costa errando
mientras que el horizonte el día tiene ocluso.

Y entonces, mi señor, casi admirando,
llévanos, dijo, a donde dices
a ver si es posible deleitarse esperando.

No muy lejos estaban de nuestro sitio,
cuando noté que el monte tenía barrancos
como los valles en la Tierra tienen quebradas.

Allá, dijo la sombra, iremos
donde la costa forma un regazo
y allí el nuevo día aguardaremos.

Entre alturas y bajíos había un sendero sesgado,
que nos condujo al flanco de la cañada,
cuya hondura de las otras es mediana.

Oro y plata finos, bermejo y blanco,
índigo, ébano negro, añil intenso,
fresca esmeralda recién tallada,

de hierbas y flores dentro de aquel seno
puesto, serían por su color vencidos
como por el mayor es vencido el menos.

No sólo los había allí pintado la natura
más de la suavidad de mil aromas
fundía allí otra desconocida y distinta.

“Salve Regina” sobre el verde y sobre flores
sentadas cantando vi allí varias almas
que por el valle no se veían de afuera.

Antes que el poco Sol ahora se anide,
comenzó el Mantuano vuelto a nosotros,
entre aquellos no queráis que yo os guíe.

Desde esta altura mejor los actos y rostros
conoceréis vosotros de todos ellos,
que mezclados con ellos en el fondo.

Aquel que en lo alto asienta y muestra semblante
de haber sido negligente en lo que debiera
y que no adhiere con sus labios al canto,

Rodolfo fue emperador, quien podía
sanar las llagas que tienen a Italia muerta,
de modo que fue otro el que más tarde lo haría.

Aquel otro que se ve confortarlo,
rigió la tierra donde al agua nace
que el Moldava al Elba y el Elba al mar lleva:

Ottokar tiene por nombre, y ya en pañales
fue mucho mejor que Wenceslao su hijo
en las barbas, quien en lujurio y ocio pace.

Y aquel Nasetto que estrecha consejo
al parecer con ése de tan benigno aspecto,
murió huyendo y desflorando el lirio:

¡míralo allá como se bate el pecho!
Mira al otro que ha hecho para su mejilla,
de la palma de su mano, lecho.

Padre y suegro son del mal de Francia:
saben que su vida es viciosa y sucia,
y de ahí viene el dolor que los alcanza.

Aquel que se ve tan membrudo y concuerda
cantando con aquel del macho naso,
de todo valor llevó ceñida la cuerda;

y si rey, después de él, hubiera quedado
el jovencito que detrás de él se asienta,
bien hubiera ido el valor de vaso en vaso.

lo que del otro heredero decir no se puede;
Jaime y Federico conservan el reino;
del legado mejor ninguno es dueño.

Raras veces resurge en las ramas
la humana probidad; y ésto quiere
aquel que la da, pues que de él se gana.

Incluso al Narigudo van mis palabras
no menos que al otro, Pedro, que con él canta,
por donde Pulla y Provenza ya se duelen.

Tanto es menor que su semilla la planta
cuanto, más que Beatriz y Margarita,
Constanza de su marido aún se alaba.

Ved al rey de la simple vida
sentado sólo, Enrique de Inglaterra:
éste tuvo en sus ramas mejor salida.

Ése otro que más abajo asienta en tierra
mirando arriba, es Guillermo marqués,
por quien Alejandría y su guerra

hacen llorar a Monferrato y a Canavés.

El Purgatorio: Canto VIII

Era ya la hora cuando la nostalgia vuelve
a los navegantes y les enternece el corazón
el día que a los dulces amigos han dicho adiós;

y cuando del mar el nuevo peregrino de amor
se acongoja oyendo a lo lejos la esquila
como si el día llorara que se muere;

cuando comencé a dejar de lado
el oír, y a mirar una de las almas
que de pié que la escucharan pedía con la mano.

Juntando y alzando ambas manos,
fijos los ojos en oriente,
parecía decir a Dios: De nada curo,

“Te lucis ante” tan devotamente
brotó de sus labios y con tan dulces notas
que me puso fuera de la mente;

y las demás luego dulce y devotamente
seguirla a ella por todo el himno entero,
con la vista atenta en las supernos ruedos.

Aguza aquí, lector, bien los ojos a lo cierto
porque el velo es ahora tan sutil,
que en verdad traspasar dentro es ligero.

Yo vi aquel ejército gentil
callado observar arriba luego
como esperando, pálido y humilde;

y vi salir de lo alto y abajo descendiendo
dos ángeles con dos espadas de fuego
romas y de sus puntas privadas.

Verdes como retoños recién natos
eran las vestes, que, por las verdes plumas
agitadas, detrás traían ondulando.

Allá poco sobre nosotros a posarse vino uno,
y el otro descendió en la opuesta orilla,
de modo que la gente en medio se tenía.

Bien se veía en ellos la testa blonda,
pero en el rostro el ojo se perdía,
como virtud que por exceso se confunde.

Ambos vienen del regazo de María,
dijo Sordello, a custodiar el valle
de la serpiente que vendrá enseguida.

Por donde yo, que no sabía por cual calle,
miré en torno, y encogido me arrimé,
helado todo, a las espaldas fiables.

Y Sordello agregó: Ahora pues descendamos
entre las grandes sombras, y hablemos con ellas;
a ellos veros les será muy grato.

Sólo tres pasos creo que descendí
y llegué abajo, y vi a uno que miraba
sólo a mi, como si conocerme quisiera.

Era ya la hora en que el aire ennegrecía,
mas no tanto que entre sus ojos y los míos
no se mostrase lo que primero no se veía.

Hacia mí vino, y yo hacia él fui;
¡Cuánto me plugo juez Nino,
cuando te vi que entre los reos no estabas!

Ningún buen saludo entre nosotros faltó;
después preguntó: ¿Cuánto hace que viniste
al pie del monte por las lejanas aguas?

¡Oh!, le dije, a través de los lugares tristes
vine esta mañana, y estoy en la primera vida,
hasta que la otra, así andando, consiga.

Y así como mi respuesta fue oída,
Sordello y él atrás se recogieron,
como gente súbitamente perdida.

Uno a Virgilio, y el otro a uno se volvió
sentado allí gritando: ¡Álzate Conrado!
ven a ver lo que Dios por su gracia quiere.

Después, vuelto a mi: Por la singular gratitud
que debes a aquel que tanto esconde
su primer porqué, que no admite paso,

cuando estés allende las amplias ondas,
di a mi Juana que por mí clame
allá donde a los inocentes se responde.

No creo que su madre aún me ame,
pues trasmutó las blancas vendas
las que conviene, ¡oh mísera! que aún anhele.

Por ella no poco se comprende
cuanto en la mujer el fuego de amor dura,
si el ojo o el tacto asiduamente no lo enciende.

No le hará tan bella sepultura
la sierpe del Milanés en el campo
cuanto habría hecho el gallo de Gallura.

Así decía, signado con la estampa,
en su aspecto, de aquel correcto celo
que mensuradamente inflama el alma.

Vagaban mis golosos ojos por el cielo,
por allá donde las estrellas son más tardas,
así como las ruedas más cercanas del perno.

Y mi conductor: Hijito, ¿qué allá observas?
Y yo a él: Aquellas tres bujías
por las que este polo entero arde.

Entonces él: Las cuatro estrellas claras
que esta mañana viste, están bajas allende,
y estas han subido a donde estaban ellas.

Así como él hablaba, Sordello lo atrajo
diciendo: Mira allá nuestro adversario;
y extendió el dedo para que lo mirase.

De aquella parte donde no tiene reparo
el vallecillo, había una serpiente,
quizá la misma que dio a Eva el pasto amargo.

Entre hierba y flor venía la mala cinta,
volviendo aquí y allá la testa, y su dorso
lamiendo como bestia que la piel se alisa.

Yo no vi, por lo que decir no puedo,
cómo se movieron los celestes azores
pero bien vi a ambos en movimiento.

Oyendo hender el aire las verdes alas
huyó la sierpe, y los ángeles volvieron,
a su puesto arriba volando iguales.

La sombra que al juez se había recogido
cuando la llamó, durante todo aquel asalto
no dejó de mirarme ni un instante.

Si la lámpara que te lleva a lo alto
halla en tu arbitrio tanta cera
cuanto hace falta hasta el sumo esmalte,

comenzó, si noticia verdadera
del Val de Magra o de vecina parte
sabes, dímelo, que un grande allá ya era.

Fui llamado Conrado Malaspina;
no el antiguo, mas de él desciendo;
a los míos les di el amor que aquí se afina.

¡Oh! le dije, por vuestro país
nunca estuve; mas ¿acaso región hay
en toda Europa donde no seáis conocidos?

De la fama que vuestra casa honra,
echan bando los señores y la comarca
de modo que lo sabe aún aquel que allí no estuvo;

y yo os juro, que así arriba llegar pueda,
que de vuestra gente honrada no se pierda
el buen nombre de su bolsa o de su espada.

Uso y natura le da tal privilegio,
que, aunque el perverso jefe el mundo tuerza,
ella sola va derecho y el mal camino desprecia.

Y él: Ahora vete; que antes que el Sol retorne
siete veces al lecho que el Morueco
con todas sus cuatro patas cubre y monta,

que esta cortés opinión
te sea clavada en medio de la testa
con mayores clavos que los dichos de otro,

si el curso del juicio no se arresta.

El Purgatorio: Canto IX

La concubina de Titono antiguo
blanqueaba ya en el balcón de oriente
fuera de los brazos de su dulce amigo;

gemas relumbraban su frente,
colocada en la figura del frío animal
que con la cola zahiere a la gente;

y la noche, de los pasos con que sube,
dos había hecho allí donde estábamos,
y el tercero ya inclinaba las alas;

cuando yo, que conmigo tenía algo de aquel Adán,
vencido por el sueño, me reincliné sobre la hierba,
allí donde ya los cinco nos sentábamos.

A la hora en que comienza su triste cantar,
casi ya de mañana, la golondrina,
tal vez en memoria de sus primeros ayes,

y cuando nuestra mente, peregrina
más de la carne que del pensamiento presa,
en sus visiones casi es divina,

en sueños me parecía ver suspendida
un águila en el cielo con plumas de oro,
abiertas las alas, y a lanzarse decidida;

y que yo estaba, me parecía, allí donde fueron
abandonados los suyos por Ganímedes,
cuando raptado fue al sumo consistorio.

Entre mí pensaba: Tal vez ésta caza
sólo aquí por costumbre, y quizá de otro lugar
desdeña de cargar arriba en sus patas.

Después me parecía, que revoloteando un poco
terrible como un fulgor descendía,
y me arrebataba hacia arriba hasta el fuego.

Allí parecía que ella y yo nos ardiéramos,
y tanto ardió el imaginado incendio,
que forzó al sueño a que se rompiera.

No de otra forma Aquiles despertó
desvelados los ojos en torno revolviendo
y no sabiendo donde se encontraba,

cuando la madre, de Quirón a Esciro,
en sus brazos a escondidas lo llevó dormido
allá de donde los Griegos lo llevaron luego;

así sobresalté, en cuanto del rostro
me huyó el sueño, y quedé muy pálido
como el hombre al que el espanto hiela.

A mi lado estaba mi sostén,
y el Sol en alto iba ya más de dos horas
y yo estaba con el rostro vuelto al mar.

No temas, dijo mi señor;
reasegúrate, que en buen punto estamos;
no encojas, mas expande el vigor todo.

Tú has ahora junto al purgatorio llegado:
mira allá la ladera que lo cierra en torno;
mira la entrada allá donde hay una fisura.

Antes, al alba que precede al día,
cuando tu alma dentro dormía
sobre las flores que el suelo adornan

vino una dama, y dijo. Yo soy Lucía;
dejadme tomar a éste que duerme;
más ágil lo haré andar por su vía.

Sordello quedó y las demás gentiles formas;
ella te tomó, y cuando el día fue claro,
vino aquí arriba, y yo tras sus pasos.

Aquí te posó, pero antes me mostraron
sus ojos bellos aquella entrada abierta;
después ella y el sueño juntos se marcharon.

Como quien cambia su duda por certeza
y su pavor muda en sosiego
luego que la verdad le es descubierta,

me cambié yo; y como sin cuidado
mi conductor me veía, arriba por la cuesta
se movió, y yo detrás hacia la altura.

Lector, tu ves como yo exalto
mi materia, y con todo con más arte
no te maravilles si la afianzo.

Nos apresuramos, y estando en la parte
allá donde antes me parecía rota,
justo como una raja que el muro abre,

vi una puerta, y abajo tres gradas
para subir a ella, de colores varios,
y un portero que aún no decía nada.

Como más y más el ojo abriese
sentado lo vi sobre la grada soberana,
tal en su rostro que no lo toleraba;

y una espada desnuda tenía en la mano,
que a nosotros tanto sus rayos reflejaba,
que yo intentaba mirarla en vano.

Decidme desde allí: ¿qué queréis vosotros?
comenzó a decir, ¿dónde la escolta?
Cuidad que el subir aquí no os sea en daño.

Dama del cielo, enterada de estas cosas,
respondió mi maestro, un poco antes
nos dijo: “Id allá: allí está la puerta”.

Que ella en bien preceda vuestros pasos,
respondió el cortés portero,
Venid pues, ante nuestros peldaños.

Allí nos acercamos; y el escalón primero
de blanco mármol era tan pulido y terso,
que en él me espejé tal como me veo.

El segundo era oscuro tirando a negro,
de piedra tosca y ardida,
a lo largo y al través rasgado.

El tercero, que en lo alto agobia,
pórfido parecía, tan encendido,
como sangre que de vena brota.

Sobre este tenía ambas plantas
el ángel de Dios, sentado en el umbral,
que se veía como gema de diamante.

Por las tres gradas de buen grado
me llevó mi conductor, diciendo: Pide
humildemente que el cerrojo corra.

Devoto me arrojé a los santos pies;
pedí misericordia y que me abriese,
mas tres veces antes el pecho me golpeé.

Siete P me escribió en la frente
con la punta de la espada, y: Haz que lave,
dijo, cuando esté dentro, estas llagas.

De ceniza, o de arcilla que seca se extrae,
sería el color de su veste;
de debajo de la cual sacó dos llaves.

Una era de oro y la otra de argento;
primero con la blanca y luego con la dorada
abrió la puerta, y así me dejó contento.

Cuando alguna de estas llaves falla,
que libre no gire en el cerrojo,
nos dijo, no se abre esta entrada.

Más rica es una, mas la otra exige mucho
de arte y de ingenio antes que descierre,
porque es la que desata el nudo,

De Pedro las tengo; y me dijo que yerre
más por abrir que por tenerla cerrada,
con tal que se postren a mis pies las gentes.

Empujó luego con fuerza la sagrada puerta,
diciendo: Entrad; mas os advierto
que quien atrás mira vuelve afuera.

Y cuando en los goznes giraron
los pernos de aquellos postigos sacros,
que de metal son sonante y fuerte,

no rugió tanto ni sonó tan estridente
Tarpeya, cuando quitado le fue al buen
Metelo, por que después quedó magra.

Volvíme atento al primer tono
y “Te Deum laudamus” me parecía
oír en voz acorde con el dulce son.

Tal imagen entonces me dejaba
lo que oía, como la que tener se suele
cuando con órgano se canta;

que ora sí ora no se oyen las palabras.

El Purgatorio: Canto X

Luego que cruzamos el umbral de la puerta
que de las almas el mal amor destierra,
que hace ver derecha la vía tuerta,

por el sonido sentí que fue cerrada;
y si los ojos hubiera vuelto a ella,
¿qué excusa hubiera sido digna de tal falla?

Subíamos por una piedra hendida,
que se movía de una y otra parte,
como la onda que huye y que regresa.

Conviene aquí hacer uso de algún arte,
comenzó mi conductor, para apoyarse
ora aquí ora allá del lado que se aparte.

Y nuestros pasos se hicieron más escasos,
tanto que el cuarto de la Luna
alcanzó su lecho de descanso,

cuando salimos de la angostura aquella;
mas cuando quedamos libres y al abierto,
arriba donde el monte se repliega,

yo fatigado y ambos inciertos
del camino, nos quedamos en un plano
más solitario que senda en un desierto.

Su contorno, limitado por el vano,
al pie de la empinada cuesta ascendente,
mediría tres veces lo que un cuerpo humano;

y a cuanto más mi ojo podía extender las alas,
por el izquierdo y por el diestro lado,
esta cornisa me parecía tal.

Aún los pies no habíamos movido asuso,
cuando noté que aquella cuesta en torno
que no tenía permiso de subida,

era de mármol blanco y adornado
de relieves tales que no sólo Policleto,
mas la natura se habría avergonzado.

El ángel que bajó a la Tierra con el decreto
de paz por mucho años llorada,
que abrió el cielo después del largo encierro

parecía a la vista tan verdadero
labrado allí en actitud suave,
que no parecía imagen que no hablara.

Hubiera jurado que decía “Ave”;
pues allí estaba figurada aquella
que de abrir el alto amor giró la llave;

y tenía en la expresión impresa esta leyenda
“Ecce ancilla Dei”, a la manera
como en la cera una figura se sella.

A un solo lugar no pongas mientes,
dijo el dulce maestro, que me tenía
del lado en que el corazón tiene la gente.

Por lo que mudé mi vista, y allí veía,
luego de María, por el lado
donde estaba aquel que me movía,

otra historia en la roca puesta;
por lo que dejé a Virgilio, y acerquéme,
a fin de que a mis ojos fuera manifiesta.

Estaba tallado allí en el mármol mismo
el carro y los bueyes llevando el arca santa,
por la que es temible el oficio no confiado.

Delante había personas; y todas juntas,
partidas en siete coros, a dos de mis sentidos
hacían decir, uno “No”, y el otro “Sí, canta”.

De igual forma, al humo del incienso.
que allí estaba figurado, el ojo y la nariz
en sí y en no, discordes disentían.

Precedía allí al bendito vaso,
en saltos y cabriolas, el humilde salmista,
y más o menos que rey era en el caso.

En otra parte, tallada en una vista
de un gran palacio, Micol reparaba
como dama triste y despectiva.

Moví el pie de donde estaba,
para mirar de cerca otra historia,
que seguido a Micol blanqueaba.

Ahí estaba historiada la alta gloria
del principado romano, cuyo valor
movió a Gregorio a su gran victoria;

hablo de Trajano emperador;
y una viudilla le asía el freno,
fatigada de lágrimas y de dolor.

A su alrededor calcando el suelo multitud
de caballeros, y las águilas de oro
sobre ellos veíanse moverse al viento.

La pobrecilla entre todos ellos
parecía decir: “Señor, véngame
de mi hijo que está muerto, y me desgarro”.

y él a responderle: “Espérame
a que yo vuelva”; y ella: “Señor mío”,
como persona a quien el dolor apremia,

•¿y si no vuelves?” Y él: “Quien me remplaza,
él lo hará”; y ella: “Acaso hará
otro el bien, que tú olvidas?”;

a lo que él: “Anímate; habré de cumplir
mi deber antes de seguir adelante:
la justicia lo quiere, y la piedad me retiene”.

Aquel que no vio jamás cosa nueva
produjo este visible hablar, que nos es
nuevo, pues no se halla en la tierra.

Mientras me deleitaba mirando
las imágenes de tanta humildad,
y por su artífice tan preciosas,

Mira allá, que a pasos lentos,
murmuraba el poeta, viene mucha gente;
ellos nos enviarán a las altos grados.

Mis ojos que a mirar contentos,
y por ver novedades tan animados,
volviendo a él no fueron lentos.

Empero no quiero, lector, que te apartes
de tu buen propósito, por venir a oír
cómo quiere Dios que el débito se pague.

No te fijes en la forma de las penas:
piensa en la sucesión; piensa que a lo peor
allende la gran sentencia ir no se puede.

Comencé: Maestro, los que veo
venir a nosotros, no parecen personas,
y no sé qué sean, pues mi visión desfallece.

Y él a mí: La pesada condición
de su tormento a la tierra los inclina,
tanto que mis ojos tenían dudas.

Mas mira fijo allá, y que tu vista
discierna lo que debajo viene de esas peñas:
descubrir puedes cómo cada uno se castiga.

¡Oh cristianos soberbios! míseros enclenques,
que, en la visión de vuestras mentes enfermas,
tenéis confianza en vuestra regresivos pasos,

¿No os dais cuenta que somos larvas
nacidos a formar la angélica mariposa
que a la justicia vuela sin trabas?

¿De qué tanto se os exalta el alma,
ya que sois cual insectos defectuosos,
como larvas cuyo desarrollo falla?

Como a sustentar terraza o techo,
como pilar a veces se pone una figura
que junta las rodillas con el pecho,

que aunque es cosa ficticia real piedad
provoca en quien la mira; así agobiados
vi yo a aquellos cuando los miré atento.

Verdad es que más o menos contraídos iban
según llevaban al dorso más carga o menos;
y el que más paciencia allí ejercía

llorando parecía decir: “Ya más no puedo”.

El Purgatorio: Canto XI

Padre nuestro, que en el cielo estás,
no circunscrito, mas por el más amor
que a los primeros efectos allá arriba has.

Alabado sea tu nombre y tu valor
de toda criatura, porque es digno
rendir gracias a tu dulce vapor.

Venga a nosotros la paz de tu reino,
que a ella por nosotros no podemos no,
si ella no viene, con todo nuestro ingenio.

Como de su querer los ángeles tuyos
te ofrecen sacrificio, cantando hosanna,
así también los hombres del suyo.

Danos hoy el cotidiano maná,
sin el cual por este áspero desierto
atrás se vuelve cuando más de ir se afana.

Y como nosotros el mal que hemos sufrido
perdonamos a cada uno, también tú perdona
benigno, y no mires nuestro merecido.

Nuestra virtud que fácilmente se rinde,
no pruebes con el antiguo adversario,
mas líbranos de él, que así la incita.

Esta última oración, hacemos, señor caro,
no ya por nosotros, que no es menester,
mas por los que detrás nuestro quedaron.”

Así para ellos y nosotros el buen auspicio
aquellas sombras rogando, iban bajo el lastre,
tal como el que a veces se sueña.

Diversamente agobiados todos en rueda
y fatigados en la primer cornisa,
purgando la calígine del mundo.

Si de allí siempre el bien se nos pide,
de aquí ¿qué no podrán pedir y hacer por ellos
los que aquí tienen de su querer buena cepa?

Bien sea ayudarlos a lavar sus manchas
que llevaron de aquí, para que, limpios y leves,
puedan salir a las supernas ruedas.

¡Ah! Que justicia y piedad os alivien
pronto, de modo que podáis batir las alas
que según vuestro deseo os lleven.

Mostradnos de que lado hacia la escala
se va más breve; y si hay más de un paso,
enseñadnos cuál menos brusco se eleva.

Que éste que va conmigo, por la carga
de la carne de Adán con que se viste,
a trepar, contra su voluntad, es parco.

Sus palabras, que dieron a éstas
que dichas fueron por el que yo seguía,
de quien vinieron no fue manifiesto.

Pero se dijo: A la derecha por la orilla
venid con nos, y hallaréis el paso
por el que pueda subir una persona viva.

Y si no estuviera impedido por la laja
que doma la soberbia cerviz mía,
por lo que debo andar con la vista baja.

A este, que aún vive y no se nombra,
lo miraría, para ver si lo conozco,
y para que se compadezca de mi alforja.

Yo fui latino, y nacido de un gran Tosco:
Guillermo Aldobrandesco fue mi padre;
ignoro si su nombre ya estuvo entre vosotros.

La sangre antigua y las acciones liberales
de mis mayores me hicieron tan arrogante,
que, no pensando en la común madre.

A todo hombre tuve en desprecio tanto
que de ello morí, como los sieneses saben,
y lo sabe en Campagnatico todo parlante.

Yo soy Humberto; y no sólo a mi dañó
la soberbia, porque a mis parientes
todos a la desdicha arrastró.

Y así es menester que este peso cargue
por ella, hasta que a Dios satisfaga,
pues vivo no hice, lo que entre los muertos hago.

Escuchando incliné abajo la cara;
y uno de ellos, no éste que hablaba,
se torció bajo el peso que lo clava,

Y vióme y conocióme y me llamaba,
los ojos fatigados absortos en mí
que muy inclinado con ellos marchaba.

¡Oh!, le dije, ¿no eres tú Oderisi,
el honor de Agobbio y de aquel arte
de iluminar llamado así en París?

Hermano, me dijo, más dan las planchas
que Franco Bolognese a pluma traza;
el honor es todo suyo, y mío en parte.

Cierto que tan cortés no hubiera sido
mientras vivía, por la ambición
de grandeza, que mi corazón buscaba.

De tal soberbia aquí se paga lo debido;
y aún aquí no estuviera, si no fuera
que, pudiendo pecar, me volví a Dios.

¡Oh vanagloria de lo que puede el hombre!
¡cuán poco verde en la cima dura,
mientras la edad no la vuelve tosca!

Creía Cimabue en la pintura
tener el cetro, y ahora es del Giotto,
y la fama de aquel ahora es oscura.

Así ha robado uno del otro Guido
la gloria de la lengua; y quizá ya haya nacido
quien a uno y otro echará del nido.

El mundano rumor no es más que un vaho
de viento, que ora viene, ora va,
y muda de nombre porque muda de lado.

¡Qué mayor fama tendrías si en la vejez salieras
de la carne, que si hubieras muerto
cuando dejabas la “papa” y el “din”.

De aquí a mil años? porque es más corto
ese espacio ante lo eterno, que lo es un parpadeo
respecto del cerco que más tardo en el cielo ronda.

De aquel que tanto ante mi
se adelanta, Toscana resonó entera;
y ahora en Siena apenas se musita.

Donde era señor cuando fue destruida
la rabia florentina, que gloriosa
era en aquel tiempo, y ahora es puta.

Vuestra nombradía es color de hierba,
que viene y va, y aquel la decolora
por quién ella sale de la tierra acerba.

Y yo a él: tus veras palabras graban en mí
buena humildad y el gran tumor aplanan;
mas ¿quién es del que recién hablabas?

Es, respondió, Provenzan Salvani;
y está aquí porque presumiendo
quiso tener a toda Siena en sus manos.

Así va y así marcha sin sosiego
desde que murió; con tal moneda paga
y satisface quien allá abajo osó tanto.

Y yo: Si un espíritu aguarda,
antes de arrepentirse, la orilla de la vida,
abajo se retrasa, y no sube arriba.

Si una buena oración no lo auxilia,
antes que pase tanto tiempo cuanto ha vivido,
¿cómo fuéle concedida la venida?

Cuando más glorioso, dijo, vivía,
libremente en el Campo de Siena
se instaló, depuesta toda vergüenza.

Y allí por sacar a un amigo de la pena
que sufría en la prisión de Carlos,
se comportó hasta temblar todas sus venas.

Mas no diré, y se que oscuro hablo;
mas en poco tiempo, tus vecinos,
obrarán de modo que tu podrás descifrarlo.

Tal acción lo libró de aquellos confines.

El Purgatorio: Canto XII

Pareados, como bueyes bajo el yugo,
andaba yo con aquel alma cargada,
en tanto el buen pedagogo lo permitía.

Mas cuando dijo: Déjalo y pasa;
que aquí es bueno con las alas y los remos,
en cuanto pueda, cada uno fuerce su barca;

erguido me rehice, tal como andar debe
la gente, aunque mis pensamientos
quedaran inclinados y vacíos.

Me había movido, y de buena gana seguía
los pasos del maestro, y en ambos
ya se veía cuán ligeros andábamos;

y me dijo: Mira hacia abajo;
bueno te será, para aliviar el camino,
mirar el lecho donde posas las plantas.

Como, para que haya memoria de ellos,
sobre los sepultados las tumbas terrestres
llevan escrito lo que fueron antes ,

de modo que muchas veces allí se llora
tras el aguijón de la remembranza
cuya punción sólo a los píos alcanza;

así vi yo, pero con mejor semblanza
de obra de arte, por entero dibujada,
la vía que fuera del monte avanza.

Veía a aquel que noble fue creado
más que otra criatura, desde el cielo,
caer fulminado, en un lado.

Veía a Briareo, clavado por el dardo
celestial, yacer, en otra parte,
oprimido en tierra bajo el mortal hielo.

Veía a Timbreo, veía a Palas y a Marte,
todavía armados, entorno a su padre,
mirar los miembros dispersos de los Gigantes.

Veía a Nemrod al pie del gran trabajo,
como extraviado, contemplar las gentes
que en Senaar con él fueron soberbios.

¡Oh Niobe, con cuán dolientes ojos
te veía yo dibujada sobre la estrada
entre siete y siete hijos tuyos extintos!

¡Oh Saúl, cómo, sobre tu propia espada
aquí muerto en Gelboé aparecías,
cuando ya no sentías ni la lluvia ni el rocío!

¡Oh loca Aracne, así yo te veía
ya medio araña, triste sobre los harapos
de la obra que por ti fue mal diseñada.

¡Oh Roboam, no ya porque amenaces
aquí en el diseño; mas lleno de espanto
te lleva un carro, sin que te cace nadie.

Mostraba aún el duro pavimento
cómo Alcmeón a su madre caro
hizo pagar el infortunado ornamento.

Mostraba cómo los hijos se arrojaron
sobre Sennaquerib dentro del templo,
y cómo, muerto, allí lo dejaron.

Mostraba la ruina y el crudo estrago
que hizo Tomiris, cuando dijo a Ciro:
“Sangre quisiste, y yo de sangre te harto”.

Mostraba como en derrota huyeron
los Asirios, luego de muerto Holofernes,
y también las huellas del martirio.

Veía Troya en cenizas y en ruinas;
¡Oh Ilion, cuán bajo y vil te mostraba
el diseño que allí se veía!

¿Quién de la pluma fue el maestro o del estilo
que aquí surgir hizo las sombras y rasgos
que admirables serían para un ingenio sutil?

Muertos los muertos y vivos eran los vivos:
no ve mejor que yo quien ve lo verdadero
cuanto pisé yo, mientras inclinado anduve.

¡Endiosaos entonces e id altaneros,
hijos de Eva, y no inclinéis el rostro
para no ver vuestro mal sendero!

Ya mucho habíamos contornado el monte
y el Sol su camino bastante había andado
más de lo que creía mi ánimo absorto,

cuando el que siempre adelante atento
iba, comenzó: Alza la testa;
pasó el tiempo de ir tan en suspenso.

Mira allá un ángel que se apresta
a venir a nosotros; mira que vuelve
del servicio del día la sierva sexta.

De reverencia tu rostro y actos adorna,
tal que le agrade enviarnos asuso;
piensa que este día ya más no retorna.

Yo estaba de su advertir tan en uso
de no perder tiempo, de modo que
en tal materia no me resultaba oscuro.

Hacia nosotros venía la criatura bella,
de blanco vestida, y la cara cual
surge tremolando la matutina estrella.

Abrió los brazos, y después las alas;
dijo: Venid: cerca de aquí están las gradas,
y de ahora en más ágilmente se remonta.

A está invitación veloces adherimos:
¡Oh gente humana, para volar nacida!
¿porqué al menor soplo caes vencida?

Llevónos a la roca que cortada estaba;
allí batióme las alas en la frente;
después me prometió segura marcha.

Así como a la derecha, para subir el monte
donde se encuentra la iglesia que subyuga
a la bien guiada sobre el Rubaconte,

se rompe de subir el audaz repecho
con las escaleras hechas en la edad
cuando eran seguros la lista y el cuaderno;

así se tempera la cuesta que cae
aquí bien empinada desde el otro cerco;
pero aquí y allá las altas rocas nos rozan.

Dirigiendo allí nuestras personas
“Beati pauperes spiritu!” voces cantaron
tan bien que no se expresaría con palabras.

¡Ah, cuán son diversos estos barrancos
de los infernales, que aquí con cantos
se entra, y allá con lamentos feroces.

Ya subíamos por los peldaños santos,
que me parecían ser mucho más livianos
que no me lo parecían antes por el llano.

Por donde yo: Maestro, ¿qué pesada cosa
se me ha quitado, que ninguna casi
fatiga, andando, en mí se percibe?

Respondió: Cuando las P, subsistentes
aún en tu rostro casi borradas,
sean como una que ya del todo fue quitada,

serán tus pies del buen querer tan vencidos
que no solamente no sentirán fatiga
mas les será deleitoso ser llevados arriba.

Entonces hice como aquellos que llevan
algo en la cabeza que ignoran,
mas que sospechan por señas de otros;

y con la mano en acertar se ayudan,
y buscan y hallan y así la mano cumple
lo que la vista cumplir no puede;

con los dedos de la derecha extendidos
halle sólo seis letras, que me grabó
aquel de las llaves sobre la frente;

a lo que viendo mi conductor sonreía.

El Purgatorio: Canto XIII

Nos hallábamos en la cima de la escala,
donde un segundo giro restringe
la montaña que, subiendo, a otros sana.

Allí también una cornisa la ciñe
en rededor, como a la primera;
sólo que su arco más corto repliega.

Sombras no tiene, ni diseños semejantes:
vese la cuesta y vese la plana senda
con el lívido color de la piedra.

Si aquí por preguntar gente se espera,
razonaba el poeta, temo que quizá
mucho tardaremos en elegir la senda.

Luego fijos los ojos en el Sol puso;
volvióse al derecho lado, tomó apoyo
y avanzó la izquierda parte.

¡Oh dulce luz! en ti confiando ingreso
un camino nuevo, tú condúceme,
decía, como conducir se debe aquí adentro.

Tú calientas el mundo, tú sobre él luces;
si no hay causa contraria que se oponga,
guías han de ser siempre tus rayos.

Cuanto en la tierra un milla cuenta,
tanto allí habíamos ya andado
en poco tiempo, por el querer resuelto.

Y hacia nosotros volar sentimos,
sin verlos, espíritus hablando,
a la mesa de amor corteses invitando.

La primera voz que pasó volando
“Vinum non habent” claramente dijo,
y tras nosotros lo siguió reiterando.

Y antes que del todo ya más no se oyera
al alejarse, otra: “Yo soy Orestes”
pasó gritando, y tampoco se detuvo.

¡Oh, dije, padre! ¿qué voces son éstas?
Y en tanto preguntaba, pasó otra
diciendo: “Amad a quien mal os hace”.

Y el buen maestro: En este giro se azota
la culpa de la envidia, sin embargo de amor
están hechas las cuerdas de la fusta.

El azote ha de ser de contrario tono;
creo que lo oirás, según indicio,
antes que llegues al paso del perdón.

Fija bien los ojos en el aire firme,
y verás delante gentes sentadas,
y a lo largo de la gruta cada una posada.

Entonces más que antes abrí los ojos;
miré adelante, y vi sombras con mantos
de color de la piedra semejantes.

Y luego que estuvimos más adelante
oía gritar: “María, por nos ora”:
gritar “Miguel” y “Pedro”, y “Todos los santos”.

No creo que en la tierra existir pueda
hombre tan duro, que no fuera herido
de compasión, por lo que yo vi luego.

Porque, cuando junto a ellos hube llegado,
y su condición me fue cierta,
lo que vi dejóme de gran dolor punzado.

De vil cilicio parecían cubiertos,
y uno sostenía al otro con la espalda
y todos se apoyaban en la cuesta.

Así los ciegos, a quienes la comida falta,
se ponen en la iglesia a pedir sustento,
y cada uno la testa en la del otro recuesta,

Para que a piedad la gente pronto se mueva,
no sólo por el sonar de las palabras,
mas por la vista que no menos afecta.

Y así como el Sol a esos ojos no llega,
así a las sombras, de las que hablo ahora,
la luz del cielo otorgarse no dona;

Porque a todos un alambre perfora las cejas
y cose, como con el gavilán salvaje
se hace, porque quieto no se soporta.

Me parecía, andando, hacerles ultraje,
viendo a los otros, no siendo visto:
por lo que volvíme a mi consejo sabio.

Bien él sabia lo que quería decir el mudo;
Y así no esperó mi demanda
mas dijo: Habla, se breve y agudo.

Virgilio me acompañaba por aquel lado
de la cornisa de donde caer se puede,
porque ningún barandal lo guarnecía;

Del otro lado estaban las devotas
sombras, que por la horrible costura
tanto exprimían el llanto que bañaban sus mejillas.

A ellos volvíme y: ¡Oh gente segura,
comencé, de ver el alta lumbre,
que de ello vuestro deseo sólo se cura

Que pronto la gracia disuelva las espumas
de vuestra conciencia, tanto que claro
por ella descienda de la mente el río;

Decidme, que me será grato y amado,
si hay alma entre vos que sea latina;
quizá le será bueno si yo lo guardo.

¡Oh hermano mío, cada una es ciudadana
de una ciudad verdadera; mas tú inquieres
si alguna en Italia viviera peregrina.

Ésto me pareció oír por respuesta,
un poco más delante de donde yo estaba,
por donde hice para que aún más me sintieran.

Entre las otras vi un alma al parecer
expectante; y si quisiera decir alguno ¿Cómo?
a la manera de los ciegos, el mentón alzaba.

Espíritu, le dije, que por salir te domas,
si eres tú el que me respondiste,
házteme noto por tu patria o por tu nombre.

Yo fui sienesa, respondió, y con estos
otros remiendo aquí la vida rea,
lagrimando a aquel que se nos conceda.

Sabia no fui, aunque Sapia
fuese llamada, y fui del daño ajeno
mucho más feliz que de mi propia ventura.

Y porque no creas que te engaño,
oye si fui, como te digo, loca,
al descender ya la curva de mis años.

Estaban mis ciudadanos cerca de Colle
en campo al encuentro de sus adversarios,
y yo rogaba a Dios que ocurriera lo que él quería.

Destrozados fueron allí y ceñidos a los amargos
pasos de la fuga; y viendo la cacería,
tuve tal alegría que a ninguna se compara,

Tanto que alcé al cielo mi audaz cara
gritando a Dios: “¡De hoy en más ya no te temo!“
como confió el mirlo en la breve bonanza.

Paz quise con Dios en el extremo
de mi vida; y no sería todavía
mi deuda de penitencia completa,

Si no fuera que en su memoria me tuvo
Pedro Pettinaio en sus santos ruegos,
quien de mi se apiadó por caridad.

Mas tú ¿quién eres, que nuestra condición
vas demandando, y tienes los ojos sueltos,
como yo creo, y respirando hablas?

Los ojos, dije, me serán aquí cerrados,
por poco tiempo empero, porque poca es la ofensa
que hice por haberlos con envidia usado.

Mucho mayor es el terror que suspende
al alma mía del tormento primero
que la carga de allí abajo ya me pesa.

Y ella a mí: ¿Quién te ha conducido
aquí entre nosotros, si abajo retornar crees?
Y yo: Éste que va conmigo y está mudo.

Y vivo estoy; pero ahora pídeme,
espíritu electo, si tú quieres aún que mueva
allá por ti mis mortales plantas.

¡Oh, oír ésto es cosa tan nueva,
respondió, que gran señal es de que Dios te ama;
pero que tu oración alguna vez me ayude.

Y pídote, por aquello que más anhelas,
si por acaso pisas tierra toscana,
que ante mis parientes rehagas mi fama.

Tú los verás entre aquella gente vana
que confía en Talamone, y antes perderán
la esperanza que si encontraran la Diana;

Pero más perderán sus capitanes.

El Purgatorio: Canto XIV

¿Quién es éste que el monte rodea
antes que la muerte le haya dado el vuelo,
y los ojos abre a voluntad y los cierra?

No se quién es, mas no está solo;
pregunta tú que estás más cerca
y dulcemente, para que hable, acógelo.

Así dos espíritus, juntos inclinados,
razonaban de mi allí a la derecha;
luego alzaron el rostro para hablarme;

y dijo uno: ¡Oh alma que fija
aún en el cuerpo al cielo te conduces,
por caridad consuélame, y dime

de dónde vienes y quién eres, pues tanto
me maravilla la gracia que has recibido
como cosa que antes no fue vista nunca.

Y yo: En medio de Toscana se espacia
un arroyuelo que nace en Falterona,
y cien millas de curso no lo sacian.

De tal lugar traigo esta mi persona:
decirte quién soy sería hablar en vano,
que mucho mi nombre aún no resuena.

Si tu explicación bien considero
en mi intelecto, me dijo entonces,
el que habló primero, tu hablas del Arno.

Y el otro dijo: ¿Porqué éste esconde
el nombre de aquella orilla,
como se hace de las horribles cosas?

Y la sombra que de ello rogada era,
se libró diciendo: No sé; mas digno
es que el nombre de ese valle muera;

porque de su inicio, donde está tan de agua lleno
el alpestre monte del que se apartó el Peloro,
que en pocos sitios sobrepasa aquella cota,

hasta el final allá donde restaura
lo que de la marina enjuga el cielo,
de donde toman los ríos lo que acarrean luego,

así, como enemiga, la virtud se fuga
de todos como de sierpes, por desventura
del sitio, o porque los incita el mal uso;

por donde tienen tan alterada la natura
los habitantes del mísero valle,
como si Circe los tuviera en pastura.

Entre brutos puercos, dignos más de bellotas
que de otro pasto propio del humano uso,
arrastra primero su pobre curso.

Perros encuentra luego, siguiendo abajo,
que gruñen más de lo que les toca,
y de ellos desdeñoso tuerce el morro.

Vase cayendo; y cuando más engorda,
tanto más halla perros hacerse lobos
la maldita y desventurada fosa.

Bajando luego por piélagos más hondos,
encuentra zorros tan llenos de fraude,
que no temen ingenio que los entrampe.

No callaré porque otros me oigan;
y bueno le será a éste, si recuerda
lo que el veraz espíritu me revela.

Yo veo a tu sobrino transformado
en cazador de aquellos lobos en la orilla
del fiero río, y los destruye a todos.

Vende su carne aún estando viva;
luego los mata como a las vacas viejas;
muchos de la vida, y a sí de precio priva.

Sangriento emerge de la triste selva;
la deja tal, que de aquí a mil años
a su primer estado no vuelve.

Así como al anuncio de dolorosos daños
se turba el rostro del que escucha,
fuera de donde fuere que el peligro venga,

así vi a la otra alma, que atenta
a oír se tenía, turbarse y quedar sombría,
después de oír lo que se decía.

Las palabras de una, y de la otra el rostro,
creó en mí el deseo de conocer sus nombres,
y entonces rogando les pregunté por ellos,

y el espíritu que primero hablara,
recomenzó: Tú quieres que haga
lo que tú no quieres hacer conmigo.

Mas desde que Dios en ti quiere que luzca
tanto su gracia, no te seré escaso;
sabe pues que fui Guido del Duca.

Estaba mi sangre de envidia tan inflamado,
que de haber visto a uno estar alegre,
visto me habrías de lividez manchado.

De mi simiente igual paja cosecho;
¡Oh humana gente! porqué el corazón pones
donde excluir a los familiares manda el derecho?

Éste es Rinieri; él es el valor y el honor
de la casa de Calboli, donde no hay hecho
alguno que de su valía sea herencia.

Y no sólo su sangre se ha empobrecido
entre el Po y el monte y la marina y el Reno,
de bienes necesarios al saber y al buen vivir;

porque entre aquellos lindes está lleno
de venenosas sierpes, tantas que ya es tarde
a que ahora por cultivarse se hicieran menos.

¿Dónde están el buen Licio y Enrique Mainardi?
¿Pedro Traversaro y Guido de Carpigna?
¡Oh romañoles trasmutados en bastardos!

¿Cuándo renacerá en Bolonia un Fabro?
¿Cuándo en Faenza un Bernardino de Fosco,
vara gentil de pequeñita simiente?

No te asombres, si lloro, Tosco,
cuando recuerdo que junto a Guido de Prata
Ugolino de Azzo vivió con nosotros.

Federico Tiñoso y su brigada,
la casa Traversara y los Anastagi
(y una familia y la otra desheredadas),

las damas y caballeros, los afanes y justas
empapados de amor y cortesía allí
donde tan malvados se han hecho ahora los corazones.

¡Oh Bretinoro! ¿porqué no te saliste
luego que huyera tu familia
y mucha gente para no ser convictos?

Bien hace Bagnacaval que no procrea,
Y mal hace Castrocaro, y peor Conio,
que de criar tales condes más se empeñan.

Bien harán los Pagani, cuando su demonio
se vaya; pero no sin embargo que puro
de él ya más no quede testimonio.

¡Oh Ugolino de los Fantolino, seguro
está tu nombre, desde que ya no se espera
que puedas, degenerando, hacerlo oscuro!

Ahora, toscano, vete ya; que más me deleita
llorar mucho ahora que hablar,
que esta plática me ha conturbado la mente.

Sabíamos que aquellas almas queridas
nos sentían andar; pero ellas callando
nos daban del correcto camino confianza.

Luego nos quedamos solos avanzando,
y como fulgor el aire hendiendo
una voz vino a nuestro encuentro diciendo:

“Me ultimará cualquiera que me aprese”,
y huyó como se aleja el trueno
si súbitamente la nube se dispersa.

Cuando nuestro oír de él tuvo tregua
entonces otra con gran estruendo,
como tronar que al fulgor pronto sigue:

“Yo soy Aglauro, convertida en roca”;
y luego yo, para adherirme al poeta,
a diestra y no adelante avancé un paso.

Ya en todos lados estaba la brisa quieta:
y él me dijo: Ése es el duro freno
que debería el hombre tener en su mente.

Mas vos tomáis la vianda, de modo que el amo
del antiguo adversario a sí os tira;
para lo cual poco vale freno o reclamo.

Clamáis al cielo y él en torno a vosotros gira,
mostrándoos sus bellezas eternas,
y vuestro ojo sólo a la tierra mira;

por donde os abate aquel que todo discierne.

El Purgatorio: Canto XV

Entre el morir de la hora tercia
y el principio del día, cuanto se ve de la esfera
que siempre a modo de chiquillo juega,

tal espacio parecía ya hacia la puesta
quedarle aún al Sol en su carrera;
la tarde era allá, y aquí media noche era.

Y sus rayos me herían en la mitad del naso,
porque tanto habíamos rodeado el monte,
que marchábamos directo hacia el ocaso,

cuando entonces sentí la frente alcanzada
por el resplandor mucho más que antes,
y esta novedad de estupor me embargaba;

por tanto alcé las manos por arriba
de las cejas, y me armé una visera
para que el exceso de luz se atenuara.

Como cuando del agua o del espejo
salta el rayo hacia la opuesta parte,
subiendo de comparable modo

a aquel que baja, y tanto se aparta
del caer de la piedra igual espacio,
como lo demuestra el arte y el ensayo;

así me pareció que de la luz refractada
allí mismo por delante era herido,
por lo que mi vista en apartarse fue ligera.

¿Quién es ése, dulce padre, del que no puedo
resguardar mi vista por más que intente,
dije yo, y parece hacia nosotros moverse?

No te maravilles si aún te deslumbra,
me respondió, la familia del cielo:
es el enviado que viene a invitar a que se suba.

Pronto será cuando mirar estas cosas
no te será grave, mas tan placentero
cuanto la natura a sentirlo te disponga.

Luego que al ángel bendito juntos llegamos
con voz alegre nos dijo: “Entrad aquí
a una escala muy menos erguida que las otras”.

Montamos por ella de allí mismo partiendo,
y “Beati misericordes” nos fue
cantado detrás, y “Goza tu que vences”.

Mi maestro y yo, solos los dos
asuso andábamos; y andando pensaba,
en el provecho a sacar de sus palabras;

y a él me dirigí así preguntando:
¿Qué decir quiso el espíritu de Romania,
“excluir” y “los familiares” mencionando?

Por lo que me dijo: Del tamaño de su falta
conoce el daño; por éso no es de admirar
si se reprende de ello para llorar menos.

Porque vuestros deseos apuntan
a donde por compañía la parte mengua,
la envidia mueve a suspiros el fuelle.

Mas si el amor de la esfera suprema
arriba vuestro deseo torciera,
no anidaría en vuestro corazón ese miedo;

pues, cuanto más se dice “nuestro”,
tanto de bien más cada uno posee,
y más la caridad arde en ese aposento.

Yo de estar contento estoy más ayuno,
dije yo, que si antes callado me hubiera,
y mayor duda en la mente aúno.

¿Cómo es posible que un bien distribuido
a más tenedores, los haga más ricos
que si fuera de unos pocos poseído?

Y él a mi: Como tú sólo apuntas
la mente a las terrenas cosas
de la vera luz las tinieblas te separan.

Aquel infinito e inefable bien
que arriba está, corre al amor
como al lúcido cuerpo el rayo viene.

Tanto se da cuanto encuentra de ardor;
de modo que, cuanto la caridad se extiende,
sobre ella crece el eterno valor.

Y cuanta más gente allá arriba se ama
más se os da de bien amar, y más se os ama,
y como espejo el uno al otro se entrega.

Y si mi razonamiento no te calma,
verás a Beatriz, y ella plenamente
te quitará éste y cualquier otro afán.

Procura sólo que pronto se extingan,
como ya lo fueron dos, las cinco plagas
que cicatrizan por lamentarse de ellas.

Y cuando yo iba a decir: Tú me calmas,
vi que llegados éramos al otro recinto,
y quedé en silencio con los ojos rondando.

Allí parecióme que una visión
estática súbitamente me arrastraba,
y veía en un templo muchas personas;

y una mujer, en la entrada, en actitud
dulce de madre, decir: “Hijito mío,
¿porqué has así con nosotros obrado?

He aquí, que angustiados, tu padre y yo
te buscábamos”. Y como aquí se callara
desapareció la visión primera.

De allí me apareció otra con esas aguas,
que por las mejillas, el dolor destila,
cuando una gran despecho contra otro nace,

y decir: “Si eres tú señor de la ciudad,
de cuyo nombre hubo entre los Dioses gran litigio,
y donde toda ciencia resplandece,

véngate de aquellos audaces brazos
que abrazaron a nuestra hija, ¡Oh Pisístrato!”
Y el señor, a mi parecer, benigno y suave,

responderle con el rostro templado:
“¿Qué le haremos al que el mal nos desea,
si aquel que nos ama condenamos?”

Después vi gente inflamadas en ira,
con piedras matar a un jovencito, unidos en
un solo y fuerte grito: ¡Mátalo, mátalo!

Y lo veía inclinarse, por la muerte
que ya le pesaba, hacia la tierra,
mas con los ojos siempre al cielo alzados,

orando al alto Sire, entre tanta guerra,
que perdonase a sus perseguidores,
con aquel semblante que a piedad lleva.

Cuando mi alma volvió afuera
a las cosas que fuera de ella son veras,
reconocí mis no falsos errores.

Mi conductor, que me veía
como quien del sueño se desliga,
dijo: ¿Qué tienes que no puedes tenerte,

mas has marchado más de media legua
con los ojos bajos y vacilantes pasos,
como a quien el sueño o el vino pliega?

¡Oh dulce padre mío, si me escuchas,
te diré, yo dije, lo que me apareció
cuando las piernas me ligaron!

Y él: Si tuvieras cien máscaras
sobre el rostro, no se me ocultarían
tus pensamientos, por pequeños que fueran.

Lo que viste fue para que no te recuses
a abrir el corazón a las aguas de la paz
que de la eterna fuente se difunden.

No te pregunté: ¿Qué tienes? como hace
el que mira sólo con el ojo que no ve,
cuando desanimado el cuerpo yace;

mas pregunté para darte fuerza en los pies;
de este modo hay que excitar a los pigros, lentos
a usar su vigilia cuando a ella retornan.

Seguíamos en el ocaso, atentos
hasta donde los ojos podían alargarse
contra los lucientes rayos de la tarde.

Y he aquí que poco a poco un humo vino
hacia nosotros como la noche oscuro;
ni de él lugar había donde abrigarse.

Y nos privó de la vista y del aire puro.

El Purgatorio: Canto XVI

Oscuridad de infierno y de noche priva
de todo planeta, bajo pobre cielo,
cuanto ser puede de nubes atenebrada,

no cubrió mi rostro de tan espeso velo,
como aquel humo que allí nos cubría,
ni nunca hubo más áspero pelo,

que el ojo abierto sufrir podría;
por éso mi escolta sabida y confiable
se me acercó y el hombro me ofrecía.

Como ciego que va detrás de su guía
por no perderse y no dar tropiezo
en cosa que le moleste, o quizá lo hiera,

así me andaba yo bajo el aire amargo y negro,
escuchando a mi conductor que me decía:
Cuídate que de mi lado no te muevas.

Sentía voces, y cada una parecía
orar, por paz y misericordia,
al Ángel de Dios que los pecados lleva.

Sólo “Agnus Dei” eran sus exordios;
todas las palabras era de un solo modo
pues entre ellas había cabal concordia.

¿Son espíritus éstos, maestro, que oigo?
dije yo. Y él a mi: Bien has comprendido,
y de la iracundia el nudo van resolviendo.

¿Quién eres tú que nuestro humo hiendes,
y de nosotros hablas como si
por calendas aún midieras el tiempo?

Así se oyó una voz decir;
por lo que mi maestro dijo: Responde,
y pregunta si por aquí se va arriba.

Y yo: ¡Oh criatura que te purgas
por volverte bella ante quien te hizo,
maravillas oirás, si me acompañas.

Yo te seguiré cuanto me es lícito,
respondió, y si el humo ver no nos deja
el oído nos mantendrá juntos supliendo.

Entonces empecé: Con aquel rostro
que la muerte disuelve voy arriba,
y llegué aquí por las infernas penas,

y si Dios en su gracia tal me puso
que quiere que su corte vea de forma
totalmente fuera del corriente uso,

no me ocultes quién antes de morir fuiste,
mas dime, y dime si voy bien hacia el paso;
y tus palabras nos servirán escolta.

Lombardo fui, y fui llamado Marco;
del mundo supe, y aquel valor amé
del cual hoy todos han arriado el arco.

Para subir ve derechamente,
respondió, y agregó: te ruego
que por mí ruegas cuando estés arriba.

Y yo a él: Por mi fe a ti me ligo
que haré lo que me pides; pero me muero
por un dilema, si no me lo explico.

Primero era simple, y ahora se ha duplicado
por tu sentencia, pues es cierto,
lo que aquí y en otro lugar, ahora vinculo.

El mundo está pues bien desierto
de toda virtud, como tu me suenas,
y de malicia grávido y cubierto;

mas te ruego me señales la razón
de modo que la vea y la explique a otros;
pues hay quien en el cielo otros aquí abajo la ponen.

Un fuerte suspiro, que al dolor ciñó en un ¡ay!
soltó primero; y comenzó: Hermano,
el mundo es ciego, y bien se ve que de él vienes.

Vosotros que vivís toda razón fundáis
sólo en el cielo, como si todo
se moviera por necesidad.

Si así fuera, en vosotros se destruiría
el libre albedrío, y nos sería justicia
por bien alegría, y por mal ganar luto.

El cielo vuestros movimientos inicia;
no digo todos, mas, aunque así fuera,
luz os es dada para bien y para malicia;

y el libre querer que, si a la fatiga
de las primeras batallas con el cielo resiste,
después vence todo, si bien se afirma.

Ante mayor fuerza y mayor natura,
libres yacéis; y a ella la crea en vosotros
la mente, de la que el cielo no cura.

Sin embargo, si el presente mundo se desvía,
en vos la razón está, de vos se la reclama,
y de ello te seré verdadero espía.

Sale de manos de aquel que la acaricia
antes que sea, como hace una mocilla
que riendo y llorando parlotea,

el alma simplísima que nada sabe,
salvo que, llevada por el alegre hacedor,
de su voluntad se dirige a lo que le agrada.

Primero de un pequeño bien gusta el sabor;
allí se engaña, y tras él corre,
si guía o freno no tuerce su amor.

Por éso tiene que haber leyes de freno;
necesario que haya rey, que discierna
de la vera ciudad la torre al menos.

Las leyes existen, mas ¿quién cura de ellas?
Ninguno, y aunque el pastor que guía,
rumiar puede, con todo no tiene la pezuña hendida;

porque la gente, que contempla a su guía
hender sólo hacia aquel bien del que ella es glotona,
de ése se pace, y más allá no ambiciona.

Bien puedes ver que la mala conducta
es la razón que a hecho al mundo reo,
y no que en vos la natura esté corrupta.

Solía Roma, que el buen mundo hizo,
dos soles tener, que uno y otro camino
hacían ver, el del mundo y el de Dios.

El uno al otro ha extinguido; y unida la espada
al cayado, y ambos estando juntos,
por la violencia es forzoso que mal vaya;

porque juntos, uno al otro no se temen:
si no me crees, atiende a la espiga
que toda hierba se conoce por la semilla.

En el país que el Adigio y el Po riegan
solía valor y cortesía hallarse,
antes que Federico diera pelea;

hoy por allí seguro puede pasar
cualquiera que evitara, por vergüenza,
de hablar con buenos, o de prisa darse.

Verdad que hay allí aún tres ancianos
en quienes la vieja edad riñe a la nueva,
y sienten que Dios tarda a mejor vida llevarlos;

Conrado da Palazzo y el buen Gerardo
y Guido de Castel, que mejor se nombra,
como los franceses, el simple Lombardo.

Como hoy nunca la Iglesia de Roma,
confundiendo ambas regencias,
cae en el fango, se afea ella misma y a la otra.

¡Oh Marco mío!, dije yo, bien argumentas;
y ahora entiendo porqué del reparto
los hijos de Leví fueron exentos.

Mas ¿cuál Gerardo es aquel que por sabio
dices que aún queda de la extinguida gente,
para reproche del salvaje siglo?

O tus palabras me engañan o me tientas,
me repuso, porqué, hablando tosco,
parece que del buen Gerardo nada sepas.

Por otro nombre no lo conozco,
salvo que lo tomara de su hija Gaya.
Dios os acompañe, más no voy con vosotros.

Mira el albor, que por entre el humo destella,
ya va blanqueando, y me conviene partir
(el Ángel está allí) antes de que aparezca.

Entonces retrocedió, y más oírme no quiso.

El Purgatorio: Canto XVII

Habíamos ya dejado atrás al ángel,
al ángel que al sexto giro nos llevara,
que del rostro una seña me borrara;

y a los que tienen de la justicia el deseo
beatos los llamara, y cuyas voces
“sitiunt”, sin más, nos propusieron.

Y más leve que por las otros huecos
caminaba yo, tal que sin fatiga alguna
seguía a arriba a los espíritus veloces;

entonces Virgilio comenzó: Amor,
de virtud inflamado, siempre a otro inflama,
con tal que la llama se vea afuera;

por eso desde que descendió
a nuestro limbo del infierno Juvenal,
quien tu afecto me hizo patente,

mi benevolencia hacia ti fue tal
como nunca fue hacia ninguna otra persona,
y así ahora me son cortas estas escalas.

Mas dime, y como amigo perdóname,
si la mucha confianza afloja el freno,
y como amigo ahora conmigo razona:

¿cómo pudo hallar en tu seno
lugar la avaricia, en medio de tan buen sentido
del que por tus estudios y cuidados estuviste lleno?

Estas palabras a Estacio mover lo hicieron
un poco a risa primero; luego respondió:
Todos tus dichos de amor me son claro signo.

En verdad muchas veces vienen cosas
que a la duda dan falsa materia
porque esconden la razones veras.

Tu pregunta tu creencia me confirma
de que yo fuera avaro en la otra vida,
tal vez por aquel giro en el que yo era.

Pues bien, sabe que la avaricia lejos
de mi estuvo, y a ésta desmesura
mil lunaciones la han castigado.

Y si no fuera que apliqué pronto la cura
cuando escuché aquello que tú clamas,
fastidiado casi de la humana natura:

“¿A dónde no arrastras tú, oh sacro hambre
del oro, el apetito de los mortales?”,
estaría en las anteriores tristes labores.

Entonces advertí que por abrir demás las alas
podía irse de manos el gasto, y arrepentíme
así de éste como de los otros males.

¡Cuántos resurgirán con rapadas crines
por ignorancia, que a este defecto
priva de penitencia en vida y en los fines!

Y sabe que la culpa que replica
por directa oposición algún pecado,
juntamente con él aquí su verdor seca;

pues, si yo entre la gente me he contado
que llora su avaricia, por purgarme,
en su contrario me he encontrado.

Ahora cuando tú cantaste las crueles armas
de la doble tristeza de Yocasta,
dijo el cantor del bucólico carmen,

por lo que allí Clio contigo trata,
no parece que entonces te hiciera fiel
la fe, sin la cual hacer bien no basta.

Si así fue, ¿qué Sol o qué candelas
te sacaron de tinieblas tantas que alzaste
luego detrás del pescador las velas?

Y aquel a él: Tú primero me enviaste
al Parnaso a beber en sus grutas,
y el primero junto a Dios me iluminaste.

Hiciste como aquel que va de noche,
que lleva en su detrás la luz y no se ayuda,
mas tras de sí hace a las personas doctas,

cuando dijiste: “El siglo se renueva;
vuelve la justicia y el primer tiempo humano,
y una progenie desciende del cielo nueva”.

Por ti fui poeta, por ti cristiano:
mas porque veas mejor lo que diseño
para colorearlo extenderé la mano.

Ya estaba el mundo preñado
de la vera creencia, sembrada
con los mensajes del eterno reino;

y tu palabra arriba indicada
se armonizaba con los nuevos predicantes;
por donde a visitarlos tomé usanza.

Vinieron luego pareciendo tan santos,
que, cuando Domiciano los perseguía,
de mis lagrimas no carecieron sus llantos;

y mientras que de aquel lado estuve,
los auxilié, y sus derechas costumbres
me llevó al desprecio de todas las demás sectas.

Y antes que condujera a los Griegos a los ríos
de Tebas poetizando, recibí el bautismo;
mas por miedo oculto cristiano estuve

largamente mostrando paganismo;
y esta tibieza en el cuarto círculo
me hizo rodar más de cuatro centésimos.

Tú pues, que alzado has la cubierta
que me escondía todo el bien que digo,
mientras que subiendo tenemos tiempo,

dime dónde está Terencio nuestro antiguo,
Cecilio y Plauto y Varro, si lo sabes;
dime si están condenados y en cuál giro.

Ellos y Persio y yo y otros muchos,
respondió mi guía, estamos con aquel griego
que lactaron las Musas más que a ninguno,

en el primer círculo del penal ciego;
muchas veces hablamos del monte
que tiene siempre a nuestras nodrizas consigo.

Allí Eurípides con nosotros y Anacreonte,
Simónides, Agatón y otros muchos
griegas que ya de laurel ornaron su frente.

Allí se ven de tus gentes
Antígona, Deifila y Argía,
e Ismenea tan triste como siempre.

Vese a aquella que mostró a Langia;
la hija de Tiresia y Tetis
y con sus hermanas Deidamia.

Callaban ya ambos poetas
de nuevo atentos a mirar en torno
libre de escalera y de paredes;

y ya las cuatro esclavas habían del día
quedado atrás, y la quinta al timón
alzaba en alto el ardiente cuerno,

cuando mi conductor: Creo que al extremo
hay que volver la espalda diestra,
girando el monte como hacer solemos.

Así la rutina fue allí nuestra consigna,
y tomamos la vía con menor recelo
por el sentir de aquella alma digna.

Iban ellos delante y yo solito
detrás, y escuchaba su conversa,
que de poetizar me daba intelecto.

Mas pronto quebró las dulces razones
un árbol que hallamos en medio de la estrada,
con manzanas de aromas suaves y buenos;

y como el abeto hacia lo alto degrada
de rama en rama, así aquel hacia abajo,
creo yo, para que nadie arriba no vaya.

Del lado donde nuestro camino estaba ocluso,
caía de la alta roca un licor claro
y se expandía por las hojas superiores.

Los dos poetas al árbol se acercaron;
y una voz de adentro de la fronda
gritó: De este fruto careceréis.

Luego dijo: Más pensaba María en
que las bodas honradas fueran y enteras,
que en su propia boca, que ahora os apoya.

Y las Romanas antiguas, para su beber,
contentas estuvieron con agua; y Daniel
despreció comida y adquirió saber.

El primer siglo, como el oro, fue bello,
hizo sabrosas, con hambre, las bellotas,
y fue néctar a la sed todo arroyuelo.

Miel y langostas fueron la vianda
que nutrieron al Bautista en el desierto;
pues él es glorioso y tan grande

cuanto por el Evangelio se os es abierto.

El Purgatorio: Canto XVIII

Terminado ya su razonamiento,
el alto doctor atento contemplaba
mi rostro por ver si contento me veía;

y yo, a quien nueva sed por más movía,
por fuera nada, y por dentro decía:
quizá el mucho preguntar mío lo cansa.

Mas aquel veraz padre que advirtió
el tímido querer que no se abría,
hablando, de osar hablar me dio aliento.

Y yo entonces: Maestro, mi vista se aviva
tanto con tu luz, que discierno claro
todo lo que tu razón parte o describe.

Empero te ruego, dulce padre amado,
que me muestres el amor, al cual reduces
todo bien obrar y su contrario.

Alza, me dijo, a mi las agudas luces
de tu intelecto, y séate manifiesto
el error de los ciegos que se hacen guías.

El alma, que fue creada a amar pronta,
a toda cosa se mueve que le place,
luego que al placer en acto se despierta.

Vuestra aprehensiva del ser verdadero
trae la imagen, y adentro la despliega,
de modo que mueve al alma a volverse a ella;

y si al hacerlo a ella se entrega,
ése entregarse es amor, y es la naturaleza
que por placer de nuevo en vosotros se ata.

Después, así como el fuego muévese a la altura,
por su forma nacida a subir
a donde más en su materia dura,

así el alma presa entra en deseo,
que es moción espiritual, y ya no reposa
hasta no gozar de la cosa amada.

Ahora ya puedes ver cuán escondida
la verdad está a los que avalan
cualquier amor en sí como loable cosa;

porque quizá creen que su materia
es siempre buena, pero no todo sello
es bueno, aun cuando buena sea la cera.

Tus palabras y mi seguidor ingenio,
le respondí, el amor me ha descubierto,
mas me ha dejado de dudar más lleno;

pues si el amor nos es de afuera dado,
y el alma no va de otra manera,
si recta o torcida va, no es su mérito.

Y él a mi: cuanto la razón observa,
puedo decirte; de allí en más espera
sólo a Beatriz, pues ya de fe es materia.

Toda forma sustancial, que distinta
es de la materia y está unida a ella,
tiene una virtud específica propia,

la cual, sin el obrar, no se percibe,
ni más no se muestra que por el efecto,
como en la planta por verde fronda la vida.

Sin embargo, de donde la intelección venga
de las primeras noticias, no lo sabemos,
ni de las primeras apetencias el afecto,

que en vosotros están, como en la abeja
el arte de hacer la miel, y este primer querer
mérito de alabanza o de reproche no tiene.

Ahora, como todo otro de este se infiere,
os es innata la virtud que aconseja,
y que el umbral debe tener del asenso.

Este es el principio de donde se toma
la razón de merecer en vos, según
que buenos y reos amores acoge y elige.

Los que razonando llegaron al fondo,
reconocieron esta innata libertad,
y donaron entonces la moral al mundo.

Por donde, poniendo que por necesidad
surja todo amor que en vos se encienda,
de retenerlo está en vos la potestad.

La noble virtud es lo que Beatriz entiende
por libre albedrío, por ello cuida que en la mente
la guardes, si a hablar de ello te prende.

La Luna, casi a media noche atardada,
forzaba a las estrellas a que lucieran menos,
y estaba como un caldero aún ardiente;

corría por el cielo por aquellas estradas
que el Sol inflama cuando desde Roma,
entre Cerdeña y Córcega, se lo ve que cae.

Y aquella sombra gentil, por quien se nombra
Piétola más que la ciudad mantuana,
de mi insistencia depuesto había la carga;

pues yo, que la razón abierta y plana
de mis cuestiones había cosechado,
estaba como el somnoliento que desvaría.

Pero esta somnolencia me fue quitada
súbitamente por gente que por detrás
de nuestra espalda se acercaba.

Y cual como el Ismeno otrora y el Asopo
de noche en sus orillas vieron furia y caterva,
porque los Tebanos necesidad tenían de Baco,

así por aquel giro a saltos avanzan,
que allí yo los vi, viniendo,
a los que buen querer y justo amor cabalga.

Luego llegaron a nosotros, porque corriendo
se movía entera aquella turba magna;
precedidos por dos que llorando gritaban:

“Maria corre con prisa a la montaña;
y César, por subyugar Ilerda
picó a Marsella y corrió después a España”.

“Pronto, pronto, que el tiempo no se pierda
por poco amor”, gritaban detrás los otros,
“que el celo del bien reverdece a la gracia”.

¡Oh gente en la que el agudo fervor ahora
compensa quizá la negligencia o tardanza
que pusisteis en el bien hacer por flaqueza,

éste que vive, y es cierto que no os miento,
quiere subir, en cuanto que el Sol reaparezca;
decidnos, pues, dónde de subir está la puerta!

Palabras estas fueron del conductor mío;
y uno de aquellos espíritus dijo: Ven
en pos nuestro, y encontrarás la hendidura.

Estamos del deseo de movernos tan llenos,
que parar no podemos; por lo que perdona,
que nuestra villanía justicia tiene.

Abad fui de San Zenón de Verona
bajo el imperio del buen Barbarroja,
de quien dolida aún Milán reflexiona.

Y hay un tal que tiene ya un pie en la fosa,
que pronto llorará aquel monasterio,
y triste estará por haber tenido el mando;

porque a su hijo, malo del cuerpo entero,
y de la mente peor, y mal nacido,
ha puesto en el lugar de su pastor verdadero.

No sé si más dijo o si callóse,
ya tanto de nosotros se había ido;
mas ésto entendí, y recordarlo me place.

Y quien me había en todo apuro auxiliado
dijo: Vuélvete aquí: verás a dos
venir dando a la acidia mordiscos.

Detrás de todos decían: Antes primero
murió la gente para quien el mar abrióse,
que el Jordán viese a sus herederos.

Y aquella que el afán no sufrió
hasta el fin con el hijo de Anquises,
a una vida sin gloria se entregó.

Después, cuando tan lejos fueron
aquellas sombras, que verlas ya no podía,
un nuevo pensamiento se instaló en mí;

y tanto deliré de uno a otro,
que los ojos por vagancia recubrí,
y trasmuté en sueño el pensamiento.

El Purgatorio: Canto XIX

En la hora cuando aún el calor diurno
no puede entibiar más el frío de la Luna,
vencido por la Tierra, y a veces por Saturno;

cuando los geomantes su Mayor Fortuna
ven en oriente, antes del alba,
surgir por la vía que poco está oscura,

vínome en sueños una mujer gaga,
de ojos bizca, de pies torcidos,
manca de manos, y pálida de tez.

Yo la miraba; y así como el Sol conforta
los fríos miembros que la noche agrava,
de igual manera mi mirada liberaba

su lengua, y luego la enderezaba entera
en pocas horas, y el descolorido rostro,
como el amor quiere, coloreaba.

Luego que así tuvo ella el habla suelta
comenzó tal cantar que con pena
hubiera mi atención separado de ella.

“Yo soy”, cantaba, “yo soy la dulce sirena,
que a los marineros en medio del mar desvío;
¡Tanto estoy de placeres a gozar plena!

Yo aparté a Ulises de su variado camino
con mi canto; y quien se arraiga conmigo,
rara vez se marcha; ¡complazco tanto!”

Aún no había ella cerrado la boca,
cuando apareció una dama santa y presta
a mi lado para dejarla confusa.

“¡Oh Virgilio, Virgilio!, ¿quién es esta?”
ferozmente decía; y él venía
con los ojos fijos sólo en la honesta.

A la otra prendía, y por delante la abría
rasgando sus ropas, y mostrábame el vientre:
y me despertó el hedor que de allí salía.

Moví los ojos y el buen maestro: ¡Al menos tres
veces te he llamado!, decía, levántate y ven;
busquemos la apertura por la que entres.

Me levanté, y del alto día ya estaban llenos
todos los giros del sacro monte,
y marchábamos con el Sol nuevo en las renes.

Siguiéndolo, llevaba la frente
como quien de pensares la tiene grávida,
inclinado como medio arco de puente;

cuando oí “Venid, por aquí se pasa”
decir de modo suave y benigno,
cual no se siente en esta mortal marca.

Con las alas abiertas, como de cisne,
arriba nos llevó el que así hablara
entre dos paredes del duro macizo.

Movió las plumas y aventóme,
“Qui lugent” afirmando ser beatos
que tendrán de consuelo el alma dueña.

¿Qué tienes que al suelo sólo miras?,
mi guía comenzó a decirme,
poco después que más allá del ángel fuimos.

Y yo: Tan caviloso me hace ir
una nueva visión que a ella me apega,
que no puedo de pensar en ella partirme.

Viste, dijo, aquella antigua maga
causa única de lo que más arriba se llora;
viste como el hombre de ella se desliga.

Que te baste, y batiendo al suelo los talones:
vuelve los ojos al reclamo que gira
el rey eterno junto a las magnas ruedas.

Como el halcón, que primero sus patas mira,
de allí se vuelve al grito y se lanza
por el deseo del pasto que allá le tiran,

tal hice yo; y tal, cuanto se hiende
la roca para dar paso al que va arriba,
anduve hasta donde a circular se comienza.

Cuando al quinto giro hube llegado,
vi gente allí que lloraba
yaciendo en tierra boca abajo.

“Adhesit pavimento anima mea”
oía de ellos tan altos suspiros
que sus palabras apenas se entendían.

¡Oh de Dios electos, a quienes el sufrir
justicia y esperanza hacen menos duro,
dirigidnos hacia las altas gradas!

Si venís del yacer aquí eximidos,
y más pronto queréis hallar la vía,
que vuestra diestra esté siempre por fuera.

Así rogó el poeta, y así se oyó un poco
más adelante de nosotros; y como yo
advertí por la voz al que estaba oculto,

volví mis ojos a los ojos de mi señor;
y él aprobó con alegre gesto
lo que la expresión de mi deseo pedía.

Luego que pude actuar según mi deseo,
avancé inclinado sobre la criatura
cuyas palabras notarlo antes me hicieran,

diciendo: Espíritu en quien llorar madura
lo que sin ello a Dios volver no puedes,
suspende un poco para mi tu mayor cura.

Quién fuiste y porqué vuelto tenéis el dorso
arriba, dime y si quieres que impetre
alguna cosa allá de donde salí vivo.

Y él a mi: porqué nuestras espaldas
miran al cielo, sabrás: pero antes
scias que ego fui succesor Petri.

Entre Sestri y Chiavari desciende
un bello arroyuelo, de cuyo nombre
el título de mi sangre se honra.

Un mes y poco más probé yo cuánto
pesa el gran manto a quien del fango lo guarda,
que plumas parecen todas las otras cargas.

Mi conversión, ¡ay de mi! fue tarda;
mas, cuando fui hecho pastor romano,
descubrí allí la vida embustera.

Vi que allí el corazón no se aquietaba,
y que subir más no se podría en aquella vida;
y así de ésta me encendí de amor.

Hasta entonces miserable y alejada
de Dios un alma fui, del todo avara;
ahora, como ves, aquí soy castigada.

Lo que la avaricia hace, aquí se declara
en la purga de las conversas almas;
y no hay en el monte pena más amarga.

Así como nuestro ojo no enfocó
hacia la altura, fijo en las cosas terrenas,
así la justicia aquí a la tierra lo sumerge.

Como la avaricia extingue de todo bien
nuestro amor, y el buen obrar se pierde,
así la justicia aquí estrechos nos tiene,

de pies y manos ligados y presos;
y tanto cuanto plazca al justo Sire,
estaremos inmóviles y extensos.

Yo me había arrodillado y quería hablar:
Y en que comencé, se percató
sólo escuchando, de mi reverencia,

¿Qué razón, dijo, te ha hecho abajarte?
Y yo a él: Por vuestra dignidad
de inmediato movióme la conciencia.

¡Endereza las piernas, levántate, hermano!
respondió, no yerres: consiervo soy
contigo y con los otros de la misma potestad.

Si nunca aquel santo evangélico sonido
que dice “Neque nubent” entendiste,
bien podrás ver porqué así razono.

Vete ya: no quiero que más te quedes;
que estando tú aquí mi llanto cesa,
con el que maduro yo lo que dijiste.

Nieta tengo allá de nombre Alagia
de natural bueno, con tal que nuestra casa
no la haga con el ejemplo malvada;

y ella es la única que de allá me ha quedado.

El Purgatorio: Canto XX

Contra mejor querer querer mal pugna;
y así contra mi placer, por agradarle,
la esponja aún no sacia saqué del agua.

Me moví; y mi conductor movióse por los
sitios expeditos a lo largo de la roca,
como entre estrechos muros y merlones;

porque la gente que suelta gota a gota
por los ojos el mal que domina a todo el mundo,
hacia afuera del giro se acerca mucho.

¡Maldita seas tú, antigua loba, que
más presas haces que todas las bestias juntas
a causa de tu hambre sin fin profunda!

¡Oh cielo!, que en tu girar ver se cree
las condiciones aquí abajo de los cambios,
¿cuándo vendrá aquel por quien esta se vaya?

Íbamos con pasos lentos y escasos,
atento yo a las sombras, que sentía
piadosamente llorar y lamentarse;

y por ventura oí: “Dulce María”
delante nuestro así clamar en el llanto
como hace mujer en trabajo de parto;

y en seguida: “Pobre fuiste tanto
cuanto se puede ver por aquel hospicio
donde expusiste al que portabas santo”.

Seguidamente escuché: “¡Oh buen Fabricio,
en pobreza quisiste más virtud
que gran riqueza poseer con vicio!”

Estas palabras me fueron tan gratas
que me adelanté para tener noticia
de aquel espíritu de donde al parecer venían.

Seguía aún hablando de la largueza
con la que Nicolás trató a las doncellas
por llevar a honor su adolescencia.

¡Oh alma que tan bien conversas
dime quien fuiste, dije, y porqué tú sola
estas dignas alabanzas renuevas.

No quedará sin premio tu palabra,
si yo regreso a cumplir el corto camino,
de aquella vida que al terminar vuela.

Y él: Te lo diré, no por consuelo
que yo espere de allá, sino por la tanta
gracia que luce en ti antes de haber muerto.

Yo fui raíz de la mala planta
que a la tierra cristiana ensombrece
tanto que buen fruto raro se cosecha.

Pero si Douay, Gante, Lila y Brujas
pudieran, pronto habría venganza;
y yo la suplico a aquel que todo juzga.

Llamado fui allá Hugo Capeto;
de mi nacieron los Felipes y los Luises,
por quienes últimamente es regida Francia.

Hijo fui de un carnicero de Paris:
cuando los reyes antiguos faltaron
todos, salvo uno envuelto en paños grises,

me hallé ceñido entre las manos el freno
del gobierno del reino, y tal poder
de nuevo adquirí, y tan de amigos pleno,

que la viuda corona promovida
a la cabeza de mi hijo fue, del cual
comenzaron de la estirpe los sagrados huesos.

Mientras que la gran dote provenzal
a mi sangre no quitó la vergüenza,
poco valía, mas con todo no hacía mal.

Entonces comenzó con fuerza y con mentira
su rapiña: y después, por enmienda,
usurpó Pontiheu, Normandía y Gazcuña.

Carlos vino a Italia y, por enmienda,
víctima hizo a Corradino; y después
envió al cielo a Tomás, por enmienda.

Veo no mucho más tarde un tiempo todavía,
en que saldrá otro Carlos de Francia,
para darse mejor a conocer y a los suyos.

De allí sale sin armas y sólo con la lanza
con la que luchó Judas, y la esgrime
tanto que de Florencia hiende la panza.

Por donde no tierras, mas pecado e infamia
cosechará, lo que le será más grave
cuanto más leve cree que tal daño cuenta.

Al otro, que hasta salió preso en una nave,
veo vender a su hija pactando precio,
como los corsarios hacen de otras esclavas.

¡Oh avaricia! ¿qué más puedes hacer,
que así te has apropiado de mi sangre
que ni te cuidas de tu propia carne?

Para que menos se vea el mal futuro y pasado,
veo en Anagni entrar la flor de lis,
y en su vicario quedar Cristo encarcelado.

Véolo ser de nuevo burlado;
veo renovar el vinagre y la hiel,
y entre vivos ladrones ser occiso.

Veo al nuevo Pilato tan cruel,
que ni éso lo sacia, pues sin decreto
hasta el Temple lleva las codiciosas velas.

¡Oh Señor mío! ¿cuándo tendré la dicha
de ver la venganza que, escondida,
torna dulce tu ira en tu secreto?

Lo que antes decía de aquella única esposa
del Espíritu Santo y que hizo
te volvieras a mi con una pregunta,

es letanía tan repetida en nuestras preces
cuanto dura el día; mas cuando anochece,
contrarios tonos en su lugar hacemos.

Coreamos a Pigmalión entonces,
que traidor y ladrón y parricida
tuvo del oro voluntad golosa;

y la miseria del avaro Midas,
que siguió a su demanda gruesa,
por la que siempre será objeto de risa.

Del loco Acam todos se acuerdan,
que robó los despojos, tal que la ira
de Josué parece que aún lo muerda.

De allí acusamos con su esposo a Safira;
alabamos los pies que sufrió Heliodoro;
y todo el monte como infamia reitera

a Polinéstor que ultimó a Polidoro;
por último gritamos: ”¡Dinos Craso!,
pues lo sabes ¿qué sabor tiene el oro?”

A veces habla uno alto y otro bajo,
según la afección que nos espolea
ora con mayor, ora con menor paso:

con todo, al bien que en el día se razona,
no era yo el único; bien que cerca de aquí
no alzaba la voz ninguna otra persona.

Nos habíamos ya alejado de él,
y luchábamos por montar la estrada,
tanto cuanto la fuerza nos permitía,

cuando sentí, como si se derrumbara,
temblar el monte; de donde me tomó un hielo
como el que suele tomar al que a la muerte vaya.

Verdad que no se sacudía tan fuerte Delos,
antes que Latona en ella hiciese nido
para parir los dos ojos del cielo.

Luego creció de todas partes un grito
tal, que el maestro a mi converso,
dijo: No dudes, mientras yo te guío.

“Gloria in excelsis” todos “Deo”
decían, por lo que comprendí de cerca,
donde entender el grito se podía.

Estábamos inmóviles y en suspenso
como el primer pastor que oyó ese canto,
hasta que el temblor cesó y completóse.

Luego retomamos nuestro camino santo
mirando a las sombras que yacían por tierra,
lanzando ya a lo alto el usual llanto.

Nunca ninguna ignorancia con tanta guerra
me aguijoneó el deseo de saber,
cuanto, si mi memoria no yerra,

pensando, me parecía entonces querer;
mas por la prisa preguntar no me atrevía,
ni por mí mismo nada podía ver:

y así me andaba tímido y caviloso.

El Purgatorio: Canto XXI

La natural sed que nunca se sacia
sino con el agua que la mujercilla
samaritana demandó por gracia,

me trabajaba, y punzábame la prisa
en la estorbada vía tras mi guía,
y me condolía de la justa venganza.

Y entonces, tal como escribe Lucas
que Cristo apareció a dos en la vía,
salido ya de la sepulcral fosa,

apareció una sombra que detrás nuestro venía,
del pie cuidando a la yaciente turba;
y no la apercibimos, hasta que nos habló primero,

diciendo. ¡Oh hermanos míos, Dios os dé paz!
Nos volvimos súbitamente, y Virgilio
le respondió con el gesto que correspondía.

Luego agregó: En el beato concilio
te ponga en paz la veraz corte
que me relega a mí en el eterno exilio.

¡Cómo!, exclamó, en tanto íbamos con prisa,
si sois sombras que Dios arriba no digna,
¿quién por su escalera os ha guiado?

Y el doctor mío: Si observas los signos
que éste lleva y perfila el ángel
bien verás que con los buenos merece el reino.

Pero como aquella que día y noche hila
no le había aún completado el copo
que a cada uno Cloto impone y compila,

su alma, que es hermana tuya y mía,
teniendo que subir, no pudo venir sola,
porque no puede ver a nuestro modo.

Por donde fui sacado de la amplia gola
infernal para mostrarle, y le mostraré
hasta donde pueda llevarlo mi escuela.

Mas dime si lo sabes, ¿porqué tales fragores
dio antes el monte, y porqué todas a una
parecen gritar hasta sus marinas faldas?

Tanto acertó, preguntando, en el centro
de mi deseo que, solo con la esperanza
de oír, mi sed se hizo menos ayuna.

Aquel comenzó: Nada hay que fuera
de orden consienta la religión
de la montaña, o que esté fuera de usanza.

Libre sitio es éste de toda mudanza:
de lo que el cielo de sí en sí recibe,
puede ser, y no de otra cosa, la causa.

Pues ni lluvia, ni granizo, ni nieve,
ni rocío, ni escarcha no más arriba cae
de la escalita de las tres breves gradas;

nubes espesas no se ven ni ralas,
ni relámpagos, ni la hija de Taumante,
que allá cambia frecuente de comarca;

seco vapor no surge más allá
de la cima de las tres gradas que dije,
donde el vicario de Pedro tiene las plantas.

Más abajo quizá tiemble poco o mucho;
pero por viento que en tierra se esconda,
no sé cómo, aquí arriba no tembló nunca.

Tiembla cuando algún alma tan munda
se siente, que se alza o se mueve
para subir a lo alto; y el grito la sigue.

De la mundicia sólo el querer da prueba,
porque, libre ya para cambiar de asiento,
al alma sorprende y a querer la ayuda.

Primero bien quiere, pero se opone el deseo,
que la divina justicia, contra voluntad,
como fue de pecar, pone de tormento.

Y yo, que he yacido en esta pena
quinientos años y más, recién ahora sentí
la libre voluntad del mejor suelo;

por ello sentisteis el terremoto y a los píos
espíritus por el monte rendir loas
al Señor, a que pronto arriba los envíe.

Así habló; y porque se goza tanto
en beber cuanto más grande es la sed,
no sabría decir cuánto me fue de ayuda.

Y el sabio conductor: Ahora veo la red
que aquí os retiene y como os libera,
porqué tembláis y porqué juntos gozáis.

Ahora quién fuiste, plázcate que lo sepa,
y porqué tantos siglos has yacido
aquí, que en tus palabras lo entienda.

En tiempos cuando el buen Tito, con ayuda
del sumo rey, vengó las llagas
que brotaron la sangre que vendió Judas,

con el nombre que más dura y más honra
estaba yo allá, respondió aquel espíritu,
famoso mucho, pero no con fe todavía.

Tanto fue dulce mi vocal sonido,
que, tolosano, a sí me trajo Roma,
donde merecí ornar mis sienes de mirto.

Estacio aún la gente de allá me llama:
canté a Tebas, y luego al gran Aquiles;
mas caí en camino de la segunda alforja.

De mi ardor fueron semilla las chispas,
que me escaldaron, de la divina llama
de la que son iluminados más de mil;

de la Eneida hablo, la cual madre
fue mía, y fue mi nodriza, en poesía:
sin ella no valdría el peso de un dracma.

Y por haber vivido allá cuando
vivió Virgilio, aceptaría un siglo
más, que no debo, en salir de este bando.

Volvióse a mi Virgilio a estas palabras
con el rostro que, callando, dijo: calla;
mas no puede la virtud todo lo que quiere,

que risa y llanto son tan secuaces
de la pasión que en cada una brota,
que vencen la voluntad de los más veraces.

Yo me sonreí como quien destella;
por lo que la sombra callóse, y mirándome
a los ojos, donde el semblante más refleja,

y: Si tanto trabajo como bien asumes,
dijo, ¿porqué tu cara ahora mismo
un rebrillo de risa me demuestra?

Ahora estoy de un lado y de otro preso:
uno me hace callar, el otro me conjura
que diga; y yo suspiro, y entendiendo

mi maestro: No tengas miedo,
me dice, de hablar; habla y dile
lo que demanda con tanta cura.

A lo que yo: Quizá te maravilles,
antiguo espíritu, del reír que hice;
pero mayor estupor haré que te pique.

Éste que guía a lo alto mis ojos,
es aquel Virgilio de quien tomaste
fuerza para cantar los hombres y lo dioses.

Si otra causa de mi reír creíste,
déjala por no cierta, y cree que lo sean
aquellas palabras que de él dijiste.

Ya se inclinaba a abrazar los pies
de mi doctor, pero le dijo: Hermano,
no lo hagas, tú eres sombra y sombra ves.

Y él alzándose: Ahora puedes la cantidad
de amor comprender que a ti mi escalda,
al olvidar yo nuestra vanidad,

tratando sombra como cosa compacta.

El Purgatorio: Canto XXII

Habíamos ya dejado atrás al ángel,
al ángel que al sexto giro nos llevara,
que del rostro una seña me borrara;

y a los que tienen de la justicia el deseo
beatos los llamara, y cuyas voces
“sitiunt”, sin más, nos propusieron.

Y más leve que por las otros huecos
caminaba yo, tal que sin fatiga alguna
seguía a arriba a los espíritus veloces;

entonces Virgilio comenzó: Amor,
de virtud inflamado, siempre a otro inflama,
con tal que la llama se vea afuera;

por eso desde que descendió
a nuestro limbo del infierno Juvenal,
quien tu afecto me hizo patente,

mi benevolencia hacia ti fue tal
como nunca fue hacia ninguna otra persona,
y así ahora me son cortas estas escalas.

Mas dime, y como amigo perdóname,
si la mucha confianza afloja el freno,
y como amigo ahora conmigo razona:

¿cómo pudo hallar en tu seno
lugar la avaricia, en medio de tan buen sentido
del que por tus estudios y cuidados estuviste lleno?

Estas palabras a Estacio mover lo hicieron
un poco a risa primero; luego respondió:
Todos tus dichos de amor me son claro signo.

En verdad muchas veces vienen cosas
que a la duda dan falsa materia
porque esconden la razones veras.

Tu pregunta tu creencia me confirma
de que yo fuera avaro en la otra vida,
tal vez por aquel giro en el que yo era.

Pues bien, sabe que la avaricia lejos
de mi estuvo, y a ésta desmesura
mil lunaciones la han castigado.

Y si no fuera que apliqué pronto la cura
cuando escuché aquello que tú clamas,
fastidiado casi de la humana natura:

“¿A dónde no arrastras tú, oh sacro hambre
del oro, el apetito de los mortales?”,
estaría en las anteriores tristes labores.

Entonces advertí que por abrir demás las alas
podía irse de manos el gasto, y arrepentíme
así de éste como de los otros males.

¡Cuántos resurgirán con rapadas crines
por ignorancia, que a este defecto
priva de penitencia en vida y en los fines!

Y sabe que la culpa que replica
por directa oposición algún pecado,
juntamente con él aquí su verdor seca;

pues, si yo entre la gente me he contado
que llora su avaricia, por purgarme,
en su contrario me he encontrado.

Ahora cuando tú cantaste las crueles armas
de la doble tristeza de Yocasta,
dijo el cantor del bucólico carmen,

por lo que allí Clio contigo trata,
no parece que entonces te hiciera fiel
la fe, sin la cual hacer bien no basta.

Si así fue, ¿qué Sol o qué candelas
te sacaron de tinieblas tantas que alzaste
luego detrás del pescador las velas?

Y aquel a él: Tú primero me enviaste
al Parnaso a beber en sus grutas,
y el primero junto a Dios me iluminaste.

Hiciste como aquel que va de noche,
que lleva en su detrás la luz y no se ayuda,
mas tras de sí hace a las personas doctas,

cuando dijiste: “El siglo se renueva;
vuelve la justicia y el primer tiempo humano,
y una progenie desciende del cielo nueva”.

Por ti fui poeta, por ti cristiano:
mas porque veas mejor lo que diseño
para colorearlo extenderé la mano.

Ya estaba el mundo preñado
de la vera creencia, sembrada
con los mensajes del eterno reino;

y tu palabra arriba indicada
se armonizaba con los nuevos predicantes;
por donde a visitarlos tomé usanza.

Vinieron luego pareciendo tan santos,
que, cuando Domiciano los perseguía,
de mis lagrimas no carecieron sus llantos;

y mientras que de aquel lado estuve,
los auxilié, y sus derechas costumbres
me llevó al desprecio de todas las demás sectas.

Y antes que condujera a los Griegos a los ríos
de Tebas poetizando, recibí el bautismo;
mas por miedo oculto cristiano estuve

largamente mostrando paganismo;
y esta tibieza en el cuarto círculo
me hizo rodar más de cuatro centésimos.

Tú pues, que alzado has la cubierta
que me escondía todo el bien que digo,
mientras que subiendo tenemos tiempo,

dime dónde está Terencio nuestro antiguo,
Cecilio y Plauto y Varro, si lo sabes;
dime si están condenados y en cuál giro.

Ellos y Persio y yo y otros muchos,
respondió mi guía, estamos con aquel griego
que lactaron las Musas más que a ninguno,

en el primer círculo del penal ciego;
muchas veces hablamos del monte
que tiene siempre a nuestras nodrizas consigo.

Allí Eurípides con nosotros y Anacreonte,
Simónides, Agatón y otros muchos
griegas que ya de laurel ornaron su frente.

Allí se ven de tus gentes
Antígona, Deifila y Argía,
e Ismenea tan triste como siempre.

Vese a aquella que mostró a Langia;
la hija de Tiresia y Tetis
y con sus hermanas Deidamia.

Callaban ya ambos poetas
de nuevo atentos a mirar en torno
libre de escalera y de paredes;

y ya las cuatro esclavas habían del día
quedado atrás, y la quinta al timón
alzaba en alto el ardiente cuerno,

cuando mi conductor: Creo que al extremo
hay que volver la espalda diestra,
girando el monte como hacer solemos.

Así la rutina fue allí nuestra consigna,
y tomamos la vía con menor recelo
por el sentir de aquella alma digna.

Iban ellos delante y yo solito
detrás, y escuchaba su conversa,
que de poetizar me daba intelecto.

Mas pronto quebró las dulces razones
un árbol que hallamos en medio de la estrada,
con manzanas de aromas suaves y buenos;

y como el abeto hacia lo alto degrada
de rama en rama, así aquel hacia abajo,
creo yo, para que nadie arriba no vaya.

Del lado donde nuestro camino estaba ocluso,
caía de la alta roca un licor claro
y se expandía por las hojas superiores.

Los dos poetas al árbol se acercaron;
y una voz de adentro de la fronda
gritó: De este fruto careceréis.

Luego dijo: Más pensaba María en
que las bodas honradas fueran y enteras,
que en su propia boca, que ahora os apoya.

Y las Romanas antiguas, para su beber,
contentas estuvieron con agua; y Daniel
despreció comida y adquirió saber.

El primer siglo, como el oro, fue bello,
hizo sabrosas, con hambre, las bellotas,
y fue néctar a la sed todo arroyuelo.

Miel y langostas fueron la vianda
que nutrieron al Bautista en el desierto;
pues él es glorioso y tan grande

cuanto por el Evangelio se os es abierto.

El Purgatorio: Canto XXIII

Mientras los ojos por la fronda verde
rondaba yo como hacer suele
quien tras los pajarillos su vida pierde,

mi más que padre me decía: Hijito,
ven ahora, que el tiempo que nos fue impuesto
más útilmente emplear conviene.

Volví el rostro, y el paso no menos pronto
detrás de los sabios, que de tan bello
que hablaban el andar me era sin costo.

Y entonces llorar y cantar se oía
“Labia mea, Domine” de tal modo
que placer y dolor en mi nacer hacían.

¡Oh dulce padre! ¿qué es lo que oigo?
comencé. Y él: Sombras que van
quizá de su débito soltando el nudo.

Como hacen los pensativos peregrinos
que en su ruta hallan no conocida gente,
y las miran y no se detienen,

así detrás nuestro, con más veloz paso,
viniendo y adelantándose nos admiraba
una turba de almas callada y devota.

De los ojos era todas oscuras y hundidas,
pálido el rostro, y tan delgadas
que de los huesos la piel notificaba.

No creo que a tan delgada corteza
a Erisictón lo dejara seco
el ayuno, cuando mayor miedo tuvo.

Entre mí mismo decía pensando: Ésta
es la gente que perdió a Jerusalén,
cuando al hijo María le clavó el pico.

Tenían los ojos como anillos sin gemas:
y el que en el rostro del hombre lee “omo”
bien habría aquí visto la eme.

¿Quién creería que el perfume de una poma
así los excitase, generando tal ansia,
y el de un agua, no sabiendo el cómo?

Me admiraba yo de lo que los afligía tanto,
por causa aún no manifiesta
de su flacura y de su triste escama,

mas de pronto de lo profundo de la testa
volvió a mí los ojos una sombra y me miró fijo;
luego dio un fuerte grito: ¿Qué gracia es ésta?

Por el rostro no lo hubiera nunca conocido;
pero en su voz me fue notorio
lo que la figura había en si consumido.

La voz oída reavivó entera
mi percepción de los deformes labios,
y reconocí la cara del Forese.

No te cuestiones por la seca mugre,
rogaba, que la piel me decolora,
ni por la falta de carne que yo tenga;

mas dime la verdad de ti, y quiénes son aquellas
dos almas que te dan escolta:
¡No me detendré hasta que me lo digas!

Tu cara, que ya lloré muerta,
me da de llorar ahora no menor pena,
le respondí, viéndola tan contrahecha;

mas dime, por Dios, ¿qué así te deshoja?
No me hagas hablar mientras mi asombro dura,
que mal puede hablar a quien otra cosa abruma.

Y él a mi: Por eterno consejo
cae una virtud en el agua y en la planta
que quedó atrás, de la cual yo enmagrezco.

Toda esta gente que llorando canta,
por haber seguido a la garganta en desmesura,
en hambre y sed aquí se rehace santa.

De beber y de comer nos enciende el deseo
el perfume que del manzano y del agua sale
y se extiende por su follaje.

Y no sólo en una vuelta, este espacio
girando, se reaviva nuestra pena,
yo digo pena, mas debiera decir consuelo,

pues este deseo a los árboles nos lleva
como llevó a Cristo gozoso a decir “Elí”,
cuando nos liberó con su vena.

Y yo a él: Forese, desde aquel día
en que dejaste el mundo por mejor vida,
no han pasado cinco años aún hasta ahora.

Si primero en ti fue el poder finiquitado
de pecar más, antes que llegase la hora
del buen dolor, que a Dios nos remarida,

¿cómo es entonces que has venido aquí arriba?
Yo creía encontrarte allá abajo
donde tiempo por tiempo se repara.

Y entonces él: Así de pronto me ha conducido
a beber el dulce ajenjo del tormento,
la Nella mía con su llorar encendido.

Con sus ruegos devotos y con suspiros
sacado me ha de la costa donde se espera,
y librado me ha de los otros giros.

Tanto es a Dios más cara y más dilecta
la viudilla mía, que tanto amé,
cuanto su bien obrar es más raro;

porque la Barbagia de Cerdeña mucho
más púdica es en sus mujeres
que la Barbagia donde la dejé.

¡Oh dulce hermano! ¿qué quieres que diga?
Un tiempo futuro yace ya ante mis ojos
para el cual esta hora no será muy antigua,

en el que será desde el púlpito prohibido
a las descaradas mujeres florentinas
andar mostrando con las tetas el pecho.

¿Qué bárbaras hubo nunca, qué sarracenas,
qué requirieran, para ir cubiertas,
espiritual u otra disciplina?

Mas si las desvergonzadas fueran ciertas
de lo que el cielo pronto les prepara,
ya por aullar tendrían la boca abierta;

porque si la previsión no me engaña,
estarán tristes antes que tenga vello
la mejilla del que no se consuela con la nana.

¡Ah, hermano, no más te escondas!
Mira que no sólo yo, mas estas gentes
todas miran a donde el Sol ocultas.

Por lo que yo a él: Si traes a tu mente
cuál fuiste conmigo, y cuál yo contigo,
aún más grave sería el recordar presente.

De aquella vida me trajo anteayer éste
que me va delante, cuando redonda
se nos mostró la hermana de aquel,

y señalé el Sol. Por la profunda
noche me condujo de los veros muertos
con esta vera carne que me acompaña.

De allí me ha traído arriba su asistencia
subiendo y rodeando la montaña
que os endereza, a vos, que el mundo dejó tuertos.

Tanto me dará dice su compañía
hasta que llegue adonde está Beatriz;
allí fuerza es que sin él me quede.

Virgilio es éste que así me lo dijo,
y lo indiqué con el dedo; y el otro es la sombra
por quien temblaron hace poco las laderas todas

de vuestro reino, que de sí lo descombra.

El Purgatorio: Canto XXIV

Ni el habla al paso, ni el paso al habla más lento
hacían, mas razonando íbamos con energía,
como nave impulsada por buen viento.

Y las sombras, que se veían tan consumidas,
por las fosas de los ojos admiración
por mi sacaban, de mi vivir advertidas.

Y yo, continuando mi discurso
dije: Esa sombra arriba va quizá más tarda
que no lo haría, por causa de otro.

Mas dime, si sabes, dónde está Piccarda:
Dime si de notar veo alguna persona
entre esta gente que así en mí repara.

Mi hermana, que entre bella y buena
no sé qué fuera más, triunfa alegre
en el alto Olimpo ya con su corona.

Esto dijo primero, luego: Aquí no se prohíbe
nombrar a nadie, dado que tan alterada
está nuestra apariencia por la dieta.

Éste, y mostrólo con el dedo, es Bonagiunta,
Bonagiunta de Lucca; y aquella cara
más allá, más que las otras recamada

tuvo la Santa Iglesia entre sus brazos:
de Tours fue, y purga por ayuno
la anguilas de Bolsena y el garnacha.

Muchos otros me nombró uno por uno;
y de ser nombrados se veían muy contentos,
que no reparé en ellos gesto oscuro.

Vi por hambre en vacío mascar los dientes
a Ubaldino de la Pila y Bonifacio
que apacentó con báculo a mucha gente.

Vi a meser Marchese, que tuvo buen espacio
de beber en Forli con menos sequedad,
y bebiendo fue tal, que nunca se sintió sacio.

Mas como el que mira y luego aprecia
más a uno que a otro, así hice con el de Lucca
quien hablarme más querer parecía.

Y murmuraba; y no sé qué de “Gentucca”
sentía yo allí, donde él sentía la llaga
de la justicia que así lo desgrana.

¡Oh alma!, dije yo, que te ves tan deseosa
de hablar conmigo, haz de modo que te entienda,
y a mi y a ti con tu hablar nos calma.

Mujer ha nacido y no lleva aún venda,
comenzó él, que te hará gustar
de mi ciudad, aunque alguno la reprenda.

Tú te irás con esta antevista:
si de mi murmurar error sacaste
ya te lo ha de declarar la realidad cierta.

Mas dime si estoy viendo aquel que afuera
lanzó las nuevas rimas, comenzando
“Damas que tenéis inteligencia de amor.”

Y yo a él: Yo soy uno que, cuando
Amor me inspira, anoto, y del modo
que me dicta adentro voy significando.

¡Oh hermano, ahora veo, dijo él, el nudo
que a Notario y a Guittone y a mi retiene
fuera del dulce estilo nuevo que oigo.

Yo veo bien como vuestras plumas
tras del que os dicta van estrechas,
lo que en verdad con las nuestras no ocurrió;

y el que mirar más allá quisiera
no distinguiría del uno el otro estilo.
Y, ya satisfecho, guardó silencio.

Como las grullas que inviernan en el Nilo
forman falanges a veces por el aire
y luego más veloces vuelan y van en fila,

así toda la gente que allí era,
volviendo el rostro, apretaban el paso,
no sólo por la flacura mas por el deseo ligeras.

Y como el hombre que de correr laxo,
deja que los compañeros avancen y se pasea
hasta que el resuello del pecho ceda,

así dejó pasar a la santa grey
Forese, y detrás conmigo venía
diciendo: ¿Cuándo será que te revea?

No sé, le repuse, cuánto yo viva;
mas no será ya mi regreso tan pronto
que no llegue antes con mi deseo a la orilla;

porque el lugar en que a vivir fui puesto,
de día en día más de bien se despulpa,
y parece que a triste ruina está dispuesto.

Ahora vete, me dijo, que a aquel que más tiene culpa
véolo arrastrado tras el anca de una bestia
hacia el valle donde nunca hay disculpa.

La bestia a cada paso más se apresa,
siempre más, hasta que al fin lo golpea
y deja el cuerpo vilmente deshecho.

No falta mucho a que ronden tales ruedas,
y alzó los ojos al cielo, que te será revelado
lo que mi discurso más declarar no puede.

Ahora quédate; que el tiempo es caro
en este reino, y así yo pierdo mucho
viniendo contigo apareado.

Como se sale algunas veces al galope
un caballero del escuadrón que cabalga,
y va a tomar el honor del primer choque,

tal se partió de nosotros con mayor paso;
y yo quedé en el camino con esos dos,
que fueron del mundo mariscales grandes.

Y cuando se hubo adentrado adelante
que mis ojos tras él seguían
como a sus palabras mi mente,

advertí las ramas grávidas y vivaces
de otro manzano, y no muy lejano,
pues recién entonces había doblado hacia ese lado.

Vi gente alzar bajo el árbol las manos,
y gritar no sé que hacia el follaje,
cuasi críos codiciosos y vanos,

que ruegan y el rogado no responde,
mas, para que el querer sea aun más agudo,
mantiene en alto lo deseado y no lo esconde.

Luego que se fueron descreídos
nos fuimos acercando al gran árbol,
que tantos ruegos y tantas lágrimas rechaza.

Seguid de largo sin tardanza:
leño hay más arriba que mordido fue por Eva
y esta planta es su retoño.

Así entre las ramas no sé quien hablaba;
por lo que Virgilio y Estacio y yo, estrechados,
seguimos adelante del lado que se alza.

Recordaos, decía, de los malditos
formados en las nubes, que, saciados,
a Teseo combatieron con su doble pecho;

y de los Hebreos que a beber tiernos se vieron,
y por ello Gedeón no los quiso de compañeros,
cuando hacia Madián descendió los cerros.

Así arrimados a uno de los dos lados,
pasamos, oyendo culpas de la gula,
seguidos de sus miserables corolarios.

Luego abriéndonos por la calle solitaria,
bien mil pasos nos llevaron adelante,
cada uno contemplando sin palabras.

¿Qué andáis así pensando vosotros tres?
súbita voz dijo; por lo que me sacudí
como bestia despavorida y potra.

Alcé la testa para ver quién era;
y ya nunca se vieron en horno
vidrios y metales tan lucientes y rojos,

como vi yo a uno que decía: Si os place
montar arriba, aquí es necesario dar vuelta;
por aquí va quien ir a la paz quiere.

Su aspecto me había ofuscado la vista;
por donde me puse detrás de mis doctores,
como hombre que va según lo que oye.

Y cual, anunciadora de albores,
el aura de mayo muévese y perfuma,
impregnada toda de hierbas y de flores,

tal sentí yo un viento en medio
de la frente, y bien sentí overse la pluma,
que hace palpar la brisa de ambrosia.

Y oír decir: ¡Felices a quienes ilumina
tanta gracia, que el amor del gusto
en el pecho excesivo deseo no flamea,

comiendo siempre lo que es justo!

El Purgatorio: Canto XXV

Hora de subir era sin demora,
ya que el Sol dejado había el meridiano
círculo a Tauro y la noche a Escorpio:

por lo cual, como hace quien no se arresta
mas por su vía se lanza, que lo que estorba,
por su necesidad, lo traspasa,

de igual modo entramos por la brecha,
uno tras del otro, asidos de la escala,
pues por la estrechez no íbamos de a pares.

Y como la cigüeñita que alza las alas
de volar queriendo, y no se atreve
a dejar el nido, y entonces las baja,

así estaba yo con el deseo de preguntar
animado y muerto, en la actitud
de quien a preguntar se prepara.

No se privó, aunque el andar fuera rápido,
el dulce padre mío, mas dijo: Dispara el arco
de hablar, que hasta el hierro tienes tensado.

Entonces asegurado abrí la boca
y comencé: ¿Cómo es posible volverse flaco
allí donde la necesidad de comer no cabe?

Si te recuerdas como Meleagro
se consumió al consumirse un tizón,
no te sería, dijo, ésto tan agrio;

y si pensaras como, a vuestros gestos,
gesticula en el espejo vuestra imagen,
lo que te parece duro te sería blando.

Mas para que tu deseo calmes,
aquí está Estacio; y yo lo llamo y le ruego
que sea el sanador de tus llagas.

Si la mirada eterna le desligo,
respondió Estacio, estando tú presente,
pido disculpas al no poder negarme.

Luego empezó: Si mis palabras,
hijo, tu mente guarda y recibe,
luz te daré al cómo que tu dices.

Sangre perfecta, que nunca beben
las sedientas venas, y que sobra,
como alimento que se saca de la mesa,

adquiere en el corazón de todos los miembros
una virtud formante, como la sangre
que a trocarse en ellos va por las venas.

Ya digerido, baja a donde es más bello
callar que decir; y de allí luego se instila
sobre la sangre de otro en natural vasija.

Allí se acogen una y a la otra solidariamente,
una dispuesto a recibir, y la otra a hacer
por el perfecto lugar de donde viene;

y, llegado a ella, comienza a obrar
coagulando primero, y luego aviva
lo que en su materia hizo condensar.

Hecha alma la virtud activa
cual de una planta, pero en esto diferente,
que esta está en camino, aquella en la ribera,

tanto obra después, que ya se mueve y siente,
como esponja marina; y de allí emprende
a organizar las potencias de las que es simiente.

Ahora se despliega, hijito, ahora se extiende.
la virtud que es del corazón del generante,
de donde la natura a todo miembro tiende.

Mas cómo del animal se haga razonante
aún no percibes: éste es un tal punto
que a uno más sabio que tú lo hizo errante.

de modo por su doctrina dejó disjunto
del alma el posible intelecto,
porque no vio de él órgano adjunto.

Ábrete a la verdad que viene al pecho:
y sabe que, tan pronto al feto
el ensamble del cerebro es perfecto,

el primer motor a él se vuelve contento
de tanta arte de natura, e inspira
nuevo espíritu, de virtud repleto,

que lo que allí encuentra activo, absorbe
en su sustancia, y hácese un alma sola,
que vive y siente y a sí en sí se remira.

Y para que menos te admire la palabra,
observa el calor del Sol que se hace vino,
junto al humor que de la vid se cuela.

Cuando Láquesis ya no tiene más lino,
suéltase de la carne, y en virtud
lleva consigo y lo humano y lo divino:

las demás potencias todas quedan mudas;
memoria, inteligencia y voluntad
en acto mucho más que antes agudas.

Sin detenerse, por sí misma cae
maravillosamente a una de las riberas:
allí conoce primero sus estradas.

Una vez que el lugar de allí la circunscribe,
la virtud formativa irradia en torno,
así y tanto cuánto en los miembros vive.

Y como el aire, cuando está empapado,
por el rayo de otro que en sí refleja,
de diversos colores queda ornado;

así el aire vecino aquí se mete
en aquella forma que en él sella
virtualmente el alma que allí se encierra,

y en forma semejante a la flamita
que sigue al fuego doquiera se trasmuta,
el espíritu sigue a su forma nueva.

Sin embargo cuando ha obtenido su apariencia,
se la llama sombra; y de allí organiza luego
cada sentido inclusive el de la vista.

Así hablamos y así reímos nosotros;
también soltamos lágrimas y suspiros
que por el monte sentido haber pudiste.

Conforme nos afligen los deseos
y los demás afectos se configura la sombra,
y esta es la razón de lo que te admiras.

Y ya habíamos a la última tortura
llegado, vueltos a mano diestra,
y estábamos atentos a nuevas tareas.

Aquí hacia fuera dispara llamas la cuesta
y la cornisa hacia arriba exhala viento
que las rechaza y de ellas la vía secuestra;

por donde ir nos obligaba del lado externo
uno a uno; y yo temía el fuego
de aquí, y de allá despeñarme.

Mi conductor decía: Por este lugar
se requiere dar a los ojos estricto freno,
porque errar podríase por poco.

“Summa Deus clementia” en el seno
del gran ardor entonces oí cantando,
que de volverme me hizo desear no menos;

y vi espíritus entre la llama andando;
por lo que yo los miraba y a mis pasos,
compartiendo la vista de vez en cuando.

Llegados al fin del cantado himno,
gritaban alto: “Virum non cognosco”;
de allí reemprendían el himno en voz baja.

Terminado, aún gritaban: Al bosque
vino Diana y de allí expulsó a Hélice,
que de Venus había probado el tóxico.

De allí a cantar volvían: y de allí mujeres
gritaban y maridos que fueron castos,
como virtud y matrimonio imponen.

Y este modo creo que les baste
por todo el tiempo que el fuego los abrase;
que tal cura es necesaria y con tal pasto

para que la llaga del sexo se digiera.

El Purgatorio: Canto XXVI

Mientras que así por la orla, uno tras otro,
marchábamos, y, asiduo, el buen maestro
decía: Cuidado, atiende que yo te adiestro;

heríame el hombro diestro el Sol,
que ya, irradiando, a todo occidente
mudaba a blanco aspecto de celeste;

y yo con la sombra mas rojiza hacía
verse la llama; por donde a tanto indicio
vi muchas sombras, andando, fijarse.

Tal fue la razón que dio inicio
a que de mi hablaran; y comenzaron
a decirse: Este no parece cuerpo ficticio;

luego, vueltos a mi cuanto podían ponerse,
lo confirmaron, siempre cuidando
de no salirse a donde no fueran ardidos.

¡Oh tú que vas, no por más tardo,
mas quizás reverente, detrás de los otros,
respóndeme a mí que en sed y fuego ardo!

No sólo a mi tu respuesta es necesaria;
que todos éstos tienen de ella más sed
que de agua fría el Indio o el Etíope.

Dime ¿cómo es que tu cuerpo es pared
del Sol como si todavía no hubieses
de la muerte entrado en la red?

Así me hablaba uno de ellos; y yo me hubiese
ya manifestado, si no hubiera sido atraído
por otra novedad que surgió entonces:

porque en medio del camino encendido
venía gente de frente al encuentro de esta,
la cual me dejó a mirarlas suspendido.

Allí veo de todas partes apresurarse
cada sombra y besarse una con otra
sin quedarse, contentas con breve fiesta:

así por entre su hilera oscura
se hociquean una con otra las hormigas,
quizá para saber del camino o la fortuna.

Una vez terminado la cortesía amiga,
antes que el primer paso transcurra,
a gritar fuerte cada una se fatiga,

la nueva gente: ¡Sodoma y Gomorra!
y la otra: ¡En la vaca entró Pasífae,
para que el torito a su lujuria corra!

Luego como grullas que a la montaña Rife
gustan de irse, y huir hacia la arena,
unas del hielo, otras del Sol hartas,

unas sombras van y otras vienen;
y vuelven, llorando, al primer canto
y a gritar lo que más requieren.

Y acércanse a mí, como antes,
los mismos que me habían rogado,
llenos de atención el semblante.

Yo, que dos veces había visto su deseo,
comencé: ¡Oh almas seguras
de lograr, cuando sea, de paz estado,

no han quedado ni verdes ni maduros
allá mis miembros, mas están aquí conmigo
con su sangre y coyunturas.

Por donde subiendo voy para no más ser ciego:
dama hay arriba que me logra gracia,
por lo que el mortal por vuestro mundo llevo.

Pero si vuestra mayor ansia saciada
pronto se hallare, de modo que el cielo os albergue,
que lleno está de amor y más amplio se espacia,

decidme, a fin de que luego en papel lo grabe,
quién sois vosotros, y qué es aquella turba
que de vuestras espaldas se aleja.

No de otra forma estúpido se turba
el montañés, y remirando enmudece,
cuando rústico y salvaje a la ciudad llega,

así cada sombra trastornó su aspecto;
pero cuando estuvieron del estupor repuestas,
que en los altos corazones pronto se calma,

¡Beato tú, que en nuestras marcas,
recomenzó el que me inquirió primero,
para morir mejor, experiencia embarcas!

La gente que con nosotros no viene, ofendió
con lo que una vez César, triunfando,
“Reina” en su contra gritar escuchó:

por eso van “Sodoma” gritando,
reprochándose como has oído,
y así añaden al quemarse vergüenza.

Nuestro pecado fue hermafrodito;
mas porque no observamos la humana ley,
siguiendo como bestias el apetito,

en oprobio nuestro gritamos
el nombre de aquella, cuando partimos,
que se bestializó encerrada en bestia.

Conoces ahora nuestros actos y de qué fuimos reos:
si quizá por nombre quieres saber quienes somos
no hay tiempo de decirlo, y no sabría hacerlo.

Con todo de mi dejaré tu deseo satisfecho:
soy Guido Guinizelli y ahora me purgo,
por haberme dolido antes del extremo.

Cuando en la tristeza de Licurgo
corrieron los dos hijos a rever la madre,
tal me hice yo, aunque a tanto no llego,

cuando oigo que a sí mismo se nombra el padre
que fue mío y de otros mayores que yo, que
hicieron rimas de amor dulces y gentiles;

y sin más oír ni hablar pensativo anduve
largo rato contemplándolo,
aunque, por el fuego, más no me acerqué.

Luego que de mirar satisfecho estuve,
me ofrecí por completo a su servicio
con la firmeza que hace creer al otro.

Y él a mi: Tu dejas tal vestigio,
por lo que oigo, en mi y tan claro,
que Lete no podrá quitarlo ni nublarlo.

Mas si tus palabras lo verdadero han jurado,
dime ¿cuál es la razón de que demuestres
en palabras o miradas que por ti soy amado?

Y yo a él: Vuestros dulces dichos,
los cuales, cuanto durare el moderno uso,
harán que sean amados aún sus manuscritos.

¡Oh hermano, dijo, éste que te señalo
con el dedo, e indicó un espíritu adelante,
fue mejor artesano del hablar materno.

Versos de amor y prosas en romance
los superó todos; y deja hablar a los tontos
que el Lemosín creen sea más grande.

A la voz más que a la verdad prestan oído,
y así sostienen su opinión,
antes que escuchar el arte o la razón.

Así hicieron muchos antiguos de Guittone,
de grito en grito por él dando precio,
hasta que lo venció la verdad de más personas.

Ahora bien, si tú tienes tan amplio privilegio
que lícito te sea llegar al claustro
en el que es Cristo abad en el colegio,

haz por mí un decir de un padrenuestro,
que tanto lo necesitamos los de este mundo,
donde el poder pecar ya no es más nuestro.

Luego, tal vez por hacer lugar a uno siguiente
que cerca de él estaba, desapareció por el fuego,
como por el agua el pez marchando al fondo.

Yo me acerqué al que me había mostrado un poco,
y díjele que a su persona mi deseo
le preparaba un gentil espacio.

El comenzó de su libre corazón a decir:
“Tam m’abellis vostre cortes deman,
que’ieu no me puesc ni voill a vos cobrire.

Ieu sui Arnaut, que plore e vau cantan;
consiros vei la passada folor,
e vei jausen la joi que’esper, denan.

Ara vos prec, per aquella valor
que vos guida al som de l’escalina,
¡sovenha vos a temps da ma dolor!» (*)

Después se escondió en el fuego que lo afina.

(*) Tanto me deleita vuestra cortés demanda,
que no puedo ni quiero de vos celarme.
Yo soy Arnaldo, que llora y va cantando;
dolorido mi pasada locura veo,
veo, gozoso, el gozo que espero, adelante.
Ahora os ruego, por aquel Valor,
que os guía a la sumidad de la escala,
os recuerde, a tiempo, mi dolor.

El Purgatorio: Canto XXVII

Así como cuando sus primeros rayos vibran
allá donde su hacedor vertió la sangre,
y el Ebro yace bajo el alta Libra,

y las ondas del Ganges a las nonas se caldean,
así estaba el Sol: por donde el día se iba,
cuando el ángel de Dios alegre apareció.

Fuera de la llama estaba arriba en la orilla
y cantaba: “¡Beati mundo corde!”.
con voz mucho más que la nuestra viva.

Después: Más no se va, si primero no muerden,
almas santas, el fuego: entrad en él,
y al cantar de allá no seáis sordos,

nos dijo cuando de él estuvimos cerca;
por lo que tal me puse yo, al oírlo,
como aquel que en la fosa dejan.

Me protegí alzando juntas las manos,
mirando el fuego e imaginando mucho
los humanos cuerpos que había visto ardiendo.

A mí volvieron los buenos escoltas;
y Virgilio me dijo: Hijito mío,
aquí puede haber tormento, mas no muerte.

¡Recuerda, recuerda! Que si yo
sobre Gerión te guié a salvo
¿qué no haré ahora más cerca de Dios?

Cree con certeza que si en el vientre
de esta llama estuvieras mil buenos años,
no quedarías ni de un solo cabello calvo.

Y si quizá crees que yo te engaño,
acércate a ella, y haz la prueba
con las manos en la orla de tus paños.

¡Depón, depón toda sospecha;
vuélvete y ven: entra seguro!
Y yo quieto y contra conciencia.

Cuando me vio seguir quieto y duro,
turbado un poco, dijo: Pues mira, hijo:
que entre tú y Beatriz está este muro.

Cuando al nombre de Tisbe alzó la ceja
Píramo en tren de muerte, y miróla,
y entonces la mora se volvió bermeja;

así, ablandada y dócil mi dureza,
me volví al sabio guía, al oír el nombre
que en la mente siempre me resuena.

Por donde frunció el ceño y dijo: ¡Cómo?
¿Quieres quedarte aquende?; y sonrió
como se hace al niño vencido por la poma.

Luego al fuego se metió primero,
pidiendo a Estacio que detrás siguiera,
que antes por largo camino se había interpuesto.

En cuanto fui adentro, en hirviente vidrio
arrojado me habría por refrescarme,
tanto era allí sin mesura el incendio.

Mi dulce padre, por confortarme,
sólo de Beatriz hablando andaba,
diciendo: Su ojos ya verlos creo.

Nos guiaba una voz que cantaba
del lado opuesto; y nos, atentos sólo a ella,
salimos fuera a donde se trepaba.

“Venite, benedicti Patris mei”,
resonó dentro de una luz que allí había,
tal que me venció y mirarla no podía.

El Sol se va, agregó, y viene la tarde;
no os detengáis, mas estudiad el paso,
mientras occidente no ennegrece.

Recta subía la vía por entre la roca,
hacia la parte donde yo cortaba los rayos,
delante de mi, del Sol que ya estaba bajo.

Y a los pocas gradas comprobado
que se ponía el Sol, por la esfumada sombra,
lo sentimos detrás, yo y mis sabios.

Y antes que en todas sus partes inmensas
fuera el horizonte cambiado en un solo aspecto,
y la noche hubiera todo su ámbito cubierto,

cada uno de una grada hicimos lecho;
porque la naturaleza del monto nos quitó
la voluntad de subir más, y el deseo.

Así como quedan rumiando mansas
las cabras, rápidas y atrevidas
sobre las cimas antes de apacentadas,

silenciosas a la sombra, mientras el Sol hierve,
guardadas por el pastor, que sobre el cayado
se apoya y del apoyo se sirve;

y como el pastor que afuera se queda,
junto a su grey y quieto pernocta,
cuidando que la fiera no la disperse;

así estábamos todos los tres en un hato
yo como cabra y ellos pastores,
estrechados por ambos lados de la gruta.

Poco se veía de allí el cielo afuera;
mas por aquel poco, veía yo las estrellas,
más que lo suelen claras y mayores.

Así rumiando y así mirando a ellas,
me tomó el sueño; sueño que a menudo,
antes que ocurran, sabe las nuevas.

A la hora, creo, que del oriente
lanzaba al monte su primer rayo Citerea,
que de fuego de amor parece siempre ardiente,

joven y bella en sueños parecíame
ver una dama andando por una landa
cogiendo flores, y cantando decía:

Sepa quienquiera que mi nombre demanda
que soy Lía, y voy moviendo en torno
las bellas manos para hacerme una guirnalda.

Por placerme ante el espejo, me adorno;
pero mi hermana Raquel nunca se aparta
de su espejo, todo el día sentada.

Ella de ver sus bellos ojos está enamorada
como yo de adornarme con las manos;
a ella el mirar, y a mi el obrar nos aplaca.

Y ya por los esplendores del alba,
que para el peregrino surgen más gratos,
cuando, de regreso, se hospedan aún lejanos,

huían las tinieblas de todos lados,
y mi sueño con ellas; entonces levantéme
viendo a los grandes maestros ya levantados.

Aquellas dulces pomas que por tantas ramas
buscando va el mortal cuidado,
hoy pondrá en paz a tus hambres.

Virgilio dirigiéndose a mí estas tales
palabras usó: y nunca recibí regalos
que fueran de placer a éstos iguales.

Tanto querer sobre querer me vino
de estar arriba, que tras cada paso
de volar sentía crecerme alas.

Cuando toda la escalera debajo
fue subida y fuimos en el escalón superno,
en mí fijó Virgilio los ojos

y dijo: el fuego temporal y el eterno
has visto, hijo; y has llegado a la parte
donde yo por mí más allá no discierno.

Aquí te traje con ingenio y con arte;
tu deseo ahora en más será tu conductor;
fuera estás de las rudas vías, fuera de las estrechas.

Mira el Sol que en la frente te reluce;
mira las hierbas, las flores y las frondas
que aquí la tierra por sí sola produce.

Mientras que lleguen alegres los ojos bellos
que, lagrimeando, venir a ti me hicieron,
sentarte puedes y puedes pasear por estos.

No aguardes mis palabras ni tampoco mis gestos;
libre, recto y sano es tu arbitrio,
y sería errado no obrar a su mando:

por lo que yo a ti sobre ti te corono y mitro.

El Purgatorio: Canto XXVIII

Ansioso ya de vagar dentro y entorno
de la divina floresta espesa y viva,
que a la vista templaba el nuevo día,

sin esperar más, dejé la orilla,
entrando en la campiña lento lento
por el suelo que por todas partes bien olía.

Un aura dulce, sin mudanzas
en ella, me hería la frente
de no mayor roce que de suave viento;

por la cual las frondas, tremolando, prontas
se inclinaban todas hacia donde
la primera sombra el santo monte arroja;

con todo de su estar erectas no alejadas
tanto, que los pajarillos por las copas
dejaran de ejercer todo su arte;

mas con alegría plena la primera hora,
cantando, entre las hojas acogían,
que de bordón hacían a sus rimas,

tal cual como de rama en rama se los oye
por el pinar de Chiassi en la marina
cuando Eolo el siroco afuera arroja.

Ya me habían llevado mis lentos pasos
dentro de la selva antigua tanto, que
rever no podía por donde había entrado;

y entonces a más andar me impidió un río,
que hacia la izquierda con sus ondas pequeñitas
plegaba la hierba que en su ribera crecía.

Todas las aguas del mundo más puras
se diría que alguna mancha tienen
al lado de aquella, que no esconde a ninguna,

aunque morenas morenas corrían
bajo la sombra perpetua, que nunca
pasar los rayos deja ni del Sol allí, ni de la Luna.

Quietos los pies, con los ojos pasé
allende el riachuelo, para mirar
la gran variedad de frescos mayos;

y allí me apareció, así como se aparece
súbitamente una cosa que desvía
por maravilla todo otro pensar,

una dama solita que se iba
contando y cogiendo flor de las flores
de la que estaba pintada su vía.

¡Oh bella dama, que a los rayos del amor
te entibias, si puedo creer al semblante
que suele ser testimonio del alma,

que nazca en ti el deseo de venir delante,
le dije, hacia esta ribera,
tanto que pueda oír lo que tu cantas.

Tú me recuerdas de dónde y cuál era
Proserpina cuando a ella perdiera
su madre, y ella la primavera.

Como se vuelve, estrechados los pies
y pisando el suelo, dama que baila,
y pie delante de pie apenas pone,

volvióse sobre las bermejas y doradas
florecillas hacia mí, a la manera
de una virgen que los honestos ojos baja,

y dejó a mis ruegos contentos,
acercándose ella tanto que el dulce son
llegaba a mi con sus entendimientos.

Cuando llegó hasta donde las hierbas
bañadas son por las ondas del bello arroyo,
de alzar sus ojos me hizo regalo.

No creo que esplendiese tanta luz
bajo las cejas en Venus, saetada
por su hijo contra toda su costumbre.

Reía ella en la otra derecha orilla,
trenzando flores con las manos
que la alta tierra sin semilla echa.

De tres pasos el arroyo nos tenía lejanos;
pero el Helesponto, por donde pasó Jerjes,
que aún es freno a todo orgullo humano,

más odio de Leandro no sufrió
por el oleaje entre Sestos y Abidos,
que de mi aquel por no abrirme paso.

Sois nuevos, y quizá porque yo río,
comenzó ella, en éste lugar elegido
por la natura humana para su nido,

maravillados os retiene una sospecha;
mas luz aporta el salmo Delectasti,
que puede desanublar vuestro intelecto.

Y tú que estás delante y me rogaste,
di si otra cosa oir quieres; que pronta vine
a tus cuestiones todas, hasta que baste.

El agua, dije yo, y el son de la floresta
impugnan en mi la creencia nueva
por algo que oí contrario a ésta.

Por lo que ella: Te diré como procede
por su razón aquello que admirarte hace,
y purgaré la niebla que te hiere.

El sumo Bien, que solo a sí se place,
hizo al hombre bueno y para el bien,
y este lugar le dio en arras de paz eterna.

Por su falta que demoróse poco;
por su falta en llanto y en afanes
cambió honesta risa y dulces juegos.

Para que la conmoción que abajo hacen
de sí la exhalación del agua y de la tierra,
que cuanto pueden tras el calor marchan,

no hiciera al hombre guerra alguna,
este monte se alzó al cielo tanto
que libre de ellas quedó desde la puerta.

Ahora bien, como en el entero círculo
el aire se mueve con la primera vuelta,
si en algún punto no es roto el cerco,

en esta altura que está por entero suelta
en el aire vivo, tal movimiento repercute,
y hace que la selva suene, porque es espesa;

y la azotada planta tanto puede,
que de su virtud el aire impregna,
y este luego, girando, difunde entorno;

y la otra tierra, conforme es digna
por sí y por su cielo, concibe y alumbra
de diversas virtudes diversos leños.

Por tanto allá no será maravilla,
oído esto, cuando alguna planta
os germine sin aparente semilla.

Y saber debes que la campiña santa
en la que estás, de toda semilla está colmada,
y fruto encierra que allá abajo no se coge.

El agua que ves no surge de vena
nutrida de vapor que el frío convierta,
como río que adquiere y pierde aliento;

mas sale de fontana sólida y cierta,
que por voluntad de Dios tanto recobra,
cuanto vierte en dos partes abierta.

En esta parte con virtud desciende
que quita la memoria del pecado;
en otra de toda buena obra recuerda.

Este Lete; y del otro lado
Eunoe se llama; y no opera
si aquí primero que allá no se bebe;

a todos los demás sabores estos superan.
Y aunque mucho pueda ser sacia
tu sed porque más no te descubro,

te daré un corolario aún de gracia:
no creo que mis dichos te sean menos caros,
si más allá de prometido se espacian.

Aquellos que antiguamente poetizaron
la edad de oro y su feliz estado
quizá este monte en el Parnaso soñaron.

Aquí fue inocente la raíz humana;
aquí es siempre primavera y fruto;
éste es el néctar del que todos hablan.

Entonces atrás me di vuelta por completo
a mis poetas, y vi que con sonrisa
había escuchado el último período;

luego a la bella dama retorné la vista.

El Purgatorio: Canto XXIX

Cantando como mujer enamorada,
continuó al fin de sus palabras:
“¡Beati quorum tecta sunt peccata!”.

Y como ninfas que andan solas
por las selváticas sombras, deseando
cual de verlo, cual de huir del Sol,

se movió entonces contra el río, andando
sobre la orilla; y yo al par de ella,
pasito a pasito acompañando.

No sumaban cien pasos los suyos y los míos
cuando las orillas parejas doblaron,
de modo que a levante me encontré encarando.

Nuestra andada vía aún no era mucha,
cuando la dama toda hacia mi volviendo
me dijo: Hermano mío, mira y escucha.

Y entonces un súbito destello traspuso
las partes todas de la gran floresta,
que de un relámpago me puso en duda.

Mas como el relámpago venido se aquieta,
y éste, durando, más y más esplendia,
en la mente me decía: ¿Qué cosa es ésta?.

Y una dulce melodía corría
por el aire luminoso; cuando un buen celo
me vino en reprender la osadía de Eva,

pues allí donde obedecían la tierra y el cielo,
una mujer, sola y con todo recién formada,
no sufriera el estar bajo algún velo;

bajo el cual, si devota hubiese durado,
habría aquellas inefables delicias
gozado primero y por largo rato.

Mientras caminaba entre tantas primicias
del eterno placer todo suspenso,
y deseoso aún de más delicias,

ante nosotros, como un fuego encendido,
se hizo el aire entre las verdes ramas;
y se vio que el dulce son era un canto.

¡Oh sacrosantas Vírgenes, si hambre,
frío o vigilias por vos jamás sufriera,
razón me apoya de que merced os clame.

Ahora es preciso que Helicón por mí vierta,
y Urania me aporte con su coro
grandes temas a concebir y poner en verso.

Un poco más allá, siete árboles de oro,
falseaban el parecer por el amplio espacio
que mediaba todavía entre ellos y nosotros;

mas cuando tan cerca de ellos estuve,
que el común objeto, que al sentido engaña,
no perdiera por la distancia su efecto,

la virtud, que a la razón argumento provee,
que eran siete candelabros comprendió
y que las voces del canto eran “Hosanna”.

Flameaba arriba el bello objeto
mucho más claro que la Luna en el sereno
de media noche en la mitad de su mes.

Yo me volví de admiración lleno
a Virgilio, y el me respondió
con gesto cargado de estupor no menos.

De allí volví mi atención a esas grandes cosas
que se movían hacia nosotros tan lentamente,
que hubieran sido vencidas por nueva esposa.

La dama me gritó: ¿Porqué sólo te inflamas
tanto tras el efecto de las vivas luces,
que lo que detrás viene no reparas?

Gentes vi entonces, como por ellas guiadas,
venir detrás, vestidas de blanco;
y de un tal candor que acá nunca se viera.

El agua resplandecía del izquierdo lado,
y reflejaba mi izquierdo costado,
de modo que me veía en él como en un espejo.

Cuando por mi orilla llegué a tal puesto
de donde sólo el río ponía distancia,
por mejor ver, a los pasos di descanso,

y vi a las flamas venir delante,
dejando detrás de sí el aire pintado,
a desplegadas flámulas semejantes;

de modo que el aire arriba quedaba tinto
en siete listas, todas de aquel color
que forma el arco del Sol y de Delia el cinto.

Estos estandartes atrás se extendían más allá
de lo que mi vista podía; y, en mi opinión,
más de diez pasos se espaciaban los extremos.

Bajo tan bello cielo como yo describo,
veinticuatro ancianos, de a dos en dos,
coronados venían de lirios.

Todos cantaban: “¡Benedicta tú
entre las hijas de Adán, y benditas
sean en eterno tus bellezas!”

Luego que las flores y las otras frescas hierbas
frente a mí en la otra orilla
libres quedaron de aquella gente electa,

así como luz a luz en el cielo sigue,
vinieron detrás cuatro animales,
cada uno coronado de verde fronda;

cada uno tenía emplumadas seis alas;
las plumas llenas de ojos; y los ojos de Argos
si estuviera vivo, serían tales.

En describir su forma más no alargo
rimas, lector; que otra prisa me urge,
tanto que de ésta no puedo ser largo;

mas lee a Ezequiel, que los describe
cuando los vio venir de la fría parte
con viento, con nube y con fuego;

y cual los hallares en sus páginas
tal eran aquí, salvo que por las plumas
Juan y yo de él nos apartamos.

El espacio entre los cuatro contenía
un carro, con dos ruedas, triunfal,
que arrastrado del cuello de un grifo venía.

Éste extendía hacia arriba una y otra ala
entre la central y las tres y tres listas
de modo que a ninguna, interfiriendo, dañaba.

Se elevaban tanto que no se veían;
miembros de oro tenía en cuanto era ave,
y los otros blancos, de rojo mezclados.

Ni a Roma con un carro tan bello
alegrara el Africano, ni tampoco Augusto,
hasta el del Sol sería pobre en su presencia;

pues el del Sol, desviado, fue combusto
por ruegos de la Tierra piadosa,
cuando Jove fue arcanamente justo.

Tres mujeres en derredor de la diestra rueda
iban danzando; una tan roja
que apenas dentro del fuego sería notada;

la otra como si la carne y los huesos
hubieran sido de esmeralda hechos;
la tercera blanca como nieve recién nevada;

y ora parecían llevadas por la blanca,
ora de la roja; y del canto de ésta
las otras tomaban la marcha lenta o rápida.

Sobre la izquierda, cuatro hacían fiestas,
de púrpura vestidas, ajustadas al modo
de una de ellas, que tenía tres ojos en la testa.

Detrás de todo el sobredicho corro
vi a dos viejos en hábito dispar,
mas pares en el porte honesto y sólido.

Uno mostraba una cierta familiaridad
con aquel sumo Hipócrates, que la natura
hizo para los seres vivos que le son muy caros;

mostraba el otro contrario sino
con una espada luciente y aguda,
tal que de este lado del río me dio pavura.

Después vi a cuatro en humilde porte;
y detrás de todos vi un viejo solo
venir, durmiendo, con la faz astuta.

Y estos siete como el primer grupo
estaban vestidos, pero de lirios
entorno a la cabeza no tenían huerto;

sino de rosas y de otras flores bermejas;
jurado habría viéndolos desde algo lejos
que todos ardieran por sobre las cejas.

Y cuando el carro estuvo a mí frente,
un trueno se oyó, y aquellas gentes dignas
parecieron tener la marcha interdicta,

deteniéndose allí con las primeras enseñas.

El Purgatorio: Canto XXX

Cuando el septentrión del primer cielo,
que de ocaso jamás supo ni de orto,
ni de otra niebla que de la culpa el velo,

y que otorga allí a cada cual conciencia
de su deber, así como el más bajo otorga
cómo se gira el timón para llegar a puerto,

quieto se detuvo: la veraces gentes
que primero venían entre el grifo y él,
se volvieron al carro como a su paz;

y uno de ellos, como enviado del cielo,
“Veni, sponsa, de Libano” cantando
gritó tres veces, y los demás todos con él.

Como los bienaventurados al último bando
surgirán prontos todos de sus cavernas,
con su recuperada voz aleluyando,

tales hacia la divina carroza
se alzaron cientos, ad vocem tanti senis,
ministros y mensajeros de vida eterna.

Todos decían: “¡Benedictus qui venis!
esparciendo flores alrededor y arriba,
“¡Manibus, oh, date lilia plenis!”.

Ya he visto yo al comenzar el día
la parte oriental toda rosada,
y al otro cielo de bello sereno ornado;

y la faz del Sol nacer tan umbría
que atemperada por los vapores
toleraba el ojo su luz por largo espacio:

así en una nube de flores
que de las manos angélicas salía
y dentro y fuera del carro caía,

bajo cándido velo coronada de olivo,
se me apareció una dama, en verde manto
vestida de color de llama viva.

Y mi espíritu, que había pasado ya
tanto tiempo que en su presencia
no estuviera de estupor, temblando, librado,

sin que mis ojos tuvieran otra advertencia,
por una oculta virtud que de ella vino,
del antiguo amor sentí la gran potencia.

Así como me hirió los ojos
la alta virtud, que ya me había traspasado
antes de que salido de la puericia fuese,

volvíme a la izquierda con el respeto
del niñito que corre a la mama,
cuando tiene miedo o está triste,

para decir a Virgilio: Menos de un dracma
de sangre me ha quedado que no tiemble;
conozco los signos de la antigua llama.

Pero Virgilio nos había dejado privados
de él, Virgilio dulcísimo padre,
Virgilio al cual para mi salud me dieron;

ni cuanto perdió la antigua madre,
valió a las limpias mejillas del rocío
que, lagrimeando, no tornaran negras.

Dante, porque Virgilio se vaya
no llores siquiera, no llores todavía;
que has de llorar por otra espada.

Como almirante que en popa y en proa
viene a ver la gente en servicio
de otros barcos, y a bien hacer los alienta;

sobre la banda del carro izquierda,
cuando volvíme al oír mi nombre,
que aquí por necesidad se consigna,

vi a la dama que antes me apareciera
velada bajo la angélica fiesta,
alzar los ojos a mí de acá del río.

Aunque el velo que de su cabeza caía,
como cerco de la fronda de Minerva,
no la dejaba ver manifiesta,

con majestad real y de aspecto altiva
continuó, como el que hablando
la palabra más ardiente dentro reserva:

¡Míranos bien! Soy yo, en verdad soy yo, Beatriz,
¿cómo te atreviste a acceder el monte?
¿no sabes tú que aquí el hombre es feliz?

Mis ojos descendieron a la clara fuente;
y viéndome en ella, los bajé aún más a la hierba,
tanta vergüenza me oprimió la frente.

Como la madre al hijo parece soberbia,
así pareció ella a mí; porque amargo
es el sabor de la piedad acerba.

Ella calló; y los ángeles cantaron
de golpe: “In te Domine, speravi”;
pero más allá de “pedes meos” no pasaron.

Así como la nieve entre los vivos leños
sobre el dorso de Italia se congela,
venteada y curtida por los eslavos vientos,

y luego, licuada, en sí misma se desliza,
cuando la tierra que pierde sombra exhala,
como el fuego que funde la candela;

así quedé yo sin lágrimas ni suspiros
antes del cantar de los que aúnan
sus notas siempre con las de los eternos giros;

mas luego que entendí que en sus dulces sones
más me compadecían que si dicho
hubieran: Mujer, ¿porqué lo reprendes?,

el hielo que en torno a mi corazón se restringía,
se disolvió en suspiros y agua, y con angustia
por la boca y los ojos salió del pecho.

Ella, que firme sobre el varal
de carro estaba, a las substancias pías
dirigió así sus palabras luego:

Vosotros veláis en el eterno día,
de modo que ni noche o sueño os roba
nada de lo que haga el siglo por sus vías;

por donde mi respuesta pone más cuidado
de que me entienda aquel que allá llora,
para que culpa y dolor sean de igual mesura.

No sólo por obra de las ruedas magnas,
que dirigen cada simiente a algún fin
conforme a cómo las estrellas acompañan,

sino por generosidad de la gracia divina,
que tan grandes nubes tiende a su lluvia
que nuestra vista allá no llegan vecinas,

éste fue tal en su vida nueva
virtualmente, que todo hábito recto
habría hecho en él admirable prueba.

Mas tanto más maligno y más silvestre
se torna el terreno con mala semilla y sin cultivo,
cuanto más buen vigor tiene la tierra.

Por un tiempo lo sostuve con mi rostro:
mostrándole los jóvenes ojillos
conmigo lo llevaba hacia el lado recto.

Mismo cuando en el umbral estuve
de mi segunda edad y cambié de vida,
éste se apartó de mí, y dióse a otra.

Cuando de carne a espíritu hube salido,
y en belleza y virtud crecida era,
fui para él menos cara y menos grata;

y volvió sus pasos a una vía no verdadera,
imágenes de bien siguiendo falsas,
que ninguna promesa rinden entera.

Ni impetrarle inspiración me valió
por las que en sueños y de otros modos
lo llamaba; ¡tan poco caso a hecho de ella!

Tan bajo cayó, que todo argumento
por su salud le eran ya cortos,
fuera de mostrarle la perdida gente.

Por eso visité la puerta de los muertos,
y a aquel que aquí arriba lo ha traído,
mis ruegos, llorando, expuestos fueron.

Alto hado de Dios sería roto,
si el Lete atravesara, y tal vianda
fuera por él gustada sin ningún escote

de arrepentimiento que lágrimas expanda.

El Purgatorio: Canto XXXI

¡Oh tú que allende estás del río sacro!
dirigiendo a mi su habla con la punta
pues el solo filo ya me había sido acerbo,

recomenzó, sin indulgencia siguiendo:
Dí, dí si es verdad; tan grave denuncia
requiere que tu confesión le sea adjunta.

Mi virtud estaba tan confusa
que mi voz se movió, pero murió antes
que por los órganos vocales fuera difusa.

Poco soportó ella; luego dijo: ¿Qué piensas?
Respóndeme; que las memorias tristes
en ti no han sido aún por el agua ofensas.

Confusión y pavura juntas mixtas
me empujaron un tal “sí” de la boca,
que a entender hiciera falta la vista.

Como rompe la ballesta, cuando se dispara
demasiado tensa, en cuerda y arco,
y la flecha con menos fuerza el blanco alcanza,

así estallé yo sometido a grave carga,
afuera manando lágrimas y suspiros,
y la voz demorada muerta en los labios.

Por lo que ella: Tras mis deseos,
que te conducían a amar el bien
más allá del cual no hay nada a qué aspirar,

¿qué fosos cruzados o qué cadenas
encontraste, que de pasar delante
debieras así desgajar la esperanza?

¿Y qué facilidades o qué ventajas
el atractivo de otros bienes te mostraron,
para que debieras rondarlos tanto?

Después de un suspiro amargo,
recobré a penas la voz que responde,
y los labios con fatiga la formaron.

Llorando dije: Las presentes cosas
con su falso placer desviaron mis pasos,
no bien vuestro rostro se escondiera.

Y ella: Si callases o si negases
lo que confiesas, no menos se notaría
tu culpa: ¡por tal juez se sabe!

Mas cuando estalla de la propia boca
la acusación del pecado, en nuestra corte
contra el filo se vuelve la rueda.

Sin embargo, para que más vergüenza cargues
de tu error, y para que alguna otra vez
oyendo las sirenas, seas más fuerte,

depón la simiente del llorar y escucha:
así oirás cómo hacia contraria parte
movido debería haberte mi carne sepulta.

Nunca te ofreció la naturaleza o el arte
placer, cuanto los bellos miembros donde yo
encerrada estuve, y que en tierra están dispersos;

y si el sumo placer te fue quitado
por mi muerte ¿qué cosa mortal
podía arrastrarte en su deseo?

Bien debiste, a la primera flecha
de las cosas falaces, alzarte al cielo
detrás de mí, que no era de las tales.

No te debían pesar las plumas cayendo
para esperar nuevo golpe, o una muchachita
u otra nueva vanidad de tan breve uso.

El nuevo pajarillo dos o tres veces se descuida;
pero delante de los ojos de los ya emplumados
en vano se despliega la red o se saeta.

Como los niñitos, avergonzados, mudos
con los ojos bajos de pie se quedan, escuchando
reconociendo sus faltas y arrepentidos,

así estaba yo; y ella dijo: Si al oír
te ves contrito, alza la barba,
y sentirás más dolor observando.

Con menos resistencia se desbarba
robusta encina, ya por el austral viento
ya por el que viene de la tierra de Jarba,

que yo no alcé a su comando el mentón;
y cuando por la barba nombró mi rostro,
bien entendí del argumento el veneno.

Y cuando mi faz se hubo distendido,
cesar aquellas primeras criaturas
de rociar flores el ojo comprendió;

y mis dos luces, aún poco seguras,
vieron a Beatriz sentada sobre la fiera
que es una sola persona en dos naturas.

De velo cubierta y allende la verde orilla
la vi más bella que lo era ella misma antes,
mas bella que lo era que las otras cuando vivía.

De arrepentirme me picó allí la ortiga,
y de todas las otras cosas la que me apartó
mas de su amor, más me fue enemiga.

Tanto arrepentimiento el corazón me mordió,
que caí vencido; y en lo que entonces me cambié
sábelo aquel que su causa fue.

Luego, cuando el corazón me devolvió la fuerza,
la mujer que había yo encontrado sola
vi sobre mí inclinada diciendo: ¡Tómate de mi, tómate!

Metióme dentro del río hasta la garganta,
y arrastrándome con ella iba
por el agua leve como una barca.

Cuando cerca estuve de la bendita orilla
“¡Asperges me! tan dulcemente se oía
que no puedo recordarlo, ni que yo lo escriba.

La bella dama me abrió los brazos;
abrazóme la cabeza y me sumergió
pues era necesario que sorbiera agua.

Me sacó de allí, y bañado me ofreció
a la danza de las cuatro bellas;
y cada una con el brazo me cercó.

Aquí somos ninfas y en el cielo estrellas;
antes que Beatriz descendiera al mundo,
fuimos destinadas a ella para ser sus siervas.

Te llevaremos ante sus ojos; y en el jocundo
fulgor que hay en ellos aguzarán los tuyos
las tres de allá, que miran más profundo.

Así cantando comenzaron; y luego
al pecho del grifo me llevaron,
donde Beatriz mirándonos estaba.

Dijeron: haz que tu vista no sea mezquina;
te hemos puesto ante las esmeraldas
donde Amor te lanzó antes sus armas.

Mil deseos más que ardientes que la llama
estrecharon mis ojos a los ojos lucientes,
que sobre el grifo aún estaban fijos.

Como en el espejo el Sol, no de otra forma
la doble fiera en ellos se reflejaba
ora con una ora con otra regencia.

Piensa, lector, cuánto me maravillaba,
cuando veía a la cosa en sí estar quieta,
y que en su reflejo se trasmutaba.

Mientras llena de estupor y alegre
mi alma gustaba de aquel alimento
que, saciando de sí, de sí sediento deja,

demostrando ser de más alta tribu
en sus actos, las otras tres avanzaron,
danzando su angélica melodía.

¡Vuelve, Beatriz, vuelve tus ojos santos,
era su canción, a tu amigo fiel
que, por verte, ha dado pasos tan grandes!

De gracia haznos la gracia que desvele
a él tu boca, para que discierna
la segunda belleza que tu ocultas.

¡Oh esplendor de viva luz eterna!
¿quién habiendo palidecido a la sombra
del Parnaso, o bebido de su cisterna,

no sentiría que su mente está ofuscada,
intentando mostrarte tal cual tu apareciste
allá, donde armonizando el cielo te envuelve,

cuando al aire abierto te descubriste?

El Purgatorio: Canto XXXII

Iban mis ojos tan fijos y atentos
a saciarse de las decenas sedes,
que mis otros sentidos quedaron yertos;

un muro a cada lado tenían
para no atender a nada – ¡así la santa sonrisa
a ella los atraía con la antigua red! -;

luego voces de diosas forzaron
mi rostro a volverse a la izquierda
porque de ellas oí un ¡Demasiado fijo!;

y la disposición de ver que tienen
los ojos cuando el Sol acaba de herirlos,
de la vista un tiempo me dejó privado.

Mas luego que a poco la vista reformóse
( y digo “a poco” por respeto al gran
fulgor del que por fuerza fui apartado),

vi que a la derecha había virado
el glorioso ejército, enfrentando
al Sol con su rostro y a las siete llamas.

Como para salvarse bajo el escudo
cobíjase la falange, y con la enseña
vuelve, sin terminar la maniobra entera;

aquella milicia del celeste reino
que precedía, pasó adelante
antes que el carro doblara su timón.

Luego retornaron a las ruedas las damas
y el grifo movió el bendito carro
de forma que no agitó ninguna pluma.

La bella dama que me trajo al vado,
y Estacio y yo acompañamos la rueda
que completó su vuelta en menor arco.

Así paseando por el alta selva vacía
por culpa de quien creyó en la serpiente,
marcaba el paso una angélica melodía.

Quizá en tres vuelos tanto espacio no alcanza
una lanzada saeta, cuanto nos habíamos
alejado, cuando Beatriz descendió.

Y sentí que todos murmuraban “Adán”;
luego rodearon una planta despojada
de hojas y de otras frondas en las ramas.

Su copa, que tanto se dilataba
cuanto más alto iba, fuera de los Indios
en sus bosques por su altura admirada.

Bendito seas, Grifo, que no arrancas nada
con el pico de este tronco dulce al gusto,
pero que luego mal retuerce el vientre.

De este modo en torno al árbol robusto
gritaron los otros; y dijo el animal binado:
Así se guarda la simiente de todo justo.

Y vuelto hacia el timón del que venia tirando
al pie lo trajo de la viuda planta
y lo de ella a ella dejó ligado.

Como nuestras plantas, cuando cae
la gran luz mezclada con aquella
que irradia detrás de los celestes peces,

se abultan, y luego renuevan
cada una su color, antes que el Sol
lleve sus corceles bajo otra estrella;

menos que de rosa y más que de violeta
color tomando, se renovó la planta,
que antes tenía tan solitarias ramas.

Yo no entendí, ni aquí abajo se canta
el himno que aquellas gentes entonces cantaron,
ni el canto llegué a oír por completo.

Si pudiera describir como soñaron
los ojos despiadados oyendo de Siringa,
ojos a los que el tanto vigilar costó tan caro;

como el pintor que el modelo pinta,
yo representaría cómo caí en sueño;
mas sea quien sea quien figurar pueda lo soñado.

Paso, pues, al momento cuando desperté,
y digo que un esplendor desgarró el velo
del sueño, y una llamada: Álzate, ¿qué haces?.

Como a mirar las florecillas del manzano,
cuyo fruto los ángeles codician
y bodas perpetuas se celebran en el cielo,

Pedro y Juan y Santiago conducidos
y vencidos, volvieron en sí a la palabra
por la cual mayores sueños fueron quebrados,

y vieron disminuida su escuela
tanto de Moisés como de Elías,
y de su maestro mudada estola;

así amanecí yo, y vi a aquella piadosa
inclinada sobre mí, la que había guiado
antes mis pasos junto al río.

Y lleno de dudas dije: ¿Dónde está Beatriz?
Y ella: Mírala bajo la fronda
nueva sentada sobre la raíz.

Mira la compañía que la circunda:
los otros detrás del Grifo van subiendo,
con más dulce canción y más profunda.

Y si la respuesta fue más difusa,
no sé, porque ya ante mis ojos era
la que de pensar en otra cosa me impedía.

Sola sentábase sobre la tierra verdadera,
apostada allí como guardián del carruaje
que ligado vi a la doble fiera.

En cerco le hacían claustro
las siete ninfas, con aquellas luces en la mano
que están a salvo del Aquilón y del Austro.

Habitarás aquí poco tiempo esta selva;
y conmigo serás sin fin ciudadano
de aquella Roma donde Cristo es romano,

sin embargo, por el mundo que mal vive,
fija la vista en el carro ahora, y lo que veas,
regresando allá, escribe,

Así Beatriz; y yo, que entero a sus pies
a sus mandatos devoto era,
volví la mente y los ojos a donde ella quería.

No desciende nunca tan velozmente
fuego de espesa nube, cuando llueve
de aquel confín que más va remoto,

como vi yo caer el pájaro de Jove
sobre el árbol, rompiendo cortezas,
no menos que flores y hojas nuevas;

e hirió al carro con toda fuerza;
el cual se dobló como nave en borrasca,
por la ola vencido de proa a popa.

Después vi lanzarse en la cuna
del triunfal coche una zorra
que de todo buen pasto parecía ayuna;

mas, reprendiendo su feas culpas,
mi dama la puso en tan veloz fuga
cuanto sufrir pudieron sus huesos sin pulpa.

Luego, por allí por donde había venido,
vi descender el águila en la caja
del carro y dejarla de plumas llena;

y como sale del corazón que se reprocha,
así unal voz salió del cielo que dijo:
¡Oh navecilla mía, cuán mala carga!

Después me pareció que se abría la tierra
entre las ruedas, y vi salir un dragón
que en el carro hincó la cola;

y como avispa que retira el aguijón,
retrayendo a sí la púa maligna,
parte se llevó del fondo, y se fue muy lenta.

Lo que quedó, como de gramínea
la vivaz tierra, de la pluma ofrecida
quizá con intención sana y benigna,

se recubrió, y quedaron recubiertas
una y otra rueda y el timón, en lo que
dura un suspiro de boca abierta.

Transformado así el edificio santo
sacó fuera cabezas de sus partes,
tres sobre el timón y una en cada canto.

Las primeras eran cornudas como bueyes,
mas las cuatro un solo cuerno tenían por frente:
jamás tales monstruos no vistos todavía fueron.

Segura, como roca en alto monte,
sentada encima una puta desenvuelta
apareció, los ojos girando en torno;

y a fin de que no le fuese arrebatada,
vi junto a ella de pie un gigante,
y ambos de tanto en tanto se besaban.

Mas porque el ojo ávido y errante
lanzó ella a mí, aquel feroz chulo
la flageló de la cabeza hasta las plantas;

luego, de sospechas lleno y de ira crudo,
desató al monstruo, y lo arrastró por la selva,
tan lejos que la selva fue para mí un escudo

que me ocultó a la puta y a la nueva fiera.

El Purgatorio: Canto XXXIII

“Deus, venerunt gentes”, alternando
ora las tres ora las cuatro, dulce salmodia
las damas comenzaron, y lagrimando:

y Beatriz, suspirosa y pía,
las escuchaba tal mudada
como en la cruz se cambió María.

Mas luego que las otras vírgenes dieron lugar
a que ella hablara, alzada derecha en pie,
respondió, encendida como el fuego:

“Modicum, et non videbitis me;
et iterum, hermanas mías dilectas,
modicum, et vos videbitis me”.

Luego reunió delante a las siete,
y tras ella, con un ademán, me puso
a mí y a la dama y al sabio que se había quedado.

Así marchaba; y no creo que hubiese
en tierra su décimo paso puesto,
cuando mis ojos con sus ojos hirió

y con tranquilo aspecto: Ven más de prisa,
me dijo, para que, si hablo contigo,
a escucharme estés bien dispuesto.

Tan pronto estuve, como quería, consigo,
me dijo: Hermano, ¿porqué no te atreves
a preguntarme ya que vienes conmigo?

Como aquellos que por demás reverentes
ante superiores que están hablando,
no sacan la voz viva de entre los dientes,

me ocurrió a mí, que sin sonido entero
comencé: Señora, mis indigencias
las conocéis, y lo que a ellas es bueno.

Y ella a mí: De temor y de vergüenza
quiero que de ahora en más te desentiendas,
para que no hables más como hombre que sueña.

Sabe que el vaso que la serpiente rompió
fue y no es; mas quien no tiene culpa, crea
que la venganza de Dios no teme sopa.

No siempre quedará sin herencia
el águila que sus plumas dejó en el carro,
para que fuera monstruo y después presa;

que veo ciertamente, y por eso lo narro,
que ya le otorgarán un tiempo estrellas cercanas,
que a salvo están de todo obstáculo y barrera,

en el cual un quinientos diez y cinco,
enviado de Dios, matará a la ratera9
con aquel gigante que delinque con ella.

Y quizá mi profecía oscura
cual de Temis y de Esfinge, menos te persuada,
porque a su modo al intelecto ofusca;

mas pronto los hechos serán las Náyades,
que resolverán este fuerte enigma
sin daño ni de ovejas ni de avenas.

Tú anota; y así como mis labios las vierten,
así enseña estas palabras a los vivos
del vivir que es un correr a la muerte;

y ten en mente, cuando las escribas,
de no ocultar cómo has visto la planta
que fue aquí robada dos veces.

Quienquiera roba o arranca la planta
con blasfemia de hecho ofende a Dios,
que sólo para su uso la creó santa.

Por morderla, en dolor y en deseo
cinco mil años y más el alma primera
ansió al que al mordisco castigó en si mismo.

Duerme tu ingenio, si no estima
que por singular razón ella es excelsa
tanto y tan transmutada en la cima.

Y si no hubieran sido agua del Elsa
los vanos pensamientos entorno a tu mente,
y su placer un Píramo para la mora,

por tantas circunstancias solamente
la justicia de Dios, en el interdicto,
al árbol conocerías moralmente.

Pero como te veo en el intelecto
hecho de piedra y, empedrado, teñido,
tanto que la luz te ciega mis dichos,

quiero que si no escritos, dibujados al menos,
te los lleves adentro de ti por lo mismo
que el bordón se lleva de palmas ceñido.

Y yo: Así como la cera del sello,
la figura impresa no trasmuta,
así está sellado ahora por ti mi cerebro.

Mas ¿porqué tanto de mi visión
vuestra deseada palabra vuela
que más la pierde cuanto más se ayuda?

Porque conoces, dijo, aquella escuela
que has seguido, y analizas su doctrina
de cómo pueda seguir tras mis palabras;

y ves cómo vuestra vía de la divina
tanto es distante, cuanto se desacuerda
la tierra del cielo que más alto festina.

Por donde le repuse: No me recuerdo
que me desviase nunca antes de vos,
ni tengo conciencia que me remuerda de ello.

Y si de ello memoria no tienes,
sonriendo respondió, ahora recuerda
sin embargo cómo bebiste del Lete;

y si del humo el fuego se argumenta,
este olvido claramente concluye
culpa en tu voluntad en otras cosas atenta.

En verdad de ahora en más serán desnudas
mis palabras, cuanto sea preciso
descubrirlas a tu vista ruda.

Y mas corusco y con más lentos pasos
custodiaba el Sol el cerco meridiano,
que aquí y allá, como los aspectos, muda,

cuando se detuvieron, como se detiene
quien va delante de gente en escolta
si encuentra novedad o sus vestigios,

las siete damas al fin de una tenue sombra,
como la que bajo hojas verdes y negros ramos
sobre sus fríos ríos los Alpes portan.

Delante de ellas al Éufrates o al Tigris
me pareció verlos salir de una fontana,
y como amigos separarse pigres.

¡Oh luz, oh gloria de la gente humana!
¿qué agua es ésta que se despliega
de un principio y se divide lejana?

A tal ruego me fue dicho: Ruega
a Matilde que te lo diga. Y así repuso,
como hace quien de una culpa se disculpa,

la bella dama: Ésta y otras cosas
dichas le fueron por mí; y estoy segura
que el agua del Lete no se las ha escondido.

Y Beatriz: Tal vez mayores cuidados,
que muchas veces de la memoria privan,
han hecho de su mente la vista oscura.

Mas mira al Eunoe que allá deriva:
llévalo a él, y, como es tu estilo,
su marchitada virtud reaviva.

Como alma gentil, que no se excusa,
mas hace suya la voluntad ajena
no bien que un signo se la descubra;

así, luego que ella me tomara,
la bella dama avanzó, y a Estacio
donosamente dijo: ven con él.

Si tuviera, lector, más amplio espacio
para escribir, yo cantaría en aparte
el dulce beber que nunca me dejara sacio;

mas porque llenos están todas los pliegos
urdidos en esta cantiga segunda,
no me deja ir más allá del arte el freno.

Yo retorné de la santísima onda
así rehecho como plantas nuevas
renovadas con nueva fronda,

puro y dispuesto a subir a las estrellas.

El Paraíso: Canto I

La gloria de aquel que todo mueve
penetra el universo, y resplandece
en una parte más y en otra menos.

En el cielo que más de su luz prende
fui yo, y vi cosas que redecir
no sabe ni puede el que de allí desciende;

porque acercándose a su deseo,
nuestro intelecto se ahonda tanto,
que tras él la memoria ir no puede.

En verdad cuanto del reino santo
pudo mi mente acumular tesoro,
será ahora materia de mi canto.

¡O buen Apolo!, al último afán
hazme ser de tu valor tal vaso
como exiges para dar el laurel amado.

Hasta aquí una cumbre del Parnaso
asaz me fue; mas ahora con ambas
me es preciso entrar en la faltante arena.

Entra en mi pecho e inspira tal aliento
como cuando de Marsias arrancaste
de los miembros la piel.

¡Oh divina virtud! Si me otorgaras
tanto que la sombra del beato reino
signada en mi cabeza manifieste,

llegar verásme a tu amado leño,
y coronarme entonces de aquellas hojas
de las que el tema y tú me harán digno.

Si raras veces, Padre, se las coge
para triunfar ya césar o poeta,
culpa y vergüenza es del querer humano,

que parir alegría para la alegre
deífica deidad debería la fronda
penea, cuando de sí a alguien asedienta.

A pequeña chispa gran llama secunda:
quizá detrás de mí con mejor voz
se invocará para que Cirra responda.

Surge a los mortales por diversas bocas
la lucerna del mundo; mas de aquella
que cuatro cercos junta con tres cruces,

con mejor curso y con mejor estrella
de ella sale conjunta, y la mundana cera
más a su modo atempera y sella.

Formado había allá la mañana y acá la puesta
aquella boca casi, y allá era todo blanco
el hemisferio, y acá la otra parte negra,

cuando a Beatriz a su siniestro lado
vi volverse y mirar al Sol;
un águila así no lo miró tan fijo nunca.

Y así como el segundo royo suele
brotar del primero y rebotar asuso,
como peregrino que retornar quiere,

así su acto, por los ojos infuso
en mi fantasía, mío se hizo,
y clavé los ojos en el Sol allende nuestro uso.

Mucho es permitido allá, que aquí no se permite
a nuestras virtudes, en razón del lugar
que es propio de la humana especie.

No lo sufrí mucho, pero no tan poco
que no lo viera centellear en torno
como del fuego el hierro sale candente;

y de golpe pareció que un día a otro
se uniera, como si Aquel que puede
pusiera al cielo de otro Sol adorno.

Beatriz toda en las eternas ruedas
fijos los ojos tenía; y yo en ella
mis luces puse, de allá arriba depuestas.

En su figura me metí tan adentro,
como en el mar Glauco al gustar la hierba,
que consorte lo hizo de los demás dioses.

Transhumanar significar per verba
no se podría; pero el ejemplo baste
a quien vivirlo la gracia otorgue.

Si de mi sólo quedaba aquello que creaste
últimamente, ¡Oh amor que el cielo gobiernas!
tú lo sabes, que con tu luz me elevaste.

Cuando la rueda, que tú eternamente
deseado, a ella mi atención sedujo
con la armonía que tú temperas y disciernes,

mostróseme entonces tan inflamado el cielo
por la llama del Sol, como lluvia o rio
no podrían hinchar algo más un lago.

La novedad del son y la gran lumbre
por sí mismas encendieron en mí tal deseo
como nunca antes hube de sentirlo tan agudo;

y entones ella, que me veía como yo me veo,
para aquietarme el ánimo revuelto,
antes que yo lo pidiera, abrió la boca

y comenzó: Tú mismo te haces grueso
con el falso imaginar, de modo que no ves
lo que verías si mejor lo sacudieras.

No estás en la tierra, como tú crees;
no hay fulgor que huyendo de su sitio,
no corra como tú que a ella vuelves.

Si de la primera duda fui desvestido
por las sonrientes palabritas breves,
dentro de otra más nueva fui vestido;

y dije: Antes contento reposé
con gran asombro, mas ahora me admiro
como pueda traspasar por estos cuerpos leves.

Entonces ella, tras un pío suspiro,
los ojos dirigió a mí con el semblante
de una madre ante el delirio de su hijo,

y comenzó: Las cosas todas ellas
guardan entre sí un orden, que es la forma
que a Dios el universo hace semejante.

Aquí las nobles criaturas ven la huella
del eterno valor, que es el fin
para el que fue hecha la indicada norma.

Al orden que yo digo se inclinan
todas las criaturas, de diversas formas,
más a su principio o menos vecinas;

por donde corren a diversos puertos
por el gran mar del ser, y cada una
con el instinto conductor que le fue dado.

Uno arrastra el fuego hacia la Luna;
otro el corazón mortal motora;
otra la tierra restringe en sí y aduna;

y no sólo a las criaturas que son
sin inteligencia este arco saeta,
mas a las que tienen intelecto y amor.

La providencia, que todo regula,
con su luz mantiene siempre quieto al cielo,
dentro del cual está el que gira con mayor presteza

y entonces a allí, como a lugar preciso,
conduce la virtud de aquella cuerda
que, lo que dispara, a feliz blanco endereza.

Verdad es que muchas veces la forma
no se ajusta a la intención del arte,
porque a responder la materia es sorda,

así a veces de este curso se aparta
la criatura que tiene el poder
de plegarse, aunque así ordenada, a otra parte,

y, tal como verse puede caer
fuego de nube, así el ímpetu primero
a tierra baja desviado por falso placer.

No debes pues admirarte, si bien estimo,
de tu subida, más que del río que
del alto monte desciende a bajo sitio.

Maravilla sería en ti, si, de impedimento
libre, abajo te quedaras quieto,
como si a tierra se adhiriera el fuego vivo.

Entonces retorné la vista al cielo.

El Paraíso: Canto II

¡Eh! Vosotros que en pequeñita barca,
deseosos de escuchar, seguís
tras de mi leño que cantando marcha,

volved a rever vuestras orillas:
no os adentréis en piélago, porqué, talvez
perdiéndome, os perderíais.

El agua en que me adentro nunca fue surcada:
Minerva inspira, y condúceme Apolo,
y nueve Musas me marcan las Osas.

Vosotros pocos, que pronto alzasteis
el cuello al pan de los ángeles, del cual
aquí se vive sin nunca estar saciado,

podéis meter bien en la alta mar
vuestro navío, siguiendo mi estela
antes que el agua retorne igual.

Aquellos gloriosos que a Colcos fueron
no se admiraron tanto, como lo haréis vosotros,
cuando a Jasón de boyero vieron.

La concreada y perpetua sed
del deiforme reino nos llevaba
tan veloces cual veis el cielo.

Beatriz a arriba, y yo a ella miraba;
y quizá en lo que se arma una ballesta
y vuela la flecha y de la nuez se dispara,

junto me vi a donde una admirable cosa
me forzó a mirarla; sin embargo aquella
de quien mi cuita no podía esconderse,

volvióse a mí tan alegre como bella:
Dirige la agradecida mente a Dios, me dijo,
que nos reunió con la primera estrella.

Parecíame que una nube nos cubriera
brillante, espesa, sólida y bruñida,
como diamante al que el Sol hiriera.

Dentro de sí la eterna margarita
nos recibió, como el agua recibe
un rayo de luz y se mantiene unida.

Si yo era cuerpo, y si aquí no se concibe
cómo una dimensión de otra padezca,
que así sería si un cuerpo en otro se metiera,

encender más nos debiera el deseo
de ver aquella esencia en que se ve
como nuestra natura y Dios se unen.

Allí se verá lo que tenemos por fe,
no demostrado, mas por sí mismo conocido
como la verdad primera en que el hombre cree.

Yo respondí: Señora, tan devoto
como ser más puedo, agradezco a aquel
que del mortal mundo me ha depuesto.

Mas dime: ¿qué son los signos oscuros
de este cuerpo, que allá en la tierra
llevan de Caín fabulando a muchos?

Ella sonrióse un tanto y luego: Si yerra
la opinión, me dijo, de los mortales,
cuando la llave del sentido no descierra,

cierto que no más te deberían herir las flechas
de la admiración, pues sin el sentido
mira que la razón tiene cortas las alas.

Mas dime lo que tú por ti mismo piensas.
Y yo: Lo que aquí arriba se ve diverso
creo que lo hacen los cuerpos raros y densos.

Y ella: Verdad que verás muy hundido
en el error el creer tuyo, si bien escuchas
el argumento que te haré adverso.

La esfera octavo os muestra muchas
luces, las cuales en el cual y en el cuanto
notar se pueden diversos rostros.

Si lo raro y lo denso pudieran hacer tanto,
una sola virtud habría en todos,
más o menos distribuida y graduada.

Diversas virtudes deben ser fruto
de principios formales, y ellos, salvo uno,
sería según tu argumento deshechos.

Aún más, si lo raro sería de aquello oscuro
la razón que pides, o bien en parte
estaría de su materia tan ayuno

este planeta, o así como comparte
lo graso y lo magro un cuerpo, así éste
en su volumen alternaría páginas.

Si lo primero fuera, sería manifiesto
en los eclipses de Sol, por traslucir
el rayo como en otro raro inserto.

Ésto no ocurre; mas aún queda por ver
lo otro; y si resulta que a éste gane,
falseado quedaría tu parecer.

Si puesto que este raro no traspase,
tiene que haber un término, de donde
su contrario pasar no lo deje;

y que entonces el otro rayo se refleje
como el color vuelve del vidrio,
que detrás de sí plomo encierra.

Ahora dirás que se muestra bruno
allí el rayo más que en las otras partes,
por estar allí reflejado desde más profundo.

De esta instancia puede liberarte
la experiencia, si alguna vez lo pruebas,
que suele ser la fuente del fluir de vuestro arte.

Toma tres espejos; dos de ellos remueve
de ti un mismo espacio, y el otro, más aleja,
entre los dos primeros pone tus ojos.

Mirándolos, haz que a tus espaldas
haya una luz que a los tres encienda
y que vuelva a ti por todos redoblada.

Mientras que aún cuando no se enanche
tanto la imagen más lejana, allí verás
que el brillo del mismo modo resplandece.

Pues bien, como al caer los tibios rayos
quedan de la nieve desnudos los objetos
y del color y del frío primeros;

así librado tú en el intelecto
quiero informarlo de luz tan vivaz
que quedará titilando en su aspecto.

Dentro del cielo de la divina paz
gira sobre sí un cuerpo en cuya virtud
el ser de todo lo que contiene yace.

El siguiente cielo, que tiene tantos reflejos,
aquel ser participa por diversas esencias,
de él distintas y en él inclusas.

Los demás giros por variadas diferencias
las distinciones que contienen
disponen a sus fines y a sus simientes.

Estos órganos del mundo así marchan,
como tú ves ahora, de grado en grado,
que de arriba reciben y promueven abajo.

Mírame bien a mí que así como yo voy
por este lugar hacia la verdad que buscas,
del mismo modo sin mí tú solo sepas el paso.

El movimiento y la virtud de los santos giros
como del artífice el arte del martillo,
de los beatos motores es necesario que vengan;

y el cielo, al que tantas luces hacen bello,
de la mente profunda que lo agita
toma la imagen y hácese sello.

Y así como el alma en vuestro polvo
por diferentes miembros y conforme
a diversas potencias se resuelve,

así la inteligencia su bondad
multiplicada por las estrellas despliega,
girando ella misma en su unidad.

Virtud diversa de diversas modos se liga
al precioso cuerpo que aviva
con el cual, como en vosotros la vida, se une.

Por la alegre natura de donde deriva,
la virtud mixta por el cuerpo luce,
como alegría por la pupila viva.

De ella viene lo que de luz a luz
parece diferente, no de lo denso o raro;
ella es el formal principio que produce,

conforme a su bondad, lo turbio y lo claro.

El Paraíso: Canto III

Aquel Sol que antes de amor me escaldó el pecho,
de bella verdad me había descubierto
probando y reprobando, el dulce aspecto;

y yo, por confesarme corregido y cierto
yo mismo, tanto cuanto convenía
alcé la testa a proferirlo más en abierto;

pero una visión advino que me retuvo
a ella tan estrecho, al mostrarse,
que de mi confesión perdí el recuerdo.

Cual de transparentes vidrios y tersos,
o al mirar aguas nítidas y quietas,
no tan profundas que el fondo se pierda,

vienen de nuestro rostro los trazos
tan débiles, como perla en blanca frente
no llega menos clara a nuestras pupilas;

tal vi yo muchas caras a conversar prontas;
por donde yo caí en el error contrario
al que encendió amor entre un varón y una fuente.

Súbito ya cuando me apercibí de ellas,
creyéndolas espejados semblantes,
por ver de quiénes fueran, volví la vista;

y no vi a ninguna, y me revolví adelante
recto a la luz de la dulce guía,
que sonriendo ardía en sus ojos santos.

No te maraville que me sonría,
me dijo, de tu pueril pensamiento,
pues en la verdad tu pie aún no se afirma,

mas te revuelves, como sueles, en vacío:
sustancias veras son las que miras,
relegadas aquí por faltar a sus votos.

Mas habla con ellas y oye y cree;
que la veraz luz que los regala
de sí no deja que los pies aparten.

Y yo a la sombra que más dispuesta parecía
a razonar, me acerqué, y comencé
casi como a quien el mucho desear turba:

¡Oh bien creado espíritu, que de los rayos
de vida eterna la dulzura sientes,
que, no gustada, nunca se entiende,

de gracia me dejes tan contento
de tu nombre y de tu suerte.
Por donde ella pronta y con ojos rientes:

Nuestra caridad no cierra puertas
a un justo querer, si bien no como aquella
que quiere semejante a sí toda su corte.

Yo fui en el mundo virgen profesa:
y si tu mente bien me contempla,
no te seré extraña por ser más bella,

mas reconocerás que soy Piccarda,
que, puesta aquí con estos otros beatos,
beata soy en la más tarda esfera.

Nuestros afectos que sólo inflamados
están del placer del Espíritu Santo,
se alegran en su orden conformados.

Y esta suerte que parece baja tanto,
empero nos fue dada, por descuidar
nuestros votos, faltos en algún flanco.

Entonces yo: En vuestro aspecto
admirable esplende un no se qué divino
que os trasmuta de vuestro primer diseño:

razón porque no fui en recordaros presto;
mas ahora me ayuda lo que tú me dices,
y tanto que figurarte me es ya más latino.

Mas dime: vosotros que sois aquí felices,
¿deseáis encontraros en más alto sitio
para más ver y más haceros de amigos?

Con las otras sombras sonrió primero un poco:
a partir de ello mes respondió tan placentera
que arder parecía de amor del primer fuego;

Hermano, nuestra voluntad aquieta
la virtud de caridad, que nos hace querer
sólo lo que tenemos, y de otra cosa no nos saeta.

Se deseáramos ser más supernas
serían discordes nuestros deseos
del querer de aquel que aquí nos disgrega;

pues verás que no cabe en estos giros,
pues estar en caridad es aquí necesse,
y si su naturaleza bien consideras.

Así es formal a este beato esse
estar conforme a la divina voluntad
por la que se unifican las nuestras;

así que, estar de umbral a umbral
por este reino, a todo el reino place
y al rey que a su querer cada uno pone.

Y en su voluntad está nuestra paz:
ella es aquel mar al cual todo fluye,
lo que ella crea y lo que natura hace.

Claro me fue entonces que todo donde
es paraíso en el cielo, aunque la gracia
del sumo bien de un solo modo allí no llueve.

Pero así como de un manjar se sacia
y de otro todavía queda la gula,
que el uno pedimos y del otro damos gracias,

así hice yo con actos y palabras
por saber de ella cual fue la tela
que no tejió de cabo a rabo la aguja.

Perfecta vida y alto mérito pone en el cielo
más alto a una mujer, me dijo, a cuya norma
en vuestro mundo allá se viste y vela,

para que hasta morir vele y duerma
con aquel esposo que todo voto acepta
que la caridad a su placer conforma.

Del mundo, por seguirla, jovencita
huí, y en su hábito me encerré,
y prometí la vida de su secta.

Luego hombres, al mal más que al bien duchos,
fuera me raptaron del dulce claustro:
Dios sí sabe cual luego mi vida fue.

Y este otro esplendor que se te muestra
a mi derecha y que se enciende
con toda la luz de la esfera nuestra,

lo que yo digo de mí, de ella entiende;
hermana fue, y así le fue quitada
de la cabeza la sombra de las sagradas vendas.

Mas luego que al mundo fue devuelta
contra su voluntad y contra buena usanza,
no fue del velo del corazón jamás disuelta.

Esta es la luz de la gran Constanza,
quien del segundo viento de Suevia
engendró el tercero y última potencia.

Así me habló, y luego comenzó Ave
Maria cantando, y cantando desvaneció
como en agua profunda una cosa grave.

Mi vista, que tanto la seguía
cuanto posible fue, después de perderla,
volvióse al signo del mayor deseo,

y a Beatriz entera retornóse;
mas ella relumbró sobre mi rostro tanto
que en un primer momento no lo sufría;

lo cual me hizo a preguntar mas tardo.

El Paraíso: Canto IV

Ante dos viandas, distantes y atrayentes
por igual, primero moriría de hambre,
un hombre libre antes que a una hincase el diente;

así se estaría un cordero entre dos hambres
de fieros lobos, igualmente temiendo;
así se estaría un perro entre dos gamos:

por lo que, si callaba, no me reprendo,
de mis dudas por igual en suspenso,
pues era inevitable, ni me enaltezco.

Yo me callaba, mas mi deseo pintado
estaba en mi rostro, y su reclamo de ello,
más fuerte era que si en palabras descrito.

Hizo Beatriz como hizo Daniel,
a Nabucodonosor librando de la ira,
que contra justicia lo hizo cruel;

y dijo: Veo bien como te tiran
uno y otro deseo, pues lo que procuras
tan atado está que afuera no se espira.

Tú argumentas: Si el buen querer dura,
la violencia ajena ¿porqué razón
del mérito merma la mesura?

Más todavía de dudar te da razón
el parecer de que las almas van a las estrellas
conforme la sentencia de Platón.

Estas son las razones que tu querer
persigue de igual manera; pero primero
trataré de la que más tiene de cruel.

De los Serafines aquel que más se endiosa,
Moisés, Samuel, y aquel Juan,
el que tomar quisieras, digo, y aún María,

no tienen en otro cielo sus sitiales
que estos espíritus que ahora viste,
ni han de permanecer más o menos años;

mas todos embellecen el primer giro,
y diferentemente gozan de dulce vida
por sentir más o menos el eterno espiro.

Aquí se mostraron, no porque sorteada
les fuera a ellos esta esfera, mas para señalar
la celestial que menor tiene subida.

Así hay que hablarle a vuestro ingenio,
ya que sólo de lo que siente aprende
lo que después crea entendimiento digno.

Por ello la Escritura condesciende
a vuestra facultad, y pies y manos
atribuye a Dios y otra cosa pretende;

y la Santa Iglesia con aspecto humano
a Gabriel y a Miguel os representa,
y al otro que a Tobías dejó sano.

Lo que el Timea de las almas argumenta
no es de la forma como aquí se ve,
pues tal como lo dice, parece que lo sienta.

Dice que el alma a su estrella retorna,
creyendo que le ha sido establecida
cuando la natura por forma la dio;

y quizá su sentencia es de otra guisa
que la voz tal vez no lo suena, y así talvez
su intención no fuera ridícula.

Si pretende devolver a estas ruedas
el honor de la influencia y el reproche, tal vez
en alguna verdad su arco acierta.

Este principio, mal entendido, desvió
ya casi a todo el mundo, de modo que a Jove,
Mercurio y Marte a invocar fueron.

La otra cuestión que te conmueve
menos veneno tiene, pues su malicia
no podría alejarte de mi a otro espacio.

Que parezca injusta nuestra justicia
a los mortales ojos, es argumento
de fe y no de herética nequicia.

Mas para que pueda vuestro discernimiento
penetrar bien esta verdad
como deseas, te dejaré contento.

Si la violencia es cuando el que padece
en nada asiste a aquel que fuerza,
no estarían estas almas excusadas;

porque la voluntad, si no quiere, no se aquieta,
mas hace como la naturaleza del fuego,
aunque mil veces una violencia lo tuerce.

Porque si ella se pliega mucho o poco,
sigue a la fuerza; y así éstas hicieron,
pudiendo retornar al santo coto.

Si hubiera sido su querer entero,
como el de Lorenzo fue sobre las barras
y como hizo Mucio con su mano severo,

así se habrían vuelto por la estrada
de donde vinieran, cuando estuvieron sueltas,
pero una voluntad tan firme es demasiado rara.

Y por estas palabras, si las recibiste
como es debido, se destruye el argumenta,
que te había molestado ya muchas veces.

Pero ahora se te atraviesa otro caso
ante los ojos, del cual por ti mismo
no te saldrías, antes te habrías cansado.

Yo por cierto en la mente te he metido
que un alma beato no podría mentir,
porque está siempre junto a la verdad primera;

y luego pudiste oír de Piccarda
que Constanza el afecto mantuvo al velo;
por lo que parece que me contradice.

Muchas veces ya, hermano, adviene
que, por huir de un peligro, contra lo grato
se hace aquello que hacer no se debe;

como Alcmeón, que, rogado
por su padre, mató a la propia madre;
por no faltar a la piedad, fue despiadado.

En este punto quiero que pienses
que la fuerza con el querer se mezcla, y obran
de modo que excusar no se pueden las ofensas.

La voluntad absoluta no consiente el daño;
mas consiente en tanto cuanto teme,
si se retrae, caer en mayor apremio.

Por eso, cuando Piccarda dijo aquello
se refirió a la voluntad absoluta, y yo
a la otra; y así ambas la verdad dijimos.

Tal fue el ondular del santo río nacido
de la fuente de donde toda verdad deriva;
así puso en calma el uno y el otro deseo mío.

¡Oh amada del primer amante, oh divina!
dije enseguida, cuyo parlar me inunda
y escalda tanto que más y más me aviva,

no es mi devoción tan profunda
que baste a devolveros gracia por gracia:
mas aquel que ve y que puede a esto responda.

Bien veo que ya nunca más se sacia
nuestro intelecto, si la verdad no lo ilustra
fuera de la cual ninguna verdad se enancha.

Aquiétase en ella, como fiera en su guarida,
en cuanto junto la tiene; y unírsele puede:
de lo contrario, todo deseo sería vano.

Nace entonces, a guisa de retoño,
al pie de la verdad, la duda; y es natura
que a la cumbre nos lleve de loma en loma.

Esto me invita, esto me asegura
con reverencia, señora, a demandaros
de otra verdad que me es oscura.

Quiero saber si el hombre puede satisfacer
los votos faltos con otros bienes,
que a vuestro criterio no sean parvos.

Beatriz me miró con ojos llenos
de chispas de amor tan divinas
que, vencida, mi virtud se vio perdida,

y casi me perdí con los ojos bajos.

El Paraíso: Canto V

Si yo te inflamo en el calor de amor
allende el modo que se ve en la tierra,
tanto que de tus ojos venzo el vigor,

no te maravilles; que ello procede
de perfecto ver que, como prende,
así en el bien prendido mueve el pie.

Bien veo como ya esplende
en tu intelecto la eterna luz,
que, vista, sola y siempre amor enciende;

y si otra cosa a vuestro amor seduce,
no es sino de aquella algún vestigio,
mal conocido, que aquí abajo trasluce.

Tú quieres saber si con otro servicio,
por voto falto, se puede obtener tanto
que proteja al alma de litigio.

Así comenzó Beatriz este canto;
y como quien su charla en dos no quiebra,
continuó así el proceso santo:

El mayor don que Dios por su largueza
hizo creando, y a su bondad
más conforme, y el que más aprecia,

fue la libertad de la voluntad;
de la cual las criaturas inteligentes,
todas y sólo ellas, fueron y están dotadas.

Ahora se te abrirá, si aquí argumentas,
el alto valor del voto, si es hecho de tal manera
que Dios consienta cuando tú consientes;

que, al afirmarse entre Dios y el hombre el pacto,
víctima se hace de este tesoro,
tal cual lo digo; y se hace con su acto.

Entonces ¿qué puede ofrecerse a cambio?
Si piensas bien usar lo que has donado,
de mal robado quieres hacer buena oferta.

Ahora estás del mayor punto cierto;
pero como la Santa Iglesia dispensa,
al parecer en contra de la verdad que te he abierto,

hay que sentarse un poco más a la mesa,
pues el rígido alimento que has tomado,
requiere aún de ayuda para absorberlo.

Abre la mente a lo que te manifiesto
y aférralo adentro; que no se hace ciencia,
sin retención de lo que se ha entendido.

Dos cosas hay necesarias a la esencia
de este sacrificio: la una es aquello
de lo que se hace; la otra es el acuerdo.

Este último nunca jamás se cancela
por no observado; y a este respecto
con precisión arriba se conversa:

pues necesario fue a los Hebreos
ofrecer siempre, aunque cuando alguna ofrenda
se permutara, como saberlo debes.

La otra, que por materia se te muestra,
puede bien ser tal, que no sea falta
si en otra materia se convierta.

Pero no trasmute la carga de sus espaldas
por su arbitrio alguien, sin la vuelta
de la llave blanca y la dorada;

y cree que toda permutación es insensata,
si la cosa dimitida en la suplente,
como el cuatro en el seis, no está encerrada.

Cualquier cosa que pese tanto
por su valor que incline la balanza,
con otro gasto no podrá satisfacerse.

No tomen los mortales el voto a chanza;
sed fieles, y al hacerlo no yerren,
como Jefté en su primera dádiva;

a quién mejor le convenía decir “Mal hice”,
que cumpliendo, hacer peor; y así estulto
juzgarás también al gran duque de los griegos,

cuando Ifigenia lloró su bello rostro,
e hizo llorar por ella a sabios y a locos
que oyeron el cumplimiento de tal culto.

Sed, cristianos, a moveros más formales:
no seáis como pluma al viento,
y no creáis que cualquier agua os lave.

Tenéis el viejo y el nuevo testamento,
y el pastor de la Iglesia que os guía:
que ello a vuestra salvación os baste.

Si mala avidez otra cosa os grita,
sed hombres, y no locas ovejas,
¡que el judío, de vosotros, entre vosotros, no se ría!

No hagáis como el cordero que la leche deja
de su madre, y simple y lascivo
consigo mismo a su placer, combate!

Así Beatriz a mi, como lo escribo;
luego volvióse deseosa toda
a aquella parte donde el mundo es más vivo.

Su callar y su mudar semblante
impuso silencio a mi voraz ingenio,
que ya nuevas cuestiones tenía delante;

y así como flecha, que la meta
alcanza antes que la cuerda muera,
así corrimos al segundo reino.

Allí a mi dama vi tan alegre,
que cuando en la luz de aquel cielo se puso,
más luciente se inflamó el planeta.

Y si mudóse y sonrió la estrella,
¡qué no me haría yo que por natura
trasmutable soy de mil maneras!

Como en pecera tranquila y pura
corren los peces a lo que cae de afuera
porque lo creen su pastura;

así más de mil vi esplendores
a nosotros viniendo, y en cada uno se oía:
¡He aquí quien acrecerá nuestros amores!

Y así como todos hacia nosotros venían,
veíanse las sombras llena de alegría
en el claro fulgor que surgía de ellas

Piensa, lector, si lo que aquí se inicia
no prosperara, cómo tendrías
de más saber angustiada carencia;

y por tí entenderás cuánto de ellos
deseaba oír yo las condiciones,
luego que a la vista me fueron manifiestos.

¡Oh bien nacido, a quien ver los tronos
del triunfo eterno la gracia otorga
antes que la militancia se abandone,

por la luz que por todo el cielo espacia
estamos encendidos; pero si aún deseas
saber más de nosotros, a tu placer te sacia.

Así por uno de aquellos espíritus píos
me fui dicho; y por Beatriz: Di, di,
con certeza, y créeles como a dioses.

Bien veo cómo te anidas
en tu propia luz, y que de tus ojos irradia,
porque corusca cuando ríes;

mas no sé quien eres ni porqué ocupas,
¡oh alma digna!, el grado de la esfera
que otros rayos a los mortales ocultan.

Esto dije yo directo a la lumbrera
que primero me había hablado; y entonces ella
volvióse aún más brillante de lo que antes era.

Así como el Sol él mismo se cela
por exceso de su luz, una vez que el calor
ha rasgado el velo de la espesa niebla,

feliz en su alegría de mí se escondió
en su rayo la figura santa;
y así encerrada, encerrada me repuso

de la manera como el siguiente canto canta.

El Paraíso: Canto VI

Luego que Constantino al águila llevó
contra el curso del cielo, y que ella fuera
tras el antiguo que tomó a Lavinia,

cien y cien años y más el ave de Dios
en el extremo de Europa se mantuvo,
junto a los montes de donde primero vino;

y a la sombra de las sagradas plumas
gobernó el mundo allí de mano en mano,
y, así pasando, llego a las mías.

César fui y soy Justiniano,
quien, por voluntad del primer amor que siento,
dentro de leyes borré lo de más y lo vano.

Y antes de estar en la obra atento,
una natura en Cristo haber, no más,
creía, y con tal fe estaba contento;

mas el bendito Agapito, que fue
sumo pastor, a la fe sincera
con sus palabras me condujo.

Yo le creí; y lo que en su fe había,
ahora claro lo veo, así como tu ves
en toda contradicción falso y verdadero.

Así que con la Iglesia acomodé mis pasos,
a Dios por gracia plugo el inspirarme
el alto oficio, y a él entero me entregué;

y a mi Belisar encomendé las armas,
a quien la derecha del cielo fue tan conjunta,
que señal fue que debía aquietarme.

Pues bien, a la cuestión primera apunta
mi respuesta; pero su condición
me obliga a continuarla con alguna nota,

para que veas con cuánta razón
se obra contra el sacrosanto signo
quien de él se apropia y quien a él se opone.

Mira cuánta virtud lo ha hecho digno
de reverencia; a comenzar de la hora
en que Palanto murió por darle el reino.

Tu sabes que puso en Alba su morada
por trescientos y más años, hasta el fin
cuando tres con tres por él pelearon;

y sabes lo que hizo desde el daño a las Sabinas
hasta el dolor de Lucrecia en siete reyes,
venciendo en torno a las vecinas gentes.

Sabes lo que hizo conducido por los egregios
Romanos en contra de Brenno, en contra de Pirro,
en contra de otros príncipes y colegios;

de donde Torcuato y Quintio, el que de los rizos
mal cuidados fue apodado, los Decios y los Fabios
obtuvieron fama que de buen grado admiro.

Él abatió el orgullo de los Árabes
que detrás de Aníbal sobrepasaron
las alpestres rocas, ¡oh Po!, de las que brotas.

Bajo su sombra, jóvenes triunfaron
Escipión y Pompeyo; y a aquellas colinas
bajo las que tú naciste pareció amargo.

Luego, próximo el tiempo cuando todo el cielo quiso
reducir el mundo a su modo sereno,
César por voluntad de Roma tomó el signo:

y lo que hizo desde el Var hasta el Rin,
lo vió Isère y el Loira y lo vió el Sena
y cada valle de donde el Ródano se llena.

Lo que hizo después que salió de Rávena
y cruzó el Rubicón, tuvo tal vuelo,
que no podrían seguirlo ni la pluma ni la lengua.

Hacia España dirigió sus tropas,
luego a Durazzo, y a Farsalia hirió
tanto que hasta el ardiente Nilo se sintió el dolor.

Antandro y el Simois, a donde vino,
revió, y el lugar donde Héctor reposa;
y el mal fue para Tolomeo, y luego se alejó.

De allí como un rayo cayó sobre Juba;
y luego volvióse a vuestro occidente,
a donde oía a la pompeyana tuba.

Lo que hizo con el siguiente portador,
Bruto con Casio en el Infierno lo ladran,
y a Módena y Perusa dejó dolientes;

llora todavía la triste Cleopatra,
que, ante él huyendo, del áspid
recibió la muerte súbita y áspera.

Con él corrió aún hasta la roja orilla;
con él al mundo puso en tanta paz,
que de Jano el templo fue cerrado.

Mas lo que el signo que hablar me hace
había hecho antes y habría en el futuro
por el reino mortal que a él subyace,

resulta en apariencia poco y oscuro,
si en manos del tercer César se lo mira
con ojo claro y con afecto puro;

porque la viva justicia que me inspira,
le concedió, en manos de aquel que digo,
la gloria de cumplir la venganza de su ira.

Aquí pues admírate de lo que te repito:
que con Tito corrió luego a cobrar venganza
de la venganza del pecado antiguo;

y cuando el diente longobardo mordió
a la Santa Iglesia, bajo sus alas
Carlomagno, venciendo, la auxilió.

Ahora puedes juzgar a aquellos tales
que yo acusé antes y a sus faltas,
que son la causa de todos vuestros males.

Uno al público signo los lirios áureos
opone, el otro lo usurpa en pro de su parte,
y duro es saber quién es el que más falta.

Obren los gibelinos, obren su arte
bajo otro signo; que mal lo sigue
siempre quien de la justicia lo aparta;

y que no lo abata este Carlos nuevo
con sus güelfos; mas tema las garras
que arrancaron a más alto león el vello.

Ya muchas veces lloraron los hijos
por la culpa del padre, y no se crea
que Dios trasmute las armos por sus lirios!

Esta pequeña estrella se viste
de buenos espíritus, que han sido activos
para que honor y fama le suceda:

mas cuando en ello se alzan sus deseos,
desviándose, fatal es que los rayos
del vero amor de lo alto sean menos vivos.

Pero en la concordia de nuestros gajes
y méritos está en parte nuestra dicha,
que no los vemos ni mayores ni menos.

Por donde dulcifica la viva justicia
nuestro afecto tanto, que ya nunca puede
torcerse hacia ninguna nequicia.

Diversas voces dan dulces cantos;
así diversos grados en nuestra vida
en estas ruedas dan dulce armonía;

y dentro de la presente margarita
luce la luz de Romeo, cuya obra
grande y bella fue mal agradecida.

Mas los Provenzales que en su contra obraron
ya no ríen; porque mal camina
quien daño toma del bien obrar ajeno.

Cuatro hijas tuvo, y cada una reina,
Raimundo Berenguer, y éso lo hizo
Romeo, persona humilde y peregrina.

Mas luego palabras de envidia lo llevaron
a pedir cuentas a este justo,
que le dio siete y cinco por diez,

por lo que partirse tuvo pobre y vetusto:
Y si supiera el mundo el corazón que tuvo,
cómo mendrugo a mendrugo mendigó su vida,

aunque mucho lo alaba, aún más lo alabaría.

El Paraíso: Canto VII

¡Ossana, sanctus Deus sabaoth,
superillustrans claritate tua
felices ignes horum malacoth!

Entonces, retornando a sí con la melodía,
vi cantar a esa sustancia,
sobre la que una doble luz se aduna:

y ella y las otras moviéronse a su danza,
y como velocísimas centellas
se velaron en la súbita distancia.

Yo dudaba y decía: ¡Dile, dile,
entre mi, dile, decía, a mi dama
que mi sed aplaque con el dulce estilo!;

mas aquella reverencia que se apodera
de mi entero por el sólo Bea o el sólo triz,
me prosternaba como si me durmiera.

Poco me soportó la tal Beatriz,
y comenzó, radiándome una sonrisa
tal, que en el fuego me haría feliz:

Según mi parecer infalible,
cómo una justa venganza justamente
se castiga, se te ha metido en la frente:

mas yo te resolveré pronto la mente:
y tú escucha, porque mis palabras
de una gran verdad te harán presente.

Por no sufrir a la virtud que quiere
ponerle un útil freno, el hombre que no nació,
condenándose, condenó a toda su prole;

y así la humana especia enferma yació
muchos siglos abatida en grande error,
hasta que al Verbo de Dios descender plugo

y a la natura, que de su hacedor
se había alejado, unió a sí en persona,
con el solo acto de su eterno amor.

Ahora álzate a lo que ahora se razona.
Esta natura a su hacedor unida,
cuando fue creada, fue sincera y buena;

mas por sí misma fue expulsada
del paraíso, pues se torció
de la vía de la verdad y de su vida.

La pena pues que la cruz impuso,
si por la asumida natura se juzga,
ninguna otra hubo que fuera más justa;

pero ninguna cometió más injuria,
respecto de la persona que sufría,
con la que estaba unida tal natura.

Así pues de un hecho diversas cosas surgieron:
que a Dios y a los Judíos plugo una muerte;
por él tembló la tierra y los cielos se abrieron.

Ya más no debe parecerte por demás fuerte
cuando se dice que una justa venganza
fue luego vengada por una justa corte.

Mas veo yo ahora tu mente encerrada
de pensar en pensar dentro en un nudo.
del cual con gran deseo librarse espera.

Te dices: Discierno bien lo que oigo;
mas porqué Dios quiso, se me oculta,
para nuestra redención sólo este modo.

Este decreto, hermano, está bien oculto
a los ojos de todo aquel a cuyo ingenio
la llama del amor no ha hecho adulto.

Pero en verdad, como a este signo
mucho se mira y poco se discierne,
diré porqué tal modo fue el más digno.

La divina bondad, que de sí desprecia
toda envidia, ardiendo en sí, destella
tanto que derrama las bellezas eternas.

Lo que ella sin intermedio crea
no termina nunca, porque no se mueve
su impronta cuando ella sella.

Lo que de ella sin intermedio llueve
libre es por completo, porque no subyace
a la virtud de las cosas nuevas.

Más le es conforme, entonces más le place;
porque el ardor santo, que a toda cosa irradia,
en lo más semejante es más vivaz.

De todas estas donaciones disfruta
la humana criatura, y, si una falla,
de su nobleza es necesario que caiga.

Sólo el pecado la libertad le quita
y la semejanza con el sumo bien,
porque de su luz poco se aclara;

y a su dignidad nunca más vuelve,
si no llena, el vacío de la culpa,
contra mal placer, con justas penas.

Vuestra naturaleza, cuando pecó toda
en su simiente, de esta dignidad,
como del paraíso, quedó remota;

ni recobrarse podría, si tu analizas
bien sutilmente, por alguna vía,
sin pasar por alguno de estos dos vados:

o que Dios solo por su cortesía
perdonado hubiese, o que el hombre
por sí mismo hubiera redimido su locura.

Clava ahora le ojo dentro del abismo
del eterno consejo, cuanto puedas
en mi parlar estrechamente fijo.

No podía el hombre en sus términos
satisfacer jamás, por no poder abatirse
con humildad obedeciendo luego,

cuanto desobedeciendo quiso exaltarse;
y esta es la razón por la que el hombre fue
de poder satisfacer por sí mismo privado.

Era preciso pues que Dios por sus vías
reparara al hombre a su vida entera,
digo por una, o en verdad por ambas vías.

Mas como la obra es tanto más agradable
al obrero, cuanto más representa
la bondad del corazón de donde ha salido,

la divina bondad que al mundo impronta,
con proceder por todas sus vías,
para llevaros arriba, se satisfizo.

Ni entre la última noche y el primer día
tan alto y magnífico proceso,
sea por una o por otra, no hubo ni habría;

que más generoso fue Dios al darse a sí mismo,
para capacitar al hombre a levantarse,
que si él lo hubiera sólo por sí dimitido;

y todos los otros modos eran mancos
a la justicia, si el Hijo de Dios
no se hubiera humillado encarnando.

Ahora pues, para cumplir bien todo tu deseo,
retrocedo a aclararte algún punto,
para que veas las cosas como yo las veo.

Tu dices: Veo el agua, veo el fuego,
el aire y la tierra y todas sus mixturas,
que se corrompen y duran poco;

y estas cosas también son criaturas;
porque, si lo que ha sido dicho es verdadero,
deberían estar libres de corrupción seguras.

Los ángeles, hermano, y el país sincero
donde te encuentras, se pueden decir creados,
como por cierto lo son, en su ser entero;

mas los elementos que has nombrado,
y las cosas que con ellos se hacen,
de creada virtud son conformados.

Creada fue la materia que tienen;
creada fue la virtud informante
de estas estrellas que entorno les van.

El alma de todo bruto y la de las plantas
de la complexión potencial la saca
el rayo y el movimiento de las luces santas;

mas vuestra vida sin intermedio espira
la suma benignidad, y la enamora
de sí tanto que luego siempre la desea.

Y de aquí puedes argumentar todavía
de vuestra resurrección, si repiensas
cómo la humana carne fue creada entonces

cuando los primeros padres ambos lo fueron.

El Paraíso: Canto VIII

Solía creer el mundo en su peligro
que la bella Chipriota loco amor
irradiase, girando en su tercer epiciclo;

pues no sólo honor le daban
de sacrificio y de votivo grito
la gente antigua en el antiguo error;

mas a Dione adoraban y a Cupido,
a ella por madre suya, y a este por hijo,
de quien decían que sedía en el seno de Dido;

y de ella de la cual principio tomo
tomaban el nombre de la estrella
que ya de nuca el Sol admira, ya de cejas.

No me di cuenta de haber subido a ella;
pero de estar dentro me dio certera fe
mi dama, cuando la vi tornarse más bella.

Y como se ve una chispa en la llama,
y como entre voces una voz se discierne,
cuando una se queda y otra va y vuelve,

así vi yo en esa luz otras lumbreras
moverse en giro más o menos corriendo,
a la medida, creo, de su visión interna.

De fría nube no descendieron vientos,
visibles o no, tan impetuosos,
que no parecieran torpes o lentos

a quien hubiera visto estas lumbres divinas
venir a nosotros, dejando el giro
comenzado antes en los altos Serafines.

Y entre los que más delante se vieron
sonaba un tal Hosanna que luego
de reoírlo nunca decayó mi deseo.

Entonces se nos acercó uno de ellos
y empezó a decir: Todos estamos prestos
a tu placer, para que de nosotros goces.

Nosotros giramos con los príncipes celestes
con el giro, y el girar y con la sed,
de quienes tú en el mundo ya dijiste:

Vos que entendiendo movéis el tercer cielo;
y estamos tan de amor llenos que, por placerte,
no nos será menos dulce un poco detenernos.

Luego que mis ojos se ofrecieron
a mi dama reverentes, y ella
de ella los dejó contentos y ciertos,

volviéronse a la luz que ofrecido
tanto se había, y, ¡Ea!, ¿quién eres? salió
mi voz de mucho afecto empapada.

¡Y con cuánta y cuál mayor luz la vi
por la alegría nueva que incrementaba,
cuando le hablé, sus previas alegrías!

Así adornada me dijo: El mundo abajo
poco tiempo me tuvo; que si más hubiera estado
mucho del mal que será, no hubiera sido.

Mi alegría me guarda velado
pues me irradia entorno y me esconde
como animal en su capullo estrechado.

Mucho me amaste, y tuviste bien de donde;
que si allá abajo estuviera, te mostraría,
de mi amor mucho más allá de la fronda.

Aquella izquierda orilla que lava
el Ródano, luego de unirse al Sorgues,
por su señor a su tiempo me esperaba,

y aquel cuerno de Ausonia que comprende
a Bari, Gaeta, y Crotona,
donde el Tronto y el Verde en el mar se vierten.

Fúlgeme ya en la frente la corona
de aquella tierra que el Danubio riega
luego que las cuestas germanas abandona.

Y la bella Trinacria, que se cubre de niebla
entre Paquino y Peloro, sobre el golfo
que recibe del Euro mayor querella,

no por Tifeo mas por el naciente súlfur
serían aún esperados sus reyes
mis nacidos de Carlos y de Rodolfo,

si la mala señoría, que siempre aflige
a los pueblos sometidos, no hubiese
movido a Palermo a gritar ¡Muera, muera!

Y si mi hermano esto anteviera
de la avara pobreza de Cataluña
ya huiría, para que no le ofendiera;

pues en verdad hay que proveer
por él, o por otro, de modo que su barca
cargada, de más carga no se imponga.

Su índole, que de generosa a parca
descendió, habría menester de tal milicia
que no cuidara de llenar arcas.

Sin embargo creo que la gran alegría
que tu palabra me infunde, señor mío,
donde todo bien termina y se inicia,

tú la ves como yo la veo,
grata me es más; y aún esto me es caro
que la disciernes remirando a Dios.

Feliz me has hecho, y ahora hazme claro,
porque, hablando, a dudar me has movido,
cómo salir puede de simiente dulce lo amargo.

Así le dije, y él a mí: Si puedo
mostrarte una verdad, a lo que tu demandas
tendrás el rostro como tienes el dorso.

El bien que a todo el reino que tú transitas
gira y contenta, transforma en virtud
su providencia en estos cuerpos grandes.

Y no sólo las naturalezas provistas
están en la mente que de sí es perfecta,
más también ellas mismas y su salud:

porque todo lo que este arco saeta
dispuesto cae a un provisto fin,
como corre a su blanco la flecha.

Si así no fuese, el cielo que tú caminas
produciría ciertamente sus efectos,
que no serían artes, sino ruinas;

lo que es imposible, si los intelectos
que mueven estas estrellas no son mancos,
ni manco el primero, que no los hizo perfectos.

¿Quieres que esta verdad más se te aclare?
Y yo: No ya; porque imposible veo
que la naturaleza, en lo necesario, se canse.

Por donde él: Ahora dime; ¿sería peor
para el hombre en la tierra no ser civil?
Sí, respondí; aquí razón no requiero.

¿Y puede serlo, si allá no se vive
diversamente por diversos oficios?
No, si vuestro maestro bien lo escribe.

Así vino deduciendo hasta aquí;
después concluyó: Por tanto han de ser
diversas de vuestros actos las raíces:

porque uno nace Solón y otro Jerjes,
otro Melquisedec y otro aquel
que, por el aire volando, perdió al hijo.

La circular naturaleza, que es sello
de la cera mortal, hace bien su arte,
mas no distingue uno del otro aposento.

Así ocurre que Esaú se aparta
del semen de Jacob; y viene Quirino
de tan vil padre, que se rinde a Marte.

La natura engendrada su camino
símil haría siempre al generante,
si no venciera el proveer divino.

Ahora lo que detrás te estaba, te está adelante:
pero para que sepas que me ayudas,
un corolario quiero que te amante:

Siempre la natura, si fortuna halla
discordante, como toda otra simiente
fuera de su patria, da mal resultado.

Y si el mundo de allá bajo parase mientes
al fundamento que la natura pone,
siguiéndolo, habría buena gente.

Mas vosotros torcéis a religión
a quien nacido era para ceñir la espada,
y hacéis rey a quien lo era para sermones:

por donde vuestras huellas van fuera de estrada.

El Paraíso: Canto IX

Después que tu Carlos, bella Clemencia,
me hubo esclarecido, me contó los engaños
que recibir debía su simiente;

me dijo: Calla y deja correr los años;
más no puedo decir sino que un llanto
justo vendrá detrás de vuestros daños.

Y ya la vida de aquel luminar santo
tornado se había al Sol que la colma,
como a aquel bien que a toda cosa es tanto.

¡Ay almas engañadas y hechuras impías,
que de semejante bien torcéis el alma,
llevando a vanidad vuestras mentes!

Y entonces otro de aquellos esplendores
vino a mi, y su deseo de placerme
demostraba en su brillar defuera.

Los ojos de Beatriz que estaban firmes
en mi, como antes, con amable asenso
a mi deseo certificado dieron.

¡Ven, pon a mi deseo pronta recompensa,
beato espíritu, dije, y dame prueba
de que pueda en ti reflejar lo que yo pienso!

Entonces la luz, que aún me era nueva,
de su profundo, donde antes cantaba,
siguió como a quien el bien hacer presta:

En aquella parte de la tierra prava
itálica, que está entre Rialto
y las fuentes de Brenta y de Piava,

se alza un cerro, que no surge muy alto,
de donde otrora descendió una llama
que causó gran desastre en la comarca.

De una raíz nacimos yo y ella:
Cunizza fui llamada, y aquí refuljo
porque me venció la luz de esta estrella.

Mas alegremente a mi misma indulgo
la razón de mi suerte, y no me pesa;
lo que duro quizá pareciera a vuestro vulgo.

De esta espléndida y clara joya
de nuestro cielo, que más me es propincua,
gran fama quedó; y antes que muera,

de esta centuria pasarán otras cinco:
¡Mira cómo debe hacerse el hombre excelente,
para que otra vida confiera la primera!

En ello no piensa la turba presente
que el Tagliamento y el Ádige encierran,
que ni azotada tampoco se arrepiente;

mas pronto será que Padua de la laguna
mudará el agua que a Vincenza baña,
por ser a su deber las gentes crudas;

y donde el Sile y el Cagnano se acompañan,
hay quien señorea y va con testa alta,
cuando ya por atraparlo montan la trampa.

Llorará Feltro aún la falta
de su impío pastor, que será aberración
tal, como ninguna igual jamás hubo en Malta.

Demasiado grade sería la artesa
que contuviera la sangre ferrarense,
y cansado quien la pesase de onza en onza,

que derramará este gentil preste
por mostrarse del partido; y tales ofrendas
son conformes al vivir de la comarca.

Arriba hay espejos, que vos llamáis Tronos,
de donde refulge en nosotros Dios juzgante;
así que tenemos por buenas nuestras palabras.

Aquí se calló; y diome semblante
de haberse vuelto a otra cosa, pues en la rueda
se puso en la que había estado antes.

La otra alegría, que me era ya conocida
como cara persona, se me ofreció a la vista
como fino rubí en el que el Sol destella.

El gozar allí arriba fulgor concede
como aquí la risa; mas abajo se oscurece
la sombra, a medida que la mente se contrista.

Dios todo lo ve, y tu mirar en él se interna,
dije yo, ¡oh beato espíritu!, de modo que ningún
deseo de si a ti puede quedar oculto.

Tu voz pues que divierte siempre al cielo
con el canto de aquellas llamas pías
que de seis alas se han hecho túnica,

¿porqué no satisface mis deseos?
Ciertamente no esperaría yo tu pregunta
si te viese en mi como tú en mi te metes.

El mayor valle en donde el agua se expande,
comenzaron entonces sus palabras,
de aquel mar que la tierra enguirnalda,

entre opuestas riberas, contra el Sol
tanto se extiende que es meridiano
allá donde antes era horizonte el Sol.

De aquel valle ribereño fui yo,
entre Ebro y Macra, que por breve espacio
separa del Toscano al Genovés.

Igual ocaso casi e igual orto
tiene Bugía y la tierra de donde yo era,
que con su sangre ya entibió el puerto.

Folco me llamó aquella gente de quienes
conocido fue mi nombre; y este cielo
de mi se impronta, como yo lo fui de él;

que más no ardió la hija de Belo,
fastidiando a Siqueo y a Creusa,
que yo, mientras lo consistió el pelo;

ni aquella Rodopea que desilusionada
fue por Demofonte, ni Alcides
que a Yole en el pecho tuvo reclusa.

Mas aquí nadie se arrepiente, antes se ríe,
no de la culpa, que a la mente no torna,
mas del valor que ordenó y proveyó.

Aquí se contempla al arte que adorna
con tanto afecto, y disciérnese el bien
por el que el mundo de arriba al de abajo entorna.

Mas para que te lleves todos tus deseos
plenos, nacidos en esta esfera,
extenderme un poco más me concierne.

Quieres saber quién está en esta lumbre,
que aquí junto a mi de esta forma reverbera
como rayo de Sol en agua pura.

Ahora sabe que allá adentro tan tranquila
está Raab, y a nuestro orden conjunta,
que por ella en superior grado se ilumina.

En este cielo, en el cual la sombra apunta
de vuestro mundo, antes que a otra alma
por el triunfo de Cristo fue asunta.

Bien corresponde dejarla por palma
en algún cielo de la alta victoria
que fue ganada con una y otra palma:

porque ella favoreció la primera gloria
de Josué en Tierra Santa,
que poco toca al Papa la memoria.

Tu ciudad, que de aquel es planta
que primero volvió la espalda a su hacedor
y cuya es la envidia tan llorada,

produce y expande la maldita flor
que ha desviado a ovejas y a borregos,
porque ha hecho un lobo del pastor.

Por ello el Evangelio y los doctores magnos
son desechados, y sólo las Decretales
se estudian, que así se ve por los márgenes.

Preocupa ésto a papas y cardenales:
no van sus pensamientos a Nazaret,
allí donde Gabriel abrió las alas.

Pero el Vaticano y las otras partes selectas
de Roma que han venido a ser cementerio
de la milicia que siguió a Pedro,

pronto se verán libres del adulterio.

El Paraíso: Canto X

Mirando en su Hijo con el Amor
que uno en el otro eternamente espira,
el primer e inefable Valor,

cuanto por mente y espacio gira
con tal orden hizo, que estar no puede
sin gustar de ello quien lo mira.

Alza entonces, lector, a las altas ruedas
conmigo la vista, derecho a aquella parte
donde un movimiento al otro encuentra;

y comienza allí a admirar la obra de arte
de aquel maestro que dentro de sí la ama,
tanto que nunca de ella el ojo aparta.

Mira cómo de allí se derrama
el oblicuo cerco que a los planetas porta,
para satisfacer al mundo que los llama:

pues si la senda de ellos no fuera tuerta,
mucha virtud del cielo sería en vano,
y casi toda potencia de aquí abajo muerta:

y si del recto giro más o menos lejano
se apartase, vendría a ser muy manco
arriba y abajo el orden mundano.

Ahora pues quédate, lector, en tu banco,
ocupado pensando lo que aquí se preliba,
si quieres ser asaz feliz antes que exhausto.

Te lo he puesto delante: ya por ti mismo come;
que reclama para sí todo mi cuidado
la materia de la que me han hecho escriba.

El ministro mayor de la natura
que del valor del cielo el mundo impronta
y el tiempo con su luz mensura,

a la parte que arriba se recuerda
unido, giraba por las espiras
por las que más pronto se presenta siempre;

y yo estaba con él; mas del subir
no me di cuenta, sino como uno se da cuenta
en llegando un pensamiento, de su venida.

Es Beatriz la que así conduce
de bien en mejor tan súbitamente,
que su obrar en el tiempo no transcurre.

¡Cuánto debía ser por sí luciente
lo que había dentro del Sol donde yo entréme,
no por el color, mas por la luz patente!

Por más que yo al ingenio, al arte y al uso clame,
aún así no lo diría, ni nadie se lo imaginara;
mas creerse puede, y que de verlo se brame.

Y si nuestras fantasías son bajas
ante tanta excelencia, no es maravilla,
que al Sol no hubo ojo que mirase.

Tal era aquí la cuarta familia
del alto Padre, que siempre la sacia,
mostrándole cómo espira y cómo ahija.

Y comenzó Beatriz: Rinde gracias,
rinde gracias al Sol de los ángeles, que a este
sensible te ha elevado por su gracia.

Corazón mortal no hubo nunca jamás tan dispuesto
a enfervorizarse y rendirse a Dios
con toda gratitud tan presto,

como ante aquellas palabras me hice yo;
y así todo mi amor en él se puso
que a Beatriz eclipsó en el olvido.

No le desagradó, mas sonrióse tanto.
que al esplendor de sus ojos rientes
mi mente unida en más cosas dividióse.

Vi yo más fulgores vivos y triunfantes
que de nos hicieron centro y de ellos corona,
más dulces en la voz que en el aspecto lucientes;

así tan ceñida de un cerco a la hija de Latona
vemos a veces, cuando el aire está preñado,
que retiene el hilo que su cintura forma.

En la corte del cielo, de la cual regreso,
hay muchas joyas preciosas y bellas
tales que hallarlas no se puede fuera del reino;

y el canto de aquellas luces era una de ellas;
quien no se arme alas para que allí vuele,
que espere recibir del mudo las nuevas.

Luego, así cantando, aquellos ardientes soles
comenzaron a girarnos en torno tres veces,
como estrellas vecinas de fijos polos,

los vi como a las damas, que sin dejar el baile,
se detienen calladas, en espera y escuchando
hasta comprender cuál es la nueva danza.

Y allí adentro sentí a uno comenzar: Cuando
el rayo de la gracia, del que se enciende
el veraz amor que luego crece amando,

multiplicado en ti tanto esplende,
que te conduce por aquella escala
de la cual sin resubir nadie desciende,

como quien te negase el vino de su redoma
a tu sed, en libertad no estaría
si no como agua que en la mar no desemboca.

Quieres saber tú de cual planta florece
esta guirnalda que en torno explora
la bella dama que al cielo te conforta.

Yo fui de los corderos de la santa grey
que Domingo lleva por la senda
que al que no desvaría mucho enriquece.

Este que a mi derecha me es más vecino,
fue hermano y maestro mío, y Alberto
es de Colonia, y yo Tomás de Aquino.

Si de todos los demás quieres estar cierto,
tras mis palabras vuelve la vista
entorno de la diadema bendita.

Aquella otra flámula brota de la risa
de Graciano, que al uno y al otro foro
ayudó tanto que al paraíso place.

El otro que luego adorna nuestro coro,
aquel Pedro fue, que con la pobrecilla
ofreció a la Santa Iglesia su tesoro.

La quinta luz, que es entre nosotros más bella,
espira tal amor, que todo el mundo
allá abajo tiene sed de sus nuevas:

dentro se halla la mente donde tan profundo
saber fue metido, que si lo cierto es cierto,
a tanto ver no surgió jamás segundo.

Después mira la luz de aquel cirio
que abajo, en carne, muy adentro miró
de la angélica natura y del ministerio.

En la otra pequeñita luz sonríe
aquel abogado de los cristianos tiempos,
de cuyos latines Agustín se enriqueció.

Ahora bien, si dejas que el ojo de la mente
de luz en luz, vaya siguiendo mis alabanzas,
debes ya quedar con sed de la octava.

De ver el sumo bien mucho se recrea
el alma santa, que el mundo falaz
manifiesta a quien a ella bien escucha;

el cuerpo del que fue separada yace
allá en Cielo de Oro; y del martirio
y del exilio a esta paz vino.

Mira además flamear al espíritu ardiente
de Isidoro, de Beda y de Ricardo
quien a considerar fue más que hombre.

Este de donde a mi retorna tu mirada,
es la luz de un espíritu que en pensares
graves a morir le pareció venir tarde;

esa es la luz eterna de Siger,
quien, enseñando en la calle de las Pajas,
silogizó envidiadas verdades.

De allí, como reloj que llama
en la hora en que la esposa de Dios surge
a cantar maitines al esposo porque lo ama,

cuya una parte a la otra mueve y urge,
tin tin sonando con tan dulce canto
que al buen espíritu de amor agranda;

así vi yo moverse a la gloriosa rueda
y pasar una voz a otra voz en armonía
y en dulzura que música así haber no puede

sino allá donde perpetua es la dicha.

El Paraíso: Canto XI

¡Oh insensato afán de los mortales,
cuán defectuosos son los silogismos
que os llevan a batir tan bajo las alas!

Quien tras de iura, y quien de aforismos
marcha, y quien siguiendo el sacerdocio,
y quien a reinar por fuerza o sofismas,

y quien a robar, y quien en civil negocio,
y quien en placer de la carne envuelto
se fatiga y quien se da al ocio,

cuando, de todas estas cosas libre,
con Beatriz me hallaba allá en el cielo
tan gloriosamente acogido.

Luego de cada uno volviera al punto
del giro en el que antes era,
se detuvieron, como vela en candelero.

Y oí de adentro de esa lumbrera
que antes me había hablado, sonriendo
comenzar, haciéndose más pura:

Así como yo de su rayo esplendo.
así, contemplando en la luz eterna,
tus pensamientos, donde nacen, aprendo.

Tú dudas, y quieres que se reiteren
en tan abierta y tan clara lengua
mis dichos, que a tu sentir se declaren,

donde antes dije: “Mucho enriquece”
y allá donde dije: “No surgió segundo”;
y aquí es menester que bien se distinga.

La providencia, que gobierna el mundo
con aquel consejo donde todo mirar
creado se pierde antes de llegar al fondo,

a fin de que fuera hacia su amado
la esposa de quien con altas voces
la desposó con su sangre bendita,

segura en si y en él aún mas confiada.
dos príncipes ordenó en su ayuda,
que de una y otra forma le fuesen guía.

Uno seráfico fue en el ardor;
el otro por sapiencia fue en la tierra
de querúbica luz un resplandor.

De uno hablaré, porque de ambos
se habla apreciando a uno, cualquiera sea,
porque a un mismo fin sus obras eran.

Entre el Tupino y el agua que desciende
del cerro que escogió el beato Ubaldo,
una fértil ladera del alto monte pende,

donde Perusa siente frío y calor
por Porta Sole; y de atrás le llora
bajo pesado yugo Nocera y Gualdo.

De esta cuesta, allá donde abandona
más su rudeza, nació al mundo un sol,
como asoma a veces el del Ganges.

Sin embargo quien de ese lugar hable
no diga Asís, que quedaría corto,
mas Oriente, si con propiedad quiere.

No era aún muy lejano su orto,
que comenzó a dejar sentir a la tierra
de su gran virtud algún consuelo;

pues por tal dama, aun joven, guerra
con su padre tuvo, a la cual, como a la muerte,
la puerta del placer nadie descierra;

y delante de su espiritual corte
et coram patre se unió con ella;
y luego de día en día la amó con más fuerza.

Ella, privada del primer marido,
mil cien años y más, despreciada y oscura
hasta llegar éste vivió sin convite;

ni le valió oír que la encontró segura
con Amiclas, al son de su voz,
aquel que a todo el mundo metió en pavura;

ni le valió ser constante y bravía,
tanto que, mientras al pie quedó Maria,
ella con Cristo subió a la cruz.

Mas por no ser demasiado oscuro,
a Francisco y Pobreza por los amantes
desde ya entiende en mi parlar difuso.

Su concordia y alegres semblantes,
amor y maravilla y dulce mirada
fueron razón de pensamientos santos;

tanto que el venerable Bernardo
se descalzó primero, y tras tanta paz
corrió, y, corriendo, le pareció ser tardo.

¡Oh ignota riqueza! ¡Oh bien ferace!
Descálzase Egidio, y también Silvestre,
tras el esposo, tanto la esposa place.

De allí partió, padre y maestro
con su dama y con la familia
que ya ceñía el cordón humilde.

Vileza de corazón no le inclinó la frente,
por ser hijo de Pedro Bernardone,
ni por verse despreciable a maravilla;

mas regiamente su dura intención
manifestó a Inocencio, y de él obtuvo
el primer sello de su religión.

Luego que la gente pobrecilla creciera
detrás suyo, cuya admirable vida
mejor en la gloria del cielo se cantara,

de segunda corona redimida
fue por Honorio del Eterno Soplo
la santa voluntad de este archimandrita.

Y luego que, por sed de martirio,
en presencia del Sultán soberbia
predicó a Cristo con quienes le siguieron,

y por hallar a convertirse acerba
por demás la gente, por no estar en vano,
volvióse al fruto de la ítala hierba,

en el áspera piedra entre Tíber y Arno
de Cristo recibió el último sello,
que sus miembros dos años portaron.

Cuando a aquel que a tanto bien lo había elegido,
plugo llevarlo arriba a la merced
que ganó por hacerse diminuto,

a sus hermanos, como a herederos justos,
recomendó su dama más querida,
y mandó que la amaran fielmente;

y de su regazo el alma preclara
salirse quiso, regresando a su reino,
y otras andas para su cuerpo no quiso.

Piensa ahora cual fue aquel que digno
su colega fue en mantener la barca
de Pedro en alta mar por recta senda:

y este fue nuestro patriarca;
pues, quien lo sigue, como él comanda,
discernir puede que buenas mercancías carga.

Mas su rebaño de nueva pitanza
se ha hecho tan goloso, que ser no puede
que por varias selvas no se expanda;

y cuando sus pécoras lejanas
y vagabundas más van tras tales pastos,
más tornan al aprisco de leche faltas.

Bien que existen las que temen el daño
y al pastor se apretujan; mas son tan pocas,
que para sus capas basta poco paño.

Pues bien, si mis palabras no son flojas
y si tu audiencia ha estado atenta,
si lo que fue dicho en la mente revocas,

que en parte tu esperanza quede contenta,
porque verás donde la planta se desgaja,
y verás la corrección que argumenta:

”que al que no desvaría mucho enriquece”.

El Paraíso: Canto XII

Tan pronto como su última palabra
dijera la bendita llama,
a rodar comenzó la santa muela;

y en su giro no giró entera
antes que otra rueda la cercara;
y moción y canto a moción y canto unióse;

canto que tanto vence a nuestras musas,
nuestras sirenas, en esas dulces tubas,
cuanto un primer resplandor a su reflejo.

Como entre tiernas nubes aparecen
dos arcos paralelos en color iguales,
cuando Juno a su sierva envía,

y nace del de adentro el de afuera,
a guisa de la voz de aquella amante
consumida de amor como del Sol vapores;

y que son presagios para el hombre,
por el pacto que Dios con Noé puso,
de que el mundo nunca más inundaría;

así de aquellas sempiternas rosas
nos giraron en torno ambas guirnaldas,
y así la externa a la interna respondía.

Después que el tripudio y la otra fiesta grande,
tanto el canto como el inflamarse
luz con luz gozosas y mansas,

simultáneas y unánimes cesaron,
como los ojos que del placer movidos
fatalmente juntos se cierran y se abren;

del centro de una de las luces nuevas
salió una voz, que como brújula a la estrella
así me hizo volverme a su donde,

y comenzó: El amor que me hace bella
me lleva a razonar del otro jefe
por quien del mío tan bien se conversa.

Digno es que, donde está uno, el otro se induzca,
de modo que, así como juntos militaron,
así su mutua gloria juntos luzca.

El ejército de Cristo, que tan caro
costó rearmarlo, tras la insignia
se movía tardo, receloso y raro,

cuando el emperador que siempre reina,
proveyó a la milicia, de destino incierto,
por su sola gracia, no por ser digna;

y como se dijo, a su esposa socorrió
con dos campeones, a cuyo decir y hacer
el pueblo desviado congregóse.

En aquella parte donde surge a abrir
el dulce Céfiro las nuevas frondas
de las que Europa se reviste,

no muy lejos del batir de ondas
tras la cuales, fatigado el Sol
suele que de los hombres se esconda,

se asienta la afortunada Calahorra;
bajo la protección del gran escudo
del león que subyuga y es subyugado.

Allí nació el amoroso amante
de la fe cristiana, el santo atleta
benigno a los suyos y con los enemigos duro;

y así que fue creada y fue repleta
tanto su mente de virtud viva,
que ya en la madre, la hizo profeta.

Luego que los esponsales se cumplieron
en la sagrada pila entre él y la fe
donde de mutua salud se dotaron,

la mujer que dio por él asentimiento,
vio en el sueño el admirable fruto
que salir debía de él y de sus herederos.

Y para que se viera lo que era,
movióse el espíritu a nombrarlo
con el posesivo de quien entero era:

Domingo fue llamado: y de él hablo
como del agrícola que Cristo
eligió para ayuda de su huerto.

Bien se mostró enviado y familiar de Cristo;
porque el primer amor que en él fue manifiesto,
fue del primer consejo que dio Cristo.

Muchas veces fue, velando en silencio,
hallado en tierra por su niñera,
como si dijera: “He venido para esto”.

¡Oh padre suyo verdaderamente Félix!
¡Oh madre suya verdaderamente Juana,
si como corresponde se lo interpreta!

No por el mundo, por el que muchos se afanan
tras el Ostiense y tras Tadeo,
mas por amor del verdadero maná

en poco tiempo gran doctor se hizo;
tal que se puso a cultivar la viña
que pronto se aja si el viñador es indigno.

Y a la sede que otrora fue benigna
con los pobres justos, no por ella,
mas por el que allí se asienta, y la mancilla,

no dispensar o dos o tres por seis,
no la fortuna del primer beneficio vacante,
no decimas, quae sunt pauperum Dei,

solicitó; antes contra el mundo errante
licencia de combatir por la simiente
de la que se hagan veinticuatro plantas.

Luego con doctrina y voluntad aunadas
con el oficio apostólico movióse,
como torrente que de alta fuente mana;

y castigó a los heréticos retoños
su ímpetu, con más viveza allí
donde la resistencia más fuerte era.

De él nacieron luego varios ríos,
con los que el huerto católico se riega,
de modo que sus arbolillos son más vivos.

Si tal fue una de las ruedas del carro
con que se defendió la Santa Iglesia
y venció en el campo su civil contienda,

bien debería serte muy evidente
la excelencia de la otra, con la cual Tomás
antes de mi venida fue tan cortés.

Mas la órbita que fue la parte suma
de su circunferencia, está abandonada
tanto que donde hubo tártaro hay mufa.

Su familia, que caminó derecha
los pies tras sus huellas, está tan mudada
que en el de atrás pone el de adelante;

y pronto se verá cual es la cosecha
de mal cultivo, cuando la cizaña
se queje de que el granero le niegan.

Bien digo, que quien buscase hoja a hoja
en nuestro volumen, aún página hallara
donde leería: Yo soy el que solía:

pero no será de Casal ni de Acquasparta,
de donde vienen tales a la escritura,
que une la huye, otro la coarta.

Yo soy el alma de Buenaventura
de Bagnoregio, que en los grandes oficios
siempre pospuse la siniestra cura.

Iluminato y Agustín están aquí,
que fueron los primeros descalzos pobrecillos
que en el cordón de Dios fueron amigos.

Hugo de San Víctor está aquí con ellos,
y Pedro Mangiadore y Pedro Hispano,
quien abajo luce en doce libelos.

Natán profeta, y el metropolitano
Crisóstomo, y Anselmo, y aquel Donato
que al primer arte dignóse echar la mano.

Rábano está aquí, y luce a mi lado
el calabrés abad Giovacchino
de espíritu profético dotado.

A envidiar tan gran paladín
me movió la inflamada cortesía
de fray Tomás y el discreto latino:

y conmigo moví esta compañía.

El Paraíso: Canto XIII

Imagine quien de bien entender arde
lo que entonces vi (y guarde la imagen,
mientras hablo, como firme roca),

quince estrellas que en diversas playas
el cielo ilustren con tan vivo azul,
que vence del aire toda gordura;

imagine aquel carro al cual el seno
basta de nuestro cielo noche y día,
que al mudar el tiempo no se oculta;

imagine la boca de aquel cuerno,
que comienza en la punta de la vara
que la primera rueda ronda,

se hubieran hecho de sí dos signos en el cielo,
como hizo la hija de Minos
al sentir de la muerte el hielo;

y el uno en el otro estar sus rayos
y que ambos giraran de manera
que uno fuera a derecha y el otro volviera,

y tendrá una sombra de la verdadera
constelación y de la doble danza
que circundaba el punto donde yo era;

porque tan lejano está de nuestra usanza,
como lejos del correr del Chiana
se mueve el cielo que a los otros gana.

Allí se cantó no a Baco, no al Peán,
mas a tres personas en divina natura
y en persona una ella y la humana.

Cumplió la danza y el girar su mesura;
y atuviéronse a nos aquellas santas luces,
felices de pasar de una a otra cura.

Rompió el silencia de los acordes númenes
luego la luz por quien la sublime vida
del pobrecillo de Dios narrada fuera,

y dijo: Cuando una paja está trillada,
y su semilla ya guardada,
a batir la otra dulce amor me invita.

Tú crees que en el pecho, cuya costilla
sacóse para formar la bella cara
cuyo paladar a todo el mundo cuesta,

y en aquel que, abierto por la lanza,
y luego y antes tanto satisfizo,
que de toda culpa vence a la balanza,

cuanto a la natura humana es lícito
lograr, cumplida luz le fue infundida
por aquel valor que a uno y otro hizo;

y aún así te admira lo que antes dije,
cuando narré que segundo no hubo
del bien que la quinta luz encierra.

Abre ahora los ojos a lo que te respondo,
y verás que tu creencia y mis dichos
son veros como el centro a lo redondo.

Lo que no muere y lo que puede morir
sólo es resplandor de aquella idea
que engendra, amando, nuestro Sire;

porque esa viva luz que así brota
de su lucerna, que no se aparta
de él ni del amor que es tres en ellos,

por su bondad su radiar aduna,
cuasi espejándose, en nueve subsistencias,
perdurando eternamente una.

De allí desciende a las últimas potencias
abajo de acto en acto, tanto se haciendo,
que más no hace sino breves contingencias;

y por estas contingencias decir entiendo
las cosas engendradas, que produce,
moviendo, con simiente y sin simiente, el cielo.

La cera de ellas y el que las conduce
no obran de igual modo; por lo que abajo
más o menos trasluce luego el ideal sello;

por donde ocurre que un mismo árbol
según la especie, da mejor o peor fruto;
y vosotros nacéis con diferente ingenio.

Si estuviese a punto la cera dispuesta
y ejerciese el cielo su virtud suprema,
la luz del sello se vería perfecta;

mas la natura la da siempre manca,
pues obra como el artista que el hábito
tiene del arte mas le tiembla la mano.

Pero si el cálido amor la visión clara
de la prima virtud dispone y signa.
toda perfección aquí abajo se alcanza.

Así ya fue hecha la tierra digna
de toda perfección animada;
así quedó la Virgen preñada;

tanto que encomio tu opinión:
que la humana natura no fue
ni será tal como en esas dos personas.

Ahora, si adelante más no siguiera
”Entonces ¿cómo fue este sin igual?”
comenzarían tus palabras.

Mas para que bien se vea lo que no aparece,
piensa quien era, y la razón que lo movió,
cuando le fue dicho “Pide”, a demandar.

No he hablado de modo, que tú no puedas
darte cuenta que fue rey, y señal pidió
a fin de que rey suficiente fuera;

no por saber cuentos sean
los motores de aquí arriba, o si necesse
con contingente nunca necesse se hiciera;

no, si est dare primum motum esse,
o si del medio cerco hacer se puede
un triángulo tal que recto no tuviese.

Por donde si lo que dije y esto notas,
real prudencia es aquel ver sin par
a donde el rayo de mi intención anota;

y si al “surge” mandas los ojos claros,
verás que sólo se refiere a reyes
que son muchos, y los buenos raros.

Con esta distinción toma mis dichos,
que así pueden estar con lo que crees
del primer padre y de nuestro Amado.

Y que esto te sea plomo en los pies,
para que lento vayas y como exhausto
tras el si y el no que tú no veas;

que se halla entre tontos bien abajo
quien sin distinción afirma o niega
sea en el sí como en contrario paso;

porque sucede que más se dobla
la opinión corriente a falsa parte,
y además el afecto al intelecto enlaza.

Mira que en vano del río al mar parte,
porque no vuelve tal como salido,
quien pesca por la verdad y no tiene el arte:

de lo que son en el mundo claras pruebas
Parménides, Meliso y Briso y muchos,
que salieron sin saber a donde;

así hizo Sabelio y Arrio y los estultos
que fueron espadas a la Escritura
torciendo los sentidos rectos.

Tampoco sea la gente por demás tan segura
para juzgar, como quien aprecia
la cosecha del campo antes que madure;

que yo he visto primero todo el invierno
estar la zarza rígida y feroz en sus púas,
mas luego cubrir de rosas su cima;

y barco he visto ya veloz y recto
recorrer del mar todo el camino,
y perecer al fin entrando a puerto.

No crea doña Berta y maese Martín
por ver a uno robar, a otro rezando,
verlos dentro del juicio divino;

porque aquel puede surgir y el otro caer.

El Paraíso: Canto XIV

Del centro al cerco, y del cerco al centro
muévese al agua en redondo vaso,
si agitada es ya por fuera, ya por dentro.

En mi mente fue súbito acaso
esto que digo, cuando se hubo callado
el alma gloriosa de Tomás,

por la semejanza que surgió entonces
entre sus palabras y las de Beatriz,
a quien comenzar, tras él, plugo:

A éste le está faltando, y no lo diz
ni con la voz ni pensando todavía,
de otra verdad llegar a la raíz.

Decidle si la luz con que se adorna
vuestra sustancia, quedará con vos
eternamente así como está ahora:

y si así queda, decidle cómo, luego
que visible seáis hecho de nuevo,
podrá ser que no hiera a la mirada.

Como, de mayor dicha tintos y llevados,
a cada vuelta los que van de ronda,
alzan la voz y alegres gesticulan,

así, a la demanda devota y pronta,
los santos cercos mostraron nuevo gozo
en su danza y en su admirable nota.

Quien se lamenta porque aquí se muera
para vivir allá arriba, no ha visto allí
el refrigerio de la lluvia eterna.

Aquel uno y dos y tres que siempre vive
y reina siempre en tres y dos y uno,
no circunscrito y que todo circunscribe,

tres veces era cantado por cada uno
de aquellos espíritus con tal melodía,
la cual de todo mérito sería premio justo.

Y oí yo en la luz más divina
del menor cerco una voz modesta,
tal vez cual la del ángel a María,

responder: Cuan larga sea la fiesta
del paraíso, tanto nuestro amor
radiará así en torno con tal prenda.

Su claridad persigue al ardor;
el ardor a la visión, y es esta tanta
cuanto de gracia se añade a su valor.

Cuando la carne gloriosa y santa
revestida sea, nuestra persona
más feliz será por ser toda entera;

porque crecerá lo que nos dona
de la gratuita luz el bien sumo,
luz que verlo a él nos proporciona;

así pues que crezca la visión se debe,
que crezca el ardor que arde de ella,
que crezca el rayo que de él proviene.

Mas así como el carbón que da llama,
en su vivo ardor la doblega,
de modo que su apariencia defiende,

así este fulgor que nos circunda
será vencido cuando se alce la carne
que de tierra estuvo siempre cubierta,

ni podrá tanta luz fatigarnos,
pues los órganos del cuerpo tendrán fuerza
para todo lo que pueda deleitarnos.

Los contemplé tan rápidos y prontos
al uno y otro coro decir “Amen”
que bien mostraron desear los cuerpos muertos;

tal vez no por ellos sólo, mas por las madres,
los padres y los otros que les fueron caros
antes que fueran sempiternas llamas.

Y he aquí que en torno, de claridad pareja,
vi nacer una viva luz sobre la que ya había,
como hace el horizonte cuando aclara.

Y así como a las primeras horas de la tarde
asoman en el cielo nuevas signaturas,
tales que a la vista parecen y no veras,

parecióme allí nuevas subsistencias
empezar a ver, haciendo un giro
por fuera de las otros dos circunferencias.

¡Oh vero chispear del Santo Espíritu!
¡Se alzó tan súbito y candente
ante mis ojos que, vencidos, no lo sufrieron!

Mas Beatriz tan bella y riente
se me mostró, que entre aquellas vistas
he de dejarla porque no acompaña la mente.

De nuevo pues mis ojos la virtud
recuperaron; y vime trasladado
solo con mi dama a más alta lozanía.

Bien percibí que era más alto llevado,
por el flameante reír de la estrella,
que más enrojecida estaba que de usado.

Con toda mi alma y con aquella chispa
que es una en todos, a Dios hice holocausto;
cual convenía a la nueva gracia.

Y no se había aún en mi pecho agotado
el ardor del sacrificio, cuando supe
que mi holocausto había sido acepto y grato,

pues con tanto brillo y tan encarnado
vi un esplendor dentro de dos rayos
y dije yo: ¡Oh Helios que así los ornas!

Como diversa de menores y mayores
luces albea tanto entre los polos del mundo
la Galaxia, que hace dudar a los sabios,

así constelados formaban en el profundo
Marte aquellos rayos el venerable signo
al unir cuadrantes en un círculo.

Aquí vence mi memoria al ingenio:
porque aquella cruz resplandecía Cristo,
de manera que no puedo hallar ejemplo digno;

mas quien su cruz toma y sigue a Cristo,
también me excusará de lo que callo,
viendo en ese albor centellear a Cristo.

De brazo en brazo, de arriba a abajo,
se mueven luces, destellando fuerte
al conjugarse juntas y al apartarse:

así se ven aquí rectas y tuertas,
raudas y tardas, renovando aspectos,
las motillas del polvo, largas y cortas,

moverse por el rayo de luz que irisa
en la sombra que en su resguardo
se procura el hombre con ingenio y arte.

Y como giga y arpa, en tensión templada
de muchas cuerdas, hacen dulce canto
hasta para quien no sabe de notas,

así de las luces que allí aparecieron
cruzaba por la cruz una melodía
que me arrobaba aunque el himno no entendía.

Bien comprendí que eran de alta alabanza
pues hasta mi llegaba “Resurge” y “Vence”
como a quien sin entender escucha.

Tanto allí me enamoraba
que hasta entonces no hubo nada
que me ligara con tan dulces trabas.

Tal vez parezca que mi parla mucho osa
posponiendo el placer de los ojos bellos
en los que mirando mi deseo posa;

mas quien advierta que los vivos sellos
de toda belleza cuanto más altos más bellos,
y que yo allí no me era vuelto a ellos,

excusarme podrán de lo que me acuso
para excusarme, y me verán decir lo cierto;
que el placer santo aquí no se excluye,

porque se torna, en subiendo, más sincero.

El Paraíso: Canto XV

Benigna voluntad en la que siempre
se resuelve el amor que rectamente inspira,
como codicia lo hace en la inicua,

silencio impuso a la dulce lira,
y aquietó las santas cuerdas,
que la diestra del cielo afloja y tira.

¿Cómo a justos ruegos fueran sordos
aquellos seres que, por darme el gusto
de preguntar, a callar fueron concordes?

Bien está que sin término se duela
quien, por amor de cosa que no dura,
eternamente de aquel amor se hurta.

Cuando por el sereno quieto y puro
discurre ya ya súbito fuego
haciendo parpadear los ojos ciertos,

y parece la estrella mudar de puesto,
mas en verdad de la parte donde se enciende
nada se pierde, y todo dura poco;

así del brazo que a diestra se extiende
al pie de aquella cruz corrió un astro
de la constelación que allí esplende.

Pero la gema no se apartó de la banda
sino que por la lista transitó radiante
como foco de luz tras alabastro.

Como piadosa fue de Anquises la sombra,
siendo digna de fe nuestra mayor musa,
cuando en los Elíseos reconoció a su hijo,

”O sanguis meus, o superinfusa
gratia Dei, sicut tibi cui
bis unquam coeli ianua reclusa?”

así la luz; y así en ella atento estuve;
después volví a mi dama el rostro
y de un lado y otro caí en asombro;

pues en sus ojos una sonrisa ardía
tal, que yo pensé haber llegado al fondo
de mi dada gracia y del paraíso mío.

Entonces, al oír y al ver jocundo,
aquel espíritu a su empezar agregó cosas,
que no entendí, tanto habló profundo;

no se encubría por voluntad propia,
mas por necesidad, que su concepto
al designio de un mortal desborda.

Y cuando el arco del ardiente afecto
se desahogó tal que su palabra descendió
hasta el designio del intelecto nuestro,

lo primero que entender pude fue
Bendito seas Tú uno y trino,
que en mi simiente tan cortés has sido.

Y enseguida: Grato y largo ayuno,
gastado en leer el gran volumen
del que nunca cambia blanco ni bruno,

satisfecho has, hijo, dentro de esta luz
de donde te hablo, gracias a aquel
que al alto vuelo te vistió plumas.

Tú crees que tu pensamiento se filtra
a mí del que es primero, como irradia
del uno, si se sabe, cinco y seis,

empero no me preguntes cómo es
ni porqué te parezco más dichoso,
más que ningún otro en esta tribu gaya.

Crees bien; porque los menores y los grandes
de esta vida miran en el espejo
en donde, antes que pienses, el pensamiento nace.

Mas porque el sagrado amor en el que veo
con visión perpetua y me asaeta
de dulce deseo, mejor se cumpla,

de oír tu voz segura, audaz y alegre
¡resuene la voluntad, resuene el deseo,
al que ya decretada está mi respuesta!.

Me volví a Beatriz, y me oía ella
antes de que hablara, y dióme el ceño
que expandió las alas de mi deseo.

Luego empecé: El afecto y el sentido,
cuando se os mostró la igualdad primera,
de un mismo peso para vos se hicieron;

porque el Sol que os ilumina arde
con un calor y una luz tan iguales
que toda semejanza es poca.

Mas querer y argumentar en los mortales,
por la rozón que a vos es manifiesta,
diversas plumas tienen en las alas;

por donde yo que soy mortal, me veo en esta
desigualdad, y entonces no agradezco
sino con el corazón esta paterna fiesta.

Bien te suplico a ti, vivo topacio
que esta preciosa dicha engarzas,
que me hagas de tu nombre sacio.

¡Oh fronda mía en la que me agradara
sólo con esperarte, raíz tuya he sido;
así comenzó a responderme.

Luego me dijo: Aquel de quien se dice
tu apellido y que más de cien años
el monte en la prima cornisa ha girado,

fue hijo mío y bisabuelo tuyo;
mucho necesita que la larga fatiga
abrevies con tus labores.

Florencia dentro de la valla antigua,
donde ella aún toca a tercia y nona,
en paz estaba, sobria y digna.

No había collares, ni coronas,
ni casacas recamadas, ni cinturones
ostentosos más que las personas.

No daba aún, al nacer, pavura
la hija al padre; porque el tiempo y la dote
no excedía aquí y allá la mesura.

No había casas solariegas vacías;
no había aún llegado Sardanápolo
a mostrar lo que en la alcoba se podía.

No estaba vencido aún Montemalo
por el vuestro Uccellatojo, que como vencido
al subir fue, así lo será bajando.

Yo vi a Bellincion Berti andar ceñido
de cuero y hueso, y vi volver del espejo
su dama con el rostro sin colorido;

y vi aquel de Nerli y el de Vecchio
contentos solo de pieles cubiertos,
y a la rueca y al huso sus mujeres.

¡Oh afortunadas! Cada una estaba cierta
del lugar de su sepulcro, y todavía ninguna
era por Francia en el lecho abandonada.

Una velaba cuidando de la cuna,
y, arrullando, balbuceaba rumores
que ya a padre y madre alegraran;

otra, el hilo en la rueca rondaba,
parloteando con su familia
de Troyanos, de Fiésole y de Roma.

Sería entonces gran maravilla
una Cianghella, un Lapo Saltarello,
como hoy sería Cincinnato y Corniglia.

Y así con calma, y así de bello
viviendo ciudadanos, en tan fiel
ciudadanía, y bajo tan dulce techo,

María me dio, clamada a gritos;
y en vuestro antiguo Baptisterio
a la vez fui cristiano y Cacciaguida.

Moronto fue mi hermano y Eliseo;
mi mujer vino a mi del valle de Pado,
y así fue formado tu apellido.

Luego al emperador seguí Conrado;
y él me ciñó en su milicia,
tanto por bien obrar fui de su agrado.

Lo seguí al encuentro de la nequicia
de aquella ley cuyo pueblo usurpa,
por culpa del pastor, vuestra justicia.

Allí fui por aquella torpe turba
desconectado del mundo falaz,
cuyo amor a muchas almas conturba;

y vine del martirio a esta paz.

El Paraíso: Canto XVI

¡Oh nuestra poca nobleza de sangre,
si de ti gloríase la gente
aquí abajo donde el afecto decae,

no me será nunca admirable cosa;
pues donde el apetito no se tuerce,
digo en el cielo, de ello pude gloriarme.

Verdad que eres manto que pronto encoge;
pues, si no te acrecen día a día,
con su guadaña el tiempo te carcome.

Con el “Vos” que primero en Roma se ofrecía
y que en familia menos persevera,
recomenzaron las palabras mías;

y Beatriz, algo apartada,
riendo, parecía como aquella que tosía
a la primer falta como se narra de Ginebra.

Yo comencé: Vos mi padre sois;
vos de hablar me dais confianza entera;
vos me alzáis tal que yo soy más que yo.

Por tantos ríos se colma de alegría
mi mente, que de sí se deleita
de no quebrarse por tener tanta.

Decidme pues, amada mía primicia,
quiénes fueron tus antiguos, y cómo los años
fueron los que signaron vuestra puericia;

habladme del aprisco de san Juan
cuántos entonces eran, y quiénes de ellos
dignos fueron de los más altos escaños.

Como se aviva al soplar el viento
un ascua en llamas, así vi a aquella luz
resplandecer a mis requiebros;

y como más se hiciera a mis ojos bella,
así con voz más dulce y suave,
mas no con esta lengua moderna,

me dijo: Desde el día en que se dijo “Ave”
al parto en que mi madre, ahora santa,
se alivió de mi, de quien grávida estaba,

a su León quinientas cincuenta
más treinta veces vino este fuego
a reinflamarse a sus plantas.

Mis antiguos y yo nacimos en el sitio
donde se hallaba el último distrito
fin de carrera de vuestro anual juego:

baste de mis mayores saber esto;
quiénes fueron y de donde vinieron,
callar antes que hablar es más cuerdo.

Todos los que allí entonces eran
de portar armas entre Marte y el Bautista,
eran un quinto de los que hoy están vivos;

mas la ciudadanía, que ahora es mestiza
de Campi, de Certaldo y de Fegghine,
se veía pura hasta el último artista.

¡Oh cuánto mejor fuera tener vecinas
a estas gentes que digo, y que Galuzzo
y Trespiano fueran vuestros lindes,

que tener adentro y aguantar el tufo
del villano de Aguglion, de aquel de Signa,
que para el cohecho tiene el ojo agudo!

Si la gente que al mundo más envicia
no hubiera sido de César madrastra,
mas como madre con su hijo benigna,

un cierto florentino, que trueca y trafica,
se habría vuelto a Simifonti,
donde su abuelo cumplía la ronda;

sería Montemurlo aún de los Condes;
los Cerchi estarían en el curato de Ancona
y quizá en Valdigrieve los Bondelmonti.

Siempre la confusión de las personas
principio fue del mal de la ciudad,
como al cuerpo la vianda que se añade;

y el ciego toro más pronto cae
que el cordero ciego; y muchas veces corta
mejor y más una que cinco espadas.

Si consideras a Luni y a Urbisaglia
cómo se fueron, y cómo le siguen
detrás Chiusi y Sinigaglia,

oír cómo las estirpes se deshacen
no te parecerá cosa nueva ni grave,
desde que acaban hasta las ciudades.

Vuestras cosas todas tienen su muerte,
como vosotros; mas ocúltase en alguna
que dura mucho, y las vidas son cortas.

Y como el rodar del cielo de la luna
cubre y descubre sin tregua las riberas,
así hace de Florencia la Fortuna;

porque no ha de parecer pasmosa cosa
lo que diré de los nobles Florentinos
cuya fama en el pasado se halla oculta.

Yo vi los Ughi, y vi los Catellini,
Filippi, Greci, Ormani y Alberichi,
aún en su ocaso, ilustres ciudadanos;

y vi tan grandes como antiguos,
con aquel de la Sanella, el del Arca,
los Soldanieri y los Ardinghi y los Bostichi.

Sobre la puerta que al presente carga
nueva felonía de tal peso
que pronto será desgracia de la barca,

estaban los Ravignani, de donde vino
el conde Guido, y los que han tomado
después del noble Bellicione el apellido.

El de la Pressa sabía ya cómo
regir se debe, y tenía Galigaio
en su casa de oro la guarnición y el pomo.

Ya era grande la franja del Comadreja,
Sachetti, Giuochi, Fifanti y Barucci
y Gallo y los corridos por la medida.

La cepa de do nacieron los Calfucci
era ya grande, y ya eran llevados
a las curules Sizii y Arriguci.

¡Oh cuán grandes vi a quienes la soberbia
ha destruido! y las bolas de oro
en sus hazañas florecían Florencia.

Así hacían los padres de aquellos
que, siempre que vaca vuestra iglesia,
engordan estando en consistorio.

La arrogante estirpe que como dragón se lanza
tras el que huye, y ante el que muestra dientes
u ofrece bolsa, como cordero se aplaca,

venía subiendo, pero de humilde casta;
por lo que no agradó a Ubertino Donato
que luego su suegro los hiciera sus parientes.

Ya había Caponsacco en el Mercado
descendido de Fiésole, y ya era
buen ciudadano Giuda e Infangato.

Diré cosa increíble y verdadera:
al pequeño cerco se entraba por la puerta
que se nombraba por los de Pera.

Todo el que la bella enseña porta
del gran barón, cuyo nombre y precio
la fiesta de santo Tomás conforta,

de él hubieron milicia y privilegio;
bien que con el pueblo se aduna
hoy quien la dorada faja porta.

Entonces brillaban Gualterotti e Importuni;
y aún sería el Borgo más quieto
si de vecinos nuevos fueran ayunos.

La casa de donde nació vuestro llanto
por el justo desdén que os ha muerto
y puesto fin a vuestra vida dichosa,

era honrada, ella y sus consortes:
¡Oh Buondelmonte, cuán mal huiste
sus nupcias para consuelo de otros!

¡Muchos fueran alegres, que hoy son tristes,
si Dios te hubiera entregado al Ema
la vez primera que a la ciudad viniste!

Mas fue necesario ante aquella rota piedra
que guarda el puente, que Florencia
lo victimase en su paz postrema.

Con estas gentes, y otros con ella,
vi yo a Florencia en tan real reposo,
que razón porqué llorar no tenía:

con estas gentes vi glorioso
y justo a su pueblo, tanto que el lirio
no estaba aún tuerto en el asta,

ni por discordias, rojo.

El Paraíso: Canto XVII

Como el que vino a Climene a cerciorarse
de aquello que de sí había oído,
razón que hace cautos de los hijos a los padres,

tal estaba yo, y tal era sabido
por Beatriz y por la lámpara
que antes por mí había mudado sitio.

Por lo que mi dama: Manda afuera la llama
de tu deseo, dijo, y que salga
bien signada de la interna estampa;

no que nuestro saber se acreciente
con tu parla, mas para que te atrevas
a decir tu sed, a que la calmen.

¡Oh cara planta mía que así te alzas,
que como ven las terrenas mentes
que en un triángulo no caben dos obtusos,

así ves las cosas contingentes
antes que ocurran, mirando el punto
donde los tiempos todos son presentes;

mientras tuve a Virgilio junto
subiendo el monte que a las almas cura
y descendiendo al difunto mundo,

dichas me fueron de mi vida futura
palabras graves, que yo me siento
como tetrágono a golpes de ventura;

pues mi voluntad estaría contenta
de entender cuál fortuna me espera;
que saeta prevista viene más lenta.

Así repuse yo a la luz la misma
que antes me había hablado; y como
Beatriz quiso, así mi ansia fue cumplida.

Sin embrollos como en los que la gente necia
se enredaba antes que fuera muerto
el Ángel de Dios que los pecados quita,

mas con palabras claras y en latín
correcto respondió aquel amor paterno,
oculto y patente en su propia dicha:

La contingencia que más allá del cuaderno
de la materia vuestra no se extiende,
está toda trazada en el aspecto eterno;

necesidad por ello no adquiere,
sino a la manera de la mirada que refleja
a una nave que por el curso desciende.

De allí, como viene a la oreja
dulce armonía de órgano, me viene
a la vista el tiempo que se te apareja.

Como partió Hipólito de Atenas
por la impiadosa y pérfida madrastra,
así tendrás que salir de Florencia.

Esto se quiere y esto ya se procura,
y pronto será hecho por quien en ello piensa
allá donde todo el día Cristo se comercia.

La culpa seguirá a la vencida parte
como suele decir la fama; mas la venganza
será testimonio del que la dispensa.

Tú dejarás todas las cosas que amas
más entrañablemente; y este es el dardo
que el arco del exilio primero saeta.

Tú probarás cuán amargo
es el pan ajeno, y cuán dura es la calle
de subir y bajar por ajena escala.

Y lo que más te gravará la espalda,
será la compañía estúpida y malvada
en la que caerás en este valle;

pues ingrata toda, loca toda e impía
se pondrá en tu contra; mas, poco luego,
ella, no tú, tendrá la frente roja.

De su bestialidad su proceder
será prueba; de modo que será bueno
haber formado partido de ti mismo.

Tu primer refugio y tu primer posada
será la cortesía del gran Lombardo
quien sobre la escala tiene el ave santa;

que en ti pondrá tan benigna mirada,
que entre hacer y pedir, entre ambos,
lo primero será, lo que, en otros, es más tardo.

Con él verás al que signado fue,
al nacer, tan fuerte por esta estrella,
que sus obras serán notables.

Todavía en él las gentes no reparan
por su corta edad, pues sólo nueve años
estas ruedas en torno suyo han girado;

mas antes que el Gascón al gran Enrique engañe,
saldrán destellos de su virtud
pues no se cuidará de dineros ni de afanes.

Sus magnificencias conocidas
serán entonces tales, que sus enemigos
no podrán tener la lengua muda.

En él espera y en sus beneficios;
por él será mudada mucha gente,
cambiando condición ricos y mendigos;

y tendrás escrito en la mente
su recuerdo, y no lo dirás…; y dijo cosas
increíbles al que estuviera presente.

Luego agregó: Hijo, estas son las glosas
de lo que te dijeron; aquí las insidias
que por pocos giros quedarán celadas.

No quiero que a tus vecinos envidies,
porque en el futuro de tu vida
llegarás a ver la sanción de sus perfidias.

Luego que, callando, se mostró expedita
el alma santa en meter la trama
en la tela que yo le propuse urdida,

comencé, como el que ansía,
dudando, consejo de persona
que ve y quiere derecho y que ama:

Bien veo, padre mío, cómo se apremia
el tiempo hacia mí, para un golpe darme
tal, que más grave es para quien más confía,

por donde es bueno que de provisión me arme
para que, si se me priva de lugar tan caro,
no pierda a los demás por causa de mi carmen.

Allá abajo por el mundo sin fin amargo,
y por el monte a cuyo bella cumbre
los ojos de mi dama me llevaron,

y luego por el cielo, de lumbre en lumbre,
he aprendido lo que si redigo
tendrá para muchos sabor amargo;

y si de la verdad fuera tímido amigo,
temo perder vivir entre aquellos
que a este tiempo llamarán antiguo.

La luz en que reía mi tesoro
que allí hallé, volvióse más corusca,
como rayo de Sol en espejo de oro;

entonces dijo: Sólo una conciencia fusca
por propia o por vergüenza ajena
sentirá que tu palabra es brusca.

Remueve, sin embargo, toda mentira,
toda tu visión haz manifiesta;
y dejan que rasquen donde está la roña.

Que si tu voz fuera molesta
al primer gusto, vivo alimento
dejará luego, cuando será digesta.

Este tu grito será como viento,
que a las más altas cimas más sacude;
lo que no da de honor poco argumento.

Te han sido mostrados en estas coronas,
en el monte y en el valle doloroso
sólo las almas que son por fama notas,

para que el ánimo del que oye, no se apoque
ni pierda firme fe por ejemplo
que venga de ignorada raíz o baja,

ni por otro argumento que no valga.

El Paraíso: Canto XVIII

Ya se gozaba solo de su verbo
aquel espejo beato, y yo gustaba
del mío, atemperando con lo dulce lo acerbo;

y aquella dama que a Dios me conducía
dijo: Cambia de idea: piensa que estoy
cerca de aquel que todo entuerto desgrava.

Me volví al amoroso sonido
de mi consuelo; y cual vi entonces
en los ojos santos amor, aquí lo depongo;

no en verdad que de mi palabra desconfíe,
mas por la mente que redecir no puede
lo que tan alto queda, si otro no la guía.

Sólo puedo en aquel punto redecir
que, remirándola, mi afecto
libre quedó de todo otro deseo,

de modo que el placer eterno, que directo
radiaba en Beatriz, del bello rostro
me contentaba con el segundo aspecto.

Venciéndome con la luz de la sonrisa,
ella me dijo: Vuélvete y escucha;
que no sólo en mis ojos está el paraíso.

Como aquí se observa a veces
en el rostro el afecto, que si es grande
en él toda el alma queda presa,

así en el llamear del fulgor santo,
al que me volví, conocí su voluntad
de conversarme aún algún tanto.

Y comenzó: en esta quinta orla
del árbol que de la cima vive
y fruta siempre y no pierde hojas,

hay espíritus beatos, que abajo, antes
de venir al cielo, fueron de gran renombre,
tanto que toda musa de ellos sería opima.

Pero mira los brazos de la cruz:
que aquel que yo nombre, lucirá allí
como el veloz fuego en la nube.

Vi por la cruz un fulgor vivo
cuando Josué fue nombrado;
y distinguir no pude el nombrar del brillo.

Al nombre del gran Macabeo
vi a un otro moverse rotando,
y la alegría era cordel de peonza.

Así por Carlomagno y por Orlando
a los dos siguió mi atenta mirada,
como sigue el ojo al halcón volando.

Luego atrajeron Guillermo y Rinoardo,
y el duque Godofredo mi mirada
hacia aquella cruz, y Roberto Guiscardo.

De allí, entre las luces ágil y mixta,
me mostró el alma que me había hablado
cuán entre cantores del cielo era artista.

Me volví a mi derecho lado
para saber de Beatriz cuál deber,
por palabra o por seña, me tenía asignado;

y vi sus luces tan serenas,
tan jocundas, que su apariencia
vencía a la habitual y a otras.

Y como, al sentir más holganza
bien obrando, el hombre día a día
comprueba que su virtud avanza,

así me di cuenta que de mi giro redondo
junto al cielo había crecido el arco,
viendo más hermoso aquel milagro.

Y como el trasmutarse en poco espacio
de tiempo en blanca dama, cuando su rostro
depone de la vergüenza la carga,

tal fue en mis ojos, cuando vuelto me hube
al candor de la templada estrella
sexta, que dentro de sí me había aceptado.

Yo vi en aquella jovial lumbrera
chispas del amor que allí había,
signar ante mis ojos nuestras letras.

Y como avecillas que se alzan de ribera
como felicitándose de su pastura,
forman ya redonda, ya larga hilera,

así en aquella luz las santas criaturas
volando cantaban, haciendo
una D o una I o una L en sus figuras.

Primero, cantando, al compás iban;
luego, formando alguno de estos signos,
un poco guardando silencio se tenían.

¡Oh divina Pegásea que a los ingenios
haces gloriosos y los rindes longevos,
y ellos contigo las ciudades y los reinos,

ilústrame de ti, para que yo describa
sus figuras cual las he visto:
venga tu poder a estos versos breves!

Mostraron pues en cinco vueltas siete
vocales y consonantes: y yo anoté
las partes tal como me parecieron dichas.

DILIGITE IUSTITIAM, fue el primer
verbo y nombre de todo lo presentado;
QUI IUDICATIS TERRAM, fue el final.

Luego en la eme del vocablo quinto
quedaron formadas; de modo que Jove
parecía plata con listas de oro teñido.

Y vi descender otras luces a donde
estaba la cumbre de la eme, y allí quedarse
cantando, creo, al bien que a él las mueve.

Como al golpear un leño ardiente
brotan innumerables chispas,
de las que los tontos augurarse suelen,

surgir vi de allí más de mil luces,
y subir, unas mucho otras poco,
conforme a como el Sol que las enciende quiere;

y aquietada cada una en su sitio,
la cabeza y el cuello de un águila vi
representar a aquel destacado fuego.

Quien allí así lo pinta, no necesita de guía;
porque él es quien guía, y de él proviene
aquella virtud que es forma de los nidos.

La otra fila beata, que contenta
formaba antes un lirio sobre la eme,
con breve curso coronó la prenda.

¡Oh dulce estrella, cuáles y cuántas gemas
me demuestran que nuestra justicia
efecto es del cielo que tú engemas!

Por lo que ruego a la mente que inicia
tus acciones y virtud, que repare
de donde sale el humo que a tu rayo envicia;

para que en adelante otra vez se irrite
contra el comprar y el vender dentro del templo
que edificado fue con milagros y martirios.

¡Oh milicia del cielo que contemplo,
rogad por los que están en la tierra
extraviados todos por el mal ejemplo!

Antes solíase con la espada hacer la guerra;
mas ahora se hace robando aquí o allá
el pan que el piadoso Padre a ninguno niega.

Mas tú que sólo para cancelar escribes,
piensa que Pedro y Pablo, que murieron
por la viña que malograste, aún están vivos.

Bien puedes decir: Tengo fijo deseo
tan grande de aquel que vivir quiso solo
y que por un baile fue llevado a martirio,

que no conozco al pescador ni a Polo.

El Paraíso: Canto XIX

Abiertas las alas ante mis ojos lucía
la bella imagen, que en dulce frui
formaban las alegres almas compañía.

Veíase cada cual como rubí que el
rayo del Sol inflamara tan ardido,
que mis ojos su imagen irisara.

Y lo que reportar debo ahora,
no estuvo en voz de nadie, ni en tinta escrito,
ni entró jamás en alguna fantasía;

porque vi yo y aún oí hablar al pico
y resonar en la voz “yo” y “mío” ,
cuando en el concepto era “nos” y “nuestro”.

Y comenzó: Por ser justo y pío
estoy aquí exaltado en la gloria
que vencer no se deja del deseo;

y en la tierra dejé tal memoria
que allí las malvadas gentes
la encomian, pero no siguen la historia.

Así como un solo calor de muchas brasas
proviene, así de muchos amores
salía un solo son de aquella imagen

y así luego yo: ¡Oh perpetuas flores
de la eterna alegría, porque un solo
perfume me dan todos vuestros olores,

resuélvanme, expirando, el gran ayuno
que largamente me ha tenido en hambre,
no hallándole en tierra pasto alguno.

Bien sé que, si en el cielo de otro reino
la divina justicia hace su espejo,
el vuestro no lo prende entre celajes.

Sabed cuán atento me aparejo
a escuchar; sabed cuál es la duda
que en mi es ayuno tan viejo.

Como el halcón al que quitan la capucha
mueve la testa y con las alas se aplaude,
su deseo mostrando y alzándose bello,

así vi hacer a aquella enseña, que de alabanzas
a la divina gracia compuesta estaba,
con cantos que sólo aquí arriba se entienden.

Comenzó pues: Aquel que llevó el compás
hasta el extremo del mundo, y en él adentro
distinguió tantas cosas ocultas y claras,

no pudo su valor dejar impreso
en todo el universo, y que su verbo
no quedara en infinito exceso.

Y tan cierto es que el primer soberbio
que fue la suma de toda criatura,
por no esperar la luz, cayó acerbo;

y aquí se ve que toda menor natura
es corto receptáculo de aquel bien
que es sin fin y con sí a sí mismo se mesura.

Por tanto vuestra visión, que
por necesidad es un rayo de la mente
de la que todas las cosas están llenas,

no puede por natura ser potente
tanto, que el principio mucho no discierna
allá abajo de aquello que le llega.

Mas de la justicia sempiterna
la visión que recibe vuestro mundo
como el ojo en el mar, adentro de ella se interna;

porque, bien que en la orilla vea el fondo,
en el piélago lo pierde; y sin embargo
está allí, mas lo cela por ser profundo.

No existe luz que no venga del sereno
que no se turba nunca; bien que tiniebla,
haya, o sombra de la carne, o su veneno.

Asaz te he ahora abierto lo secreto
que tiene escondido la justicia viva,
de la que fundas cuestión tan frecuente;

porque dices: Un hombre nace a la orilla
del Indo, y allí no hay quien hable
de Cristo, ni quien lo lea, ni lo escriba;

y todos sus quereres y actos buenos
son, cuanto la razón humana puede,
sin pecado en vida o en sermones.

Muere no bautizado y sin fe;
¿Dónde está la justicia que condena?
¿Dónde hay culpa si en él no cree?

Mas ¿quién eres tú que sientas cátedra
para juzgar desde lejos a mil millas
con la vista de un palmo corta?

Cierto es que quien conmigo sutiliza,
si la Escritura sobre vosotros no fuese,
a dudar se pondría a maravilla.

¡Oh animales terrenos! ¡Oh mentes crasas!
La voluntad primera, que de si es buena,
de ella, que es sumo bien, nunca se mueve.

Solo es justo lo que a ella se conforma:
ningún bien creado a sí la atrae,
mas ella, radiando, lo ocasiona.

Como la cigüeña sobre el nido
sobrevuela luego de pacer sus hijos
y como el que ha comido la mira,

así se puso, y así alcé la vista;
la bendita imagen, cuyas alas
mecía alentadas por consejos tantos.

Girando cantaba y decía: Cuales
son mis notas a ti, que no entiendes,
tal es el juicio eterno a vos mortales.

Después se aquietaron los fulgentes fuegos
del Espíritu Santo en el emblema presentes
que hizo a los Romanos del mundo reverendos,

y comenzó: A este reino
no sube nadie que no crea en Cristo,
ya antes o después de clavado en el leño.

Mas mira: muchos gritan ¡Cristo. Cristo!,
que estarán en el juicio mucho menos cerca
de él, que un otro que no conoce a Cristo;

y a tales Cristianos condenará el Etíope,
cuando se dividan los dos colegios,
eternamente uno rico y el otro inope.

¿Qué podrán decir los Persas a vuestros reyes,
cuando vean aquel libro abierto
en donde se escriben todos sus desprecios?

Allí se verá, entre las obras de Alberto,
una que pronto moverá a la pluma,
por la que el reino de Praga quedará desierto.

Allí se verá el dolor que sobre el Sena
induce, falseando la moneda,
el que ha de morir por dentellada de cerda.

Allí se verá la soberbia que asaeta,
que al Escocés y al Inglés enloquece,
tanto que no se sufren en sus metas.

Veráse la lujuria y la vida muelle
de aquel de España y del de Bohemia,
que no conoció el valor ni quiso.

Veráse al Cojo de Jerusalén
signada con una I su bondad,
mas su contrario con una eme.

Veráse la avaricia y la vileza
de aquel que guarda la isla del fuego,
donde Anquises puso fin a su edad larga;

y para dar a entender cuánto es mezquino
su escritura se hará con encogidas letras,
que mucho anotarán en parvo sitio.

Y aparecerán de ambos las obras inmundas
del tío y del hermano, que tan egregia
nación y dos coronas han dejado en ruinas.

Y aquel de Portugal y el de Noruega
allí se conocerán, y aquel de Rascia
que mal ha visto el cuño de Venecia.

¡Oh bendita Hungría si no se deja
mal llevar, y bendita Navarra
si se armase del monte que la encierra!

Y creer deben todos que ya, en arras
de esto, Nicosia y Framagusta
por su bestia se lamenta y grita,

aunque del flanco de los otros no se aparta.

El Paraíso: Canto XX

Cuando aquel que el mundo entero alumbra
de nuestro hemisferio desciende,
y el día en todas partes se consuma,

el cielo que sólo de él primero se enciende,
súbitamente se rehace patente
con muchas luces, en las que una esplende.

Y este obrar del cielo vino a mi mente,
cuando la enseña del mundo y sus regentes
en el bendito pico quedó en silencio;

entonces todas aquellas luces vivas,
mucho más luciendo, comenzaron cantos
lábiles de mi memoria y fugaces.

¡Oh dulce amor que de alegría te amantas,
cuán ardiente te veías entre esas flautas
que sólo expiran pensamientos santos!

Luego que las amadas y lúcidas joyas,
de las que vi yo engemada la sexta lumbre
pusieron silencio al angélico retumbe,

oír me pareció un murmurar de río
que claro desciende de piedra en piedra,
revelando la opulencia de la cumbre.

Y como el sonido en el cuello de la cítara
toma su forma, y en las bocas
de la zampoña el viento que penetra,

así, del esperar removida la demora,
aquel murmurar del águila ascendió
por el cuello, como si hueco fuera.

Allí voz se hizo y aquí y allá brotó
por el pico en forma de palabras,
como esperaba el corazón, donde las dejé escritas.

La parte de mi que ve, y que soporta el Sol
en las águilas mortales, comenzó,
ahora quiero que fijamente mires,

porque de los fuegos de los que hice mi figura,
los que en el ojo de mi testa brillan,
son los supremos de todos en su altura.

Aquel que luce en medio por pupila,
fue el cantor del Espíritu Santo,
que el arca trasladó de villa en villa:

ahora conoce el mérito de su canto,
en cuanto producto fue de su consejo,
por la remuneración correspondiente.

De los cinco que forman cerco de mi ceja,
aquel que más del pico cerca accede,
consoló a la viudilla por su hijo:

ahora conoce cuán caro cuesta
no seguir a Cristo, por la experiencia
de esta vida dulce y de la opuesta.

Y el que sigue en la circunferencia
de la ceja, por el arco de arriba,
muerte difirió por justa penitencia:

ahora conoce que el juicio eterno
no se trasmuda, cuando justo ruego
posterga allá abajo lo que es hodierno.

El otro que sigue, con las leyes y conmigo,
con la buena intención que da mal fruto,
por ceder al pastor se hizo griego:

ahora conoce como el mal producto
de su buen obrar no le es nocivo,
aunque por ello destruido sea el mundo.

Y aquel que vez en la cola del arco,
Guillermo fue, al que aquella tierra llora
que gime por Carlos y Federico vivos:

ahora conoce cómo se enamora
el cielo del rey justo, y en el semblante
de su fulgor lo hace ver todavía.

¡Quién creería abajo en el mundo errante,
que el troyano Ripeo en esta curva
fuera la quinta de las luces santas?

Ahora conoce asaz lo que el mundo
no puede ver de la divina gracia,
bien que su mirada no discierna el fondo.

Como la alondra que en el aire se espacia
primero canta, y luego calla contenta
de la última dulzura que la sacia,

tal me pareció la imagen de la huella
del eterno placer, a cuyo deseo
cualquiera cosa cual es deviene.

Y aunque yo fuera en el dudar mío
como el vidrio que el color adopta,
más tiempo a esperar no soporté

pues de mi boca: ¿Qué son estas cosas?
me salió con la fuerza de su peso;
por lo que de coruscar vi gran fiesta.

Enseguida, con el ojo más ardiente,
el bendito signo respondió,
por no dejarme de asombro en suspenso:

Veo que crees en estas cosas
porque yo las digo, mas no ves el cómo;
y aun así creídas, quedan ocultas.

Haces como el que la cosa por el nombre
aprende bien, mas su quiddidad
no puede ver si otro no la propone.

Regnum coelorum violencia padece
de ardiente amor y viva esperanza,
que vence a la voluntad divina;

no como el hombre que de otro prevalece,
mas la vence porque quiere ser vencida,
y, vencida, con su benevolencia vence.

La primera vida de la ceja y la quinta
te maravilla, porque ves con ellas
la región de los ángeles teñida.

De su cuerpo no salieron, como crees,
gentiles, mas cristianos, en firme fe
una al pie del padecer futuro, otra del pasado:

porque una del infierno, donde nadie se convierte
jamás a bien querer, volvió a los huesos;
lo que fue de viva esperanza merced:

de viva esperanza, que dio poder
a las plegarias a Dios para resucitarla,
para que su voluntad pudiera ser cambiada.

El alma gloriosa de la que se habla,
vuelta a la carne, en la que estuvo poco,
creyó en aquel que podía ayudarla;

y creyendo se encendió en tal fuego
de verdadero amor, que en vez de segunda muerte,
fue digna de venir a esta alegría.

La otra, por gracia que tan profunda
fuente destila, de la cual nunca criatura
llevó el ojo hasta el primer venero,

todo su amor allá abajo puso en derechura;
para que, de gracia en gracia, Dios le abriera
el ojo a nuestra redención futura:

por donde creyó en ella, y no sufrió
entonces el hedor del paganismo;
y reprendió a las gentes perversas.

Aquellas tres damas le sirvieron de bautismo
a las que viste en la derecha rueda,
previo al bautizar más de un milenio.

¡Oh predestinación, cuán remota
yace tu raíz de las miradas
cuya primera causa no ven toda!

Y vos, mortales, guardaos quietos
para juzgar; que nosotros, que a Dios vemos,
no conocemos aún a los electos todos;

y entonces dulce es nuestra visión disminuida,
porque nuestro bien se afina
en que lo que Dios quiere, queremos.

Así de aquella imagen divina
para aclarar mi corta vista,
me fue dada suave medicina.

Y como al buen cantor el buen citarista
acompaña con el vibrar de la cuerda
y así el canto más placer conquista,

así, mientras hablaba, así recuerdo,
que vi a las dos luces benditas,
como a batir los párpados concuerdan,

con las palabras mover las llamitas.

El Paraíso: Canto XXI

Fijos de nuevo mis ojos en el rostro
de mi dama estaban, y el ánimo con ellos,
y abandonado había todo intento otro.

Y ella no reía, mas: Si yo riera,
comenzó, tu te harías cual
fue Semele en cenizas hecha;

porque mi belleza, que por la escala
del eterno palacio más se enciende,
como has visto, cuanto más asciende,

si no se templara , tanto esplende,
que tu mortal poder sería, a su fulgor,
fronda que desbarata el trueno.

Hemos subido al séptimo esplendor
que bajo el pecho del León ardiente
radia ahora mezclado a su valor,

Detrás de tus ojos fija la mente,
y hazlos espejos de la figura
que habrá de verse en tal espejo.

Quien supiera cuál era la pastura
de mi mirada en el beato aspecto
cuando me trasmudé a nueva cura,

conocería cuán me era grato
obedecer a mi celeste escolta,
contrapesando con el uno el otro lado.

Dentro del cristal cuyo nombre porta,
rondando el mundo, de su caro guía
bajo el cual muerta yace toda malicia,

del color del oro donde luce el rayo
vi yo una escala erecta arriba
tanto, que mi luz no la seguía.

Por las gradas descender vi
esplendores tantos, que todo foco pensé
que hay en el cielo, difuso aquí sería.

Y como, por natural costumbre,
juntas las cornejas, al comenzar el día,
por entibiarse agitan las plumas frías;

y luego se van unas sin retorno,
y otras regresan a donde salieron,
y otras revoloteando quedan;

tal me pareció que aquí ocurría
con aquel chispear que descendiendo iba
hasta detenerse en una grada cierta.

Y aquel que cerca de nosotros se detuvo,
tan brillante se puso, que pensando me decía:
Bien veo el amor que emblemas.

Pero aquella de la que espero el cómo y el cuándo
de hablar y de callar, se queda; por lo que yo
contra el deseo, hago bien si no demando.

Mas ella, que mi silencio veía
en la mirada de aquel que todo ve,
me dijo: Suelta tu deseo ardiente.

Y yo comencé: Mis méritos
de tu respuesta no me hacen digno;
mas, por aquella que pedir me concede,

beata vida que te guardas escondida
dentro de tu alegría, déjame saber
la razón de que tan cerca has venido;

y dime porqué se calla en esta rueda
la dulce sinfonía del paraíso,
que abajo en otras tan devota suena.

Tú tienes el oído tan mortal como la vista,
respondió, por eso aquí no se canta
por lo mismo que Beatriz no ha reído.

Abajo, por los grados de la escala santa,
descendí tanto, sólo por brindarte fiesta,
con el decir y la luz que me amanta:

ni mayor amor me movió a ser más presta,
que más y tanto amor aquí arriba hierve,
como el mismo llamear te manifiesta.

Sino la alta caridad, que nos hace siervas
prontas al consejo que el mundo gobierna,
distribuye aquí como tú observas.

Bien veo, dije yo, sacra lucerna,
como libre amor en esta corte
basta para seguir la providencia eterna;

mas lo que a discernir difícil me parece
porqué tú predestinada fuiste sola
a este oficio entre tus compañeras.

No llegué antes a la última palabra
que en ella misma hizo la luz centro,
girando sobre sí como veloz muela;

luego respondió el amor que había adentro:
Divina luz sobre mi se apunta,
penetrando en la que me encuentro,

cuya virtud, con mi visión conjunta,
me eleva sobre mí tanto, que veo
la suma esencia de la cual emana.

De allí viene la alegría con la que flameo;
porque a mi visión, cuanto es clara,
la claridad de la llama emparejo.

Mas aquel alma que en el cielo más se aclara,
aquel serafín que en Dios más tiene el ojo fijo,
no daría satisfacción a tu demanda;

porque se adentra tanto en el abismo
del eterno estatuto lo que inquieres,
que de toda creada vista queda escindido.

Y al mundo mortal, cuando vuelvas,
esto reporta, que no presuma
de acercarse más a tanta enseña.

La mente, que aquí luce, en tierra humea;
por donde considera como podría allá abajo
lo que no puede aunque la asuma el cielo.

Tal me prescribieron sus palabras,
que yo dejé las preguntas, y me reduje
a demandarle humildemente quien era.

Entre dos riberas de Italia se alzan peñascos,
y no muy distantes de tu patria,
tanto que los truenos suenan más abajo,

y forman una giba que llaman Catria,
a cuyos pies hay consagrada una eremita,
que suele dedicarse sólo a latría.

Así recomenzó por vez tercera;
y luego, continuando, dijo: Allí
al servicio de Dios me hice tan firme,

que sólo con viandas de licor de olivo
levemente pasaba calor y hielo,
contento del pensar contemplativo.

Rendir solía aquel claustro a estos cielos
fértilmente; y ahora lo han hecho tan vano
que urge que al mundo se revele.

En aquel lugar estuve yo, Pedro Damián,
y Pedro Pecador fui en la casa
de Nuestra Señora, en la orillas adrianas.

Poca vida mortal me había quedado,
cuando fui llamado y arrastrado al capelo,
que sólo de mal en peor se pasa.

Vino Cefas y vino el gran vaso
del Espíritu Santo, magros y descalzos,
tomando el pan de cualquier albergue.

Ahora aquí y allá quieren quien los calce
los modernos pastores y quien los lleve,
¡tan importantes! y quien de atrás los ensalce.

Cubren con mantos sus palafrenes,
de modo que dos bestias van bajo una piel:
¡Oh paciencia que sostienes tanto!

A esta voz vi más llamitas
de grada en grada bajar girando,
y a cada giro más bellas eran.

En torno a esta vinieron y quedaron,
y echaron un grito de son tan alto,
que no podría aquí abajo nada asemejarse:

ni lo entendí yo; me venció el tono tanto.

El Paraíso: Canto XXII

De estupor lleno, a mi guía
me volví, como párvulo que corre
siempre allí a donde más confía;

y ella, como madre que socorre
enseguida al hijo pálido de anhelos
con la voz, que su bien dispone,

me dijo: No sabes que estás en el cielo?
¿y no sabes que el cielo es todo santo
y todo lo que aquí se hace viene de buen celo?

Cuánto te habría trasmudado el canto
y mi sonrisa, puedes considerarlo ahora,
ya que el grito te ha conmovido tanto;

en el cual, si entendido hubieras su ruego,
te sería notoria ya la venganza,
que verás antes de la muerte.

La espada de aquí arriba ni presto corta
ni tarde, como parece a quien
con deseo o con temor la aguarda.

Mas a otro vuélvete ahora;
que más ilustres espíritus verás,
si como te digo vuelves la vista.

Como a ella plugo, los ojos retorné
y vi cien esferillas que juntas
más bellas se hacían entre sus mutuos rayos.

Yo estaba como el que en sí retiene
la punta del deseo, y no se atreve
a preguntar, que de abusarse teme.

Y la mayor y la más luciente
de aquellas margaritas adelante vino,
para dejar de sí contento mi deseo.

Luego dentro de ella oí: Si tu vieses
como yo la caridad que entre nosotros arde,
tus conceptos habrías expresado.

Pero para que tú, esperando, no te tardes
al alto fin, te daré la respuesta
a lo que piensas, que en ti tanto guardas.

Aquel monte al que Casino se acuesta,
fue antes frecuentado en su cima
por gente tramposa y mal dispuesta;

yo soy quien sobre él llevé primero
el nombre de aquel, que en la tierra expuso
la verdad que tanto nos sublima;

y tanta gracia en mí reflujo,
que sustraje a las villas aledañas
del impío culto que al mundo sedujo.

Estos otros fuegos, todos contemplantes
hombres fueron, inflamados de aquel calor
que brota las flores y los frutos santos.

Aquí está Macario, aquí Romualdo,
aquí mis hermanos que en el claustro
aquietaron sus pies y el corazón fiel guardaron.

Y yo a él: El afecto que demostráis
hablándome, y la buena apariencia
que veo y noto en todo el ardor vuestro,

ha dilatado tanto mi confianza,
como a la rosa mueve el Sol cuando abierta
tanto deviene cuanto tiene de potencia.

Por eso te ruego, y tú, padre, acepta
si tanta gracia recibir pueda, que yo
te vea en figura descubierta.

Entonces él: Hermano, tu elevado deseo
se cumplirá arriba en la última esfera,
donde se cumplen todos los otros y el mío:

allí es perfecta, madura y entera
toda aspiración; en ella sola
toda parte está donde siempre era,

porque no está en un lugar, ni en polo ancla;
y nuestra escala hasta ella avanza,
y por ello tu vista se pierde en ella.

Hacia allá arriba la vio el patriarca
Jacob extender la superior parte,
cuando se le mostró de ángeles tan cargada.

Mas, por subirla, nadie hay hoy que aparte
de la tierra los pies, y mi regla
ha venido a ser sólo de papel consumo.

Los muros que solían ser abadía
son hoy espeluncas, y las cogullas
sacos son llenos de perversa harina.

Mas grave usura tanto no usurpa
contra el placer divino, cuanto aquel fruto
que torna tan loco el corazón de los monjes:

que tanto cuanto la Iglesia guarda, todo
es de la gente que por Dios demanda;
ni de parientes ni de ningún otro más bruto.

La carne de los mortales es tan blanda,
que allá abajo no basta buen comienzo
del nacer de la encina al tener bellota.

Pedro comenzó sin oro y sin argento,
y yo con oración y con ayuno,
y Francisco humildemente su convento.

Y si observas el principio de cada uno,
luego miras allá a donde ha venido,
verás que lo blanco se ha hecho bruno.

Verdaderamente el Jordán retrocediendo
más fue, y el mar huir, cuando Dios quiso,
admirable de ver, que aquí el remedio.

Así me dijo, y de allí volvió
a su colegio, y al colegio se estrechó;
luego, en torbellino, arriba se acogió entero.

La dulce dama me impulsó tras ellos
con solo un gesto a subir la escala,
tanto su virtud venció a mi natura;

ni nunca aquí abajo donde se sube y se baja
naturalmente, hubo tan veloz movimiento,
que igualarse pudiera al de mi ala.

Si nunca vuelva, lector, a aquel devoto
triunfo por el cual tan frecuente lloro
mis pecados y el pecho me castigo,

no habrías tú puesto en el fuego
y sacado un dedo, que cuando vi yo el signo
que sigue a Tauro y de él fui adentro.

¡Oh gloriosas estrellas1 ¡Oh luz preñada
de gran virtud!, de la cual reconozco
todo, lo que sea, de mi ingenio,

con vos nacía y con vos se escondía
aquel que es padre de toda mortal vida,
cuando el toscano aire sentí yo primero;

y luego, cuando me fue gracia acordada
de entrar en la alta rueda que os gira,
vuestra región para mí fue la sorteada.

A vos devotamente ahora suspira
mi alma, por adquirir virtud
para el duro paso que a sí la tira.

Tú estás tan cerca de la última salud,
comenzó Beatriz, que has de
tener las luces claras y agudas.

Empero, antes que más te adentres en ella,
remira abajo, y observa cuánto mundo
te hice ya dejar bajo tus pies;

así que tu corazón, cuanto pueda, jocundo
se presente a la triunfante turba
que alegre viene por este éter rotundo.

Con la vista retorné por todas cuantas
las siete esferas, y vi a este globo
tal, que sonreí de su apariencia villana;

y aquel consejo por mejor apruebo
que lo tiene en menos; y quien en otra cosa piensa
llamarse puede verdaderamente probo.

Vi a la hija de Latona encendida
sin aquella sombra que me dio razón
de pensar que fuera rara y densa.

El esplendor de tu hijo, ¡oh Hiperión!,
aquí sostuve, y vi cómo se mueven
cerca y en torno suyo, Maya y Dione.

Luego aparecióseme el templado Jove
entre el padre y el hijo; y así me fue claro
el variar que hacen de su donde.

Y todos los siete se mostraron
cuánto son grandes, y cuánto son veloces,
y cuánto entre sí son distantes.

El parterre que nos hace tan soberbios,
girando yo entre los eternos Gemelos,
entero vi de los montes a las bocas.

Luego volví los ojos a los ojos bellos.

El Paraíso: Canto XXIII

Como el ave, entre amadas frondas,
posada en el nido de sus dulces hijos
en la noche que oculta las cosas,

por ver las rostros deseados
y por hallar comida de que hartarlos,
cuando graves labores le son gratos,

previene el tiempo en su suelta rama,
y con ardiente afecto al Sol aguarda,
fijo al alba mirando a que nazca;

así mi dama erguida estaba
y atenta, del cielo mirando al área
donde el Sol menos prisa gana;

de modo que, viéndola en suspenso y alerta,
híceme como quien deseando
otra cosa querría, y esperando se calma.

Mas poco fue entre uno y otro cuando,
entre mi atender, digo, y mi ver
el cielo venir más y más aclarando.

Y Beatriz señaló: He aquí la hueste
del triunfo de Cristo y todo el fruto
que se coge del girar de estas esferas.

Me pareció que su rostro ardía entero,
y los ojos tan plenos de alegría tenía,
que obligado quedéme sin palabras.

Como en los plenilunios serenos
Trivia ríe entre eternas ninfas
que tiñen el cielo en todos sus senos,

vi yo sobre miles de lucernas
un sol que a todas encendía,
como el nuestro a las estrellas;

y por la viva luz trasparecía
la luciente sustancia tan clara
en mi rostro, que no la sostenía.

¡Oh Beatriz, dulce y cara guía!
Y me dijo: Lo que te supera
es virtud de la cual no hay reparo.

Aquí está la sabiduría y la potencia
que abre el camino entre cielo y tierra,
camino que ya sostuvo tan larga espera.

Como fuego que de nube se descarga
de tanto dilatarse que no cabe,
y contra su natura a la tierra cae,

así mi mente entre aquellas viandas
engrandecida, salió de si misma
y en qué se transformó no supe.

Abre los ojos y mira cuál soy yo:
has visto cosas que te han hecho
fuerte a sostener mi sonrisa.

Estaba yo como quien resiente
la visión olvidada y se ingenia
en vano por traerla a la mente,

cuando oí esta promesa, digna
de tal gratitud, pues no muere nunca
del libro que el pretérito consigna.

Si ahora sonasen todas las lenguas
que Polimnia y sus hermanas hicieron
con su leche dulcísimo más pingües,

por ayudarme, a un milésimo de lo cierto
no llegarían, cantando la sonrisa santa
y cuánto el santo rostro hacía mero.

Y así, describiendo el paraíso,
ha de ir saltando el sacro poema,
como hombre que halla trunco el camino;

mas quien pensase el ponderoso tema
y el hombro mortal que lo trasporta,
no reprochará que bajo el peso tiemble.

No es travesía para pequeña barca
cuya va hendiendo la audaz proa,
ni de marinero que a sí mismo absuelva.

¿Por qué mi rostro así te enamora,
que no te vuelves al jardín bello
que a los rayos de Cristo aflora?

Allí está la rosa en la que el divino verbo
carne se hizo; allí están los lirios
a cuyo aroma se descubre el buen camino.

Así Beatriz; y yo, que a sus consejos
estaba pronto por entero, una vez más me rendí
a la batalla de las tiernas pestañas.

Como al rayo del Sol, que puro pasa
por rasgada nube, un prado florido
vieron, cubierto de sombra, mis ojos;

vi yo así mayor turba de esplendores
fulgurados de lo alto por ardientes rayos,
sin percibir la fuente de sus fulgores.

¡Oh benigna virtud que así los estampas,
arriba te fuiste, por dejar espacio
a los ojos que allí no te eran potentes!

El nombre de la bella flor que siempre invoco
mañana y tarde, atrajo a mi alma
toda a que el mayor fuego mirara;

y no bien ambas mis luces me pintaron
el cual y el cuanto de la viva estrella
que allá arriba vence, como venció aquí abajo,

por entre el cielo descendió una llamarada,
formando un círculo a guisa de corona,
y la ciñó y giró en torno de ella.

La melodía que más dulce suena
aquí abajo, y más a sí el alma tira,
sería como nube que hendida truena,

comparada con el sonar de aquella lira,
que coronaba el zafiro bello
del cual el cielo más claro se enzafira.

Yo soy el amor angélico que giro
la alta alegría que brota del vientre
que fue albergue de nuestro suspiro,

y giraré, ¡oh dueña del cielo!, mientras
seguirás a tu hijo, y hagas brillar
más la suprema esfera porque allí vivas.

Así la circulada melodía ponía
su sello, y las demás luces todas
resonaban el nombre de María.

El real manto de todos los volúmenes
del mundo, que más hierve y más se aviva
del hálito de Dios y de sus atributos,

sobre nosotros tenía la entera orilla
tan distante, que su apariencia,
allí donde yo estaba, aún no aparecía;

porque no eran mis ojos tan potentes
para seguir la coronada llama
que se elevó detrás de su simiente.

Y como infante que a la mama
tiende los brazos, luego de tomar la leche,
por el alma que hacia afuera se inflama;

cada uno de estos candores se alzó
con su llama, de modo que el gran afecto
que tenían por María me fue patente.

Allí permanecieron en mi presencia,
”Regina celi” cantando tan dulcemente
que nunca de mí se alejó el deleite.

¡Oh cuánta es la abundancia que se acopia
en aquellas riquísimas arcas, que fueran
de sembrar aquí abajo buen sembradío!

Aquí se vive y goza del tesoro
que se ganó llorando en el exilio
de Babilonia, donde se dejó el oro.

Aquí triunfa, bajo el alto hijo
de Dios y de María, su victoria,
y con el antiguo y el nuevo concilio,

el que tiene las llaves de tal gloria.

El Paraíso: Canto XXIV

¡Oh electa compañía de la gran cena
del bendito Cordero, el cual os alimenta
tanto que vuestra voluntad siempre está plena,

si por gracia de Dios éste preliba
de lo que cae de vuestra mesa,
antes que el tiempo muerte le prescriba,

atended a la ternura inmensa,
y dadle un poco del rocío; vos bebéis siempre
de la fuente de la que mana lo que él piensa.

Así Beatriz; y aquellas ánimas alegres
se cambiaron en esferas sobre fijos polos,
llameando fuerte, a guisa de cometas.

Y como las ruedas que el reloj acuerdan
giran de modo que la primera al que repara
quieta parece, mientras que la otra vuela;

así aquellas rondas, diferente
mente danzando, de su riqueza
veloces y lentas me daban prueba.

De una de ellas que noté de más belleza
brotar vi un tan feliz fuego,
que claridad mayor ningún otro diera;

y tres veces en torno de Beatriz
volvióse con una canto tan divino,
que mi fantasía no me lo redice.

Pero salta la pluma y no lo escribo,
que nuestra imaginación en tales pliegues
no sólo el habla, excede de color vivo.

¡Oh santa hermana mía, que así me ruegas
devota, por tu ardiente afecto
que de aquella bella esfera me desligue!

Luego, aquietado, el fuego bendito
a mi dama dirigió su aliento
que parloteó como lo he dicho.

Y ella: ¡Oh luz eterna del gran varón
a quien nuestro Señor dejó las llaves
que llevó abajo, de este gozo admirable,

tienta a este los puntos leves y graves,
como te plazca, en torno de la fe,
por la que tú sobre el mar marchaste!

Si bien él ama y bien espera y cree,
no se te oculta, porque la vista tienes allí
donde toda cosa representada se ve;

mas porque este reino ha hecho civiles
por la verdadera fe, para gloriarla,
a hablar de ella es bueno que el arribe.

Así como el bachiller se arma y no habla,
hasta que el maestro la cuestión propone,
para aprobarla, no por terminarla,

así me armaba yo de toda razón,
mientras ella hablaba, para estar dispuesto
a tal cuestor, y a tal profesión.

Di, buen cristiano, hazte patente:
¿qué es la fe? Entonces alcé la frente
a la luz de donde aquello brotaba;

volvíme luego a Beatriz, y ella pronta
señal me dio para que expandiera
el agua afuera de mi interna fuente.

La gracia que me da que me confiese,
comencé, al alto primopilo,
haga que mis conceptos bien exprese.

Y seguí: Como al respecto el veraz estilo
de tu caro hermano escribió,
que contigo a Roma puso en el buen hilo,

fe es sustancia de las cosas esperadas,
y argumento de las que no aparecen;
y esta es la que me parece su quiddidad.

Entonces oí: Derechamente sientes,
si bien entiendes porqué la puso
entre las sustancias, y luego entre los argumentos.

Y yo a seguir: Las profundas cosas
que me alargan aquí su presencia,
a los ojos de allá abajo están tan escondidas,

que su existencia está en la sola creencia,
sobre la que se funda la alta espera;
y por eso de sustancia toma inteligencia.

Y de esta creencia es necesario
silogizar, sin buscar otra salida;
porque valor de argumento tiene.

Entonces oí: Si todo lo que se conquista
allá para la doctrina, fuera así entendido,
no tendría espacio el ingenio del sofista.

Así salió de aquel amor ardiente;
y agregó: Asaz bien apreciada
de la moneda la liga fue y el peso;

mas dime si la tienes en tu bolsa.
Y yo: Sí, la tengo, tan lúcida y redonda,
que de su cuño no hay duda ninguna.

Luego salió de la luz profunda
que le esplendía: Este cara gema,
sobre la que toda virtud se funda,

¿de dónde te viene?. Y yo: La larga lluvia
del Espíritu Santo, que se difunde
en los viejos y en los nuevos cueros,

es silogismo que lo concluye
tan agudamente, que en su contra
toda demostración parece obtusa.

Oí después: La antigua y la nueva
proposición que así para ti concluye,
¿porqué la piensas divina elocuencia?

Y yo: La prueba que mi visión despeja
son las obras siguientes, pues la natura
no calienta nunca hierro ni bate yunque.

Me respondieron: Di ¿quién te asegura
que existieron las obras? Aquello mismo
que quiere probarse, no otro, te lo jura.

Si el mundo volvióse al cristianismo,
dije yo, sin milagros, es que él es uno
tal, que los demás un céntimo no valen;

porque tú entraste pobre y ayuno
en el campo, a sembrar la planta buena,
que fue ya viña, y ahora se ha hecho espino.

Después de esto, la alta corte santa
resonó por las esferas un: A Dios loamos,
con la melodía que allá arriba se canta.

Y aquel varón que así de ramo en ramo,
examinando, ya llevado me había,
que a la última fronda llegamos,

recomenzó: La Gracia que ronda
con tu mente, te abrió la boca
tanto como abrir se debía,

así que yo apruebo lo que salió afuera;
mas ahora hace falta expresar lo que crees,
y de dónde se originó tu creencia.

¡Oh padre santo, y espíritu que ves
lo que creíste tanto que venciste
hacia el sepulcro a más jóvenes pies!,

comencé yo, quieres que manifieste
ahora la forma del solícito creer mío,
y también la causa de ello pediste.

Y yo respondo: Creo en un Dios
solo y eterno, que todo el cielo mueve,
no movido, con amor y con deseo.

Y a tal creer no tengo las solas pruebas
físicas o metafísicas, mas me las da
también la verdad que aquí nos llueve

por Moisés, por los profetas y los salmos,
por el Evangelio y lo que tú escribiste
cuando el ardiente Espíritu te hizo grande.

Y creo en tres personas eternas, y ellas
creo ser una esencia tan una y tan trina,
que a la vez admitieran son y es.

De la profunda condición divina
que ahora toco, la mente me ha sellado
muchas veces la evangélica doctrina.

Este es el principio, y tal la chispa
que luego se dilata en vivaz llama,
y como estrella del cielo en mi brilla.

Como el amo escuchando lo que le agrada
abraza al siervo, gratificado
por la nueva, cuando el otro calla;

así, bendiciéndome cantando,
tres veces me ciñó, así que me hube callado,
la apostólica luz, a cuyo comando

yo había hablado;¡tanto mi respuesta plugo!

El Paraíso: Canto XXV

Si fuera alguna vez que el poema sacro
al que tanto ha echado mano cielo y tierra,
que me ha hecho por más años magro,

triunfe de la crueldad que fuera me aparta
del bello redil donde dormí cordero,
enemigo de los lobos que le dan guerra;

con otro voz ahora, con otro vellón
retornaré poeta, y sobre la fuente
de mi bautismo tomaré la corona de laureles;

porque en la fe, que hace familiares
de Dios a las almas, allí entré yo, y luego
Pedro por ella así me rodeó la frente.

Entonces se movió una luz hacia nosotros
de aquella esfera de donde salió la primicia
que de sus vicarios dejó Cristo;

y mi dama, llena de alegría
me dijo: Mira, mira; aquí el varón
por quien allá abajo Galicia se visita.

Así como cuando la paloma se posa
junto a su compaña, y una a otra su afecto
demuestran, girando y murmurando;

así vi yo a uno de los otros grandes
príncipes gloriosos ser recibido,
el alimento que los nutre allá arriba alabando.

Mas luego del gratular concluido,
coram me cada uno púsose en silencio,
tan fulgurantes que a mi rostro vencían.

Riendo entonces Beatriz dijo:
Ínclita vida, por quien la largueza
de nuestra basílica quedó escrita,

haz resonar la esperanza en esta altura:
tú lo sabes, que tantas veces la has figurado,
cuantas Jesús a los tres mostró más gentileza.

Alza la testa y haz que te asegures;
que lo que aquí viene del mortal mundo,
es preciso que bajo nuestros rayos madure.

Este consuelo del fuego segundo
me vino; por donde alcé a los montes los ojos,
que antes se abatieran por el mucho peso.

Porque por gracia quiere que te enfrentes
nuestro emperador, antes de la muerte,
en el aula mas secreta con sus condes,

de modo que, visto el buen ver de esta corte,
la esperanza, que allá abajo tanto enamora,
en ti y en otros de ella confortes,

di lo que ella es, y como decora
tu mente, y de donde a ti viene.
Así siguió entonces la segunda lumbre.

Y aquella pía que guió las plumas
de mis alas para tan alto vuelo,
de la respuesta así la previno:

La Iglesia militante no tiene mejor hijo
con mayor esperanza, como está escrito
en el Sol que irradia a nuestro rebaño;

porque se la ha concedido que de Egipto
venga a Jerusalén para ver,
antes que su combatir le sea prescrito.

Los otros dos puntos, que no para saber
son demandados, mas para que informe
cuanto esta virtud te place,

a él los dejo; que no le serán rudos
ni para jactancia; y que él a ello responda,
y que la gracia de Dios se lo consienta.

Como discípulo que a doctor secunda,
pronto y ganoso en lo que es experto,
para que su bondad se manifieste,

Esperanza, dije yo, es un aguardar certero
de la gloria futura, que produce
la gracia divina y los méritos previos.

De muchas estrellas me viene esta lumbre;
mas quien la destiló en mi corazón primero
fue el supremo cantor del conductor supremo.

Esperen en ti, en su salmodia divina
dice, los que saben tu nombre:
¿y quien no lo sabe que no tenga la fe mía?

Tú me instilaste con el instilar
de tu epístola luego; de modo que estoy lleno
y en otros tu lluvia lluevo de nuevo.

Mientras hablaba, adentro del vivo seno
de aquel incendio tremolaba un esplendor
como relámpago súbito y frecuente.

Entonces respiró: El amor por el que ardo
todavía de la virtud que me siguió
hasta la palma y hasta salir del campo,

quiere que vuelva a ti que te deleitas
con ella; y tengo por grato que me digas
lo que la esperanza te promete.

Y yo: Las nuevas escrituras y las antiguas
ponen la meta, y me la indican,
de las almas que de Dios se han hecho amigas.

Dice Isaías que cada una vestida
será en su tierra de doble veste;
y su tierra es esta dulce vida.

Y tu hermano de mucho más clara forma,
allí donde de las estolas blancas habla,
esta revelación nos manifiesta.

Y antes, casi al fin de estas palabras,
Sperent in te arriba se escuchaba;
a lo que todas las rondas respondieron.

Luego entre ellas una luz esclarecía
tanto que si el Cáncer tuviera un tal cristal
el invierno tendría un mes de un solo día.

Y como se alza y va y entra en baile
una virgen alegre, sólo para honrar
a la esposa nueva, y no por desconcierto,

así vi yo al insigne esplendor
venir a los dos que al ritmo danzaban
como a su ardiente amor correspondía.

Agregóse allí al canto y a la ronda;
y mi dama en ellos fija la mirada
como esposa inmóvil y silenciosa.

Este es aquel que reposó sobre el pecho
de nuestro pelícano, y este fue
de lo alto de la cruz al grande oficio electo.

Así mi dama; mas no por ello sin embargo
movió la vista de seguir atenta
después de decir estas palabras.

Como el que contempla y se ingenia
de ver cómo eclipsa el Sol un poco,
que por verlo, no vidente queda,

así quedé yo ante aquel último fuego,
mientras se decía: ¿Porqué te ciegas
por ver cosa que aquí no cabe?

En la tierra es tierra mi cuerpo, y estará
tanto con los otros, hasta que nuestro número
con el eterno propósito se iguale.

Con las dos estolas en el claustro beato
sólo están las dos luces que subieron;
y esto informarás al mundo vuestro.

A esta voz el inflamado girar
se aquietó y con él el dulce concierto
que se hacía al son del triple respiro,

a la manera como, por evitar fatiga o peligro,
los remos, que antes el agua azotaban,
se detienen todos al sonar de un silbo.

¡Ah cuánto quedó mi mente turbada
cuando volviéndome por ver a Beatriz
no pude verla, bien que estuviera

cerca de ella, y en el mundo feliz!

El Paraíso: Canto XXVI

Mientras dudaba yo por la visión perdida,
de la fúlgida llama que la apagara
salió un aliento que mi atención atrajo,

diciendo: En tanto recuperas
la visión que mirándome has perdido,
bueno es que conversando te compense.

Comienza pues; y di a donde apunta
tu alma, y haz de cuenta que en ti
la vista está confusa, pero no difunta;

porque la dama que por esta divina
región te conduce, en la mirada tiene
el poder que la mano tuvo de Ananías.

Yo dije: A su placer, temprano o tarde,
venga remedio a los ojos que fueron puertas
cuando ella entró con el fuego del que siempre ardo.

El bien que hace feliz a esta corte,
Alfa y Omega es de cuanta escritura
me dicta Amor, ya leve, ya fuertemente.

Aquella misma voz que de pavura
me había librado del súbito deslumbre,
de razonar más me dio la cura,

y dijo: De verdad en más angosta criba
has de aclararte: has de decirme
quién dirigió a tal blanco tu arco.

Y yo: Por filosóficos argumentos
y por la autoridad que aquí desciende
tal amor es necesario que en mi se selle;

que el bien, en cuanto bien, de conocido,
enciende amor, y tanto más
cuanto más bondad en sí comprende.

Por tanto a la esencia que tiene tanta ventaja
que todo bien que fuera de ella existe
nada es sino un destello de su rayo,

importa que a ella se mueva, más que a otra,
amando, la mente de todo el que discierne
la verdad en que se funda esta prueba.

Tal verdad a mi intelecto declara
aquel que me demuestra el primer amor
de todas las substancias sempiternas.

Decláralo la voz del veraz autor,
que dijo a Moisés, de sí hablando:
Yo te haré ver todo valor.

Decláraslo tú también, comenzando
el alto anuncio que grita el arcano
de aquí en el mundo, mejor que ningún otro bando.

Y oí: Por intelecto humano
y por autoridad a él conforme
de tus amores reserva a Dios el soberano.

Mas dime aún si sientes otras cuerdas
que a él te tiren, de modo que me suenes
con cuántos dientes este amor te muerde.

No se me ocultó la santa intención
del águila de Cristo, mas bien comprendí
a dónde quería llevar mi confesión.

Entonces comencé: todos los mordiscos
que pueden forzar al corazón que a Dios
se vuelva, a mi caridad concurren;

porque el ser del mundo y el ser mío,
la muerte que Él sostuvo para que yo viva,
y lo que todo fiel como yo espera,

con el dicho conocimiento vivo,
arrancado me han del mar del amor torcido,
y del derecho me han puesto en la orilla.

El follaje del que se enrama todo el huerto
del hortelano eterno, amo yo tanto
cuanto en ellos de bien Dios ha puesto.

En cuanto callé, un dulcísimo canto
resonó en el cielo, y mi dama
con los demás decía: ¡Santo, santo, santo!

Y como por luz penetrante se desueña
por causa del espíritu visivo que atiende
al fulgor que va de una a otra membrana,

y el despertado lo que ve aborrece,
tan necia es la súbita vigilia
hasta que la estimativa no lo auxilia;

así de mi ojos toda minucia
ahuyentó Beatriz con el rayo de los suyos,
que fulgía a más de mil millas:

por donde luego mejor que antes veía;
y casi estupefacto pregunté
quién era la cuarta luz que entre nosotros había.

Y mi dama: Dentro de aquel rayo
contempla a su hacedor el alma primera
que la primera virtud haya creado nunca.

Como el árbol que la cima inclina
al paso del viento y luego se yerge
por la propia virtud que la sublima,

así fui yo, en tanto ella decía,
aturdido, y luego recompuse seguro
un deseo de hablar que en mi pecho ardía.

Y comencé: ¡Oh único fruto que ya maduro
creado fuiste! ¡Oh padre antiguo
de quien toda esposa es hija y nuera,

devoto cuanto puedo te suplico
que me hables; tú conoces mi deseo,
y por más pronto oírte, no lo digo.

A veces un animal en una manta se agita,
y su intento claramente manifiesta
el movimiento que se nota en la envoltura;

de igual forma el alma primeva
me dejaba ver en la luz que la cubría
cuánto complacerme quería.

Entonces alentó: Sin que lo hubieras dicho
tu voluntad mejor discierno
que tú aquello de lo que estés más cierto;

porque la veo en el veraz espejo
que de sí reflejo hace de otras cosas,
y de sí ninguna de ellas hace reflejo.

Quieres tú saber cuánto ha que Dios me puso
en el excelso jardín, donde Beatriz
por tan larga escala te dispuso,

y cuánto fue amado por mis ojos,
y la verdadera razón del gran desdén,
y el idioma que usé y que yo hice.

Pues bien, hijo mío, no fue el probar del árbol
la razón en sí de tanto exilio,
mas solamente el traspasar el signo.

Por tanto de donde tu dama movió a Virgilio,
cuatro mil trescientos y dos vueltas
de Sol hube de desear este concilio;

y vi su arribo a todas las luces
de su camino novecientos treinta
veces, estando yo en la tierra.

La lengua que yo hablaba estaba muerta
ya antes que a la obra inconsumable
fuera la gente de Nemrod atenta;

porque jamás producto racional alguno,
por causa del deseo humano, que se renueva
de acuerdo al cielo, fue nunca duradero.

Obra natural es que el hombre hable;
mas que sea de uno u otro modo, la naturaleza
deja que lo hagáis, como os contenta.

Antes que descendiera a la infernal pena,
I se llamaba en la tierra el sumo bien
del que viene la alegría que me circunda;

y El se llamó luego: y así conviene,
porque el uso de los mortales es como hoja
en rama, que una se va y otra viene.

En el monte que más se alza de la onda,
estuve yo, con vida pura y deshonesta,
de la primera hora a aquella que es segunda,

cuando el Sol muda cuadrante, a la hora sexta.

El Paraíso: Canto XXVII

Al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo,
comenzó, ¡Gloria!, todo el paraíso,
tanto que me embriagaba el dulce canto.

Lo que yo veía era como una sonrisa
del universo; porque mi ebriedad
entraba por el oído y por la vista.

¡Oh gloria! ¡Oh inefable alegría!
¡Oh vida íntegra de amor y de paz!
¡Oh sin envidia segura riqueza!

Ante mis ojos las cuatro hachas
ardían, y aquella que primero vino
comenzó a ponerse más vivaz,

y tal en su apariencia devino,
que se diría Jove, si él y Marte
fueran aves y trocaran plumas.

La providencia que aquí comparte
carga y oficio, en el beato coro
impuesto había silencio en todas partes,

cuando oí: Si me cambio de color,
no te maravilles, porque, diciéndolo yo,
verás cambiar de color a todos estos.

Aquel que en tierra usurpa el puesto mío,
mi puesto, mi puesto, vacante
en la presencia del Hijo de Dios,

ha hecho de mi cementerio una cloaca
de sangre y pestilencia; de modo que el perverso
que de aquí arriba cayó, allá abajo se deleita.

Del color que por el Sol opuesto
de tarde píntase la nube y de mañana,
vi entonces todo el cielo cubierto.

Y como honesta mujer que de sí segura
se guarda, y ante las faltas ajenas,
de no más oírlas, tímida queda,

así Beatriz cambió semblante;
y tal eclipse creo que hubo en cielo
cuando padeció la suprema potencia.

Luego siguieron sus palabras
con voz tan de sí trastocada,
que ya no mudó más su semblante:

No fue la esposa de Cristo alimentada
con mi sangre, ni de Lino ni de Cleto,
para que en comprar oro fuera usada;

sino para adquirir este vivir alegre,
y Sixto y Pío y Calixto y Urbano
esparcieron su sangre tras mucho llanto.

No fue nuestra intención que a la derecha
de nuestro sucesor parte estuviera
y a la izquierda parte del pueblo cristiano;

ni que las llaves que concedidas me fueron
pasaran a ser emblemas en la bandera
que contra bautizados combatiera;

ni que yo fuera la imagen del sello
de los privilegios veniales y mendaces.
que tanto me irritan y me afrentan.

En ropas de pastor lobos rapaces
se ven de aquí arriba en cada prado:
¡Oh justicia de Dios, porqué aún yaces?

De nuestro sangre Cahórs y Gascuña
se preparan a beber; ¡oh buen principio!
¿a qué vil fin ha de ser que sucumbas?

Mas la alta Providencia que con Escipión
defendió en Roma la gloria del mundo,
auxiliará pronto, como imagino.

Y tú, hijito, que por mortal peso
retornarás abajo todavía, abre la boca,
y no escondas lo que yo no escondo.

Así como de helados vapores llueve
abajo el aire nuestro, cuando el cuerno
de la cabra del cielo con el Sol se toca;

así vi yo hacia arriba el éter adornarse,
y copos volar de vapores triunfantes
que aquí se habían demorado con nosotros.

Mi mirada seguía sus semblantes
y los siguió hasta que el espacio, por lo mucho,
me pidió de traspasar más adelante.

Entonces la dama, que me vio absorto
a la altura atento, me dijo: Abate
el rostro, y advierte cuánto has girado.

De la hora que había antes mirado,
me vi que había recorrido todo el arco
que del medio al fin forma el primer clima:

de modo que yo veía más allá de Cádiz el paso
loco de Ulises, y hacia acá cerca de la orilla
donde se hizo Europa dulce carga.

Y aún más me sería descubierto el sitio
de este globito; pero el Sol me precedía
bajo mis pies un signo y más proseguido.

La mente enamorada, que galanteaba
a mi dama siempre, de retornar
a ella los ojos más que nunca ardía,

y si la natura o el arte fueran pastura
de ganar la vista, por cautivar la mente.
ya en carne humana ya en la pintura,

todas juntas, nada serían
ante el placer divino que en mí fulgía,
cuando volvíme a su rostro riente.

Y la virtud que su mirada me concedió,
del bello nido de Leda me apartó,
y al velocísimo cielo me impulsó.

Cuyas vivísimas partes tan excelsas
y uniformes son, que no puedo decir
qué lugar para mí escogió Beatriz.

Mas quien mi deseo veía,
comenzó, riendo tan alegre,
que Dios en su rostro gozar parecía:

La naturaleza del mundo, que quieta
en medio está y todo el resto en torno mueve,
aquí comienza como en su meta.

Y este cielo no tienen otro donde
que la mente divina, en la que se inflama
el amor que lo impulsa y la virtud que le llueve.

Luz y amor de un círculo que lo comprende
así como él a los otros; y aquel cinto
que lo ciñe sólo él lo entiende,

No es su movimiento de otro distinto;
mas los otros son medidos por este,
como el diez por el medio y el quinto.

Y cómo el tiempo posea en tal tiesto
sus raíces y en los otros las frondas,
nunca te podrá ser manifiesto.

¡Oh ambición que a los hombres afonda
abajo tanto, que ninguno tiene el poder
de sustraer los ojos fuera de tus ondas!

Bien florece en los hombres el querer;
mas la lluvia continua convierte
en podredumbre las ciruelas veras.

Fe e inocencia se encuentran
sólo en los niños; pues ambas huyen
antes que el vello las mejillas cubra.

Tal hay que aún balbuciendo ayuna,
y luego devora, con la lengua suelta,
cualquier vianda bajo cualquier luna.

Y tal, balbuciendo, ama y escucha
a su madre, que, con el habla entera,
luego, desearía verla sepulta.

Así se hace la piel blanca negra
en el rostro primero de la bella hija
del quien la mañana trae y deja la puesta.

Tú, para que no te inventes maravillas,
piensa que la tierra no tiene quien gobierne,
y entonces se desvía toda la familia.

Mas antes que Enero salga del invierno,
por la descuidada centésima del día,
radiarían tanto estos cercos supernos,

que la fortuna, que tanto se espera,
las popas pondrá a donde están las proas,
y las naves marcharán derechas;

y a las flores seguirá el fruto verdadero.

El Paraíso: Canto XXVIII

Luego que contra la presente vida
de los míseros mortales, abrióme la verdad
la dama que mi mente emparaísa,

como quien en espejo de un candelero
la llama ve detrás suyo alumbrada,
antes de verla o pensarla,

y se vuelve, para ver si el vidrio
le habla cierto, y ve que concuerda
con la imagen, como canto con su metro;

así mi memoria recuerda
que tal hice, mirando en los ojos bellos,
de los que Amor hizo, para pillarme, la cuerda.

Y así que vuelto me hube, y heridos fueron
mis ojos por lo que en aquel volumen luce,
al fijar los ojos atentos a su giro,

vi allí una luz que radiaba desde un punto,
tan intensa, que al rostro que la enfocaba
forzaba a cerrarse su poder agudo:

y una estrella que aquí parece tan poca,
sería una luna, colocada a él junto,
como estrella junto a estrella se coloca.

Tal vez tanto cuanto se ve vecino
el halo que ciñe la luz que lo dibuja,
cuando el vapor que lleva es más denso,

así distante en torno al punto un cerco de fuego
giraba tan vertiginoso, que habría vencido
el movimiento que más veloz al mundo ciñe:

y este era de otro circunscrito,
y este del tercio, y luego el tercio del cuarto,
del quinto el cuarto, y luego del sexto el quinto.

Encima sigue el séptimo tan disperso
en anchura que el correo de Juno
a contenerlo por entero sería estrecho.

Así el octavo y el noveno; y cada uno
más lento se movía, conforme era
su número más distante del uno:

y tenía la llama más sincera
el que menos distaba de la chispa pura,
creo, puesto que más a él se acerca.

Mi dama que me veía ocupado
tan en suspenso, dijo: De aquel punto
depende el cielo y toda la natura.

Mira aquel círculo que más le está junto;
y sabe que su moverse es así de raudo
por el inflamado amor que lo insta.

Y yo a ella: Si estuviera el mundo dispuesto
con el orden que veo en estas ruedas,
saciado estaría con lo que me has propuesto;

pero en el mundo sensible se pueden
ver las vueltas tanto más divinas
cuanto más están remotas del centro.

Por donde si mi deseo debe alcanzar fin
en este admirable y angélico templo,
que sólo amor y luz tiene por linde,

necesito escuchar cómo el ejemplo
y el ejemplar no van del mismo modo;
que yo por mi en vano en esto atiendo.

Si tus dichos no son para tal nudo
suficientes, no es maravilla;
¡tanto, para que no lo intentes, es duro!

Así mi dama; luego dijo: Toma
lo que te diré, si quieres saciarte,
y en torno a ello te agudiza.

Los círculos corpóreos amplios son o estrechos
según que en más o en menos la virtud
se difunde por sus partes todas.

Mayor bondad promete dar mayor salud;
mayor salud en mayor cuerpo cabe,
si perfectas por igual tiene sus partes.

Por tanto este que enteramente arrastra
consigo al otro universo, corresponde
al círculo que más ama y que más sabe;

para que, si tú a la virtud conformas
tu medida, no a la apariencia
de las substancias que ves redondas,

verás una admirable secuencia
de mayor a más y de menor a menos,
en cada cielo, de su inteligencia.

Como espléndido queda y sereno
el hemisferio del aire, cuando sopla
Bóreas de su más suave mejilla,

por quien se purga y disuelve la escoria
que antes turbaba, de modo que el cielo ría
por la belleza de sus áreas todas;

así yo luego que me proveyó
mi dama de su responder claro,
como estrella en el cielo la verdad se vio.

Y luego que sus palabras terminaron,
a la manera como centella el hierro
cuando hierve, así los aros centellaron.

A este incendio cada chispa lo imitaba;
que eran tantas, que más millares cifraban
que los escaques cuando se duplican.

Oía yo cantar hosanna de coro en coro
al punto fijo que los tiene en su puesto,
y los tendrá siempre, donde siempre fueron.

Y aquella que veía las dudas
de mi mente, dijo: Los círculos primeros
te mostraron Serafines y Querubes.

A sus enlaces tan veloces siguen
a fin de asemejarse al punto cuanto pueden;
y pueden cuanto a mirar son más sublimes.

Aquellos otros amores que les van en torno
se llaman Tronos del divino rostro,
son los que terminan el primer ternario.

Y has de saber que todos gozan deleite,
cuanto su mirada se aprofunda
en la verdad donde se aquieta todo intelecto.

Aquí se puede ver como se funda
el ser beato en el acto de ver,
no en el de amar, que luego secunda;

y la medida del ver es lo que se merece,
que alumbra la gracia y el buen querer:
así de grado en grado se procede.

El otro ternario, que así germina
en esta primavera sempiterna
que el nocturno Aries no despoja,

perpetuamente hosanna invierna
con tres melodías, que suenan en tres
órdenes de alegría en que se enterna.

En esa alegría están las otras diosas:
primero Dominaciones, y luego Virtudes;
el tercer orden de las Potestades es.

Luego en los dos penúltimos júbilos
Principados y Arcángeles giran;
el último es todo de los Angélicos festejos.

Todos estos órdenes hacia arriba miran,
y al inferior superan, de modo que hacia Dios
todos están siendo tirados y todos tiran.

Y con tanto deseo Dionisio
a contemplar estos órdenes se puso,
que los nombró y distinguió como yo dije.

Mas luego Gregorio se alejó de él;
pero, tan pronto como abrió los ojos
en este cielo, rióse de sí mismo.

Y si expresó tan gran secreto verdadero
un mortal en la tierra, no te admires;
que quien lo vio aquí arriba se lo descubrió

con otras cosas muy veraces de estos giros.

El Paraíso: Canto XXIX

Cuando ambos hijos de Latona
a cobijo del Carnero y de la Libra,
juntos forman con el horizonte una zona,

cuanto dura el punto que el cenit iguala,
hasta que el uno y el otro de aquella cinta
cambiando de hemisferio, se liberan,

otro tanto, con el rostro de sonrisa tinto,
calló Beatriz, fijamente observando
el punto que me había vencido.

Luego empezó: Digo y no demando,
lo que tú quieres oír, porque lo he visto
allá donde se afirma todo donde y todo cuando.

No para lograrse bienes adquiridos
que no es posible, mas para que su esplendor
pudiese, resplandeciendo, decir Subsisto,

en su eternidad fuera del tiempo,
fuera de todo comprender, como le plugo,
se abrió en nuevos amores el amor eterno.

Ni cuasi entorpecido, antes holgaba;
ya que ni antes ni después procedía
el discurrir de Dios sobres esta aguas.

Forma y materia, conjuntas y puras,
salieron al ser que no tenía falla
como de un arco tricorde tres saetas.

Y como en vidrio, en ámbar o en cristal
un rayo brilla de forma que del venir
al llegar ser no hay intervalo,

así el triforme efecto de su sire
irradió en el ser a la vez entero
sin distinción de primacías.

Concreada fue la solidez y el orden
de la sustancia; fueron cima del mundo,
aquellas que hechas son de acto puro;

sólo potencia tiene la más baja parte;
y en el medio se estrechan potencia y acto
con tal liga, que ya nunca se desligan.

Jerónimo os escribió trazos largos
sobre los ángeles creados siglos
antes que el otro mundo fuese formado;

mas esta verdad está escrita en muchos lados
por los escribas del Espíritu Santo
y tú lo advertirás si miras con cuidado:

y aún la razón lo percibe algún cuanto,
pues no aceptaría que tales motores
sin su perfección estuvieran tanto.

Ahora sabes dónde y cuándo estos amores
fueron creados y cómo; de modo que extintos
en tu deseo están ya tres ardores.

Ni llegaríase, contando, a veinte
tan pronto, cómo de los ángeles una parte
turbó la materia de vuestros elementos:

la otra quedó aquí, y comenzó este arte
que tu disciernes, con deleite tanto
que de circuir no se sale nunca.

Principio del caer fue el maldito
soberbio aquel, que viste
por todo la carga del mundo oprimido.

Aquellos que ves aquí que fueron modestos
a reconocer a la bondad
que los había hecho a tanto entender prestos;

por que la visión de ellos fue exaltada
con gracia iluminante y por sus méritos
de modo que tienen firme y plena voluntad.

Y no quiero de dudes, mas que estés cierto,
que recibir la gracia es meritorio
conforme a cómo el afecto le es abierto.

En adelante en torno a este consistorio
puedes contemplar mucho, si mis palabras
son recogidas sin ayuda ninguna.

Mas porque en la tierra en vuestras escuelas
se lee que la angélica natura
es tal, que entiende, recuerda y quiere,

diré aún, para que veas pura
la verdad que abajo se confunde
equivocándose con esa tal lectura.

Estas substancias, después de ser jocundas
ante la cara de Dios, no apartaron la vista
de ella, de la que nada se esconde;

pues no tienen la vista interceptada
por otro objeto, y entonces no necesitan
de la memoria por concepto dividido.

Así pues allá abajo, sin dormir, se sueña,
creyendo y no creyendo decir lo cierto;
mas en el uno hay más culpa y más vergüenza.

Vosotros no marcháis por un solo sendero
filosofando; ¡tanto os transporta
el amor y el desvelo de apariencia!

Y ello aquí arriba aún se soporta
con menos desdén, que cuando se relega
la divina escritura o se la tuerce.

No pensáis cuánta sangre cuesta
sembrarla en el mundo, y cuánto place
quien humildemente a ella se acerca.

Por aparentar cada uno se ingenia y hace
sus inventos; y las escrituras descuida
quien predica, y el Evangelio se calla.

Uno dice que la Luna retrocedió
en la pasión de Cristo y se interpuso:
para que la luz del Sol no viniera:

otro miente que la luz se escondió
por sí misma; pero tanto los Hispanos, los Indios
y los Judíos, tal eclipse vieron.

No hay en Florencia tantos Lapos y Bindos
cuantas de tales fábulas por año
en púlpito se gritan allá y aquí;

de modo que las ovejillas, que no saben,
vuelven del pasto pastadas de viento,
y no los excusa que no perciban el daño.

No dijo Cristo a su primer convento:
Id y predicad al mundo patrañas;
mas les dio veraz fundamento;

que resonó tanto en sus bocas
que en su lucha por arder la fe,
del Evangelio hicieron escudo y lanza.

Ahora van con argucias y bufonadas
a predicar, y aunque bien la gente ría,
ínflase la capucha, y no se busca otra cosa.

Mas en la punta del capuz un tal pájaro anida,
que si el público lo viera, cuenta se daría
del valor del perdón que les promete;

por lo que tanta necedad creció en la tierra
pues, sin la prueba de testimonio alguno,
tras cada promesa todos van corriendo.

De aquí engorda el puerco de san Antonio
y aún otros que son aún más puercos,
y que pagan con moneda sin cuño.

Mas porque la digresión ha sido demasiada,
tornemos la mirada a la correcta senda,
de forma de abreviar tiempo y camino.

Esta natura tanto asciende por las gradas
en número, que nunca hubo palabra
ni concepto mortal que a tanto vaya;

y se atiendes a lo que se revela
por Daniel, verás que en sus millares
determinado número se cela.

La luz primera, que la ilumina entera,
de tantos modos en ella es aceptada,
cuantos son los esplendores que acompaña:

por donde, como al acto que concibe
sigue el efecto, al amor de la dulzura
sigue en ella fervor diverso y templanza.

Considera entonces la excelsitud y la largueza
del eterno valor, puesto que tantos
espejos se ha hecho en que se espeja,

uno en si permaneciendo como antes.

El Paraíso: Canto XXX

Tal vez a seis mil millas de nos lejana
hierve la sexta hora, y este mundo
inclina ya su sombra casi al lecho plano,

cuando el medio cielo, tan profundo,
comienza a cambiarse tanto, que alguna estrella
allá su aparecer pierde en el fondo;

y en cuanto viene la clarísima sierva
del Sol avanzando, entonces en el cielo
una a una se apagan hasta la más bella.

No de otro modo el triunfo que festeja
siempre en torno del punto que me venció,
como incluido en aquello que lo incluye,

de poco a poco de mi vista se extinguió;
por lo cual volví mis ojos a Beatriz
pues ya nada veía y me obligaba el amor.

Si cuanto hasta aquí de ella se dijo
encerrado fuera todo en una loa,
no podría ella cumplir su cometido.

La belleza que vi nos trasciende
no sólo allá, y tanto que ciertamente creo
que sólo su Hacedor la goza por entero.

En este paso más vencido me concedo
que lo fuera un autor de comedia
o de tragedia en el clímax de su tema;

pues, como el Sol a una flaca vista,
así el recuerdo de la dulce sonrisa
agotaba mi mente por mi mismo ya vacía.

Desde el primer día que vi su rostro
en esta vida, hasta llegar a esta vista,
de continuar mi canto no me vi privado,

pero ahora es necesario que desista
de ir ya más tras su belleza, poetizando,
como al cabo de sus fuerzas todo artista.

Así la dejo en manos de mayor bando
que el de mi tuba, que conduce
la ardua su materia terminando,

y con acto y voz de expedito guía
recomenzó: Hemos salido fuera
del mayor cuerpo al cielo que es luz pura:

luz intelectual, plena de amor;
amor de verdadero bien, lleno de dicha;
dicha que trasciende toda dulzura.

Aquí verás a ambas milicias
del paraíso, y a una con el mismo aspecto
en que la verás en la última justicia.

Como súbito relámpago que dispersa
los espíritus visivos, tal que priva
al ojo de ver más fuertes objetos,

así me circundó una luz viva,
y dejóme cegado con tal velo
su fulgor, que nada aparecía.

Siempre el amor que aquieta este cielo
con este saludo al que llega acoge
a fin de disponer a su llama la candela.

Tan pronto hubieron llegado a mí
estas breves palabras, comprendí
que había ascendido por encima de mis fuerzas;

y me reencendí en una visión nueva
tal que de ninguna luz más pura que fuera
no pudieran mis ojos defenderse de ella.

Y vi una luz viniendo como un río
fúlgido de fulgor, entre dos riberas
salpicadas de admirable primavera.

De la corriente brotaban centellas vivas,
que de todas partes llovían en las flores,
como rubíes que el oro circunscribe;

luego, como embriagadas de olores
sumergíanse en el admirable torbellino,
y la una se metía y la otra se salía afuera.

El gran deseo que ahora te inflama y urge,
que te expliquen lo que estás viendo,
tanto me place cuanto mayor insurge;

pero es preciso que de esta agua bebas
antes de que tanta sed en ti se sacie.
Así me dijo el sol de los ojos míos.

Y agregó todavía: El río y los topacios
que entran y salen y el sonreír de la hierba
como sombra de las veras son prefacios;

no que estas mismas cosas en sí sean acerbas;
mas por defecto de tu parte
porque tu visión no es aún tan soberbia.

No hay infante que tan súbito vuelva
su rostro a la leche, si despierta
más tarde de lo que acostumbra,

como yo por mejorar los espejos
de mis ojos, inclinándome a la onda
que se abre para que allí se prospere.

Y no bien de ella bebieron las cejas
de mis párpados, me pareció que la corriente
en su dimensión se hacía redonda.

Luego, como gente enmascarada
que se ve distinta que antes si desviste
la ajena figura que la esconde,

así se cambiaron en mayor fiesta
las flores y las centellas, en cuanto vi
a ambas las cortes del cielo manifiestas.

¡Oh esplendor de Dios por quien vi
el alto triunfo del veraz reino,
dame la virtud de contarlo como lo vi!

Luz hay allá arriba que hace visible
al creador a toda criatura
que de sólo verlo funda su paz.

Y se extiende en circular figura,
de tal tamaño que su circunferencia
sería del Sol demasiado amplia cintura;

de rayos consiste toda su apariencia
que se reflejan en la cumbre del primer móvil,
que obtiene de allí su vivir y su potencia.

Y como colina que en el agua sus laderas
espeja, como para verse bella,
cuando de verdura y flores rebosa

así, sobre la luz y flotando en torno,
vi espejarse en mil graderías las almas todas
que de nuestro mundo han hecho allí arriba su retorno.

Y si el ínfimo grado recoge
tan gran luz, ¡cuál será de esta rosa
la magnitud de sus extremas frondas!

Mi visión en lo amplio y en la altura
no se perdía, mas de todas las cosas prendía
el cuánto y el cuál de aquella alegría.

Cerca y lejos, allí, ni pone ni quita;
que donde Dios sin intermedios gobierna,
la ley natural no tiene cabida.

En el dorado centro de la rosa sempiterna,
que se dilata y se escala y resuma
olor de loas al Sol de la eterna primavera,

como quien calla y hablar quiere,
Beatriz me atrajo y dijo: ¡Mira
cuán grande es el convento de las estolas blancas!

¡Mira nuestra ciudad cuánto se extiende!
¡Mira nuestros escaños tan repletos,
que poca gente más se espera!

En esa gran sede en la que los ojos tienes
por la corona que ya está allí puesta,
antes que tú en estas nupcias cenes,

se sentará el alma, que ya fue augusta
del gran Enrique, que a enderezar Italia
vendrá antes que ella esté dispuesta.

La ciega codicia que os enferma,
os ha hecho como el niño
que muere de hambre y rechaza a la nodriza;

y hará que prefecto sea en el foro divino
un tal que en abierto y en cubierto
no andará con él por un mismo camino.

Mas poco será luego por Dios soportado
en el santo oficio: pues será arrojado
allá donde Simón Mago está por sus méritos

y hará que el de Anagni caiga aún más hondo.

El Paraíso: Canto XXXI

En forma, pues, de cándida rosa
se mostraba la milicia santa,
que en su sangre Cristo la hizo esposa;

mas la otra, que volando ve y canta
la gloria de aquel que la enamora
y la bondad que la hizo tanta,

como la escuadra de abejas a las flores
llega y una y otra vez retorna
a donde su labor gana en sabores,

descendía en la gran flor que se adorna
de hojas tantas, y de allí de nuevo salía
hacia donde su amor siempre se aloja.

Entero sus rostros eran de llama viva,
y las alas de oro, y el resto tan blanco,
que ninguna nieve hasta ese blanco arriba.

Descendiendo por la flor, de banco en banco
trasmitían la paz y el ardor
que adquirían ventilando el flanco.

Situados entre lo alto y la flor
de tanta multitud volante
no impedían la visión y el esplendor;

pues la luz divina irrumpe
según las dignidades en todo el universo,
de modo que obstarle nada puede.

De este seguro y gozoso reino,
frecuentado de gente antigua y nueva,
el ojo y el amor apuntan en un solo blanco.

¡Oh trina luz que como única estrella
centellando en los ojos así los calmas,
mira aquí abajo la borrasca nuestra!

Si los bárbaros, viniendo de tales playas
donde día a día Hélice las cubre,
quien junto al hijo amado siempre gira,

al ver Roma y sus arduas obras,
ante el Letrán atónitos quedaron,
superior a todas las mortales cosas;

yo, que a lo divino de lo humano,
a la eternidad del tiempo había venido,
y de Florencia a un pueblo justo y sano,

¿de qué estupor no debía estar colmado?
Ciertamente atónito y gozoso
me placía no oír y quedar mudo.

Y como el peregrino se recrea
el templo de su voto contemplando
y espera al volver decir cómo era;

arriba por la luz viva paseando,
rondaba mis ojos por los grados,
ya arriba, ya abajo, ya circulando.

Veía rostros a la caridad invitando,
de ajena luz decorados y de la propia sonrisa,
y de actos de toda honestidad ornados.

La forma general del paraíso
ya mi entera mirada había abarcado,
sin quedarse aún en parte alguna fijo;

y volvíame con renovado deseo
a preguntar a mi dama cosas
que a mi mente tenían suspendida.

Una buscaba y otro respondía:
creía estar viendo a Beatriz, y vi un anciano
vestido como las demás gloriosas gentes.

Regaban sus ojos y sus mejillas
benigna alegría, en actitud pía
como a un tierno padre conviene.

Y ¿dónde ella está? al punto dije.
Y él: A completar tu deseo
sacóme Beatriz del sitio mío;

y si arriba miras al tercer giro
del sumo grado, la reverás
en el trono que sus méritos ganaron.

Sin responder alcé la vista
y la vi en corona formada,
reflejando en ella los eternos rayos.

De la región que más alto truena
el mortal ojo tanto no distara
en lo más profundo del mar siendo,

cuanto allí de Beatriz la vista mía;
mas nada me perdía, porque su efigie
a mi no descendía por mixta senda.

¡Oh señora en quien vive mi esperanza
y que por mi salud sufriste
en el infierno tus pisadas dejando,

de tantas cosas que yo he visto,
de tu poder y de tu bondad
reconozco la virtud y la gracia.

Tú me trajiste de siervo a libertad
por todas esas vías, por todas las maneras
que para obrar tienes potestad.

Que tu magnificencia me custodie,
para que mi alma, que has hecho sana,
placiéndote a ti del cuerpo se desate.

Así oré; y ella, tan lejana
como se veía, sonrió y miróme;
luego retornó a la fontana eterna.

Y el santo anciano: Para que colmes
perfectamente, dijo, tu camino,
a lo que ruego y amor santo mandóme,

vuela los ojos por este jardín;
porque al verlo se avivará más tu mirada
para trepar por el divino rayo.

Y la reina del cielo, de la que yo ardo
todo de amor, nos dará toda gracia,
porque yo soy su fiel Bernardo.

Como quien tal vez de Croacia
viene a ver la Verónica nuestra,
y por la antigua hambre no se sacia,

mas en su mente dice, mientras contempla:
Señor mío Jesucristo, Dios veraz,
¿así era entonces tu semblanza?:

así estaba yo mirando la vivaz
caridad de aquel que en este mundo,
contemplando, gustó de aquella paz.

Hijo de la gracia, este vivir gozoso,
comenzó él, no conocerás mientras los ojos
fijes sólo aquí abajo en el fondo;

mas mira los círculos hasta el más remoto,
donde verás sentada a la reina
de la cual este reino es súbdito y devoto.

Yo alcé la vista; y como de mañana
la región oriental del horizonte
supera a aquella donde el Sol declina,

así, como del valle andando al monte
con los ojos, vi una parte en el extremo
que vencía en luz a todo el otro frente.

Y como aquí donde se espera el timón
que mal guió Faetón, más se inflama,
y en cambio acá y allá la luz se va perdiendo,

así aquella pacífica oriflama
en el centro se avivaba, y en el resto
en parejo tenor la llama moderaba.

Y en aquel centro, con las alas abiertas,
vi más de mil ángeles festejantes,
cada uno distinto en fulgor y en arte.

Vi que a sus juegos y a sus cantos
reía una belleza, que era alegría
en los ojos de todos los demás santos;

y si yo tuviera para el relato tanta riqueza
cuanto imaginación, aún no osaría
relatar en lo más mínimo su delicia.

Bernardo, cuando mis ojos vio
en su ardiente amor estar fijos y atentos,
los suyos con tanto afecto a ella volvió,

que a los mías, de remirar, más ardientes los dejó.

El Paraíso: Canto XXXII

Atento a su placer, aquel contemplativo
asumió libre oficio de doctor,
y comenzó con estas palabras santas:

María restañó y ungió la llaga,
que abrió y punzó aquella
que a sus pies yace tan bella.

En el orden que forman las tercias sedes,
está sentada Raquel debajo de ella
con Beatriz, como lo estás viendo.

Sara y Rebeca, Judit y aquella
que bisabuela fue del cantor que en el dolor
de su falta Miserere mei cantó,

las puedes ver así de grada en grada
descender, a las que voy nombrando
por la rosa bajando de hoja en hoja.

Y del séptimo grado abajo, así como
hasta él, siguen las Hebreas
dirimiendo de la flor todas las ondas;

porque, conforme al mirar que mira
a la fe de Cristo, ellas son un muro
que divide a las escalas sacras.

De esta parte donde el capullo es maduro
en todas sus hojas, están sentados
los que en Cristo creyeron venturo;

de la otra parte, entre espacios
vacíos del hemicírculo, están
quienes los ojos pusieron en Cristo venido.

Y de igual forma como el glorioso escaño
de la señora del cielo y los otros escaños
de abajo tantas divisiones forman,

así correspondiendo está el gran Juan,
que siempre santo el desierto y el martirio
padeció, y luego el infierno dos años;

y siguiendo debajo de él forman divisiones
Francisco, Benito y Agustín,
y otros hasta abajo de giro en giro.

Ahora mira el alto proveer divino,
que a ambos aspectos de la fe
igualmente en este jardín satisfizo;

y sabe que del grado hacia abajo que hiende
como media senda de ambas discreciones,
por ningún mérito propio se sienta,

mas por el de otro, bajo ciertas condiciones;
pues todos estos espíritus son liberados
antes que pudieran tener verdaderas elecciones.

Bien lo puedes percibir por los rostros
y también por las pueriles voces,
si bien los miras y los oyes.

Ahora dudas y dudando callas;
mas yo resolveré el fuerte ligamento
en el que te atan los sutiles pensamientos.

Dentro de la amplitud de este reino
casual punto no puede tener sitio,
como tampoco tristeza, sed o hambre;

pues por eterna ley ha sido establecido
lo que ves, de modo que en justicia
todo se ajusta como anillo al dedo.

Sin embargo esta festinada gente
en la verdadera vida no está sine causa
y adentro los hay más o menos excelentes.

El rey por quien este reino descansa
en tanto amor y deleite,
que ninguna voluntad por más arde,

las mentes todas en su alegre aspecto
creando, a su placer de gracia las dota
diversamente; y aquí baste el efecto.

Lo cual expresa y claramente se nota
en la Escritura santa en los gemelos
a quienes en la madre agitó la ira.

Por tanto, conforme al color de los cabellos
de tal gracia, la luz altísima
es preciso que dignamente los corone.

Así pues, sin mérito en sus costumbres,
puestos son en grados diferentes,
solo difiriendo por la prima lumbre.

Bastaba en los recién creados siglos
junto con la inocencia, para salvarse,
la sola fe de los padres;

luego, la edad primera transcurrida,
a los varones en las inocentes plumas hubo
que circuncidarlos para adquirir virtud;

mas luego que el tiempo de la gracia vino,
sin el bautismo perfecto de Cristo
su inocencia allá abajo se retiene.

Contempla ahora la faz que a Cristo
más se asemeja, porque sólo su claridad
podrá disponerte para ver a Dios.

Yo vi encima de él tanta alegría
llover, llevada por las mentes santas
creadas a trasvolar por tal altura,

de cuantas cosas había visto antes,
con tanta admiración no quedé en suspenso,
ni me mostró de Dios tal semejante.

Y aquel amor que allí primero bajó
cantando Ave Maria, gratia plena,
ante ella sus alas extendió.

Respondió a la divina cantinela
de todas partes la beata corte,
de modo que cada faz se vio más serena.

¡Oh padre santo que por mi soportas
estar aquí abajo, dejando la dulce sede
que ocupas por designio eterno,

¿quién es aquel ángel que con tanto gozo
sus ojos mira nuestra reina,
tan enamorado que de fuego parece?

Así recurrí una vez más a la doctrina
de aquel que embellecía de María,
como del Sol la estrella matutina.

Y él a mi: Decoro y alegría
cuanta haber puede en ángel o en alma,
toda en él está; y así queremos que sea,

porque él es quien llevó la palma
hasta María, cuando el Hijo de Dios
cargar quiso el peso de nuestra carne.

Mas ven ahora con los ojos así como voy
hablando, y observa los patricios grandes
de este imperio muy justo y pío.

Esos dos allá arriba sentados muy felices
por estar muy cerca de la Augusta,
son de esta rosa casi dos raíces.

Aquel que a la izquierda yace junto
es el padre por cuyo audaz gusto
la humana raza tan amargo gusta:

a la diestra mira aquel padre vetusto
de la Santa Iglesia, a quien Cristo las llaves
recomendó de este pimpollo venusto.

Y aquel que vio todos los tiempos graves,
antes de morir, de la bella esposa
ganada con la lanza y con los clavos,

siéntase a su lado; y junto al otro posa
aquel jefe bajo quién vivió de maná
la gente ingrata, mutable y obcecada.

Frente a Pedro observa a Ana sentada,
mirando tan contenta a su hija,
que no mueve ojo por cantar hosanna:

y contra el mayor padre de familia
sentada está Lucía, que impulsó a tu dama,
cuando bajabas para perderte, la vista.

Mas porque huye el tiempo que te adormece,
aquí haremos punto, como buen sastre
que según tiene de paño hace el traje;

y elevemos los ojos al primer amor,
para que, mirándolo, penetres
cuanto puedas en su fulgor.

Mas en verdad, no sea que retrocedas
moviendo las alas, creyendo avanzar,
orando gracia has de impetrar,

gracia de aquella que puede ayudarte;
y tu me seguirás con afecto
para que tu corazón de mis palabras no se aparte.

Y comenzó esta oración santa.

El Paraíso: Canto XXXIII

Virgen Madre, hija de tu hijo,
humilde y alta más que otra criatura,
término fijo del consejo eterno,

tú eres quien la humana natura
ennobleció tanto, que su hacedor
no desdeñó hacerse su hechura.

En tu vientre se reencendió el amor,
a cuyo calor en la eterna paz
ha germinado así esta flor.

Para nosotros eres aquí meridiana faz
de caridad, y abajo, entre los mortales,
eres de la esperanza fuente vivaz.

Señora, eres tan grande y tanto vales,
que quien quiere gracia y a ti no se acoge,
su deseo quiere que sin alas vuele.

Tu benignidad no sólo socorre
a quien demanda, mas muchas veces
liberal al demandar precede.

En ti misericordia, en ti piedad,
en ti magnificencia, en ti se aduna
cuanto en la criatura hay de bondad.

Ahora, este, que de la ínfima laguna
del universo hasta aquí ha visto
las vidas espirituales una a una,

te suplica, por gracia, de virtud
tanta, que pueda con los ojos alzarse
más alto hasta la última salud.

Y yo, que nunca por mi propio ver me inflamé
como hago por el suyo, todas mis preces
te ofrezco, y ruego que no sean escasas,

por que de toda nube lo desligues
de su mortalidad con tus ruegos,
para que el sumo placer se le despliegue.

Aún más te ruego, reina, que puedes
lo que quieres, que conserves sanos,
luego de tanto ver, sus afectos.

Venza tu guardia las mociones humanas:
¡Mira a Beatriz con cuantos beatos
a favor de mis ruegos juntan las manos!

Aquellos ojos de Dios amados y venerados,
fijos en el orador, demostraron
cuánto los ruegos devotos le son gratos;

de allí a la eterna luz se alzaron,
de lo cual no debe creerse que pueda
una criatura dirigir un mirar tan claro.

Y yo que al final de todas mis deseos
me acercaba, como era natural,
calmé el ardor en mí de mi deseo.

Bernardo me indicaba y sonreía
para que mirase arriba; mas yo estaba
ya por mi mismo como él quería;

porque mi vista, venida sincera,
más y más se metía por el rayo
de la alta luz que en sí misma es verdadera.

De aquí en adelante mi mirar fue mayor
que nuestra charla, que a la visión cede,
y cede la memoria a grandeza tanta.

Como quien soñando mira,
que tras el sueño la emoción impresa
queda, y lo otro la mente no retiene,

así estaba yo, que casi a su término llegada
mi visión, todavía me destila
en el corazón el dulzor que nació de ella.

Así al Sol la nieve se desliga;
así al viento en las hojas leves
se pierde la sentencia de Sibila.

¡Oh suprema luz, que te elevas tanto
de los mortales conceptos! A mi mente
presta de nuevo un poco de lo que parecías,

y haz mi lengua tan potente,
que al menos una chispa de tu gloria
pueda dejar a la futura gente;

pues, por volver un tanto a mi memoria
y por resonar un poco en estos versos,
más se comprenderá de tu victoria.

Creo yo, por lo intenso que sufrí
del vivo rayo, que me habría perdido,
si mis ojos de él hubiéranse partido.

Y recuerdo, que por ello más audaz
me hice a soportar tanto, que uní
mi mirada al valor infinito.

¡Oh abundante gracia por la que presumí
fijar la vista en la luz eterna,
tanto que la fuerza de la visión consumí!

En su profundo vi que se interna,
ligado con amor en un volumen,
todo lo que por el universo se desencuaderna;

sustancia y accidente y sus costumbres
cuasi confundidos entre sí, de modo tal
que lo que digo modesta es vislumbre.

La forma universal de este nudo
creo que vi, que al recordarlo,
diciendo esto, siento mayor gozo.

Un punto sólo me causa más letargo
que veinticinco siglos idos de la empresa
que movió a Neptuno a admirar la sombra de Argos.

Así mi mente enteramente suspendida,
fija miraba, inmóvil y atenta,
y siempre de admirar encendida.

Y en aquella luz tal uno se renueva,
que apartarse de ella hacia otro aspecto
es imposible que nunca se consienta;

pues el bien, que del querer es objeto,
entero en ella se encierra; y fuera de ella
es defectivo lo que allí es perfecto.

En adelante será más corta mi conversa,
sólo de lo que recuerdo, que la de un infante
que en el pezón baña todavía la lengua.

No era que más de un simple semblante
hubiera en aquella luz que yo miraba,
pues es siempre así como era antes;

sino porque la visión se avaloraba
en mi mirada, una sola apariencia,
mudando yo, por mi se trastocaba.

En la profunda y clara subsistencia
del alto lumbre me aparecieron tres giros
de tres colores y de un continente;

y uno de otro como iris de iris
parecía reflejo, y el tercero parecía fuego,
que aquí y allá igualmente se espire.

¡Oh! ¡Cuán poco es el decir y cuán flaco
mi concepto! y esto, y lo que vi,
es tanto, que no basta con decir “poco”.

¡Oh luz eterna que sola en ti sedes,
sola te entiendes, y por ti entendida
y tú te entiendes, amas y sonríes!

Aquel circular, que así concebido
parecía en ti como luz refleja,
contemplado por mis ojos en torno,

dentro de sí, de su color mismo,
me parecía ver pintada nuestra efigie;
porque mi rostro en él estaba metido todo.

Como el geómetra que se afana y aflige
por medir el cerco, y no encuentra,
pensando, el principio que precisa,

así estaba yo en aquella visión nueva;
ver quería cómo la imagen al círculo
correspondía y cómo allí se encontraba;

mas no bastaban las propias alas:
si no que mi mente fue herida
de un fulgor que cumplió su anhelo.

A la alta fantasía aquí faltaron fuerzas;
mas ya movía mi deseo y mi velle,
como rueda a su vez movida,

el amor que mueve el Sol y las demás estrellas.